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miércoles, 24 de marzo de 2021

El marionetista (Final resumido)







Historia 3 # El viejo marionetista


Si los sábados eran días de relax y tranquilidad en familia, para Gricel y Álvaro llegar aquel día suponía un infierno de mil pares de demonios. Les había tocado por sorteo celebrar una fiesta de cumpleaños para uno de los amigos de su hijo Matias, Jorge, que llegaba a sus sorprendentes seis años. No había que engañarse, si bien era cierto que aquello era una tarde de celebración, el matrimonio maldecían el momento en que habían aceptado participar en aquello: Si no tuviesen suficiente con uno solo, cuatro niños iban a alborotar su casa durante toda la tarde y, para colmo, tendrían que quedarse a dormir. Habría sido de gran ayuda que los otros padres se quedasen a ayudar al menos por tarde, pero como si hubiesen conspirado en su totalidad contra ellos, cada uno había presentado su respectiva excusa para aparecer únicamente para dejar a su hijo en la casa y marcharse. 


Por si no fuera poco, a eso de las cinco de la tarde, cuando los otros tres niños ajenos estuvieron reunidos bajo su techo y marchó el último de sus padres responsables, empezó a llover. Hasta el tiempo conspiraba contra ellos, pues tanto Gricel como Álvaro habían pactado hacer pausas para alternarse y poder salir. Para las seis de la tarde, los gritos y los alaridos de los cuatro infantes llenaban la casa mientras la lluvia intensa chocaba contra los cristales sin intención de detenerse en las próximas horas. De nada servía que Gricel les pidiese silencio, pues aunque inmediatamente les hacían caso no tardaban a volver a correr, a gritar y a pelearse mientras jugaban. Álvaro se ausentó varias veces en su despacho para ''trabajar'' en el ordenador, aunque en su defensa Gricel pudo decir que fue bastante comprensivo y que no tardó en darle tiempo para ella misma. 

Para las siete de la tarde, estaban desesperados. A ambos, los cuales no solían ser violentos, se les pasó por la cabeza gritar a los niños, castigarles de cara a la pared o incluso llegar a pegarles y enterrar los cadáveres en el jardín. Empezaban a sentirse como Jack en el hotel del resplandor, y aunque se rieron bromeando de ello, por supuesto todo quedó en una broma marital. Lo que, para ambos, era evidente es que no había solución posible: Hiciesen lo que hiciesen, los cuatro niños causaban alboroto. Si jugaban a la consola, permanecían chillando y alborotados. Si les forzaban a jugar a algún juego de mesa, el resultado era el mismo. Dejarlos salir del cuarto y corretear por la casa solo les empeoraba el dolor de cabeza y no había nada peor que tener que levantarse del sofá para asomarse al cuarto de Matías para controlar que todo iba bien. ¿Cómo podía ser así con los berridos que producían la mayor parte del tiempo? Cada dos por tres tanto Gricel como Álvaro pensaban que algún niño se había roto la cabeza, que se discutían con los puños como argumento o, en el peor de los casos, que habían roto algo caro. Estaban más que desesperados, habían tocado fondo. Sabían que la noche no mejoraría la velada: Los niños tardarían en dormirse y era muy posible que les diesen problemas de noche. Solo podían sentarse y maldecir al resto de padres por desentenderse de aquello.

Entonces sonó el timbre de la casa.



Gricel abrió la puerta de su casa con la esperanza de que fuese uno de los padres dispuesto a llevarse a su hijo... O a todos. Por fantasear que no quedase. Sin embargo, no fue ningún padre, sino un anciano de rostro alargado y algo tétrico. Era delgado, escuchimizado, como si hubiese sido consumido por las drogas. Su ropa era vieja, pero no rota ni desgastada. Le habría cerrado en las puertas en las narices si no fuese por su mirada y su sonrisa amables; el otro motivo era la lluvia que caía pesadamente sobre su mochila, la cual le doblaba en tamaño. 
- ¿En qué puedo ayudarle, buen hombre? 
- Buenas noches, encantadora señora. Mi profesión son los niños y me fascina entretenerlos. 
- ¿Los niños son su profesión? -preguntó Gricel acompañando la pregunta con una risa tonta. Aquella no era la mejor carta de presentación, desde luego.
- Quise decir, mi señora, que se me da bien tratar con ellos. Se podría decir que soy capaz de hacer que los pequeños diablillos más nerviosos se muevan menos que las ramas de un árbol.
- Y... ¿Cómo...? ¿De todas las casas...?  -Lo primero que pensó Gricel fue que otro de los padres lo había contratado. 
- He sentido la energía que liberan sus adorables niños desde el otro lado de la calle... -musitó, simpático, con una sonrisa amable. Asintió con lentitud. Parecía perpetuamente cansado.
- ¿Con la lluvia los ha escuchado? -La mujer alzó la queja, con clara sospecha inundando su mente de preguntas.
- Incluso con la lluvia -le corrigió el anciano.

Los gritos infantiles parecieron acentuarse a espaldas de Gricel, la cual suspiró de cansancio mientras se apoyaba en el marco de la puerta y apretaba con suavidad la frente contra la fría madera. 
- Parece agotada. No son sus niños. ¿Una fiesta de cumpleaños, tal vez?
- ¿Encima es adivino? -Gricel se apartó del marco, no debería haber expuesto su cansancio de esa manera. No ante un desconocido... Aunque también era verdad que era un anciano y poco daño podría hacerle.
- No -la volvió a corregir-, me dedico a los niños. Y el comportamiento de los padres también entra en mis competencias. 

Gricel se mordió el labio y tras pensárselo varias veces, sin llegar a verbalizar el interrogante sobre si aquel viejo señor tenía algún lugar en el que hospedarse, se hizo a un lado y le dejó pasar.
- Que desconsiderada que soy, estamos hablando y no le he invitado a pasar. Por favor.
- Muy amable... No se preocupe -El anciano seguía hablando con lentitud, mientras accedía al recibidor de la vivienda-, está cansada y mi presencia le ha traído muchas preguntas. 
- No estoy seguro de podamos contratar sus servicios -explicó Gricel, exhibiendo cautela por su parte. 
- No debe preocuparse por eso. Llegaremos a un acuerdo. Como seguro puede apreciar, no estoy protegido de la lluvia, y si le soy sincero, mi señora, tampoco conozco un lugar donde pueda resguardarme del temporal. Por otro lado, ustedes no están desprovistos de problemas... Seguro podemos ayudarnos mutuamente, si es menester, por supuesto.
- Cómo... ¿Cómo sabe que...? -El viejo desconocido se mantuvo en silencio, aguardando la pregunta con actitud paciente y considerada- Mi marido. ¿Cómo sabe que no estoy sola?
- Ah, eso... jeje. Vi pasar a su marido tras de usted hace un momento. 

Después de aquella extraña presentación, le invitó a quitarse la pesada mochila y el impermeable con forma de gabardina que protegía su cuerpo de la lluvia. Ambos padres tuvieron la oportunidad de conocer mejor a aquel señor, aunque no demasiado. Tanto para Álvaro como Gricel continuó desprendiendo un aura extrañamente sospechosa y cargada de misterio. No parecía mal hombre, sin duda. Una vez retirada su gabardina y su mochila parecía aún más delgado, por lo que su aspecto prometía una personalidad frágil e inofensiva. Gricel habría podido sola con él sin dudarlo si hubiese tenido que enfrentarse a él, y aunque a Álvaro no le termino de caer bien no era tonto. Sabía ver una oportunidad cuando se le ofrecía y si bien no tenía ni idea de como influiría su presencia con aquellos cuatro niños, supo reconocer la oportunidad de mantener a los niños callados. Si aquel viejo conseguía traer la tranquilidad a aquella casa, no solo le daría cobijo, sino que con gusto le pagaría. 

Hasta el momento, más allá de las dudas que pudiese causar tener dentro de casa a un desconocido de apariencia inofensiva, no había hecho nada inapropiado. Su conducta había sido irreprochable y su educación, impecables. Pero una vez dentro de la casa lo pilló varias veces mirándola con ojos que no correspondían con alguien de su edad. Álvaro por supuesto, ni se percató de ello. Por una parte, aquel anciano procuró no ser descubierto cuando la miraba, y cuando ella lo descubría haciéndolo, demostraba poseer un talento para el disimulo. Lo hizo tan pocas veces que podía contarlas con los dedos de una mano, y además, era tan bueno ocultándolo que Gricel decidió pasar aquellas miradas como inevitables. Fingió no darse cuenta, pues eran mucho los hombres que se volteaban a verle el culo. ¿Qué daño podía hacer que un viejo la mirase un poco más de la cuenta? Mientras no se pasase y no la hiciese sentir incómoda, por supuesto...




Tras permitirle ducharse para quitarse el frio adherido a sus huesos por la lluvia, este se renovó sus prendas de ropa en el baño por otras secas extraídas de su propia mochila. Los tres adultos llegaron al acuerdo de que podría quedarse a dormir si el tiempo no mejoraba, y que le pagarían una cantidad por determinar por entretener a los niños. El viejo dijo que sus precios eran flexibles y que no deberían preocuparse por un alto costo pues, a darle un techo en las próximas horas, ya estaban pagando una parte del precio que costaban sus servicios. Álvaro desapareció, aprovechando la presencia del anciano para encerrarse en su cuarto y desentenderse por un rato. 


Gricel quedó sorprendida al ver a aquel anciano sacar de su mochila un escenario portátil. Si no hubiese visto con sus propios ojos como lo extraía de la mochila, lo desembalaba y lo montaba en cuestión de segundos asegurándolo con clavos y tornillos, no hubiese creído posible que aquello hubiese podido ir cargado a su espalda. Además, pensó, no era de cartón ni de plástico. Parecía una madera pesada y dura, con suficiente espacio para que dos personas se ocultasen tras aquel escenario. Se ahorró la pregunta, incluso si se había quedado con la duda. La sensación, para Gricel, fue la misma que cuando un mago realizaba algo imposible y te hacía dudar sobre si había realmente un truco de magia o es que el mago era realmente lo que fingía ser. 
   El escenario portátil era estático, y sin esfuerzo, el viejo lo arrastró hacia un rincón del comedor con la pared a sus espaldas, como si pretendiese que nadie pudiese bordearlo y ver los trucos que escondía desde detrás. Los lados del escenario ocultaban su interior con cortinas rojas con brochas blancas, y no dejaba de sorprender la manera en que lo había montado el solo. 
- Le voy a pedir, mi señora, que vea lo que vea y oiga lo que oiga, no interrumpa mi presentación. Le prometo, por otra parte, que no le daré motivos para hacerlo... Pero en lo referente a los padres nunca se sabe. No habrá nada inapropiado para sus niños, y cambiaré de función y estilo dependiendo de la reacción que me ofrezcan esos pequeños duendecillos.
- Lo intentaré -Gricel no quería comprometerse, aunque el aquel viejo hubiese logrado convencerla. 
- Me es suficiente. ¿Y si trae a esos granujillas? Estaré listo para cuando lleguen...


Gricel aceptó, marchando al encuentro de los cuatro niños que aunque habían relajado el nivel del alboroto que causaban, seguían manteniéndose ruidosos y activos dentro del cuarto de su hijo Matías. Al pedirles que acudiesen al comedor para mostrarles una sorpresa, estos accedieron sin titubear encabezados por el hijo de Gricel. Al llegar los cinco al salón, el anciano se había desvanecido, siendo sustituido por un enmascarado con tétrica apariencia que se encontraba encerrado entre los límites del escenario. Tenía los brazos alzados, pero no se veían sus manos. Bajo sus dos extremidades levantadas había dos muñecos moviéndose con autonomía. Sus rostros aparentaban terror y miedo, con gesticulaciones estáticas y permanentes. 
- Niños. ¡Niños! -dijo con una potente voz de tenor que envolvió toda la sala-. Aquí... Venid aquí. Agrupaos en torno a mi sombra. ¡Sed buenos, niños! ¡Hay más monstruos aparte del coco y la llorona! ¡El hombre del saco os parecerá el ayudante de Santa Claus si no os portáis bien!
- ¿Quién eres? -preguntó Jorge, el cumpleañero, con inesperado corajes.
- Soy un marionetista. ¿Sabéis que es un marionetista? -Los cuatro niños negaron al unísono con su cabecitas-. Nuestro trabajo es contar historias, y ahuyentamos con ellas a los monstruos que persiguen a los niños. Si escucháis estas historias y os portáis bien, los monstruos que observan desde las sombras, os temerán.
- ¿Por qué?
- Muy buena pregunta... Esos monstruos adoran a los niños traviesos y revoltosos. Yo, que me dedico a estas cosas, veo desapariciones muy a menudo. Los niños gritan en sus habitaciones y se portan mal mientras hay luz... Pero mientras se adueñan de la habitación, a la hora de dormir... bueno. Desaparecen niños en sus camas. En el peor de los casos, esos niños duermen y desaparecen juntos.
- ¡Entonces no apagaremos la luz! -replicó Santi con una risa triunfal, el niño más problemático del grupo.
- ¿Y quién ha dicho que esos monstruos tengan miedo a la luz, granuja listillo? ¿Acaso la luz puede dañar tu piel?
- A los monstruos sí -contestó con clara inseguridad, tratando de aparentar seguridad en sí mismo.
- Esos monstruos tienen miedo a que los adultos intervengan en el secuestro. Porque los adultos, como la mujer que tenéis detrás, es más fuerte y alta que vosotros. ¿Si eres capaz de dormir con la luz abierta para que no te secuestren los monstruos, dormirás con los padres de tu amigo para evitar que pase?
- Pues lo haré -dijo el niño con pedantería. 
- No servirá de nada. Porque eventualmente los padres quedan dormidos... Y antes de que tu grito los despierte, esos monstruos pueden taparte la boca y llevarte... o incluso a más de uno. O a muchos. 



Como si el enmascarado pretendiese contrastar su cuento con su actuación, hizo desaparecer una de las dos marionetas para sustituirla por otra monstruosa que doblaba en tamaño a la inicial. Las dos marionetas iniciales parecían representar a dos niños traviesos, mientras que la nueva fingía ser un adulto con forma de monstruo.
- Ahora... ¡Escuchadme! Esta noche podríais dormir tranquilos con la luz abierta y con uno de los dos adultos durmiendo con vosotros. Incluso el padre, que es fuerte y protector. Pero entonces entraría otro adulto en la sala... Podría ser esa hermosa mujer que os acompaña -A Gricel no se le escapó el detalle del adjetivo que usó para describirla, pero lo pasó por alto- o tal vez podría ser otro adulto que no tuviese ningún sentido que estuviese ahí... Tal vez, son lo avispados que sois, os percataríais que no sería un adulto, sino un monstruo disfrazado de uno. Y gritaríais asustados, avisando al adulto que os protege, pero este, o no despertaría, o sería engañado por el monstruo... ¿Sabéis lo que es la impotencia de intentar explicarle algo a alguien y que no te entienda, o no te crea? Seríais secuestrados por el monstruo... Y el adulto ni siquiera movería un dedo para protegeros. Los monstruos son maestros del engaño, y una de sus maneras favoritas de seleccionar a sus víctimas, es decir, a los niños que se van a llevar, es observando las actuaciones de los marionetistas. Debéis saber que los monstruos no entienden de palabras. No saben escuchar ni pueden hablar... Solo observan los comportamientos. Ahora mismo me escuchan, pero no tienen ni la más remota idea de que estoy diciendo... Al estar todos tan callados, tan inmóviles... Están perdiendo todo el interés en vosotros. ¡Sois sosos y aburridos...!

La luz de toda la sala se apagó, haciéndoles pegar un bote y varios chillidos llenaron la sala, girándose y buscando el motivo por el que la iluminación había desaparecido.. Gricel la había apagado porque estaba maravillada con la actuación y con la reacción de los cuatro niños. Permanecían callados, casi hipnotizados sin mover un solo músculo. Se sentó en el sofá sin hacer nada de ruido, sintiéndose abrumada por la actuación del anciano. 
- Vaya, que raro... Se ha ido la luz. 
- Están aquí -corroboró el marionetista, agradecido. 

La actuación continuó durante un buen rato, mientras el artista ambulante llenó sus cabezas de miedos, inseguridades e historias de monstruos. Santi, el más inquieto de los cuatro niños, se cansó de permanecer inmóvil y gateó hacia el escenario protegido por la oscuridad. Seguramente pensaba que todo aquello era una paparrucha, y buscó aparcar la cortina lateral que ocultaba el interior del escenario portátil. Gricel se percató que la máscara del anciano había desaparecido, a pesar de que las dos marionetas continuaban en su posición moviéndose. Creyó, porque algo tenía que pensar, que su rostro enmascarado recibió al intruso dándole un susto. Algo tuvo que decirle, algo terrorífico porque el niño soltó un grito que parecía motivado por el dolor y la muerte misma, retrocedió tropezándose y chocando con un mueble hasta golpearse de espaldas. Gricel lo vio correr la reducida distancia hasta regresar a su posición junto a sus tres amigos. 

Quedó claro que el anciano sabía muy bien como tratar a los niños y meterse en sus cabezas porque, Santi, no volvió a portarse mal en toda la velada. 




La ayudante


Fácilmente, aquel viejo marionetista superó sobradamente la hora y media de actuación. Sorprendentemente, no pareció cansarse ni tener intención de parar. Eran las nueve y media de la noche y Gricel gruñó al percatarse de que se le había pasado el tiempo volando. Álvaro ni siquiera se había asomado para ver que tal iba todo. Había aprovechado la misteriosa aparición del anciano para desentenderse, se acercaba la hora de la cena y la fiesta de celebración del joven Jorge, por lo que iba a necesitar la ayuda de su marido. Mientras la actuación continuaba con historias de miedo, Gricel se levantó del sofá y sin encender la luz se marchó en busca de su esposo. No supo por qué, pero le vino a la mente el fugaz pensamiento que la vista del enmascarado se había clavado en su culo. 

Tras una discreta y breve discusión sobre prioridades y abandonos matrimoniales, logró convencer a Álvaro de que vigilase a los niños mientras ella hacía la cena. Su marido podría hacer algo para cenar, pero prefería no repetir su comida de siempre. Antes de meterse en la cocina y preparar cena para suficientes personas como cabezas había en aquella casa, se metió en el baño para descubrir que estaba lubricando demasiado. No había ningún motivo en concreto, simplemente se sentía demasiado encendida sin ningún motivo aparente: Mojaba tanto que se vio obligada a prescindir de los pantalones y utilizar falda. Lo único que era seguro es que estaba demasiado sensible y debía cambiarse de bragas cada poco tiempo si no quería empapar sus muslos. 

Lo más curioso es que aquello nunca le pasaba. Sí, solía lubricar con facilidad hasta sin estar excitada, pero de aquella manera hasta el punto de chorrear... nunca. Si sopesó colocarse una compresa para absorber los excesos lo descartó rápidamente.





Ya con la falda puesta y unas bragas nuevas, se olvidó del asunto encerrándose en la cocina y preparando arroz tres delicias, que consistía en los blancos hidratos fritos junto con jamón dulce, zanahoria, guisantes, tortilla y gambas. Había suficiente cantidad para que los siete repitiese al menos tres veces cada uno. Los platos de comida, rodeados de rebosantes vasos de coca-cola y aperitivos como patatas fritas y panecitos con queso crema. 

Los tres adultos se sentaron juntos dejando a los cuatro niños hablar impacientemente con la boca llena. La mayor parte del tiempo se la pasaron hablando entre ellos, y cuando preguntaban cosas al viejo invitado sobre la actuación, este se hacía el tonto sin saber de lo que hablaban. Por ingeniosas e inteligentes que fuesen las preguntas que le hiciesen los niños, el anciano sabía salir de todas. Su estrategia, parecía basarse en que el enmascarado era un desconocido que nada tenía que ver con él. Eso desconcertaba a los cuatro infantes, pero no tardaron en aburrirse y conversar sobre cosas más divertidas. Eso permitió a los adultos centrarse en sus propios asuntos.

El anciano contestó pacientemente las curiosas preguntas de Gricel, dejando un poco de lado a su marido ,que debido a su ausencia, durante la actuación se había perdido muchas cosas y no entendía el contexto de muchas de las preguntas que le estaba haciendo Gricel. A la mujer le quedaron claro tres cosas: Ese artista ambulante era extremadamente habilidoso, tanto con las manos con su labia; era sorprendentemente inteligente, podía no parecerlo porque no tenía la necesidad de hablar sobre nada complicado, pero era algo palpable e innegable. Sabía exactamente lo que decir, y sabiendo cuando callar y siempre teniendo una respuesta para cualquier conversación. La última de las tres cosas es que, pese a esa aparente tranquilidad y ese respeto que mostraba con cada cosa que decía, escondía una obscenidad tan sutil que parecía inexistente. 



Era sorprendente entender las preguntas con segunda intenciones que hacía el anciano que tenían un transfondo obsceno sobre el tamaño de sus pechos y los dolores de espalda, flujos de trabajo constantes... Al contrario de la actitud que había mantenido hasta el momento, Gricel pudo sentir las miradas de su invitado sobre su pecho. En cualquier otra situación hubiese sentido repulsa, pero su mente parecía conspirar en su contra y realizar preguntas que no venían a cuento: ¿Con ese cuerpo esmirriado, como de pequeño tendría su miembro? A su edad, que debía rondar los sesenta años. ¿Seguiría siendo sexualmente activo? ¿Por qué se sentía tan excitada? 

No tenía nada que ver con ese viejo, eso estaba claro. Pero lo que estaba seguro es que su excitación había coincidido con la llegada de ese señor. El anciano, sentado a su lado, hablaba y hablaba en tono amigable, varias veces Gricel sintió como apoyaba su mano sobre su muslo y luego la apartaba. Tocando lo que quería sin darle tiempo a reprocharle ni apartársela. Cada vez que la ponía la dejaba más tiempo, hasta que los fugaces toques se fueron convirtiendo en hospedajes temporales en los que esos dedos tocaban sus muslos. Aquello le produjo un cosquilleo, y ni siquiera se sintió tentada a delatarlo frente a su marido. El pendejo de su marido, que seguía comiendo y sonreía a las bromas del artista. El viejo hablaba directamente con él. sentando a su derecha, pero sus palabras iban en dirección opuesta a su mano, como si su mente estuviese en dos partes al mismo tiempo.




Además, y si bien era innegable que se estaba tomando confianzas indebidas, cabía la probabilidad de que ni siquiera lo hiciese con mala intención, sino que más bien fuese una de esas personas tan cercanas que tocaban casi sin pretenderlo. Nunca llegó a acercarse demasiado como para que llegase a plantearse llamarse la atención, tocando más cerca de la rodilla que de la entrepierna. 
- Me imagino que después de la comida recogerá el tinglado... -supuso Álvaro erroneamente.
- No. ¿Qué le hace pensar eso? No, señor. Si no les importa, me gustaría terminar mi trabajo. Podré realizar dos o tres funciones más, pero para una de ellas necesitaré ayuda.
- ¿Ayuda? ¿ Tiene que traer a alguien más?
- No, en absoluto. Me ha malinterpretado. Quise decir que para realizar esas actuaciones uno de ustedes dos deberá ayudarme, o incluso los dos, si lo prefieren. 
- ¿Ayudarle, cómo?
- Más manos, más marionetas.
- Y cuando terminen estos espectáculos y le hayamos pagado...
-  Si no quieren que permanezca aquí, me marcharé.

Álvaro parecía complacido con que él mismo llegase a esa conclusión, incluso si había dejado en el aire que si se veía obligado a marchar sería porque no querían que se quedase. En otras palabras, prácticamente lo estarían echando a la lluvia. 
- No, no tendrá que marcharse -intervino Gricel-. Es una noche lluviosa y no le haríamos eso de dejarle marchar con este tiempo. Podrá quedarse a dormir en el sofá.
- Es usted muy amable, señora.
- Oh, por favor. Llámeme Gricel.
- Así lo haré, Grice.

Le resultó extraño. Después de todas aquellas horas aún no habían intercambiado sus nombres y no se había percatado hasta ese mismo momento. 
- ¿Y cómo deberíamos llamarle a usted, si me permite?
- Oh, por favor. Me placería enormemente si me llamase por el humilde nombre de marionetista. Después de todo, es mi oficio -dijo lo suficientemente bajo para no ser oído por los niños-. Sí... Creo que sí -dijo titubeante, como si no lo hubiese decidido hasta ese momento-. Me ayudarás tú, Gricel. 
- ¿A qué se refiere?
- A las siguientes actuaciones... Y Álvaro hará de público.
- ¿Cómo lo sabe? 
- Es sencillo: El señor está demasiado ocupado como para jugar a las marionetas, observará frente al escenario por curiosidad. Pero usted, mi señora, usted tiene la personalidad ideal para entretener a los niños. Y déjeme decirle más. ¡Le gustará!
- ¿Cómo? ¿Ahora?
- Póngase ropa cómoda. La falda no es prenda para esto. Si me permite un consejo, no se ponga tejanos, pues son demasiado apretados. Si pudiese agarrar unos leggins, o unas medias... Bueno. Ya me entiende. Tiene que estar cómoda para moverse dentro el escenario.
- ¿Y la blusa? ¿Está bien? -preguntó Gricel inocentemente.
- Esta perfecta. Es ideal para lo que vamos a hacer -contestó lanzándole una rápida mirada que bastó para decidirse.
- Pero yo no he dicho que quiera hacerlo... Ni siquiera sé que tengo que hacer.
- Solo tiene que dejarse llevar, mi señora. Mover las manos y poco más -aseguró con elocuencia.

La cena no se alargó mucho más, aquel hombre de avanzada edad les ayudó a recoger los platos mientras los niños se abstraían. Claramente les había influenciado positivamente los cuentos de miedo sobre niños traviesos y movidos. Ya no gritaban ni golpeaban las cosas, más allá de esos miraban a las esquinas y buscaban en las sombras cosas que no había. 




Cambio de escena:


Los cuatro niños se reunieron prematuramente frente al escenario portátil. No se atrevieron a mirar lo que había dentro porque estaban seguros de que dentro se escondía un monstruo. Habían intentado atrapar con las manos en la masa al anciano, convencidos que este era el enmascarado pero este había sido más rápido y se había metido dentro con mucha anteración pidiéndole a Gricel que se reuniese con él cuando estuviese lista. 



Gricel había ido al baño para cambiarse, y aprovechó para ponerse los leggins del gimnasio tal como le había pedido el viejo. Las bragas, al sacárselas, chorreaban y se sentía insoportablemente sensible ahí abajo. Varias veces pensó en traer a Álvaro al baño con cualquier excusa y darse el gusto, pero como siempre la tenía que fastidiar en alguna cosa, le podía el enfado a la excitación. Se sintió tremendamente acomplejada por tener que reprimir esa lujuria y mientras recogía la ropa sucia que consistía en una única falda, pensó en que sucedería al estar ella sola con aquel anciano tras un escenario de marionetas y reconoció para sí misma que no le sorprendería que aprovechase para sobrepasarse otra vez... Tal vez con una mano la tocaría ''por accidente'' o mostraría su verdaderas intenciones al compartir un espacio tan reducido.

Como había prometido, se reunió en el salón con el enmascarado dentro del escenario. Para que no la viesen cruzar el salón ni entrar, apagó la luz provocando nuevamente los chillidos de los niños mientras ella se las apañaba para bordear al grupito haciendo exclamar a Santi que algo le había pasado rozando. Gracias al susto de los infantes, pudo colarse apresuradamente en el escenario no sin varios traspiés y por poco cayéndose al chocar con el sofá y algunas sillas. Los niños atribuyeron aquello a un monstruo que los estaba cercando y dando caza en la oscuridad. Para su sorpresa, el marionetista activó un interruptor escondido que encendió unas luces que llenaron de una luz dorada lo suficiente potente como para expulsar a las sombras cualquier monstruo ficticio que rondase por ahí.




Le sorprendió el estado el interior, tras entrar apartando una cortina descubrió el desastre que tenía montado el marionetista. Lo primero era decir que parecía un espacio mayor del que era. Había pequeñas perchas de las que colgaban mascaras y muñecos. Había ropa tirada y amontonada en el suelo, lo que le servía como una especie de alfombra para no hacerse daño en las rodillas. Lo segundo es que había una cortina intermedia, de color negro, que le permitía ver por sus transparencias todo lo que sucedía en el exterior, pero permitía que no le viese la cara. El marionetista podía elegir si permanecía de pie frente a la cortina, o se ocultaba tras ella, mostrando solo los brazos y los muñecos bajo ellos. 
- ¿Y su marido? ¿No se une al final? -preguntó en tono jocoso, dando la impresión que ya había previsto aquel resultado.
- No le hace mucha gracias hacer de marionetista.
- Me refería más bien a que no participará como espectador.
- No, supongo que seremos solo usted, yo y los niños.
- Puede ser incluso mejor -relató con un esbozo de sabiduría-. No hay magia en el público que no cree en la obra, pero si le prometo que para usted también será divertido. 
- Porque participaré en ella.
- Exactamente. Tiene lo que hace falta, lo demostró al apagar la luz las dos veces. Prefiere formar parte del juego a sacar a los niños de su fantasía. Déjeme felicitarla por eso.
- Me halaga. ¿Cuál va ser el orden de las actuaciones y de que manera?
- Los niños ya han pasado bastante miedo. Probaré una historia más agradable y colorida...

Acto seguido, el marionetista se puso una nueva máscara, le ofreció a Gricel un par de muñecos y le explicó en que consistiría antes de apresurarse a cambiar el decorado. Para ello, agarró un lienzo de plástico que colgó de tres anillas en el techo del escenario antes plegar la cortina negra y recoger las cortinas externas que cubrían el interior del escenario. Gricel seguía agachada, y ambos deberían permanecer agachados para no ser vistos por los cuatro niños, los cuales miraban atentamente al simpático muñeco de una niña que permanecía en un mundo de color.




El marionetista narró la introducción a los niños explicándoles que fuesen buenos para que los monstruos no les cercasen. Que aquella era una historia interactiva en la que ellos eran los protagonistas, y que dependiendo sus respuestas sucederían unas cosas u otras. 




Primer acto: ¡Roces y caricias en el lago mágico!

Era una obra aparentemente sencilla. Había cuatro personajes como máximo, y el marionetista había prometido que la guiaría en todo momento. Gricel no podía olvidar que estaba arrodillada con el culo en pompa haciendo aquello. Observó dos muñecos que permanecían inertes con sus manos como esqueletos. La voz del anciano para había desaparecido para ser sustituida por la voz cómica de una chica... Era creíble pese a todo. La chica, que permanecía de pie frente a un lago, desapareció cuando se corrieron las cortinas escarlatas del exterior. El marionetista sorprendió a Gricel con su velocidad para retirar su marioneta de su mano y cambiar el escenario por completo. Para ello retiró el lienzo colgado de las tres anillas y las decoraciones laterales también. Cuando las dos cortinas se abrieron paso para presentar la primera historia, el marionetista ya tenía en alto a su personaje, el león, el cual les habló directamente a los cuatro niños de seis años frente al escenario.
- Soy un león. ¡Un cazador! Y he visto a dos animaluchos paseando por mi selva. ¡Voy a devorarlos! -gruñó con voz grave antes de lanzar un convincente rugido.




- Ahora, que salgan los dos muñecos que te he dado -El marionetista puso su mano libre en la cadera de Gricel, muy cerca de su culo. No, mucho más cerca que eso. Le estaba tocando el culo... La intención parecía ser únicamente estarle animando a meterse en escena... Pero si se leía entre líneas, estaba claro que la estaba manoseando.



Estaba tan concentrada en lo que debía hacer, que por poco le pasa desapercibido... Por poco. 

Estiró los dos brazos y caminando por la jungla aparecieron dos muñecos que caminaban juntos por por la jungla: Eran un gorila y un elefante, un par de amigos que paseaban sin la más mínima idea que un depredador les estaba dando caza.
- ¡Alto! -rugió el marionetista con voz de león-. Este es mi territorio. Y al ser mi territorio os puedo comer. 
- ¡No nos comas...! -fue lo único que pudo decir Gricel, más concentrado en la mano que tenía en el culo que en lo que hacía con las manos. Al permanecer con los brazos estirados, no podía apartarle la mano, por lo que por lo bajo, le susurró:-. Cuidado con la mano...
- Oh, disculpad, mi señora... -musitó bajito claramente ruborizado-. Cuando tengo una mano libre tiendo a mantenerla agarrada en algún sitio... Que bochornoso...
- Pues manténgala activa... -contestó ella sin creerlo, pero procurando no ponerse a la defensiva. Así lo haré.
- ¡Soy un león! ¡El rey de la selva! -gritó con potencia el marionetista, ignorando lo que acababa de decir Gricel-. ¡No hay excusa! ¡Yo soy el cazador, y vosotros mi sustento! ¡Preparaos!




Marionetista apartó la mano, pero había dejado su huella en su nalga. Aún podía sentir su mano cerca de su humedad, y si ya se mojaba con dificultad antes, al contacto con aquella mano su flujo había empeorado. Gricel pensó que estaba enferma... No se había dejado tocar por nadie desde cierto fin de semana en una montaña con unos amigos. De eso hacía ya tanto tiempo. Nunca había sido una mujer infiel, nuevamente, no lo había sido a excepción de aquel desliz con sus amigos en una montaña nevada. Pero tras tanto tiempo, volvía a tener una mano ajena acariciando su culo.

Gricel aún estaba asimilando esto cuando el león se abalanzó contra su elefante y su gorila. Bajo el escenario, el viejo marionetista la rodeó con su delgado brazo por el vientre y hizo chocar su cuerpo el suyo y, convenientemente, su entrepierna hizo retumbar su trasero. Ella se sintió aplastada por el peso del viejo, sin poder pensar otra cosa que ese viejo se estaba aprovechando de ella, con la mente en blanco, dijo lo primero que le vino a la mente.
- ¡No tienes que comernos! ¡Podemos ser amigos! -propuso sintiéndose ridícula. 

Él se apartó de ella tanto fuera como dentro del escenario. Su cuerpo se apartó como si tratase de darle espacio vital mientras que el león se apartó dos palmas de distancia y preguntó ofendido.
- ¿Hacernos amigos? ¡No digas tonterías! ¿Puede el lobo hacerse amigo de las ovejas? ¿Puede un pez hacerse amigo del pescador?
- ¡Que lo decidan los niños! 
- ¿Los niños? -preguntó el león.
- Sí, los niños que están ahí fuera. Niños... ¿A que el león no necesita comernos y puede ser nuestro amigo?
- ¡Cómetelos! -decidió Santi con crueldad. Los otros tres, incluidos su hijo Matías, se unieron a la petición. 
- ¡Pues no se hable más, el público ha decidido! -manifestó el marionetista con voz de orador.



El león volvió a saltar sobre el gorila y el elefante y se los comió durante un segundo. No, no se los comió. Peleó con ellos hasta que los venció, mientras rugía y lanzaba gritos de lucha, y luego le dio a comerse a uno y luego al otro. Mientras, bajo el escenario y fuera de la vista de los niños, su entrepierna se restregaba contra su culo, como si fuese un conejo. A Gricel no le dio tiempo de ofenderse porque tenía mucho que asimilar. Más que molestarle porque ese hombre estuviese tan pegado a ella, le sorprendió la reacción de su propio cuerpo y fue... satisfactorio. El cuerpo es sabio, dicen. Y parecía saber muy bien lo que quería.
   Desbordada por la situación, se limitó a a quedarse quieta y a cerrar los ojos esperando a que acabase, mientras el cosquilleo de su panocha se acentuaba a medida que el marionetista se pagaba más y más a su cuerpo.

Entonces se apartó de ella y acto seguido, la cortina externa se corrió de los lados al centro dándoles intimidad de nuevo. Mientras empezó a hablar, el marionetista preparó 
- Perdona que me apoyase en ti... El león tenía que abalanzarse sobre tus animales y tropecé...
- No pasa nada... -se limitó a decir Gricel, a pesar de lo alterada que estaba por dentro. No podía sentirse agredida porque era un anciano, frágil e inofensivo. Era extraño, porque al mismo tiempo, se sentía-. Bueno... Sí que pasa. Sé que no lo hace con mala intención, pero se está acercando demasiado y es mejor que no...
- Ay, mi señora. Me disculpo nuevamente, procuraré mantener las distancias -Agarró dos muñecos nuevos y se los puso en las manos-. Debe entenderme, en esta profesión hay tan poco espacio... Y al no tener manos muchas veces tropezamos y debemos improvisar.
- Lo entiendo... No me importa, pero quiero decir... Sería un problema si mi marido nos ve y saca conclusiones equivocadas. No sé si me entiende.
- Oh, sí... La entiendo muy bien. Entonces, mientras su marido no nos vea... Solo estoy bromeando jeje -musitó de nuevo en tono jocoso. 
- Álvaro es muy celoso, mejor que no vea nada raro.
- ¿La entiendo mal o ya ha sucedido otras veces? Lo de los celos... Digo.
- Sí, no es la primera vez -musitó Gricel ruborizándose. 

El marionetista rio, cambiándose la mascara. 
- Escucha, Gricel. Esto va a parecerte muy raro... Una posición extraña, cuanto menos -puntualizó-, pero es necesario. Colócate a aquí... Sí, dando la espalda al público. Cuando el talón se abra -empezó a explicar, retirándole los muñecos del gorila y el elefante y sustituyéndolos por los de un gorila y una cebra-. Recuerda mantener las manos en alto... Solo debes hacer eso. 

Gricel quedó arrodillada frente a él, quedándose en una posición bastante expuesta, incluso si tenía puestas las bragas y los leggins, sentía la humedad abriéndose paso a través de ellos y humedeciendo los alrededores de su entrepierna. Era sumamente incómodo y vergonzoso para ella, pero con la poca luz que había no parecía posible que aquel anciano fuese a percatarse de su estado. El artista se cambió frente a ella, bajándose los pantalones y rebuscando en una bolsa que había colgada unas mallas. Gricel no puedo evitar observar el enorme manubrio que colgaba de sus piernas. Era, sin ningún tipo de duda, el más grande que había visto. Era monstruoso incluso estando en reposo. Tan grande que tan siquiera podía imaginárselo parado. Tenía los testículos enormes, e incluso en descanso era tan gorda y larga como la Álvaro completamente erecto. Con prisa, se calzó unas mallas negra que no lograron contener su enorme miembro y quedó rebosando. 

Colocándose en sus manos el elefante y un mono, se plantó frente a ella dejando su boca a un par de centímetros de su abultada malla, bajó por primera vez la cortina negra como si quisiese presentar a cuatro animales con un fondo ausente y oscuro, y abrió las cortinas escarlatas externas. Gricel escuchaba lo que decía el marionetista, pero no podía entender sus palabras. De hecho, era como si se dijesen tan lejos de ella que apenas podía oírlas. Sus cinco sentidos estaban puestos en ver el bulto que se removía  milimetros de su cara, en olerla y sentirla cuando la rozaba. Si hubiese podido escucharla, lo habría hecho: El tamaño era el mismo que antes, no creció ni se endureció en ningún momento. Pero el olor era otro harina de otro costal. Tenía un olor fuerte, como el queso seco y fuerte. Podía no gustar, pero a ella la iba a volver loca. Se le metía por la nariz y se le antojó tenerlo en la boca. Hacía mucho que no olía una verga, ni siquiera la de su marido. 
- Hola, niños - comenzó con voz simpática el elefante-. Vamos a hablar de comida... Y si acertáis todas las preguntas. ¡Os daremos unos regalos! 
- ¡Que bien! -dijo Jorge, el cumpleañero-. ¿Qué nos regalaréis? 
- Eso es una sorpresa -dijo el elefante-. Primera pregunta... Tenéis que decirlo al mismo tiempo los cuatro. ¡Sino no será correcta y perderéis! ¿Estáis listos? ¿Sí? ¿Qué come el gorila?
- ¡El plátano! -rugieron los cuatro niños, y el plátano blandito chocó contra la cara de Gricel.
- ¡Correcto! La siguiente es fácil... ¿Qué uso yo, el elefante, para beber agua? ¡Pensadlo bien!

El marionetista bajó la mirada hacia debajo del escenario mientras los niños discutían la respuesta, a sus seis años sabían lo que era la trompa del elefante, pero el miedo a fallar les hizo reconsiderarlo. Por otra parte, Gricel permanecía con los dos brazos en alto, exponiendo sus eróticas axilas y removiéndose inquieta. Sus ojos alternaban las miradas entre el miembro que tenía frente a su cara, casi restregándose contra ella con descarada impunidad, y los ojos del marionetista ocultos tras su máscara.
- ¡La trompa! -rugieron los cuatro niños al unísono.
- Bien... ¡Debéis saber que la trompa puede ser muy grande, y crece a medida que el elefante se va haciendo más grande! ¡También debéis saber que la trompa es uno de los músculos más fuertes del cuerpo!


El flácido miembro del viejo, el cual rondaría tranquilamente unos catorce centimetros, empezó a ganar tamaño frente a su ayudante. La cual observó el proceso sin poder quedarse indiferente. Siendo un artista ambulante dudaba que se duchase con frecuencia pero, a pesar de eso, no desprendía un olor desagradable. A medida que fue creciendo y desbordando la malla, quedó colgando. Era tan grande que Gricel tuvo que apartar su cabeza como si estuviese bajo un techo demasiado bajo. El viejo no parecía hacer ningún esfuerzo para apartarla de su boca.

Nadie podría saber nunca lo duro que era aquello para Gricel. Nada importaba que fuese viejo, sino que ella estaba casada y le había jurado a su marido que nunca le sería infiel. Pero pese a todo era una mujer, no era de piedra. Para no ser infiel debería levantarse e interrumpir la función en aquel mismo instante. Incluso podría avisar a Álvaro y echarle de la casa. Ese viejo había sabido sortear todas las defensas para encontrarse con su monstruosa verga frente a su boca, con su enorme glande dando de sí sus labios carnosos... 


El elefante, controlado por la mano derecha del marionetista, empezó a beber agua de repente, o al menos eso dijo. Lo que era seguro es que su trompa lo estaba dando todo: un sonido húmedo y desconocido para los cuatro infantes inundó el comedor. No podían sospechar porque no era nada que hubiesen oído antes. Tal vez si Álvaro no hubiese estado encerrado en su despacho, hubiese sabido identificar el origen de aquel ruido pero, si el día siguiente volvían a escuchar aquel ruido, sin duda dirían que era un elefante bebiendo agua.
- ¿¡Qué haces!? -preguntó el mono al elefante-. No uses tu trompa delante de los niños.
- ¡Lo siento!-gruñó el elefante haciendo una pausa de aquellos profundos tragos-.¡Tengo mucha sed!
- Pues nada... Tendremos que esperar a que acabes de darle con la trompa...

El elefante desapareció de la escena, y el marionetista utilizó el propio muñeco para exponer sus pechos, como si le diese igual la función y solo quisiese cogerse esa boca y ver esas enormes ubres de vaca rebotar, a pesar de eso, ni él usó sus manos ni ella tampoco. El elefante volvió a ascender con el resto de muñecos mientras resonaba el GLU GLU GLU GLU GLU GLU de Gricel bajo el escenario al ritmo que marcaban las caderas de aquel viejo. 


Gricel estaba sorprendida. Era impresionante que un cuerpo tan delgado pudiese dar cobijo a semejante herramienta. El sabor era tan fuerte como su olor: Era sudor, líquido preseminal a mansalva y algo más que no lograba identificar pero la ponía excitada perdida. Tan caliente que podría mearse encima en ese mismo momento y se quedaría tan tranquila, pero no lo hizo.
   Aquella enorme pija era tan grande que estaba atorada entre sus mandíbulas y le costaba recibir todas las embestidas. ¿Cómo podía ser que aquel cuerpo tan delgado y esquelético pudiese tener algo tan gordo y grande? No solo eso, sino que estaba dura como una piedra, sin exagerar. Las embestidas se aceleraron y le hicieron pensar que se iba a correr... Que envidia, porque ella también quería correrse... Ya no podía ir a buscar a Álvaro y decirle que aquel viejo la estaba acosando. Le habría dicho, pensaba, que tenía un miembro enorme, que olía a verga y la quería dentro de ella...


El GLU GLU dejó de escucharse y se empezó a oír un ruido mucho más sutil y preciso, como el de una mujer lamiendo un helado. Las babas caían sobre sus pechos y su boca estaba pringosa. No debía, ni quería, darle el gusto de correrse. Había abusado de su confianza, pensó Gricel, y si eso se tenía que quedar así él se quedaría con las ganas. Pero, siempre podía chupar un poco más... Sus manos amenazaban con abandonar la obra y dejar a los niños sin muñecos a los que ver... Era tentador. Tal vez una sola mano bastaba para frenar la humedad que se acumulaba en sus piernas.


Bajo su mano derecha, la cebra desapareció, algo que no pasó desapercibido para los cuatro niños.
- ¿A dónde va la cebra? -preguntó Matías, el hijo de Gricel.
- Nuestra amiga -explicó el mono con voz pausada-, la cebra, va a buscar algo para llevarse a la boca...¿Sabéis que sus labios salivan cuando tiene hambre? Cuanto más lubrican, más hambre tiene...




Con los dientes, arrancó de su mano el muñeco de la cebra y sus dedos fueron al encuentro de su panochita, la cual estaba desesperada. Tan lubricada que recibió sus dedos como un amante recibe una cama vacía. Apenas pudo acariciarse unos segundos antes de que el marionetista, con malicia, la agarrase por la muñeca sin la necesidad de quitarse el muñeco del elefante y mantuvo la mano desnuda de Gricel en alto, lejos de su sexo desesperado y empapado. Entonces, con la impaciencia que tiene alguien que está apunto de acabar. Usó al elefante para encaminar la boca de Gricel de nuevo a su monstruoso miembro y la hizo chupar. Gricel, pese a todo, no lo hizo forzada. Chupó y lamió con malicia el extremo de aquel pijote mirándolo a los ojos. Aquel enorme cacho de carne se restregaba contra su rostro, y en ocasiones, se ponía de puntillas y le dejaba degustarle la enorme bolsa escrotal. 

Gricel estaba tan excitada como para desvariar, y sus pensamientos eran del estilo: Si sus pelotas son tan grandes, debe ser porque están cargaditas... Cargaditas de leche. Pobre viejo... Se va quedar con toda esa leche dentro -pensó con malicia y calentura. Eso no impidió que siguiese chupando de la manera más sucia que su lengua y sus labios le permitían. El elefante subió al encuentro de los dos animales que quedaban arriba, dos manos suyas. El elefante, el mono y el gorila volvían a estar juntos.
- ¡Chicos! Ya hemos vuelto. ¿Qué manera de manteneros esperando? Tenía que beber, y la cebra se ha ido para no volver. ¡Tiene mucha hambre y dijo que no estará contenta hasta quedarse llena! Ahora... ¡La última pregunta! Recordad que si la acertáis, tendréis un regalo esperandoos a los cuatro. ¿Estáis preparados?
- ¡Sí! -gritaron al mismo tiempo.
- ¿Seguro? ¡No siento vuestras ganas!
- ¡¡Sí!!
- ¡¡Más fuerte!!
- ¡¡¡¡SÍÍÍÍ!!!! -berrearon con todas sus fuerzas. El marionetista aprovechó para meterle el huevo hasta la garganta. Eso pilló a Gricel desprevenida, demasiado ocupada para clavarse sus propios dedos hasta el punto interno más placentero de su panochita. 
- ¡Aquí la pregunta! ¿Qué hace la vaca?
- ¡Muuu! -rumió Matias, y el resto le rio la gracia.
- No... -suspiró el marionetista, cansado. Meterla y sacarla tan rápido y energéticamente de la boca de Gricel lo estaba cansando demasiado, pero no podía parar, estaba cerca de acabar-. ¿Qué hace la vaca?
- ¿La leche?
-  Le leche.... -repitió el marionetista, bajando la mano que hacia de elefante-. La vaca se traga la leche... -dijo en voz baja, como si se lo dijese así mismo. 
- ¿Qué? -preguntó Santi.
- No te oímos, elefante -dijo Jorge.

Del escenario provenían ruidos de golpe y de succión, como si el estuviese haciendo de las suyas otra vez, pero eso era imposible, pensaron los cuatro niños, porque el elefante estaba allí hablando con ellos... Mientras bajo el escenario el glande se abría paso y chocaba, una y otra vez. Gricel, con los ojos en blanco se acercaba a su propio orgasmo con sus dedos, pero se vio obligada a parar y quedarse a medias. Pues el viejo sacó unas energías de donde no las había y se folló su boca con la intención de acabar.
- ¡Hmmm...! ¡Hmmmmmmm! -se quejó golpeando con sus manos los muslos del marionetista. El anciano ignoró aquello y usó ambas manos para aferrar la cabeza de Gricel...
- Lo siento... Lo siento... -repitió en voz baja-. Se siente demasiado bien. ¡Ya acabo...! ¡¡Ya acaboo!!!

Gricel entendió que no podía evitar y condujo su mano a su anterior objetivo. Por algún motivo se tocaba mejor cuando el hombre estaba apunto de acabar, cuando pensaba que se iban a correr. Sus dedos buscaron estimular su clítoris o clavarse en busca de su punto G justo cuando el viejo quedaba paralizado y acababa dentro de su boca mientras esta trataba de mantener los ojos abiertos y acabar el trabajo, pero no podía... 

Su boca se llenó de un sabroso sabor. Era peculiar y único... Pensó en escupirlo para mostrar su desprecio, pues quedaría demasiado sumiso tragarlo y una invitación a que volviese a hacerlo. Aún con ella tanteando la posibilidad de tragárselo o botarlo, el viejo marionetista ya había subido de ambas manos al escenario y anunciaban el resultado.
- Hemos estado hablando los cuatro: La cebra, el elefante, el mono y el gorila. Aunque no lo habéis dicho todos juntos... ¡Os contamos esa respuesta como buena! Podéis encontrar vuestros regalos bajo los cojines del sofá. ¡Enhorabuena!

Y sin más tardanza las cortinas externas se cerraron, dando intimidad al equipo de dos que se encontraba encerrado dentro del matrimonio. 
- ¿Debería decirle esto a mi marido? -preguntó Gricel con la voz temblorosa, con ganas de llorar. No por lo que le había hecho, sino por recordar que había incumplido su promesa... Otra vez. 
- Querida... Lo siento. A este pobre viejo... -La voz también le temblaba, aunque Gricel pensó que lo hizo para darle pena-. Hace muchos años que no estoy con una mujer. Décadas... Tenerte tan cerca me ha hecho tomarme confianzas indebidas... ¿Podrás perdonarme?
- Si no se repite... Podré mantenerlo en secreto para mi marido... -contestó satisfecha con su reacción. Sí... podría mantenerlo en secreto para su marido. 



Un discreto interludio


Gricel salió del escenario portátil fue a cambiarse mientras los cuatro niños estaban distraídos comiendo e intercambiando los dulces y chocolates que les había dejado el marionetista escondidos en el sofá. Antes de llegar al lavabo, al pasar al lado del despacho de su marido, se detuvo con la idea de contarle a Álvaro lo que había pasado durante aquella actuación. Le había prometido ser fiel, y en cierta manera, lo había cumplido desde aquel fin de semana en la montaña... Y en ese momento, era su rol de mujer fiel el que sopesó seriamente serle sincera, pero tal vez pasó de largo porque como siempre estaba encerrado en su despacho dejándola sola. O, también, pasó de largo porque en el fondo le gustaba provocar a los hombres y era una zorra como su amiga Yohana. No se sentía mal por haberse dejado hacer aquello delante de los niños. Otra razón por la que se metió en el baño sin decirle nada a Álvaro fue porque seguramente no vería como algo positivo que ella hubiese evitado que la cosa llegase a más y le increparía haberse dejado meter la pija en la boca. 

Por eso debió ser por lo que se retiró los leggins, botó su ropa interior empapada a la cesta de la ropa sucia y se subió los leggins sin ponerse nada debajo. No iba a invitar a ese viejo a hacer nada... Pero tal vez sí podría pasárselo bien con la ausencia de su marido. ¡Él se lo había buscado!

*** 

- ¿Qué os pareció la actuación de antes, cielo? -preguntó Gricel a su hijo, habiéndolo apartado de los demás.
- Fue... rara -confesó extrañado-. Y se oían ruidos.

Gricel descubrió que no quería oír aquello de boca de su hijo, y que le incomodaba de sobremanera.
- ¿Y de que trataba? -preguntó, buscando cambiar de tema.
- De una cabra que no paraba hasta quedar con la boca llena. ¡Ah! ¿Y sabías que la trompa es el músculo más fuerte del cuerpo? También dijo el elefante que el gorila comía plátanos, pero eso ya lo sabía.

La madre del niño se ruborizó y tuvo que esforzarse por no echarse a reír con nerviosismo. Se acercó al escenario y le preguntó desde fuera, arrodillándose como si fingiese coger algo caído del suelo, si quería algo. El viejo pidió una cerveza, y tras marcharse en dirección a la cocina, volvió con una cerveza en la mano. Apagó la luz y se sentó en el sofá.
- ¿Apagaste la luz, mama? -preguntó Matias, claramente alterado.
- Claro que lo he hecho, con la luz del escenario es suficiente -dijo sin atreverse a colarse de nuevo en el escenario a oscuras. La última vez casi tropieza varias veces y se parte la cabeza. 
- ¿Ya habéis ido al baño? -preguntó Gricel con la cerveza en las manos-. La próxima actuación quizás será larga.
- ¡Vale, mama! 
- No, voy yo primero -anunció Santi.

Peleándose por ver quien llegaba primero, corrieron en estampida hasta el baño.
- Niños, el ruido... Recordad que es tarde...

Gricel se levantó satisfecha y se metió dentro del escenario... Le sorprendió descubrir que no se había ventilado y en el interior seguía oliendo a sus partes íntimas... Tanto a las suyas propias como las de él. 
- Te he traído la cerveza...
- Os lo agradezco, mi señora.

La mujer se sentó al lado del hombre, mientras este abría la lata de cerveza y bebía un largo trago, entonces le preguntó:
- Tengo curiosidad. ¿Qué le dijiste a Santi para que no volviese a intentar entrar en el escenario? Ni los he visto acercarse.
- Oh, eso... jeje. Le di un susto que nunca olvidará. 
- ¿De qué tratará la próxima historia? -preguntó con curiosidad.
- Solo habrá un muñeco... Serán historias de miedo.
- Entonces no me necesitarás... -dijo Gricel convenientemente.
- Sí, necesito que me ayudes a hacer las transacciones con las cortinas, los cambios de paisaje... O mejor dicho, eso lo haré yo, y su sujetarás el muñeco. 

Gricel no insistió, observando distraída los diferentes tipos de muñecos que se acumulaban colgados de clavos y perchas. No todos eran muñecos que se utilizaban con las manos, sino que otros colgaban de hilos o se movían con palos y extrañas palancas. Algunos eran tétricos y terroríficos, de ojos sangrantes y bocas supurantes de muerte. Otros eran coloridos como el león, el elefante y los otros animales. La mujer pensó en como, en la anterior actuación, le había dado un cierre inesperado a aquel cuento con los animales. Al correrse, se había visto a improvisar con un diálogo que se le antojó de muy bajo nivel en comparación con las otras cosas que había hecho. 





Con malicia, Gricel se apoyó en la pared del interior del escenario y se abrió discretamente de pierna. Discreta, pero muy abiertamente... Por supuesto, no lo estaba forzando a mirar nada que no viese por si mismo. Tal vez, podría hacer que volviese a perder el hilo de la próxima actuación. No quería hacer nada más con él, pero no le importaría sentirse mujer haciéndolo perder los papeles como hombre... Iba a vengarse, tanto de un hombre, como del otro...
 



Segundo acto: Una historia de terror...


El comedor se encontraba sumido en la oscuridad. Las luces que desprendían las bombillas que rodeaban las cortinas rojas del escenario alumbraban las caras expectantes de los niños. Se creían lo suficientemente grandes como para aburrirles las historias de animes, pero el marionetista ya había reparado en ese factor. Mientras que otros artistas habrían insistido en una apuesta ganadora, el viejo itinerante prefería explorar otras vías con los niños. Prefería volver con las historias de miedo, incluso si Gricel entendía estos por las razones equivocadas. 

Las cortinas del escenario se abrieron lentamente presentando un fondo negro. Las caras de los espectadores se ensombrecieron y amenazaron con gritar asustados al observar como, lentamente, aparecía del interior del escenario un payaso con una sonrisa maligna decorando su cara pintada de blanco cuando todavía las luces del escenario alumbraban la sala pero, de pronto, se apagaron y los niños empezaron a gritar hasta que fueron silenciados por un chisteo que los dejó helados:
- Shhhhhhhhhhh.... -el chisteo se abrió paso en la oscuridad del salón-. Niños. Niños... -dijo una voz impregnada en malicia-. No os asustéis, niños... Estoy aquí para protegeros. Venid conmigo... Dejad que os proteja... -Una pequeña llama se encendió entre sus manos, entre ellos y su cara iluminada, la cual se percibió con un tono anarajando.


Los cuatro infantes arrastrando el culo al menos medio metro, todos juntos sin dejar a nadie atrás. Cada uno de los cuatro busca inconscientemente tocar a otro de ellos para asegurarse que no estaban solos.
- Hay muchos monstruos aquí, en las sombras. Yo soy la única luz. Venid... 
- ¡Ese es el monstruo que os dije! -chilló Santi, asustado.
- No era yo, sería otro monstruo -trató de decir el payaso con voz convincente-. Yo soy bueno. Yo os puedo proteger... ¿No os habéis dado cuenta? Estáis solos...
- ¿¡Y mi madre!? -exclamó Matías horrorizado al descubrir que su madre había desaparecido del sofá. En su vuelta del baño, ni se habían percatado de su ausencia. 
- ¿Estará aquí conmigo? Acercáis, niños... Venid...
- ¡No es bueno! ¡Es malo! -insistió Santi-. No os acerquéis.

La sonrisa del payaso desapareció y los fulminó con una silenciosa mirada. Luego, se dirigió exclusivamente a Santi.
- Que niño más valiente... Antes de que termine la noche te llevaré conmigo -le amenazó antes de gritar, y los niños gritaron con él. 

La luz entre sus manos se apagó y, tras unos segundos de oscuridad, se encendieron las luces, pero no las del escenario sino las de toda la sala.
- ¿Qué sucede aquí? ¿Qué son estos gritos? -preguntó Álvaro, que nada más plantarse frente al escenario fue abrazado por los cuatro niños.
- ¡Un monstruo! -decía uno.
- ¡Un payaso! -chillaba otro con urgencia.
- ¡Un payaso monstruoso, allí!
Álvaro lanzó una mirada al escenario, pero no vio nada. En parte, lo satisfacio que aquellos niñatos escandalosos estuviesen tan entretenidos con unas historias de miedo que evidentemente funcionaban. Se dispuso a sentarse en el sofá cuando de refilón vio una cara blanca y unos ojos malignos mirándolo desde el fondo negro. Al parpadear varias veces, creyendo haber visto mal, descubrió que no había nada ni nadie en él.

Las cortinas rojas se cerraron, y tras unos segundos de margen, volvieron a abrirse. El fondo seguía siendo negro, sin lienzos ni colores que decorasen lo que se encontraba entre las cortinas externas. Sin previo aviso, apareció el enmascarado de nuevo, pero esta vez la máscara era tenebrosa y sangrienta.
- ¿Podría usted cerrar la luz? -preguntó alzando un dedo.

El enmascarado se quedó quiero, como una estatua, hasta que Álvaro puso los ojos en blanco y cerró las luces mientras les decía a los niños que no les iba a pasar nada porque él estaba ahí.
- Ciertamente tu presencia mantiene a los monstruos alejados... -dijo el viejo con su caracteristica voz de tenor-. Jovencitos, os dije que os portaseis bien o atraeríais a los monstruos...

Dentro del escenario, Gricel había llegado a sentir verdadero terror ante la actuación del marionetista. A oscuras, había tenido la sensación de no estar encerrada ahí dentro con el viejo, sino con un verdadero monstruo. Estaba claro que aquel artista, o es al menos pensó Gricel en aquel momento, era un fuera de serie. 
- Mi señora -la sobresaltó en voz baja el marionetista sin agacharse, aún a la vista de los cinco espectadores-. Agarrad la marioneta que he dejado preparada y subidla. ¡Rápido! Y procurad que no os vean. 

Gricel agarró el muñeco que era casi tan grande como su propio torso. Lo alzó con la ayuda de sus ambos brazos y sin levantarse, lo colocó sobre la madera del escenario. El marionetista lo aseguró con unos alicates que quedaron pegados a la madera e impidieron que el muñeco se moviera. La luz que producía el escenario volvía a ser dorada y alumbraba bastante, pese a que dejaba muchas sombras inundando todo el salón y eso hacía desconfiar a los niños.
- Jóvenes... Granujas... -dijo atrayendo su atención-. A partir de ahora, estará prohibido gritar. Por dos motivos: El primero es que es tarde. A nadie le gusta que le despierten cuando duerme y vuestros vecinos no son excepción. El segundo motivo es que las historias que va a contar mi amigo atraen a los malos espíritus. 
- Señor -le interrumpió Santi.
- ¿Sí, jovencito? -preguntó con voz amable.
- ¿Está usted solo aquí? 
- Siempre tengo la sensación de que no. Siempre noto que hay algo más que me acompaña, pero por mucho que busco -le explicó con voz suave y pausada, hablando con sobrada extrañeza- no encuentro que es lo que se mueve. ¿Quieres venir y ayudarme a buscar? ¿No? Venga... Ven. Ahora hay luz. Y yo estoy aquí. 


Santi negó enérgicamente con el rostro, y el marionetista rio.
- Tal vez es lo más inteligente que has decidido esta noche. Si aburres a los monstruos que te observan, se irán. Pero si tratas de hacer el el valiente... bueno. Espero que quede algo de ti para mañana, cuando vengan a buscarte sus padres -Gricel lo escuchó reír por lo bajo, con una malicia inusitada-. Niños, no me gustan las interrupciones, ya sea porque no me gusta repetir las cosas o porque odio que los niños desaparezcan en la oscuridad feaciente de la casa. ¿Tenéis que ir? No lo volveré a repetir... Entonces, empecemos. La primera historia tiene que ver con vampiros, pero para ello debemos remontarnos a la antigua Rumanía, mucho antes de que aquel lejano país deformase su nombre a Rumanía. Allí nació y creció un sangriento emperador... -sin dejar de hablar y sin alterar lo más mínimo el ritmo de sus palabras, se fue agachando hasta desaparecer del escenario hasta quitarse la máscara y colgarla de un gancho-. Era tan malo que inundó todas las calles de su nación de sangre, y debido a eso, la muerte se propagó. Su prometida, la mujer que amaba, no pudo soportar estar con un hombre tan malvado y se marchó. Dios lo castigó por su maldad, o eso cuentan las leyendas, impidiéndole morir...

El marionetista parecía elegir cuidadosamente sus palabras: Era una historia que rozaba el límite, si es que no lo pisaba y lo sobrepasaba, al contarle a cuatro niños de seis años una historia relacionada con la sangre y la muerte, pero Álvaro no intervino y por supuesto, Gricel tampoco iba a hacerlo. La mujer observó como el anciano mientras hablaba con voz potente para ser escuchado incluso desde esa posición, agarraba dos marionetas movidas por hilos y se levantaba, colocándose tras la cortina negra y dejando ambos brazos bien altos que, al estar recubiertos por dos mangas largas de color oscuro, permanecieron invisibles para los ojos de los niños. La luz que desprendía el escenario ejercía un contraste que no dejaba verles del todo bien lo que pasaba dentro.
- Gricel, por favor... Necesito que muevas el muñeco tú ahora.. -dijo en voz baja, muy baja.
- ¿Cómo..? Yo no...
- ¡Date prisa! -insistió con urgencia. 

Ella se fue a levantar, pero el anciano la detuvo interponiéndose con una pierna.
- Se me olvidaba... Agarrad la máscara que usé antes, y poneos una camisa negra u os verán el escote -dijo en voz baja antes de volver a su tono de tenor y seguir contando la historia-. El conde Dracula renegó de si mismo y fue a vivirse a unas cuevas, donde los murciélagos le picotearon durante años. Era tal el asco que se daba a sí mismo, que creyó que ese era su destino. Se lo había buscado por haber dejado que la mujer que amaba muriese... Pero con el paso del tiempo descubrió que ni el hambre ni las picaduras de murciélago podían matarlo... De hecho, nada podía... Pero ya llegaremos a esa parte.

Gricel había obedecido y se había disfrazado con una camisa de manga y cuello largos antes de ocultar su rostro tras la máscara que se había quitado el marionetista en su última aparición. Al levantarse, se dio cuenta al instante que tanto para los niños como para su marido, en aquel momento ella era la marionetista. Y lo que el público veía es que ella estaba tras el muñeco central, anclado al escenario, nada más. 
   El marionetista continuó hablando con su voz grave y potente, mientras, Gricel lo notó bajar de algún lugar en el que estaba subido, como unas escaleras o una silla. No tenía ningún sentido, pero así fue. Continuó explicándoles la historias a los niños, pero ella podía sentirlo tras de sí. 
- La sed y el hambre que el conde Drácula había desarrollado con los años encerrado en aquella cueva lo hicieron salir con una necesidad de sangre nunca antes vista. El sol le hacía daño, así que lo hizo por la noche... Y al llegar al pueblo más cercano, no lo reconoció. Su antigua villa era un tranquilo pueblo de una nación completamente distinta. Lo único que permanecía igual, era su mansión. ¡Y encima tuvo que soportar escuchar que había un falso conde en su propia casa! ¿Y sabéis que pasó? 

Al ser una pregunta abierta, los niños se atrevieron a presuponer teorías al respecto... Pero el marionetista no escuchó ni una de ellas, le susurró a Gricel tras la cortina:
- Inclínate más hacia adelante, como si estuvieses escuchándoles. Como si te interesasen lo que dijesen.

Gricel no pudo evitar que su pulso y su respiración se acelerasen. Tenía tras de ella un anciano que no era para nada inofensivo como había pensado antes, y lo peor de todo, es que en aquel momento ella estaba con las manos ocupadas... Y él estaba totalmente libre.
- ¿Sabe, mi señora, lo que haría el Drácula si la viese así de expuesta...? 
- Qué me haría -preguntó en voz baja.
- Los monstruos también existen para los adultos. ¿Sabe? Hay erotismo en el terror...

Sintió algo afilado, como una uña, acariciar su nalga derecha. Su pecho pegó un respingo y se estremeció. Era como un cuchillo, o como una uña muy larga.
- No me gusta mezclar miedo con sexo -finiquitó Gricel, incómoda pero expectante.
- ¿¡Ya os habéis decidido!? -preguntó el marionetista en voz alta-. No he escuchado nada que se acerque ni lo más mínimo. ¿Qué fue lo primer que hizo el conde Drácula?

Los niños empezaron a proponer teorías sobre como buscaba a los niños del pueblo, o sobre como dio caza a los adultos, o sobre si se marchó a una cueva... El anciano escuchó pacientemente tras de Gricel, una a una, todas las propuestas que iban surgiendo. Y con la misma paciencia que las escucho, las descartó, una a una. 
   Gricel miró los muñecos que colgaban de algún lugar y se le pasó por la cabeza que en vez de colgados, estaban ahorcados. Eso no la tranquilizó.
- ¿Tienes miedo? -preguntó con una voz diferente. Era misteriosa e inhumana, más parecida a la del payaso que a la que usaba para dirigirse a los niños
- No... -mintió.
- Es estúpido que no tengas miedo. El miedo es útil, nos mantiene vivos. ¿No crees? 
- ¿Debería tenerte miedo? 
- Sí... Un poco. Aunque por un motivo diferente al de esos niños.
Vaya... El marionetista se había puesto juguetón y no contento con asustar a los niños ahora quería darle la noche a ella también. Lo afilado rasgó su elástico justo por debajo de su panocha... Notó como la tela se desgarraba y habría un boquete liberando toda la presión que suportaban sus nalgas y su panchita tras tan ajustada prenda. Después de eso sintió... Libertad. La vagina expuesta a la oscuridad del interior de aquel escenario.
- ¡No, eso tampoco fue lo que pasó! -dijo de repente con su voz de tenor: Grave, potente y humana; antes de volver a sumirse en el silencio tras ella... Un peligroso silencio.

Mientras Matías exponía sentado a los pies de su padre porque Drácula había vuelto a las cuevas en lugar de continuar haciendo maldades, Gricel descubrió que el miedo y la excitación combinaba muy bien, al menos en su justa medida. Tener a un monstruo a sus espaldas y no hacerle frente le daba miedo, por supuesto, pero tener el coño expuesto a él y que pudiese hacerle cualquier cosa... Eso no sabía si debía excitarla o asustarla todavía más. Se sintió estúpida por no pegar un salto y correr hacia su marido. Tal vez eso sería lo más inteligente que podría hacer..

El objeto afilado misterioso, ya fuese un cuchillo, unas tijeras o unas uñas rozaron sus labios vaginales... No estaban excesivamente frías, por lo que no eran de metal. ¿Qué podía ser? ¿Un trozo de plástico o de madera?
- No, Matías. No volvió a las cuevas. Ni tampoco sació su sed ni su hambre con ninguno de los niños del pueblo... No. Se deslizó en las sombras hasta su castillo y accedió mediante pasadizos secretos...

Un par de dedos demasiado grandes para pertenecer a ese viejo penetraron sus labios vaginales muy lentamente hasta clavarse sus nudillos en ella. Gricel abrió la boca, pero procuró no gemir, después de todo, ella era a la que miraban. Los nudillos del marionetista retrocedieron hasta sacar sus dedos prácticamente por completo y volvieron a encajarse en su panocha, salpicando toda su humedad. Escuchó una risa maligna a sus espaldas, una que tan solo ella escuchó. Aquellos dos dedos, gruesos como salchicas, entraban y salían con extremada facilidad. Sus piernas le temblaron y tuvo que sostenerse disimuladamente sobre la mesa.
- Y entonces, lo primero que hizo Drácula fue ir a la habitación de la esposa del conde... Y le pegó un mordisco...

HAWK!!! En el comedor retumbó, solitario, el sonido del mordisco que el marionetista le dio al culo de Gricel, la cual se lamentó con un Ahhh... tan bajo que apenas fue escuchada. Pese a la sorpresa que le había dado, no fue doloroso, sino más bien impactante. Parecía tener una boca demasiado grande para la de un frágil anciano, y motivándose al ver que ella no reaccionaba, le mordió otra vez, y otra, y otra. 
- La mujer chilló... -narró el marionetista-. ¡Chillo con cada mordisco! -dijo antes de clavarle otro mordisco. Ese si que la hizo gritar.
- ¡Ayyyyy...! 
- Drácula solo quería desquitarse con la mujer. Porque si la suya había fallecido, aquel falso conde no podría tener algo que él no. Pero al morder a aquella mujer... Se percató del hambre que tenía... -dijo mientras sacaba sus dedos de su panochita. Gricel notó como algo se aproximada a su humedecido sexo y ella no podía hacer más que permanecer con el culo en pompa-. Por eso clavó sus dientes en su delicada piel. Unos dientes afilados que provocaban que la más blanca piel se tornase en carmesí.

Tenía miedo... Siendo una adulta realmente tenía miedo de que hubiese un monstruo encerrado con ella, y no un solo solo hombre. Sintió como algo la jalaba del pelo, recogido en una conveniente coleta. Sintió como una lengua lamía su culo... Sintió una mano apartando sus cachetes y una piel templada se clavaba entre sus muslos. Notó unos dientes extrañamente afilados oculto tras unos labios hambrientos. Sintió el miedo de ser mordida, aunque tal vez solo era su imaginación. Volvió a sentir como el viejo jalaba de su  pelo, agachado tras de ella. Sintió como una larga lengua penetraba sus labios carnales y bebía de ella. 
- ¡Ahh...! -Puso los ojos en blanco y gimió por lo bajo, paralizada por el miedo y el placer.

Lo que fuera que estaba comiéndole la conchita se apartó y siguió narrando.
- Sois demasiado jóvenes para saber de que maneras hizo sufrir a aquella mujer, por eso bastará con que sepáis que desde su torre, en el otro extremo de la mansión, el actual conde Drácula escuchó los... gritos de su mujer. Se vistió y corrió, rodeado de guardias hasta la alcoba de su esposa... Pero cuando llegó no encontró a nadie. Sobre la cama de su esposa había sangre y... nada más. Según los guardias que custodiaban la puerta nadie había entrado ni salido... Y con aquellos gritos ellos no se habían atrevido a entrar. No sin permiso. 
- ¿Y qué creéis que pasó con la esposa del falso conde? ¿Murió? ¿O seguía viva?
- ¡La transformó! -chilló Santi, con su intolerancia habitual. Aquello provocó otra discusión.
- ¿Qué crees que hizo...? -preguntó el marionetista poniéndose en pie tras ella. Se inclinó sobre su espalda y, a través de la cortina negra, le susurró:-. ¿Qué crees que pasó?
- ¿La transformó? -preguntó, y el marionetista le respondió en alto que no.
- ¿Por qué transformar a una humana en algo roto? -preguntó bajito con voz misteriosa, más parecida a la de un monstruo que al de una persona-. ¿Por qué no dejarla como humana y robarla para siempre? 



Gricel creyó entender que trataba de decirle, aunque al mismo tiempo no tuviese sentido. En aquel momento, su panocha estaba abierta de par en par y ella se encontraba paralizada. 
- ¿Se convirtió en la esclava del monstruo? 
- Me gusta como piensas... la esclava sexual del monstruo... ¿Te gusta pasar miedo? Sí... Eso podría funcionar. Ningún hombre puede ofrecer lo que puede ofrecerte un monstruo...
- ¿Quieres probarla? ¿La polla de un monstruo? Estás lista... Con esta humedad entrará, por grande que sea... 

Aquel juego de palabras, donde se insinuaba que tenía la verga de un monstruo, por ridículo que sonase la excitó. Tenía el suficiente miedo como para seguirle el juego... Y de nuevo, por ridículo que fuese, ella se lo estaba creyendo.
- Solo eres un viejo esmirriado... La tienes grande, pero como un monstruo... No tanto.

Con una voz de regocijo, el viejo marionetista tras de ella se rio, mientras preguntaba.
- ¿Alguna vez has estado con un monstruo? -le preguntó, muy cerca de su oído.

De refilón, a través de los reducidos agujeros que le dificultaban la visibilidad, pudo ver una mano blanca agarrando su muñeca sobre el escenario. Aquella mano blanca no era ningún guante, ni ningún disfraz... Abrió los ojos, asustada, mientras aquella mano invitó a su muñeca a acompañarla bajo el escenario.
   De nuevo, a través de la máscara, buscó ayuda en los ojos de su marido, mirándolo por primera vez desde que había salido al escenario pero descubrió que el muy cabrón estaba mirando el móvil, ignorando totalmente la función.
- ¿Alguna vez has tocado el manubrio de un monstruo? -preguntó de nuevo el marionetista, atrayendo su mano hacia su propio miembro.

Gricel no creía esas cosas, pero su miedo de que hubiese un monstruo tras de ella se transformó en la certeza en que aquel hombre era un monstruo y no solo por la mano. Su mano agarró una estaca de carne que era tan grande como lo que en la actuación anterior se había llevado a la boca. Tal vez fuera su imaginación, pero Gricel creyó no estar equivocada... El tamaño y el diámetro eran diferentes, más parecida a la de un caballo que a la de cualquier persona que pudiese existir. 
- ¿Te estoy dando miedo?
- Sí... -se sinceró, paralizada. Su nivel de miedo había llegado a un punto que temía girarse solo para comprobar que el monstruo era real.
- Mira esos niños... No tienen ni idea que de todos ellos, la que está más cerca del monstruo eres tú. Ya sabes, a todo el mundo le gustan los niños -dijo en todo satírico-. ¿Pero quién puede resistirse a una buena madre? Dime... ¿Crees que podrás con ella?

No solo era la voz horripilante, sino la manera en que se refería a ella. No hablaba como el viejo que se había sentado con ella en la mesa para cenar, o como el anciano con el que había estado encerrada rato atrás. 
- Ahora te vuelvo a preguntar, mientras los niños terminan de decidir que pasó con la condesa... ¿Qué le pasó a la mujer? Dime la versión para adultos... ¡Rápido!
- Yo... -dijo Gricel antes de interrumpirse... 

¿En qué estaba pensando? Era imposible que aquel viejo fuese un monstruo. Había vivido toda su vida creyendo que los fantasmas y aquellos seres sobrenaturales no existían. Simplemente aquel anciano era tan bueno dando miedo que había logrado hacerle pensar lo contrario. 
- Tú... ¿Qué?
- En realidad, no creo que seas un monstruo.
- Entonces pídeme que te ponga mi monstruosa verga dentro de ti y luego te volveré a preguntar. Pero debes invitarme dentro de ti... Rápido, los niños van a interrumpirnos. 
- ¿Quieres que te invite a follarme? ¿Delante de mi marido y los niños? 
- Eso es exactamente lo que quiero.

De nuevo, dos dedos parecieron querer influenciarla en su decisión. Dos dedos que frotaron sobre su clítoris y amenazaron con clavarse dentro dentro. También parecían tentados a entrar por otro agujero que se encontraba ligeramente más arriba. 
- Señor... -dijo Jorge, que se había levantado, separándose del resto de sus compañeros y acercándose peligrosamente al suelo del escenario-. ¿La encerró en una cueva?
- ¿Cómo dices, muchacho? - preguntó regresando a su voz de tenor. La intervención del infante pareció salvar a Gricel de tomar una elección por el momento, atrayendo toda la atención del marionetista.

Jorge miraba directamente a la máscara que llevaba puesta Gricel, esta aprovechó para mirar de nuevo a Álvaro pero este pocas veces apartaba su vista del móvil... Su mujer iba a ser follada frente a sus narices y el muy inútil ni se enteraba. Era evidente que algo no iba a bien... Y él ni siquiera se molestaba en desconfiar. 
- Que Drácula encerró a la mujer del falso conde en una torre, o en la cueva en la que vivió durante años. ¿No?
- Eso es... correcto. Muy bien muchacho -dijo con voz grave-. ¿Y por qué crees que lo hizo?
- Porque no quería compartirla con nadie. Era la mujer que nunca pudo tener...
- Esa no es una conclusión que suela hacer alguien de tu edad. ¡Debes estar muy orgulloso de ti mismo! -manifestó antes de pedirle que se sentase. El cumpleañero obedeció reuniéndose con el resto-. Pues sí, aquella noche frenó su sed y sus ansias de venganza. Porque Drácula no estaba en guerra contra las personas de ese pueblo, sino contra el mundo entero y contra dios -terminó de decir con su voz de tenor, y acto seguido, habló con voz baja y misteriosa, solo para Gricel-. No te he escuchado darme permiso...
- ¿Frente a los niños y a Álvaro? Ni soñarlo...
- Quiero tu permiso...
- ¿Por qué? Hazlo y ya está...
- Porque es más delicioso así... Que nadie diga que el monstruo te forzó a hacerlo. Pero recuerda... No hagas ruido.

Álvaro, el marido ausente que hasta el momento no había separado sus ojos del móvil, se levantó sin avisar a ninguno de los niños y se marchó, tal vez fue al despacho, o tal vez al baño. Lo que era que si se hubiese quedado y hubiese prestado atención, habría escuchado gemidos y suspiros provenientes del escenario
- Señor. ¿Señor? ¿Va a continuar la historia? -preguntó Matías a su propia madre sin saberlo.
- Sí... Aquí va la continuación. Drácula encontró la cueva más húmeda y caliente que encontró. Y se metió dentro.. -Gricel abrió la boca al sentir el enorme glande tantear sus labios vaginales y presionar para entrar. ¡Era imposible que eso entrase!-. Y la condesa le suplicó que la dejase marchar... Pero Drácula no podía renunciar a ella. Así que durante los días, para evitar la luz del sol, se quedaba en aquella cueva, y por la noche, salía a alimentarse de niños como vosotros. ¿Y por qué de niños? Porque el miedo que desprendéis es más puro. Y sois más pequeños... Y más vulnerables. Tal vez os preguntéis que relación tiene esa historia con nosotros, y la respuesta es... Que no hay relación alguna. Es solo una historia, después de todo...


Se escucharon varios pedos vaginales, y cuanto más la metía, más mojado se escuchaba la fricción de aquella monstruosa estaca abriéndose paso dentro de ella. Gricel apoyó su rostro contra el muñeco que permanecía inerte sobre el escenario, mientras esa dureza se habría paso entre ella. Los gemidos se le atoraron en la garganta, sin poder acallarlos del todo. Era lo suficientemente larga para golpear con facilidad su cuello uterino, amenazando con pasar dentro, si es que eso era posible. Nunca, ni de cerca, había sentido algo empalándola de esa manera. Era algo sobrenatural, completamente monstruoso...
- Ahora os contaré una historia sobre unos niños montados en un carruaje, escapando de unos monstruos que no necesitaban caballos para perseguirlos. La noche era oscura, la luna decoraba un cielo azulado y negro. No había luz a su alrededor, solo el camino iluminado por la luna frente a ellos. Les perseguían las sombras por haber sido malos y....

Gricel no tardó en acostumbrarse al tamaño, y aunque el dolor era mínimo, el placer fue en aumento. Ya fuese por el morbo de estar haciendo aquello delante de los niños, por estar haciéndolo con un viejo, con un monstruo o con lo que demonios fuese, lo único que sabía es que la que le estaba dando los asentones era ella. Sus nalgas retumbaban contra el cuerpo del marionetista. Habiendo algo tan duro y tan colosal dentro de ella, creía que iba a morir. Era imposible que aquello no le causase daños internos pero, incluso si era así, se sentía demasiado bien como para parar en aquel momento. 
Chop, chop, chop, chop, chop... En algún lugar del escenario resonaba un chapoteo lejano, aunque Álvaro parecía no oírlo desde donde fuera que estuviesen. Seguro que los niños se preguntaron por qué el marionetista parecía estar haciendo sentadillas o se movía tanto, y sobre todo, por qué había tantos silencios en sus explicaciones. No es que fuesen excesivamente largos, pero eran misteriosos, muy misteriosos. Lo cierto es que las interrupciones se habían terminado. En aquel momento la que se movía únicamente era Gricel, y el marionetista, el cual permanecía quieto disfrutando de los movimientos absorbentes de la mujer, prosiguió contando una historia totalmente nueva sobre el carromato y los dos niños.
- ¿Escucháis eso? Es el ruido de los cascos de los caballos desmenuzando la tierra. Y como los monstruos que los perseguían iban cada vez más rápido, los niños azotaron a su montura para que esta fuese más rápido.

Se escuchó el ruido de un azote, y luego de otro, y de otro. PLAS, PLAS, PLAS.... Y la montura aceleró el ritmo. 
CHOPCHOPCHOPCHOPCHOPCHOP... Gricel escuchaba todo, pero de nuevo no oía nada. Solo podía disfrutar aquella enorme pija. Tenía claro que aquel ser no podía ser humano... Aquella cosa dentro de ella no podía ser de un hombre. Parecía más de un caballo, o algo similar. 

Los cuatro niños la miraban, llenos de curiosidad, ya fuesen porque querían saber como continuaba la historia o porque sospechaban que sucedía algo raro ahí. Pero Gricel solo podía continuar aplastando sus nalgotas contra el cuerpo del marionetista, el cual parecía más grande y corpulento que aquel escuchimizado anciano que había visto varias veces. Como si quisiese comprobar sus sospechas, buscó lapidar el frágil cuerpo el anciano y fue como si golpease una dura y resistente pared. Apenas logró hacerlo retroceder un poco y, encima, se clavaba tan hondo que creía desmayarse. 


PLAS   PLAS    PLAS    PLAS   PLAS   PLAS El marionetista ni se inmutó con los golpes que le arreaba Gricel con su culo, continuó narrando su historia. 
- Las sombras persiguieron al carromato, y tenían tanta prisa porque si aparecía la luz del sol quedarían debilitadas. Aunque es cierto que los monstruos no pueden morir a la luz del sol, su verdadero poder se encuentra en la oscuridad. Y cuanto más creáis en ellos, más fuerte se hacen. 
- ¿Y qué les pasó a los niños? -preguntó Santi.
- Oh, mi querido Santi... -El marionetista invisible se distrajo, y en vez de hablar con la voz de tenor habló con la voz de payaso. Al niño se le transformó la cara-. ¿Qué crees que les pasó? Por supuesto, ningún caballo corre más rápido que los monstruos en plena noche... Los monstruos atraparon a los niños y se los comieron. 
- ¿No se salvaron? -preguntó horrorizado Martín, aún escuchando el PLASPLASPLAS de los caballos de fondo... A ratos corrían, a ratos trotataban.. Pero el marionetista no detenía su historia.
- Claro que no. -La voz había regresado a la del tenor: voz grave y potente, de hombre-.  ¿Y cual es la moraleja de estos cuentos? 

Los niños no respondieron así que lo hizo el marionetista, de nuevo... con voz terrorífica y de payaso.
- Los monstruos siempre terminan ganando.

Las luces se apagaron con teatralidad, haciendo que los niños se abrazasen unos a otros. Mientras tanto, en la oscuridad, el chapoteo se acentuó. Los niños alcanzaron a escuchar un gemido de mujer, sabían que alguien estaba sufriendo.
- ¿No es tu madre? -preguntó Santi.
- Sí... Es tu madre -confirmó Jorge.
- Hmmmm... hmm hmm hmmm.... -Los cuatro chicos, sumidos en la oscuridad, escuchaban aquellos lamentos ni muy cerca ni muy lejos.

El ruido de los caballos fue sustituido por el de botas aplastando charcos de agua... Y en la oscuridad el CHOP CHOP CHOP CHOP se escuchó hasta que el berrido de la mujer los sobresaltó, como si pretendiese suplicarle que huyesen ellos y salvasen la vida. 
- Calla... Calla... Vas a asustar a los niños -dijo la voz del payaso... Ni muy cerca, ni muy lejos. El chapoteo era constante, pero los gemidos de la mujer desaparecieron-.Van a pensar que soy malo... -se escuchó decir en las sombras. Pero mira tú y yo que bien nos lo pasamos... ¿No crees? Sí... Así... Abre la boca... 



CHOP... CHOP... PLAS PLAS PLAS PLAS.......... PLAS.
- No me lo puedo creer... -se escuchó decir a lo lejos a Gricel-. Ah... -se le escuchó gemir de alivio-. Dios mío... 

El payaso, con una vela, volvió a aparecer entre las cortinas del escenario. Los miraba serio, no sonreía. Los niños lo miraron asustados, sabiendo que si se abalanzaba sobre ellos no podrían huir, pero no lo hizo.
- Vuestro amigo... el marionetista... está muerto. Y ahora que estáis solos... Desprotegidos... Sería un delicioso placer traeros aquí... a mi casa. Pero ¿Sabéis qué? Mejor que voy a quedar con la madre de Matías... 
- ¿Dónde está? -preguntó Matías...
- Aquí... conmigo. ¿Quieres venir, Matias?
- No... -dijo, llorando. 
- Esta bien si vienes... Estaremos juntos, los tres. 
- No...  Deja ir a mi madre.
- No puedo hacer eso... Ahora tu madre es mía. ¿Sabes qué? Te contaré una historia, y luego irás a buscar a tu padre. ¿Sí? Escúchala bien. Escuchadla bien... Esta no es como las historias del marionetista. Esta no es una historia sobre otros monstruos. Es una historia sobre mí mismo. ¿Sí?



- Un simpático payaso que adoraba comer niños paseaba por el campo. Y un día se encontró a un simpático titiritero. ¡Y vaya titiritero! Tenía una gran mochila donde cabía un gran escenario. Y no solo era un buen titiritero, sino el mejor que el simpático payaso había visto jamás. Así que el payaso siguió al tirititero. Y en su camino, que pasaba por muchos hogares, muchos niños reían con su divertidas y simpáticas historias. El simpático payaso lo envidiaba. Porque el quería a los niños y a las niñas, pero todos huían de él. Así que sin separarse del simpático tirititero, vigilaba las historias que contaba, y cuando los niños caían rendidos por el sueño después de tanta diversión, el payaso se los comía, porque el payaso era simpático, pero se alimentaba de los niños. Un día acusaron al simpático tirititero de la desaparición de muchos niños porque, casa a la que iba, casa de la que desaparecían los niños. Y encarcelaron al simpático tirititero triste calabozo... Y estaba muy triste... Y luego estuvo muy asustado, porque en aquella triste celda de aquel triste calabozo había un terrorífico payaso... Y ya no hubo más tirititero. Al menos, no durante un tiempo. Muy lejos de allí, empezó a pasear un nuevo tirititero. Era tan simpático como el otro, más aún. Las puertas de los hogares se abrían para él, y muchos niños y niñas se sentaban frente a él a escuchar sus historias. ¿Y sabes qué? Las madres también se acercaban a escuchar. Y entonces el titiritero descubrió que había algo mejor que los niños para comer, y eran las madres. Las madres tan hambrientas, tanto como el payaso. Las madres pueden tener miedo, tanto como un niño. Pero si enfrentas el hambre al miedo que sienten... bueno. Matias. Solo diré que pueden ser muy glotonas. Tal vez no lo entiendas, Matías. Pero este simpático payaso te ha explicado lo que le ha pasado a tu madre -sentenció, echándose a reír, al principio simpáticamente, luego de una manera maliciosa y luego maligna. El fuego de la vela se apagó y todo se tornó en oscuridad.
- ¡Papa! -gritó Matías, estampándose contra la pared por las prisas, buscando encender la luz del comedor, luego del pasillo hasta entrar apresuradamente en el despacho de su padre.

Cuando Álvaro acudió al llamado de su hijo, se encontró al anciano y a su mujer sentados en el sofá. Hablando calmadamente mientras el recogía su material pero, por ninguna parte, se vio ninguna careta de payaso. El anciano les sonrió amablemente.
- ¿Os han gustado mis historias? Algunas dan miedo... Pero.. 
- ¿Miedo? ¿Y ese payaso asesino?
- ¿Payaso? ¿Qué payaso? En mis historias no he hablado de ningún payaso.

Ninguno de los cuatro infantes pareció percatarse del silencio y la incomodidad de Gricel, aunque esta parecía sana y salva. 
- Mama. ¿Dónde estabas? -exigió saber Matias-. Creíamos que te había secuestrado el payaso.
- No digas tonterías -bufó su madre, acariciándose el cuello-. Me escondí en la habitación, solo eso...
- Pero.. Pero... 
- Pero nada... -rugió Álvaro, enfadado-. ¡Los payasos asesinos no existen! ¿Usted ha contado alguna historia sobre payasos?
- Nada que tenga que ver con payasos, lo juro -prometió con solemnidad, claramente conmocionado por el terror que mostraban los niños. 
- Se acabó la discusión. Es muy tarde, tendríamos que haber cortado con esta tontería desde hace mucho... Todos, a lavaros la boca ¡Ya!

Los cuatro niños, intimidados por el tono imperativo del padre, siguieron el dedo índice de Álvaro que señalaba hacia el pasillo. Los cinco se marcharon, dejando solo al anciano y a Gricel en el sofá. Esta última lanzó una mirada cautelar hacia el escenario, que permanecía montado y apartado en un lugar de la casa. Ambos permanecieron callados hasta que Gricel preguntó...
- Sobre el pago...
- No es necesario que hablemos de ello ahora -replicó el anciano con voz amable-. Si lo desea, mi señora... Mañana...
- No, quiero pagarle ahora y que se vaya.

El anciano quedó en silencio y alzó la vista.
- ¿Y con qué me va a pagar, señora? ¿Con su hijo o...? -por un segundo, su amable mirada se ensombreció y bajo su barba se formó una maquiavélica sonrisa. 
- Deje la broma ya...
- Discúlpeme. ¿Puedo quedarme a dormir en el sofá, al menos? 

La razón por la que Gricel quería que aquel hombre se marchase era la siguiente: No estaba segura de si él era el monstruo o si el monstruo estaba oculto limitado entre las paredes del escenario. Tenía miedo de mirar demasiado a la caravana y descubrir un payaso mirándola desde el interior. Fuera como fuera, no estaba seguro de como contárselo a Álvaro sin que la tomase por loca. Lo que era seguro para ella es que allí había un monstruo... y no quería dinero ni nada más. Se quedaría con su hijo, con uno de los niños... o con ella, pero temía que, si se lo decía a Álvaro, la cosa se les fuese de las manos. No... Ese no era el único motivo. Había un motivo más humano... más sucio... más femenino...





El pago por un servicio


La casa permanecía en el más absoluto de los silencios, pero estaba inquieta. Habían pasado menos de doce horas desde que habría podido afirmar con certeza que los monstruos no existían y, en aquel momento, estaba completamente segura de que uno aguardaba su presencia en el comedor.




 La puerta del cuarto estaba entreabierta, y aunque se sentía cobarde por ello, Gricel había insistido en cerrarla totalmente. No había podido conciliar el sueño, habían pasado dos horas desde que Álvaro se había quedado dormido y ella no podía siquiera cerrar los ojos, teniendo la sensación de que un payaso observaba a través de la puerta, como si quisiese recordarle que seguía ahí. Tenía miedo, mucho miedo... Pero también tenía curiosidad. Era inexplicable. ¿Cómo una parte de ella quería saber lo que sucedería si abría esa puerta y entraba en aquel escenario portatil? ¿Cómo podía ser racional y entendible que una persona se entregase a un monstruo? Tal vez, solo se podía explicar si en el fondo pensaba que de algún modo, saldría indemne de aquella situación.

El corazón le latía muy fuerte, su cuerpo le pedía hacer ser sucia e impulsiva. Su mente no podía dejar de pensar en aquello. Miró a su marido y lo escuchó roncar antes de levantarse y revisar su vestimenta. No era adecuada, por lo que revisó en un cajón y se cambió por algo más explosivo. 



Por supuesto, debajo no llevaba nada. Aquel envoltorio era un mero trámite, un pago por los servicios prestados. Se iba a convertir un sacrificio para que ese monstruo lo degustase. Era ella o su hijo, y no iba a permitir que lo tocase. Tal vez, si le daba lo que quería, les dejase en paz a los tres...

Salió a la puerta del pasillo y cerró la puerta de su habitación con sigilo. Tuvo la sensación de que el pasillo se alargaba, como si sintiese claustrofobia. Avanzó por él, pero antes se detuvo en la habitación de su hijo, abrió la puerta, encendió la luz y se aseguró sin prisa que estuviesen los cuatro niños, que no hubiese ningún elemento extraño en el cuarto y cerró la puerta. Entonces avanzó hacia el salón, paso a paso observando que no estaba completamente oscuras, sino que había varias velas encendidas y que alumbraban mínimamente una parte del comedor.

El anciano no estaba por ninguna parte, solo el escenario destacaba en el comedor... 
- Acércate... -dijo la voz del payaso, suavemente. Tras de ella, la puerta del pasillo se fue cerrando lentamente, pero Gricel no se percató-. ¿A qué has venido?
- Tenía sed y he venido a por agua.. -Gricel alzó una ceja.
- Si tienes sed y has venido a por agua, puedes seguir tu camino. Si vienes a pagar el precio...
- Cual es el precio.
- Sabes que era un precio flexible, nada que no pudieses pagar. Pero eso abarca muchas cosas... -hubo una risita traviesa, riéndose de su propio comentario-. ¿No crees?
- ¿Y qué hacemos? -preguntó Gricel, sintiendo el corazón amenazar con pararse en su pecho.
- Que hacemos no -la corrigió-. La decisión es tuya... ¿Vas a ir a por agua y volverás a la cama?

No obtuvo respuesta. Gricel miraba al fondo negro, no veía al payaso ni a ningún enmascarado. Si lo hubiese visto, tal vez, hubiese aceptado la propuesta y se hubiese volteado a ir por agua.
- ¿Qué harás? -preguntó el payaso.
- ¿Qué pasará si entro? 
- Muchas cosas. Pueden pasarte muchas cosas... Solo te diré que tengo hambre. Mucha hambre.
- ¿Y si voy a por agua y vuelvo a la cama he de creerme que no me lo impedirás? Si estás tan hambriento...
- Si haces eso, me comeré a los cuatro niños.  Pero si entras aquí... Solo te comeré a ti.

Gricel permaneció en silencio, creyendo con certeza que cuando hablaba de comer se refería a un aspecto más sexual, aunque no dudaba que fuese brutal, como ya le había demostrado en el final de su última actuación. 
- ¿Qué entiendes por comer? 
- ¿Qué hace un lobo con una oveja? ¿Un león con un ciervo? 

Gricel sintió como sus muslos se escurrían. Por supuesto no quería morir, pero aquella conversación la estaba haciendo humedecerse. ¿Era acaso por el deseo que sentía que le causaba? Estaba segura de que era eso. 
- Y qué pasaría si digo que me entrego a ti...
- Ya eres mía. Solo tienes que reconocerlo.
- Muéstrate. Quiero verte la cara. Tu verdadera cara...
- No, no vendrás conmigo si te lo digo...
- Enséñame tu cara...
- No. Entra.
- Te prometo que si me la enseñas, accederé -dijo sabiendo que se iba a arrepentir.
- ¿Seguro? Será una noche muy larga... Como la de la mujer que fue robada por el conde Drácula.
- ¿Esa es mi condena? ¿Ser tu esclava sexual? Da la cara... y seré tu esclava sexual. 
- ¿Seguro? 
- Podrás hacerme lo que quieras... -dijo, estremeciéndose al oír sus propias palabras.

Sabía que esa era la peor decisión que podía tomar en su vida, y se asustó tanto que quiso gritar cuando el payaso apareció de la nada, pero de sus labios no surgió sonido alguno.


Con unos ojos amarillos como la maldad misma, los cuales brillaban sin la necesidad de ninguna luz. La cara blanca resaltando sus facciones malignas y el rojo carmesí de las cortinas que adornaban el escenario pintando sus labios.
- ¿Crees que sois el titiritero disfrazado de payaso? -preguntó de repente.
- Guardo mis dudas.
- Entonces no me sirve... Quiero que entres aquí sabiendo lo que soy de verdad, por tu propia voluntad.
- Sé que eres un monstruo... Y que me vas a...
- ¿Qué te voy a hacer? Solo hay una palabra que me podría complacer. No es específica... Es general. Entra aquí abrazándola.
- Todo... Me vas a hacer de todo.
- ¿Qué significa todo? No toleraré que entres engañada.
- Todo lo que se te antoje...

El payaso sonrió y apartó una cortina del interior, dejó su palma de la mano, blanca como la nieve, levantada ofreciéndosela para ayudarla a entrar. Gricel pensó en todas las cagadas que había cometido a lo largo de su vida, y se obligó a prometerse que estaba totalmente lúcida. Aquello no era un sueño ni estaba bajo ningún tipo de hechizo.

Por su propia voluntad le tendió la mano y esta jaló de ella, con un apetito que no estaba muy por debajo de lo que Gricel se esperaba. Quedó sumida en la oscuridad, en el abrazo de aquel monstruo.








***





Una maligna percusión


El interior de la vivienda no había conocido un solo minuto de silencio en todo el día: Desde la llegada de los niños por la celebración de cumpleaños hasta el momento en que se durmieron los cuatro infantes en el cuarto de Matías. Al principio habían sido los gritos, las carreras y los berridos provocados por los pequeños, suavizándose el escándalo tras la llegada de un viejo marionetista; aquellos gritos se habían visto reemplazados por la calmada y penetrante voz del anciano. A ratos, en medio de un falso silencio, una risa de un payaso y unas palabras escalofriantes habían mantenido a los niños en vilo, con sus corazones latiendo veloces en sus diminutos pechos y haciéndoles experimentar el verdadero terror.

La realidad era que, después de tanto ruido, podía impactar tanto silencio. A pesar de que los cuatro niños y el adulto habían podido dormirse y mantener aquel sueño embriagador, para Gricel había sido imposible conciliarlo… Con aquella puerta entre abierta, con la sensación de que una silueta maligna la vigilaba, antojado de ella, a través desde el oscuro pasillo. Esa insoportable incertidumbre había sido la que en parte la había hecho levantarse de la cama y adentrarse en las sombras que inundaban el pasillo.
 
Álvaro continuaba durmiendo rodeado de un falso silencio, sin reparar en la ausencia de Gricel en el otro lado de la cama, y sin percatarse, tampoco, de un sonido repetitivo y lejano similar a un aplauso. Desde las habitaciones se oía lejano y habría sido fácil para cualquiera de ellos comprender que provenía del pasillo y, tras curiosear un poco, del comedor. Pero parecía que los cuatro niños y Álvaro estaban sumidos en un sueño artificial, del que no podían despertar por ellos mismos.

Clap… Clap… Clap… Clap… Clap… Aquel sonido, pausado y repetitivo, retumbaba sutilmente y sin tregua por las paredes del pasillo, pronunciándose al llegar al comedor. Aquel aplauso se había instalado en aquel oscuro salón para quedarse, acentuándose en una esquina del mismo. Aquel aplauso acompañaba el oscilante movimiento de todo ella estructura parecida a un escenario en miniatura, que temblaba al ritmo de aquel ruido.

                             
Clap… Clap… Clap… Clap... Clap… Las cortinas se balanceaban, y las paredes que componían aquel esqueleto de madera amenazaban con golpear la pared de la casa, sin llegar a hacerlo. Era un ruido que parecía interminable, que al no acelerar ni disminuir no llevaba a ninguna parte. Un sonido que no se detendría ni acabaría a menos que alguien lo interrumpiese.

Aquella sala se encontraba a oscuras. Pobremente iluminada por la luz nocturna que se asomaba por las persianas pero ,si había algo más oscuro que la oscuridad que rodeaba la televisión, el sofá o la mesa; eran las sombras que se acumulaban en el interior de aquel escenario portátil. No había nadie en aquel salón, pero a través de las cortinas rojas que brindaban intimidad al interior, logró escapar un único y solitario gemido de mujer.

El gemido no interrumpió el aplauso. Había sido un gemido tímido, sin que se pudiese identificar si era promovido por el placer o por el cansancio; lo que era seguro es que aquel gemido femenino había nacido en aquel interior, y murió allí dentro mientras los constantes golpes del interior se mantuvieron… sin detenerse.





Las distintas formas del mal


Gricel solo podía sentir placer y miedo, en ese orden. Gricel no podía ver, estaba presa entre  las sombras que se acumulaban en el interior de aquella caja de pandora. Gricel solo podía escuchar aquel eufórico pero pausado Clap… Clap… Clap… que provocaba el monstruo al clávarsela. Sentía duros sus pezones, sus aureolas se estremecían al tacto y su panochita, empapada. Las dos piernas que se arrodillaban frente a su mojada conchita, se tensaban con cada embestida, y una vergota dura, larga y gruesa, le golpeaba el cérvix a un ritmo pegadizo que la contagiaba y la mantenía hipnotizada al son que marcaba el aquel ente.



Clap… Clap… Clap… Gricel se encontraba boca arriba abierta de piernas recibiendo todo aquel deseo y aquella frustración sexual que la dejaban sin aliento. Desde que aquel monstruo la había jaloneado hacia adentro, la cogió sin descanso en aquella posición. No le había dado tiempo a aburrirse, había perdido la noción del tiempo, pudiendo haber pasado minutos o horas. Lo odiaba y le fascinaba, la aterraba y la mantenía expectante ante cada nuevo choque entre sus entrepiernas.

Gricel no podía entender por qué no se cansaba de aquello, porque no le aburrían aquellas embestidas sosegadas y repetitivas. Le sorprendía que su rosado y humedecido interior no se resintiese por la fricción sin fin. Antes de entrar, había pensado ingenuamente que  quel monstruo hablarían, que habría pausas o  de que podría obtener respuestas a algunas de las muchas preguntas que rondaban en su cabeza. Pero por poder, no podía ni gemir. La mano de aquella cosa taponaba a conciencia sus labios, y hacía bien, porque si Gricel hubiese tenido los labios desocupados, los habría usado para chillar con cada nueva embestida. 
                                      
Los gemidos de perra que quería soltar eran silenciados, reducidos por mudos ronroneos atorados en su garganta. Pero lo peor de todo es que no podía acabar. La mujer, que había entrado en aquella caja por su propia voluntad, no quería marcharse, sino venirse. Con los ojos en blanco, temblando con nuevo golpe, desesperantemente lento y apasionado, solo podía desear explotar. La verga que se clavaba con cada embestida tenía un tamaño excesivo, pero no podía sentirlo como algo negativo. No cuando se sentía tan grande y apretaba todos los puntos erógenos dentro de ella. El miedo a ser mordida por sus afilados dientes era menor comparado con su deseo a poder explotar… Pero aquella cosa no aceleraba. Se mantenía en ese ritmo tedioso, sin permitirle venirse. Como si aquel ritmo y aquella lentitud fuesen lo más placentero y no pensase renunciar a ello. Parecía disfrutar cada embestida, restregándola en sus profundidades carnales antes de volver a agarrar carrerilla y embestir de nuevo.

Clap Clap Clap… Se mantuvo expectante: cada, embestida, la, tenia, apunto. Iba a volverse loca. Sin darse cuenta, sin pretenderlo, sus labios se abrieron más de la cuenta y su lengua jugó con unos dedos que sabían a muñeco viejo, pero no le importo. No era un sabor desagradable, y al monstruo pareció encenderle, porque encima suyo escuchó unos suspiros con su respiración de payaso de satisfacción. No podía verle; no solo no podía sino que sospechaba que ya no debía tener la apariencia de un payaso. Solo podía sospecharlo, pero lo sentía más grande, más violento y el ruido que producía al respirar era mucho más... animal. Incluso así, sabiendo que era lo suficientemente grande como para morder su cabeza entera, se le ocurrió que podía podía provocarle, probablemente conseguir enfadarlo para que la destrozase a duros coletazos. Como si hasta ese momento no hubiese sentido sus caderas, empezó a bailar con ellas. Intentó hablar, pero el payaso aseguró con su mano su sucia boca con una consumada insistencia. Quería decirle que daba pena, que no podía hacerla acabar, que solo sabía moverse de esa manera…


La verga y la cintura de aquel ser monstruoso quedaron inmóviles durante unos instantes, como si disfrutase el baile que la mujer hacía para él y entonces… PLAAS… Gricel notó como más de veinticinco centímetros de carne se incrustaban en ella, todavía más profundo. Placer puro apuñalando lo más profundo de su panochita. Tembló todita toda de placer, confundida y sin entender lo que acababa de pasar. Aquel cuadrúpedo tomó carrerilla, como si quisiese dar un gran salto y volvió a empujar con fuerza sus caderas con otro gran PLAAS que retumbó en el interior de aquel escenario portátil. Su captor volvió a retroceder, hasta casi sacarla por completo y, de nuevo, volvió a atravesarla. El ritmo de la salida y entrada de aquella enorme pija era aún más lento que la anterior follada. Más pausada y más desesperante, pero más deliciosa.
— Mhazz… -consiguió hacerse oír a través de la mano, que no le permitía vocalizar. La criatura la ignoró, repitiendo una y otra vez aquellas embestidas que no le bastaban para hacerla llegar a nada-. Dhestroame… -logró verbalizar en vano, pese a que no obtuvo respuesta. Siguió empalándola con lentos y poderosos PLAAAS… PLAAAS… PLAAASSS

De repente, Gricel se percató de que tenía manos. En medio de la oscuridad había perdido muchas cosas, o tal vez se sentía demasiado bien que no podía procesar hacer otras cosas, pero, fuera como fuera, alzó ambas manos y buscó la cara del monstruo. Sus dedos palparon una boca abierta, unos dientes afilados como sierras y una lengua que jugó repugnantemente con ellos. Un monstruo, una bestia… Usó ambas manos como palanca y lo apartó de sí, logrando que la mano que tapaba su boca le permitiese un hueco a atreves el cual hablar y entonces dijo lo que llevaba tiempo queriendo preguntar:
— ¿Eso es todo? -repuso, provocativa, logrando que detuviese las embestidas. Le espetó esa provocación temiendo las consecuencias… Inquieta porque fuesen a provocar su muerte o algo peor-. Creía que ibas a destrozarme… -supuso aparentando más valentía de la que realmente sentía.

Escuchó una risa… Pero no era de payaso. Era una risita grotesca y horripilante de algo más terrorífico que un payaso.
— ¿Qué tenemos aquí? -preguntó despacio con incredulidad. Con aquella característica voz aguda suya, aún con su enorme verga llenando su vientre-. Una masoca. Una madre hambrienta de… placer. No te gustará… -avisó hablando con lentitud-… mi manera de destrozarte.
— Hablas mucho… -le temblaba la voz del terror que sentía. ¿O era de la excitación?
— Hasta ahora solo te he dado placer… Me estoy conteniendo -musitó con regocijo-. ¿Seguro que quieres que te haga experimentar el dolor?
— Solo quiero que me folles duro…
— Como quieras... -gruñó complacido.

Amasó las dos enormes zarpas alrededor de su cabeza y apoyó su peso sobre ella. Gricel notó la presión del cuadrúpedo recostándose sobre ella mientras se inflaba y endurecía más, si es que eso era posible, dentro de ella. Tuvo el pensamiento fugaz de que aquella cosa realmente quería hacerle daño, no solo disfrutar a su costa. Pero aquello fue un pensamiento fugaz, pues las embestidas se reanudaron en su interior, ligeramente más rápidas y más agresivas. Como si de un sexto sentido se tratase, Gricel experimento una especie de presentimiento ubicado entre las pelotas de aquella cosa… Aquellas enormes bolas que aporreaban su culo y parecían estar a punto de explotar… Aquella intensidad solo podía significar que la iba a usar para acabar. Eso la encendió mucho más, si es que era posible, incluso si dolía, incluso si le retorcía las tripas con cada clavada. Tan profundo, que con cada choque sentía que su cerebro se reiniciaba, babeando y gimiendo.
— ¡Ahhhhhh! -chilló desinhibida por primera vez-. ¡¡Ahhggahhh!! -sollozó la segunda vez, estando segura que su marido y sus hijos la escucharían. Habría preferido que una zarpa del monstruo tapase su boca, pero entonces llegó la tercera embestida-. ¡¡Agghhmmm…!!


No hubo palabras, solo la certeza de que aquella cogida se volvió áspera e inestable, con un glande grande como una manzana golpeando lo más profundo de su feminidad. Sin embargo, la velocidad siguió sin ser la suficiente, Gricel recibió todos aquellos vergazos sin poder acabar, disfrutándolos todos y preguntándose que pasaría cuando esa cosa disparase su leche tan profundo. Sintió su panocha babear del placer, mientras el monstruo daba los últimos coletazos de placer amenazando con acabar dentro… justo antes de empezar a disparar a discreción, llenándola como nunca antes se había sentido. Quedó exhausta, y aunque no hubiese acabado, satisfecha. Podría haberse quedado dormida en ese mismo momento, incluso sabiendo que el monstruo estaba a un mordisco de ella. 


Resonó una risotada que debió escucharse desde las habitaciones, pero si sus gritos no habían despertado a nadie, dudaba aquella risa tampoco lo lograse. La risa del monstruo desapareció y volvió a reconocer la del payaso que empezó a retroceder, extrayendo de su interior aquella gruesa verga, centímetro a centímetro, y solo se escuchaba el pringoso sonido de su vagina vaciándose. De repente la agarró del pelo con unos dedos extremadamente largos, pero fuertes y, como si fuese una marioneta, tiró de su cabello la forzó a retorcerse para evitar el dolor, arrodillarse y caer sobre su pecho manteniendo el culo en alto.
— Voy a reconocer que he deseado esto desde el principio -le escuchó decir Gricel. Aún la agarraba del pelo, como si este fuese una correa. Notó un peso muerto y ferro desplomarse entre sus nalgas, estaba mojado con lo que ella atribuyó como su propia humedad-. Vas a arrepentirte por esto. Yo lo disfrutaré…
— No puedes hacerme daño… -dijo riendo ella, pero la risa no era feliz, sino temblorosa y aterrorizada. Como aquella que se ríe en una situación de vida o muerte por no saber como reaccionar.
— ¿Por qué no? -le preguntó al oído.

Quiso responder, pero no le salieron las palabras. Notó algo afilado, muy fino, recorrerle la espalda. Ese algo podría pincharle o atravesarla, y ese pensamiento hizo su piel erizarse.
— ¿Sigues guardando la esperanza de que solo sea un marionetista? -Aquella voz de payaso se transformó completamente, del agudo y simpático timbre hasta un monstruoso y rocambolesco gruñido. Pensó que tan solo había vuelto a convertirse en el payaso para decirle aquello, y al volver a transformarse, Gricel creyó que regresó a su anterior forma solo que aquella vez no se apoyaba sobre sus cuatro patas.

De pronto… se hizo el silencio. Gricel aguardó, notando la erección sobre sus nalgas volverse ligeramente más pesada, como si hubiese aumentado en tamaño. Esperó, con la esperanza que la criatura tras él dijese algo, pero parecían pensar lo mismo: A veces el verdadero terror es lo que no se conoce.  

Notó dos zarpas aprisionando sus brazos que, por el peso, cedieron y quedaron apretujados alrededor de sus pechos sobre el montón de ropa que hacía las veces de alfombra. La monstruosa pija, pese a su peso y tamaño, parecía tener vida propia. No necesitó guía alguna para tantear su lubricado sexo, como un visitante que pica por cortesía a una puerta. Pero aquel glande besó sus labios vaginales, que todavía votaban la leche que los llenaba y enterró su cabezota entre ellos, luego metió su prepucio y cuando por el tamaño Gricel pensó que su panochita se iba a desgarrar, el monstruo la clavó hasta el fondo mientras un dolor punzante se instalaba entre su cuello y su hombro izquierdo. Gricel no supo identificar que la mordía, si un payaso, un perro o una mezcla de ambos, pero pese al dolor... Se sentía tan rico que como una tonta masoca sacudió las caderas, incitándole a darle más fuerte.




La mujer de Álvaro no fue consciente, pero liberó un gemido extremadamente erótico que resonó por todo el salón. La criatura, motivada por aquella reacción, apretó aún más sus mandíbulas atravesando su piel y su músculo. La mujer no esperaba ser mordida, incluso si ya se le había pasado por la cabeza al ver y sentir aquellos dientes pero ahí, rodeada por la inmutable oscuridad, solo podía sentir aquel dolor punzante en su hombro. Había un cosquilleo… Y sentía como la bestia apretaba con deseo, mordisqueando.

ChopChopChopChopChop… Aquel sonido lo hacía aquella vergota monstruosa al entrar y salir de ella, encharcada.
— Ay, Ay, Ay, Ay, Ay… -gemía ella con cada rebote, sin saber si era por el dolor en el cuello o el placer ahí abajo.

¿Cómo podía ser que su conchita no se desgarrase? ¿Cómo podía excitarse mientras sentía aquellos dientes desgarrar la carne de su cuello? Aquella bestia parecía excitarse cuanto más daño le hacía. ¿O era cuanto más miedo le daba?. Y cuanto más apretaba, más rápido se la cogía. ¿Cómo podía ser que aquello le gustase? Con los ojos en blanco Gricel se dejó penetrar y morder ¿Cómo podía no estarse desangrando si aquel mordisco la hacía sentirse húmeda con su sangre caliente brotando de su piel? ¿Por qué no se defendía? ¿Por qué mantenía el culo en alto y sus nalgas resonaban a los embites del monstruo?

Las dos enormes zarpas del monstruo aplastaban sus brazos, y sentía sus dos pechos apretujados contra la ropa que formaban el piso del escenario. Pero el peso del monstruo empezaban a agotarla y sus piernas amenazaron con ceder. Se sintió débil y pese a tener el orgasmo cerca, por loco que pudiese sonar disfrutar una situación así, su cuerpo se derrumbó de lado. Los dientes de aquel ente liberaron la presión y su cuerpo se apartó de ella. Gricel quedó estirada boca arriba y sin dudarlo dos veces se llevó los dedos al punto medio entre el cuello y el hombro… Agujeros. Finos y alargados agujeros de los que sentía brotar un líquido caliente. Realmente le había mordido. No es que le sorprendiese mucho, pues ya había imaginado que podría pasarle algo similar. Había sido una ingenua al pensar que aquel monstruo podía ser bueno con ella pero, tras ese mordisco, todas las alarmas se dispararon dentro de ella. Ahora entendía que ese monstruo, si quería, poderle hacerle lo que quisiese… Y lo disfrutaría.

Dos zarpas la forzaron a abrirse de piernas de nuevo sin que Gricel opusiese resistencia, la pesada erección cayó sobre su pubis, salpicando… Hubo un movimiento de retroceso y el glande volvió a abrirse paso hasta penetrarla casi por completo, mientras dos zarpas aplastaban su cara contra la ropa del piso, tal como había hecho antes… Una sola de esas zarpas era lo suficientemente grande como para agarrar su cabeza y apretar, pero eran dos y sintió como la bestia apoyaba parte de su peso para mantenerla sometida. Gricel podía sentir sus ganas de morderla otra vez... Morderla en las tetas, en el cuello.  Podía sentir su deseo y lo mucho que se contenía.


CHAAAP…….. CHAAAP……. CHAAAP……. Volvió a reventarla con profundas y lentas embestidas, una a una.
— Cabrón… -alcanzó a decir. Irónicamente no estaba molesta por haber sido mordida, ni siquiera por el dolor. Lo dijo por el ritmo y la velocidad.

No obtuvo respuesta, sin embargo las embestidas si cambiaron: Mismo ritmo, más violentas. CLOOOP…… CLOOOOP……. CLOOOOP……..
—Hmm………Hmm………….Hmmmmm……

Gricel esperó que el monstruo dijese algo, pero no lo hizo. ¿Qué podía decirle? ¿Debía serle sincera y decirle que quería venirse? ¿Debía confesarle que con aquel ritmo no podía hacer nada?
— Dame duro… -dijo finalmente, sin necesitar que su monólogo interior se alargase mucho-. Más rápido…
                                            
No hubo respuesta, solo un aumento de la violencia… Más duro, más profundo.
CLOOP……CLOOP…CLOOP…De algún modo, como hembra, supo que el monstruo, iba acabar dentro de ella. Entonces se planteó si podría quedar embarazada de aquel bicho. Llegó a pensar en si, en lugar de semen, le dispararía una especie de ácido sulfúrico o algún químico que fuese corrosivo. Pese a ello, tragó saliva y buscó provocarlo de la única manera que se le ocurrió.
— No aguanto más -dijo con fastidio, mintiendo-. Hazlo otra vez… Acábame dentro… -al no obtener respuesta, añadió-. Muérdeme, destrózame… Pero acaba ya…



Notó el regocijo y la satisfacción de aquella cosa, si es que eso era posible. Como bestia que era, sintió como abalanzó de nuevo sus dientes sobre su cuello y como volvía a desgarrar su piel. El monstruo gruñó, saboreando su piel, su miedo y su aspiración. Como si su cuello fuese una pajita y pudiese sorber su calenturientas sensaciones de su interior, como si no hubiese placer mayor que comerla y morderla… Sí, si que había otro. Morderle mientras golpeaba y embestía aquellos vergazos para preñarla. Golpe a golpe haciéndola chillar más que de placer, pero al mismo tiempo la idea de que se corriese dentro de ella le pudo, iba a correrse también. Su única preocupación era si lo haría a tiempo.
                                      
PLAAAAAAS……… PLAAAAAAS……….PLAAAAAAAAS….
— AHHH…………… OHHHHH………….. JODER……………… No me muerdas… tan duro -gimió, sollozante. Pero los dientes apretaron aún más, clavándose en el hueso y entonces notó como un líquido agradablemente caliente la llenaba-. Ay… -Gricel suspiró de alivio al tiempo que el mordisco dejaba de apretar-. Ay… Hmmm… -gimió mientras la verga dentro de ella se detenía, como si solo pudiese centrarse  en disparar dentro de ella.

El semen de aquel monstruo era… sabroso. Era el equivalente a su sabor favorito, pero experimentado en el vientre. Como si el alimento favorito del rincón más profundo de su sucia concha fuese la lechita de aquel ser, Gricel se concentró en mover su culo de arriba abajo, como si pretendiese exprimirle más y más… Sus labios vaginales temblaban alrededor de aquel enorme trozo de carne, buscando su propio orgasmo. Era una polla tan grande que la desgarraba, pero de placer. Gricel no podía aspirar a nada mejor que correrse mientras todo aquel semen se acumulaba en su vientre. Meneó su panochita alrededor de esa vergota con más ganas, más deprisa… Estaba apunto de venirse. Ignoró el dolor del vientre por sentirse tan llena.
— Ahhh…. -gimió distraída al sentir que el monstruo la clavaba más profundo para deshacerse de las últimas gotas dentro de ella, mientras como mujer se sentía a punto de estornudar con la boca de abajo… Le faltaba poco, no podía pensar ni aspirar a nada más.

Cuando se vino, empezó como algo pequeño y decepcionante. Un pequeño cosquilleo de placer que fue aumentando hasta acalambrar sus dos piernas y hacer que se derritiese. Creyó mearse de placer, o tal vez lo hizo realmente. Disfrutó ese sabor tan sucio y adictivo en su vientre, así como el cosquilleo electrizante en su clítoris y en sus labios vaginales, deseando que aquello fuese lo último que pudiese experimentar.
— Gricel -escuchó la voz del payaso, alegre y eufórica, sin poder ver de dónde procedía. Intentó permanecer despierta, pero no pudo. Se le cerraban los ojos-. ¿Me oyes? Ya lo sabías… No voy a parar…
— No… -se escuchó decir, atontada.

Y entonces se quedó dormida.





La pesadilla de Matías


Cualquiera que haya sufrido somnambulismo junto a una pesadilla intensa podrá empatizar con Matías, el hijo de Gricel y Álvaro. Estaba lo suficientemente adormecido como para que el mero hecho de estar despierto, le hiciese creer que se encontraba en un sueño. Abrió los ojos con pesadez, ubicándose en su habitación rodeado de sus tres amigos y compañeros de la escuela, también localizó la única lampara de dibujos que proyectaba luces doradas a las paredes y el techo de la habitación. No había necesitado insistir a sus amigos para que permaneciese encendida, no después de haber conocido aquel payaso en el salón de su casa. La promesa de mantenerse despiertos y montar guardias no duró mucho cuando, uno a uno, fueron quedándose dormidos, incluido el propio Matías.

Ya despierto, la luz le proveía de cierta tranquilidad que ya de por sí no era mucha, pues la afirmación del viejo marionetista tenía todo el sentido del mundo y es que… ¿Por qué la luz iba a dañar a los monstruos? Y si uno de ellos te daba caza, no sería la luz lo que lo ahuyentase. Fuera como fuere, Matías estaba despierto, y sus tres amigos dormidos a lo largo de toda la cama. Le habían despertado unos ruidos de lo más extraños… Unos golpes que procedían del pasillo. Unos llanos parecidos a los que lanzaba su madre cuando se quemaba o se hacía daño. Pero eso no había sido todo. También había escuchado susurros, voces en su habitación. Matías fingió estar con los ojos cerrados, vigilando a través de ellos. No le gustaba estar rodeado de oscuridad, y aquella lámpara infantil con cierta ironía ayudaba a que hubiese más sombras que luces acumuladas en estanterías y otras superficies. Creía, con toda seguridad, que de cualquiera de ellas podría asomarse el payaso… Pero ese payaso estaba metido en aquel escenario. ¿Cómo iba a llegar allí sin abrir la puerta…?  A menos que ya estuviese dentro.
                                                                    
Matías abrió mucho los ojos, sintiendo un terrorífico escalofrío, enmudecido con un nudo en la garganta, cuando apreció la puerta abrirse con un irritante reproche metálico del picaporte. Una ojo maligno, que reconoció enseguida al del payaso, observó con astucia desde el pasillo, manteniendo la puerta casi cerrada y vigilándole desde la rendija. Bajo ese ojo se apreció una sonrisa llena de zorrería, antes de que rompiese el silencio saludándole con simpatía y calidez:
— Hola, Matías… -murmuró vergonzoso en voz baja, como si hablar más alto fuese a ahuyentarlo o a despertar a sus padres.
— Hola… -dijo con voz queda.
— ¿Vas a venir a jugar con tu mama y conmigo al salón? -preguntó con voz extrañamente cómica.
— ¿Mama está contigo?
— Sí… Nos lo estamos pasando muy bien en el salón. Ven… Ven al salón, Matías -Las ultimas palabras sonaban más a una orden.
— ¿Yo solo?
— Puedes traerte a tus amigos. Despiértalos y venid al salón.
— No -contestó, aterrado. Pese a que el corazón le latía con fuerza, seguía soñando. No podía escapar de esa pesadilla.
— ¿Qué hace mi madre contigo allí? -preguntó el niño con una repentina lucidez.
— Le estoy dando un espectáculo, Matías. Como el que os dio por la noche aquel viejo bromista. Solo que ahora se lo doy yo…
— Quiero que vuelva el marionetista.
— El viejo cuentacuentos ya no está, Matías. Ahora solo estamos tú, yo… y mama -La última palabra la dijo impregnándola con tono aterrador.
— Mama es adulta, no puedes…
— ¿Qué tiene que sea adulta? ¿Y si te digo, aquí y ahora, Matías, que no vas a volver a verla?

Matías ya tenía ganas de llorar, pero se le acentuaron al oír aquello.
— Deja a mama tranquila, por favor.
— Que tierno -se burló el payaso, impregnando sus palabras en tono afectuoso-. Has dicho por favor… -El payaso rio, luego añadió-. Claro, Matías. Ven a salvar a tu mama. Convéncela para que se quede en casa… Pero recuerda. Si elige quedarse conmigo, me la llevaré y no la volverás a ver.
— ¿A dónde? ¿A dónde te la llevarás?
— Me la llevaré a mi hogar. Donde están las otras mamas -A Matías no le gustó como sonaba aquello.
— ¿Me vas a hacer daño si salgo?
— No me tientes, pequeño -dijo con una voz extrañamente siniestra, que pareció salir de lo más profundo de sus entrañas. Al continuar hablando tras un instante de silencio, como si hubiese necesitado tragar saliva, volvió a hablar como un payaso amable y delicado-. No te voy a hacer daño… Ven al salón, habla con tu mama… Y consigue que te acompañe de vuelta.
— Iré a la habitación de papa y te echaremos de casa -Matías trato de aparentar valor, pero solo sintió una inseguridad que el payaso no tardó en reforzar.
— Papa y la habitación… La vieja confiable. -volvió a reírse-. Escúchame, Matías… -La puerta entreabierta se abrió de par en par, y el payaso con cara amable ya no estaba. Su cara exhibía un rostro cruel y diabólico, diciendo:-. ¿Y qué te hace pensar que cuando abras la puerta no estaré yo dentro esperándote?

Un escalofrío nació en las piernas de Matías y escaló hacia tu espalda.
— Perdona, me he emocionado. Eres un niño, después de todo. Estás lejos de ser un hombre -sentenció con voz suave y juguetona. Tenía un timbre saltarín-. Hagamos una cosa, voy a darte a elegir para que no tengas que pensar tanto, aunque para eso debes saber un par de cosas, o no sería justo. Si tanto miedo me tienes, en cuanto cierre la puerta tápate con la sábana, y cuenta ovejitas. Luego solo tendrás que fingir que no escuchas a tu madre… Pero ya te aviso, si eliges eso… No habrá final feliz. Tu madre sufrirá mucho… Y no la volverás a ver. La segunda opción es la buena, para elegirla tienes que ser valiente. En cuanto cierre la puerta te levantarás, cruzarás el pasillo y, por mucho miedo que sientas, irás a por tu madre y te la llevarás de allí. Ese es el final feliz… Pero para eso tienen que pasar dos cosas. Tienes que ser valiente… Y tienes que convencerla. Tu eliges… Matías -Su nombre, al final, lo mentó de nuevo con aquella voz siniestra, como si pretendiese asustarlo.

No tuvo que pensarse nada, iba a ir a rescatar a su madre. Pero antes intentó despertar a sus tres amigos… No podía ir solo, pese a que por mucho que los meneó, no logró sacar del abrazo de Morfeo a ninguno de ellos.




Interpretación bajo coacción



Gricel despertó desnuda, con los brazos en alto. Pestañeó muchas veces, desorientada. Dos manos, fuertes como garfios, mantenían apretujadas sus muñecas. Tardó en comprender que se encontraba dentro del escenario portátil con las cortinas recogidas y que nada de lo que había sucedido había sido un sueño. Al llevarse los dedos al cuello volvió a palpar las heridas, las cuales parecían estar cicatrizadas, pero estaban ahí. Al llevarse los dedos a su vagina, sintió una humedad cremosa y caliente descolgándose de su interior.
— ¿No he sido bueno? -preguntó el payaso detrás suyo-. Te he dejado echar una cabezada -se rio de su propio chiste.  

Ambos estaban de pie, como si fuesen dos marionetas presentándose a un público, solo que frente al escenario no había nadie.

Gricel se sentía exhausta y todo el cuerpo le pesaba o le dolía. El payaso, sin soltar sus muñecas, las cuales se encontraban en todo lo alto, le soltó un azote que le hizo provocar un respingo.
— Vamos a recibir visita dentro de poco, y voy a hacer de ti mi marioneta.
— ¿Qué?
— Sí -contestó con una diligencia que no le pegaba en absoluto-. Una actuación nocturna muy especial. Puedes decir lo que te plazca, siempre y cuando no hagas ninguna locura. Deja que me explique por si no ha quedado claro: Si te sales del guión… Me comeré al niño.
— ¿Qué niño? -Gricel hizo la pregunta, incluso si ya sospechaba que se refería a propio hijo. Ni le apenó pensar que entregaría gustosa a los otros tres para salvaguardar la seguridad de Matías-. ¿Por qué haces esto?
— Es divertido… -contestó aburrido, encogiéndose de hombros, como si la pregunta fuese totalmente entendible-. Ahora, vamos a repasar el guion… Si yo hago esto… -propuso moviéndose tras ella. Gricel gimió al notar tres dedos largos clavándose sin ningún tipo de aviso dentro de la rajita vertical de su panochita. Le sorprendió como su sexo asimiló aquellos dedos después de todo lo que había pasado.
— Ummm… -sollozó sin poder reprimir el sonido.
— Mal, muy mal… Eso hará sospechar al niño. Tu hijo no es tonto, y no querrás que me lo coma… Ganas no me faltan.
— Cómeme a mí… y déjalo en paz.
— Pero si a ti ya te como. ¿No lo recuerdas…? Y es delicioso.
— Entonces no metas a Matías en esto.
— Tarde… Ya debe estar cruzando el pasillo hasta aquí. Si representas tu papel y la función nos sale redonda, cuando terminemos Matías volverá a estar durmiendo en su habitación, pero si te sales del guión…
— ¿Qué guion? ¿Qué es lo que tengo que decir?
— Hueles a miedo… Miedo por tu hijo. Miedo por lo que te haré delante de tu hijo. Se me hace la boca agua… Vamos a crear algo de ambientación para recibir a tu carajito. Piensa que es un asustado pequeño atolondrado… Y le vamos a contar una historia de terror. La teatralidad es necesaria… O eso diría el viejo cuentacuentos. Ahora… gime -ordeno. Y el payaso la azotó, haciéndole gimiese de sorpresa, y su sollozo retumbó por la casa, provocando que Matías se apresurase y ingresase en el salón corriendo, impactado por las luces doradas del escenario que se encendieron de repente.



¡Pasen y vean! El increible payaso y su ayudante, Gricel.



Matías era un niño de 6 años que salió a un pasillo oscuro y desde el cual se alcanzaban a oír unas voces que provenían del salón. Eran murmullos, susurros. Cuchicheaban tan bajo que no alcanzaba a entender lo que decían. Para Matías, aquella era la primera pesadilla de la que no podía despertarse. Avanzó titubeante y tembloroso por el pasillo, obligándose a ignorar la habitación de sus padres, queriendo regresar a las seguridad de su cuarto.

A medida que se acercaba al salón, observaba con cautela la puerta entreabierta de la que no salía ninguna luz, y al oír a su madre chillar, corrió hacia el oscuro salón cegándose al llegar con las luces del escenario. Eran unas luces más potentes de lo que recordaba, y las cortinas estaban echadas ocultando el interior. A Matías se le ocurrió que si se atrevía a acercarse y a correr a un lado las cortinas carmesís, el payaso que debía haber escondido detrás saltaría y se lo llevaría. O lo agarraría y tiraría de él hacia adentro. Fue por eso, lo más seguro, por lo que no se acercó un paso más.

Pero eso no fue lo que sucedió. Sin necesidad de acercarse, las cortinas se abrieron a un ritmo lento y con una suavidad sospechosa hasta quedar perfectamente apartadas del centro del escenario. El payaso, de cara blanca y una sonrisa que enseñaba unos dientes perfectamente normales se encontraba de pie dentro del escenario, con ambos codos apoyados sobre la madera del mismo. Lo observó en silencio con una falsa mirada amable que Matías no se creyó, pero lo más importante es que el hijo de Gricel se encontraba embotado, como si estuviese borracho de sueño… Después de todo, aquello era una pesadilla. Y él no estaba despierto.
— Me hace un payaso muy feliz que hayas venido, Matías -dijo con su característica voz aguda y saltarina.
— D… D… -No le salían las palabras-. ¿Dónde está mi madre? -preguntó.
— Aquí dentro… ¿Quieres verla?


Matías se mantuvo de pie, como un idiota. Alcanzó a ver al payaso corregir el arco de su espalda y enderezarse para luego mirar hacia abajo. Sus labios se movieron como si hablase, pero no abandonaron la sonrisa que los acompañaba. Matías oyó el susurró, pero no escuchó lo que dijo.
— ¿Quieres entrar? Tu mama, tú y yo… juntos para siempre.

Lo más lógico fue que negase con la cabeza, entonces empezó a escuchar algo que no había oído antes. Un ruido empalagoso y de succión. Lo reconoció al instante: Lo había oído mil veces cuando veía a alguien lamer un helado. ¿Pero por qué su madre iba a comer helado en aquel momento?

Solo pudo ignorar aquel sonido, y permanecer ahí de pie, esperando cualquier oportunidad para sacarla de allí.




Una maligna percusión

El interior de la vivienda no había conocido un solo minuto de silencio en todo el día: Desde la llegada de los niños a la celebración de cumpleaños hasta el momento en que se durmieron en el cuarto de Matías. Al principio habían sido los gritos, las carreras y los berridos provocados por los infantes, pero tras la llegada del viejo marionetista, aquellos gritos se habían visto reemplazados por la calmada y penetrante voz del viejo marionetista. A ratos, en medio de un falso silencio, una risa de un payaso y unas palabras escalofriantes habían mantenido a los niños en vilo, con el corazón latiendo rápido en sus pechos y haciéndoles experimentar verdadero terror.

La verdad es que, después de tanto ruido, era impactante tanto silencio. A pesar de que los cinco niños y el adulto habían podido dormirse y mantener aquel sueño embriagador, para Gricel había sido imposible conciliar el sueño… Con aquella puerta entre abierta, con la sensación de que un payaso de cara blanca la vigilaba a través de ella, y de que aquel silencio, expectante, la mataba.

En ese momento, Álvaro continuaba durmiendo rodeado de un falso silencio, sin reparar en el hueco a su lado donde debería estar su mujer acurrucada, y sin reparar, tampoco, en un sonido repetitivo y lejano con una naturaleza similar a la percusión musical. Era un ruido que se resistía al silencio, con una cadencia similar a la de un lento y solemne aplauso. Desde las habitaciones se oía lejano y habría sido fácil para cualquiera de ellos identificar que provenía del pasillo y, tras curiosear un poco, del comedor. Pero parecía que los cuatro niños y Álvaro estaban sumidos en un sueño artificial, del que no podían despertar por ellos mismos.

Clap Clap Clap Clap, Clap… Aquel sonido retumbaba por las paredes del pasillo, pronunciándose al llegar al comedor. Aquel aplauso se había instalado en aquel oscuro salón para quedarse, acentuándose en una esquina del mismo. Aquel aplauso acompañaba el oscilante movimiento de todo el escenario, que temblaba al ritmo de aquel ruido. Las cortinas se balanceaban, y las paredes de su estructura amenazaban con golpear la pared de la casa, sin llegar a hacerlo. Era un ruido que parecía interminable, que no llegaba a ningún sitio. Un ruido que no se detendría ni acabaría a menos que alguien lo interrumpiese.

Aquella sala se encontraba inundado en la ausencia de luz, pero si había algo más oscuro que la oscuridad que rodeaba la televisión, el sofá o la mesa eran las sombras que se acumulaban en el interior de aquel escenario portátil. No había nadie en aquel salón, pero a través de las cortinas rojas que brindaban intimidad al interior, logró escapar el gemido de una mujer.

El gemido no interrumpió el aplauso. Había sido un gemido tímido, sin que se pudiese identificar si era promovido por el placer o por el cansancio, pero lo que era seguro es que aquel gemido femenino había nacido en aquel interior, y murió allí dentro mientras los constantes golpes del interior se mantuvieron… sin detenerse.


Las distintas formas del mal

Gricel solo podía sentir placer y miedo, en ese orden. Gricel no podía ver, estaba enterrada en  las sombras que se acumulaban en el interior de aquella caja de pandora. Gricel solo podía escuchar aquel eufórico Clap Clap Clap que provocaba el payaso al cogerse su conchita. Sentía duros sus pezones, sus aureolas se estremecían al tacto y su panochita, empapada. Las dos piernas que se arrodillaban frente a su mojada conchita, se tensaban con cada embestida, y una vergota dura, larga y gruesa, se clavaba a un ritmo pegadizo que la contagiaba y la mantenía hipnotizada al son que marcaba el payaso.



Clap Clap Clap… Gricel se encontraba boca arriba abierta de piernas recibiendo todo aquel deseo y aquella frustración sexual que la dejaban sin aliento. Desde que el payaso la había jaloneado hacia adentro, la había estado cogiendo en aquella posición sin variarla. No le había dado tiempo a aburrirse, había perdido la noción del tiempo. Lo odiaba y le fascinaba, la aterraba y la mantenía expectante ante cada nuevo choque entre sus entrepiernas. Antes de entrar, había pensado ingenuamente que hablarían, que habría pausas o algunas de las muchas preguntas que rondaban en su cabeza serían contestadas por el payaso. Pero por poder, no podía ni gemir. La mano del payaso taponaba a conciencia sus labios, y hacía bien, porque si Gricel hubiese tenido los labios desocupados, los habría usado para gemir con cada nueva embestida.

Los gemidos de perra que quería soltar eran silenciados por silentes ronroneos, pero lo peor de todo es que no podía correrse. La mujer, que había entrado en esa caja por su propia voluntad, no quería marcharse, sino venirse. Con los ojos en blanco, temblando con cada golpe, lento y apasionado, solo podía desear explotar. La verga que se clavaba con cada embestida tenían un tamaño excesivo, pero no podía sentirlo como algo negativo. No cuando se sentía tan grande y apretaba todos los puntos erógenos dentro de ella. El miedo a ser mordida por sus afilados dientes era residual comparado con su deseo a poder acabar… Pero el payaso no aceleraba. Se mantenía en ese lento, tedioso y permanente ritmo, sin permitirle acabar como una perra.



Clap Clap Clap… Se mantuvo expectante, cada, embestida, la, tenia, apunto, de, acabar. Iba a volverse loca. Sin darse cuenta, sin pretenderlo, sus labios se abrieron más de la cuenta y su lengua jugó con unos dedos que sabían a muñeco viejo, pero no le importo. No era un sabor desagradable, y al payaso pareció gustarle, porque encima suyo escuchó unos suspiros de satisfacción. Gricel quería provocarle, enfadarlo para que la destrozase a duros coletazos. Como si hasta ese momento no hubiese sentido sus caderas, empezó a bailar con ellas. Intentó hablar, pero el payaso tapaba su boca sin consumada insistencia. Quería decirle que daba pena, que no podía hacerla acabar, que solo sabía moverse de esa manera; pero pareció bastar con mover las caderas.

La verga y la cintura del payaso quedaron inmóviles durante unos instantes, como si disfrutase el baile que la mujer hacía para él y entonces… PLAAS… Gricel notó como más de veinticinco centímetros de carne se incrustaban en ella. Placer puro apuñalando lo más profundo de su panochita. Tembló todita toda de placer, confundida y sin entender lo que acababa de pasar. El payaso tomó carrerilla, como si quisiese dar un gran salto y volvió a empujar con fuerza sus caderas con otro gran PLAAS que retumbó en el interior de aquel escenario portátil. El payaso volvió a retroceder, hasta casi sacarla por completo y, de nuevo, volvió a atravesarla. El ritmo de la salida y entrada de aquella enorme pija era aún más lento que la anterior follada. Más pausada y más desesperante, pero más deliciosa.
— Mhazz… -consiguió hacerse oír a través de la mano, que no le permitía vocalizar. Pero el payaso la ignoró, repitiendo una y otra vez aquellas embestidas que no le bastaban para hacerla llegar a nada-. Dhestroame… -logró verbalizar en vano, pues el payaso no respondió. Siguió empalándola con lentos y poderosos PLAAAS… PLAAAS… PLAAASSS

De repente, Gricel se percató de que tenía manos. En medio de la oscuridad había perdido muchas cosas, o tal vez se sentía demasiado bien que no podía procesar hacer otras cosas, pero, fuera como fuera, alzó ambas manos y buscó la cara del payaso. Sus dedos palparon una boca abierta, unos dientes afilados como sierras y una lengua que jugó repugnantemente con ellos. Un monstruo, una bestia… Usó ambas manos como palanca y lo apartó de sí, logrando que la mano que tapaba su boca se alejase y entonces dijo lo que llevaba tiempo callándose.
— ¿Eso es todo? -repuso, provocativa, logrando que el payaso detuviese las embestidas. Dijo estas palabras temiendo las consecuencias… Temió que fuesen a provocar su muerte o algo peor-. Creía que ibas a destrozarme… -supuso aparentando más valentía de la que realmente sentía.

Escuchó una risa de payaso… estremecedoramente cerca.
— ¿Qué tenemos aquí? -preguntó despacio con incredulidad. Con aquella característica voz aguda suya, aún con su enorme verga llenando su vientre-. Una mujer masoca. Una madre hambrienta de… placer. No te gustará… -avisó hablando con lentitud-… mi manera de destrozarte.
— Hablas mucho… -le temblaba la voz del terror que sentía.
— Hasta ahora solo te he dado placer… Pero me estoy conteniendo -musitó con regocijo-. ¿Seguro que quieres que te haga experimentar el dolor?
— Solo quiero que me folles duro…

Hubo una risotada que debió escucharse desde las habitaciones. El payaso empezó a retroceder, extrayendo de su interior aquella gruesa verga, centímetro a centímetro, y solo se escuchaba el pringoso sonido de su vagina vaciándose. De repente la agarró del pelo con unos dedos extremadamente largos, pero fuertes y, como si fuese una marioneta, tiró de su cabello la forzó a retorcerse para evitar el dolor, arrodillarse y caer sobre su pecho manteniendo el culo en alto.
— Voy a reconocer que he deseado esto desde el principio -le escuchó decir Gricel. Aún la agarraba del pelo, como si este fuese una correa. Notó un peso muerto y ferro desplomarse entre sus nalgas, estaba mojado con lo que ella atribuyó como su propia humedad-. Vas a arrepentirte por esto.
— No puedes hacerme daño… -dijo riendo ella, pero la risa no era feliz, sino temblorosa y aterrorizada. Como aquella que se ríe en una situación de vida o muerte.
— ¿Por qué no?

Quiso responder, pero no le salieron las palabras. Notó algo afilado, muy fino, recorrerle la espalda. Ese algo podría pincharle o atravesarla, y ese pensamiento hizo su piel erizarse.
— ¿Sigues guardando la esperanza de que solo sea un marionetista? -Aquella voz de payaso se transformó completamente, del agudo y simpático timbre hasta un monstruoso y rocambolesco gruñido. Hizo una pausa y… se hizo el silencio.

Gricel aguardó, notando la erección sobre sus nalgas volverse ligeramente más pesada, como si hubiese aumentado en tamaño. Esperó, esperando que la criatura tras él dijese algo, pero parecían pensar lo mismo: A veces el verdadero terror es el silencio…

Notó dos zarpas aprisionando sus brazos que, por el peso, cedieron y quedaron apretujados alrededor de sus pechos sobre el montón de ropa que hacía las veces de alfombra. La monstruosa pija, pese a su peso y tamaño, parecía tener vida propia. No necesitó guía alguna para tantear su lubricado sexo, como un visitante que pica por cortesía a una puerta. Pero aquel glande besó sus labios vaginales y enterró su cabezota entre ellos, luego metió su cuello y cuando por el tamaño Gricel pensó que su panochita se iba a desgarrar, el monstruo la clavó hasta el fondo mientras un dolor punzante se instalaba entre su cuello y su hombro izquierdo.

La mujer de Álvaro no fue consciente, pero liberó un gemido extremadamente erótico que resonó por toda la casa. La criatura, motivada por aquella reacción, apretó más sus dientes atravesando su piel y su músculo. La mujer no esperaba ser mordida, incluso si ya se le había pasado por la cabeza al ver y sentir aquellos dientes pero ahí, rodeada por la inmutable oscuridad, solo podía sentir unos afilados dientes clavándose en su hombro con deseo y apretar, apretar y apretar…

ChopChopChopChopChop… Aquel sonido lo hacía aquella vergota monstruosa al entrar y salir de ella, encharcada.
— Ay, Ay, Ay, Ay, Ay… -gemía ella, sin saber si era por el dolor en el cuello o el placer ahí abajo.

¿Cómo podía ser que su conchita no se desgarrase? ¿Cómo podía excitarse mientras sentía aquellos dientes desgarrar la carne de su cuello? Aquella bestia parecía excitarse cuanto más apretaba sus mandíbulas en torno a su piel. Y cuanto más apretaba, más rápido se la cogía. ¿Cómo podía ser que aquello le gustase? ¿Cómo podía no estarse desangrando si aquel mordisco la hacía sentirse húmeda con su sangre caliente brotando de su piel? ¿Por qué no se defendía? ¿Por qué mantenía el culo en alto y se dejaba penetrar?

Las dos enormes zarpas del monstruo aplastaban sus brazos, y sentía sus dos pechos apretujados contra la ropa que formaban el piso del escenario. Pero el peso del monstruo empezaban a agotarla y sus piernas amenazaron con ceder. Se sintió débil y pese a tener el orgasmo cerca, por loco que pudiese sonar disfrutar una situación así, su cuerpo se derrumbó de lado. Los dientes de aquel ente liberaron la presión y su cuerpo se apartó de ella. Gricel quedó estirada boca arriba y sin dudarlo dos veces se llevó los dedos al eje de unión entre el cuello y el hombro… Agujeros, finos y alargados agujeros de los que brotaba un líquido caliente. Realmente le había mordido. No es que le sorprendiese mucho, pues ya había imaginado que podría pasarle algo similar. Había sido una ingenua al pensar que aquel monstruo podía ser bueno con él.

Dos zarpas la forzaron a abrirse de piernas de nuevo sin que Gricel opusiese resistencia, la pesada erección cayó sobre su pubis, salpicando… Hubo un movimiento de retroceso y el glande volvió a abrirse paso hasta penetrarla casi por completo, mientras dos zarpas aplastaban su cara contra la ropa del piso… Una sola de esas zarpas era lo suficientemente grande como para agarrar su cabeza y apretar, pero eran dos y sintió como la bestia apoyaba parte de su peso para mantenerla sometida y entonces…

CHAAAP…….. CHAAAP……. CHAAAP……. Volvió a reventarla con profundas y lentas embestidas, una a una.
— Cabrón… -alcanzó a decir. Irónicamente no estaba molesta por haber sido mordida, ni siquiera por el dolor. Lo dijo por el ritmo y la velocidad.

No obtuvo respuesta, sin embargo las embestidas si cambiaron: Mismo ritmo, más violentas. CLOOOP…… CLOOOOP……. CLOOOOP……..
—Hmm………Hmm………….Hmmmmm……

Gricel esperó que el monstruo dijese algo, pero no lo hizo. ¿Qué podía decirle? ¿Debía serle sincera y decirle que quería venirse? ¿Debía confesarle que con aquel ritmo no podía hacer nada?
— Dame duro… -dijo finalmente, sin necesitar que su monólogo interior se alargase mucho-. Más rápido…

No hubo respuesta, solo un aumento de la violencia… Más duro, más profundo.
CLOOP……CLOOP…CLOOP…De algún modo, como hembra, supo que el monstruo, iba acabar dentro de ella. Entonces se planteó si podría quedar embarazada de aquel bicho. Llegó a pensar en si, en lugar de semen, le dispararía una especie de ácido sulfúrico o algún químico que fuese corrosivo. Pese a ello, tragó saliva y buscó provocarlo de la única manera que se le ocurrió.
— No aguanto más -dijo con fastidio, mintiendo-. Acábame dentro… -al no obtener respuesta, añadió-. Muérdeme, destrózame… Pero acaba ya…

Notó el regocijo y la satisfacción de aquella cosa, si es que eso era posible. Como bestia que era, sintió como abalanzó de nuevo sus dientes sobre su cuello y como volvía a desgarrar su piel. El monstruo gruñó, saboreando su piel, como si no hubiese placer mayor que comerla y morderla… Sí, si que había otro. Morderle mientras golpeaba y embestía aquellos vergazos para preñarla. Golpe a golpe haciéndola gritar de dolor más que de placer, pero al mismo tiempo la idea de que se corriese dentro de ella le pudo, iba a correrse también. Su única preocupación era si lo haría a tiempo.

PLAAAAAAS……… PLAAAAAAS……….PLAAAAAAAAS….
— AHHH…………… OHHHHH………….. JODER……………… No me muerdas… tan duro -gimió, sollozante. Pero los dientes apretaron aún más, clavándose en el hueso y entonces notó como un líquido agradablemente caliente la llenaba-. Ay… -Gricel suspiró de alivio al tiempo que el mordisco dejaba de apretar-. Ay… Hmmm… -gimió mientras la verga dentro de ella carecía de movimiento, como si solo pudiese disparar dentro de ella.

Si bien se sentía extraño que su útero fuese inflado desde dentro, Gricel se concentró en mover su culo de arriba abajo, como si pretendiese exprimirle más y más… Sus labios vaginales temblaban alrededor de aquel enorme trozo de carne, buscando su propio orgasmo. Era una polla tan grande que la desgarraba, pero de placer. Gricel no podía aspirar a nada mejor que correrse mientras todo aquel semen se acumulaba en su vientre. Meneó su panochita alrededor de esa vergota con más ganas, más deprisa… Estaba apunto de venirse. Ignoró el dolor del vientre por sentirse tan llena.
— Ahhh…. -gimió distraída al sentir que el monstruo la clavaba más profundo para deshacerse de las últimas gotas dentro de ella, mientras como mujer se sentía a punto de estornudar con la boca de abajo… Le faltaba poco, no podía pensar en otra cosa.

Cuando llegó, su panochita lo sintió como algo pequeño e inocuo. Un pequeño cosquilleo de placer que fue aumentando hasta acalambrar sus dos piernas y hacer que se derritiese. Creyó mearse de placer, o tal vez lo hizo realmente. Tan pronto como el orgasmo llegó, lo disfrutó como si fuese el último placer que iba a experimentar y empezó a perder el conocimiento.
— Gricel -escuchó la voz del payaso sin poder ver de donde procedía. Intentó permanecer despierta, pero no pudo-. ¿No irás a dormirte? Te avisé… No pararíamos. Solo hemos comenzado.
— No… -se escuchó decir, atontada.

Y entonces se quedó dormida.


Una buena interpretación

Gricel despertó desnuda, con los brazos en alto. Pestañeó muchas veces, desorientada. Dos manos, fuertes como garfios, mantenían apretujadas sus muñecas. Tardó en comprender que se encontraba dentro del escenario portátil con las cortinas recogidas que nada de lo que había sucedido había sido un sueño. Al llevarse los dedos al cuello volvió a palpar las heridas, las cuales parecían estar cicatrizadas, pero estaban ahí. Al llevarse los dedos a su vagina, sintió una humedad cremosa y caliente descolgándose de su interior.
— ¿Ya estás despierta? -preguntó el payaso detrás suyo.

Ambos estaban de pie, como si fuesen dos marionetas presentándose a un público, solo que frente al escenario no había nadie.

Gricel se sentía exhausta y todo el cuerpo le pesaba o le dolía. El payaso, sin soltar sus muñecas, las cuales se encontraban en todo lo alto, le soltó un azote que le hizo provocar un respingo.
— Sí… Estoy despierta.
— Vamos a recibir visita dentro de poco, y voy a hacer de ti mi marioneta.
— ¿Visita?
— Sí. Una actuación nocturna muy especial. Puedes decir lo que te plazca, siempre y cuando no hagas ninguna locura. Deja que me explique por si no ha quedado claro: Si te sales del guión… Me comeré al niño.
— ¿Qué niño? -Gricel hizo la pregunta, pero temía que fuese su propio hijo. Ni le apenó pensar que entregaría gustosa a los otros tres para salvaguardar la seguridad de Matías-. ¿Por qué haces esto?
— Me divierte… -contestó, como si la pregunta fuese totalmente entendible-. Ahora, vamos a repasar el papel… Si yo hago esto… -propuso con cierto toque misterioso. Gricel gimió al notar tres dedos largos clavándose sin piedad dentro de su panocha. Le sorprendió como su sexo asimiló aquellos dedos.
— Ummm… -sollozó sin poder reprimir el sonido.
— Mal, muy mal… Eso hará sospechar al niño. Tu hijo no es tonto, y no querrás que me lo coma… Porque ganas no me faltan.
— Cómeme a mí… y déjalo en paz.
— Pero si a ti ya te como. ¿No lo recuerdas…? Y es delicioso.
— Entonces no metas a Matías en esto.
— Tarde… Ya debe estar cruzando el pasillo hasta aquí. Si representas tu papel y la función nos sale redonda, cuando terminemos Matías volverá a estar durmiendo en su habitación, pero si te sales del guión…
— ¿Qué guión? ¿Qué es lo que tengo que decir?
— Hueles a miedo… Miedo por tu hijo. Miedo por lo que te haré delante de tu hijo. Se me hace la boca agua… Vamos a crear algo de ambientación para recibir a tu niño. Piensa que es un asustado pequeño atolondrado… Y le vamos a contar una historia de terror. La teatralidad es necesaria… O eso diría el viejo cuentacuentos. Ahora… gime -ordeno. Y el payaso la azotó, haciéndole gimiese de sorpresa, y su sollozo retumbó por la casa, atrayendo a su hijo.

 

A los pies del escenario.

Matías era un niño de 6 años que salió a un pasillo oscuro y desde el cual se alcanzaban a oír unas voces que provenían del salón. Eran murmullos, susurros. Cuchicheaban tan bajo que no alcanzaba a entender lo que decían. Para Matías, aquella era la primera pesadilla de la que no podía despertarse. Avanzó titubeante y tembloroso por el pasillo, queriendo regresar a las seguridad de su cuarto.

A medida que se acercaba al salón, observaba con cautela la puerta entreabierta desde la que se asomaba una luz dorada, y al abrir la puerta, descubrió que las luces del escenario ahuyentaban la oscuridad. Eran unas luces más potentes de lo que recordaba, y las cortinas estaban echadas ocultando el interior. A Matías se le ocurrió que si se atrevía a acercarse y a correr las cortinas carmesís, el payaso que debía haber escondido detrás saltaría y se lo llevaría. O lo agarraría y tiraría de él hacia adentro.

Pero eso no fue lo que sucedió. Sin necesidad de acercarse, las cortinas se recogieron con un movimiento lento y suave hasta quedar perfectamente apartadas del centro del escenario. El payaso, de cara blanca y una sonrisa que enseñaba unos dientes perfectamente normales se encontraba de pie dentro del escenario, con ambos codos apoyados sobre la madera del mismo. Lo miró con una falsa mirada amable que Matías no se creyó, pero lo más importante es que el hijo de Gricel se encontraba embotado, como si estuviese borracho de sueño… Después de todo, aquello era una pesadilla. Y él no estaba despierto.
— Me hace muy feliz que hayas venido, Matías -dijo con su característica voz aguda y saltarina.
— D… D… -No le salían las palabras-. ¿Dónde está mi madre? -preguntó.
— Aquí dentro… ¿Quieres entrar?

Matías se mantuvo de pie, como un idiota. Alcanzó a ver al payaso corregir el arco de su espalda y mirar hacia abajo. Sus labios se movieron, pero no abandonaron la sonrisa que los acompañaba. Dijeron algo que Matías no alcanzó a oír.
— ¿Quieres entrar? Tu mama, tú y yo… juntos para siempre.

Lo más lógico fue que negase con la cabeza, entonces empezó a escuchar algo que no había oído antes. Un ruido empalagoso y de succión. Lo reconoció al instante: Lo había oído mil veces cuando veía a alguien lamer un helado.

Solo pudo ignorar aquel sonido, y permanecer ahí de pie.

 

Una actuación improvisada

— ¿Quieres entrar? Tu mama, tú y yo… juntos para siempre -escuchó Gricel, acuclillada a espaldas de su hijo y frente a una pija que no era especialmente grande, la cual no debía sobrepasar los 18 centímetros.

La hermosa madre se encontraba vestida de nuevo con la blusa azul con transparencias con la que había ido a visitar al payaso. Miró hacia arriba y se mordió el labio, sabiendo muy bien que aquello que decía no iba tanto para su hijo como si lo decía por ella. Era extremadamente obvio lo que tenía que hacer si no quería que su hijo corriese la misma suerte que ella, sobre todo teniendo en cuenta que el payaso temblaba, con aquella verga restregándose con su cara. Se sorprendió al sentir su panochita mojada, y no por el esperma con que el payaso la había impregnado, sino con su propio flujo. Aquello confirmo que de alguna manera, su cuerpo le seguiría pidiendo más y más. Por mucho que ella no quisiese, el payaso ejercía una especie de necesidad enfermiza por continuar cogiendo.

Gricel tuvo miedo de pensar que si el payaso se la quería garchar frente a su hijo, simplemente se dejaría, pues en aquel momento solo quería ser follada de nuevo.

Con ambas manos agarró los pantalones del payaso y dejó que su lengua lamiese la cosa del payaso. Se sorprendió al desear aquella estaca de carne, incluso si tenía mejores cosas de las que preocuparse. Lucho por no olvidar que su hijo estaba frente al escenario, observando al payaso, pero no importaba.
— No te oigo… -dijo el payaso. Gricel supo a que se refería.

Hizo más ruido al chupar, moviendo la cabeza como una paloma mientras sus labios asumían su rol de chupavergas.
— Más fuerte… -insistió al payaso.
— Ahhh… Shuck, hmm… -lamió Gricel aquella erección dura con aquel olor tan distinto al de un hombre. Por asqueroso que pudiese sonar, olía a un monstruo. Una bestia encelo que solo quería follársela y partirla por la mitad, literalmente.

Un hombre podía oler fuerte desagradable, seductor, a falta de higiene o a redundante testosterona que incitaban a una mujer a hacer locuras. Pero aquel payaso olía a pensamientos intangibles: Olía su verga y podía imaginar unas profundas clavadas de verga contra su cérvix. Si la lamía podía sentirla restregándola contra su sensitiva y húmeda entrepierna, y si se la comía…
  Txax, Txac, Txax, Txac. Su lengua empezó a chasquear al llenar y vaciar su boca con la verga del payaso. Giraba su cuello a los lados para no dejar ni un solo lado sin impregnar con su propia saliva y, cuanto más la chupaba, más le parecía sentirla entrando y saliendo de su entrepierna. No era algo real, pero si cerraba sus ojos podía imaginarlo y sentirlo lleno, hasta el punto de sentir que podría correrse simplemente por chuparla.
— ¿Dónde está mama? -escuchó preguntar a Matías, y se sintió mal por seguir chupando.
— Tu mama está aquí conmigo… -Txax Txac, Txax, Txac-. ¿No la escuchas?

Gricel frunció el ceño con la boca llena y la saliva desbordando sus labios, quedando colgada, espesa y burbujeante, de su barbilla. Su pecho quedó impregnado con ella, y se sintió más sucia todavía, si es que eso era posible.. La mano del payaso la asió por el cabello y le forzó a tragar más, miró hacia arriba y lo vio reír al niño. Era evidente que quería que hiciese más ruido.
— ¿Qué estará haciendo tu madre? ¿No la escuchas?
— No… Quiero que me la devuelvas -dijo Matías con la voz de un niño apunto de rendirse al llanto.
— No puedo devolvértela. Tiene que ir a ti por su propia voluntad…

Su instinto maternal afloró y se apoyó en las flácidas piernas del payaso con la intención de abandonar e ir a por su hijo, entonces dijo:
— ¿Entonces que vas a hacer? ¿Sabes que para que tu mama se quede … -dijo en tono burlón- … Tienes que pagar un precio? – Tras decir aquello, permitió que sacase la verga de la boca, dejando a Gricel con medio rostro lleno de babas y paralizada.
— ¿Q… Qué precio?
— Tu mama me eligió a mí. ¿No te lo dijo? Le pregunté si quería venirse conmigo y… Aquí está.
— Venirse a donde… ¿Al escenario? -preguntó con inocencia, sin comprender lo que quería decir.
— Esa es muy buena pregunta… Mejor te lo va a explicar ella… -Gricel sintió los dedos crueles del payaso arremolinarse entre sus cabellos y jalar de ellos hacia arriba. Para no sentir el dolor y por autoreflejo, se levantó y se encontró mirando a su hijo, con el suelo en miniatura del escenario interponiéndose entre ellos.
— Mama… ¿Qué cuelga de tu boca?
— Cielito… -dijo Gricel sin saber decir. No podía ni imaginarse la impresión que debía darle. ¿Veía Matías las heridas provocadas por las diversas mordidas en su cuello? ¿Y qué impresión le debió dar verla escotada con aquella blusa azulada? La saliva colgando de su mentón hasta sus tetas…

Lo que vio Matías fueron las aureolas de su madre asomando eróticamente a través del corpiño transparente, a su madre ruborizada y acalorada, y con pringosos hilos translucidos colgando de su boca. Nunca la había visto así, pero por encima de todo, nunca había visto esa expresión en su rostro, ruborizada y caliente, como si estuviese a punto de desmayarse de la fiebre. Sus ojos se cerraban, achinándose. Y parecía estar respirando por la boca, como si la nariz no le proveyese de suficiente oxígeno. Pero no preguntó nada al respecto, porque no sabía cual de las muchas preguntas que se acumulaban en su cabeza debía preguntar primero. Matías observó que el payaso, mirándolo desde detrás de su madre, la abrazaba amistosamente desde dentro del escenario.
— Ahh… -gimió Gricel al sentir las manos del payaso tocar su culo y su panochita.
— ¿Qué paso, querida Gricel? ¿Por qué elegiste venir conmigo?
— Aún todavía sigo preguntándomelo…

Dos dedos índice y corazón se clavaron entre sus labios carnales y su vejiga amenazó con vaciarse.
— Mama… ¿Sabes que es un payaso? -preguntó con los ojos llorosos, como si su madre estuviese ciega.
— No, cariño… Es solo el marionetista, es una actuación -contestó ella tratando de tranquilizarlo.
— Mama… Es un payaso, y es malo… Quiere hacernos daño.
— No quiero haceros daño -replicó el payaso divertido con la ocurrencia de Gricel-. Pero tu mama tiene razón, en realidad solo soy un viejo marionetista. ¿Te gusta mi actuación, Matías? ¿Te has creído de verdad que soy un diabólico payaso? ¡Por favor! -añadió con voz irónica-. ¡Los payasos asesinos no existen!
— Mami… Ven conmigo -insistió Matías, con el llanto amenazando con desbordar sus párpados y sus labios.

El payaso incrustó aún más sus dos dedos dentro de su panocha… Eran largos, muy largos. Gricel tuvo que morder el labio para reprimir el ronroneo que deseaba hacer. Miró a su hijo, y no creyó que realmente tuviese tan poca fuerza de voluntad.
— Si tu mamita va contigo -dijo en tono burlón-, entonces tú tendrás que venirte conmigo.
— Irme a dónde… -preguntó el niño sin atreverse a acercarse más. Se sentía impotente porque aunque quería que la situación acabase y pudiese sacar a su madre de allí, no se sentía capaz de hacer absolutamente nada.
— A otro mundo… Allí es donde me voy a llevar a tu madre, Matías… Es un mundo… -Gricel pudo sentir como la erección, que había permanecido apartada y olvidada, empezó a restregarse contra su culo aún con los dedos dentro. El payaso se restregó contra sus nalgas con deseo… Quería cogérsela. Y lo peor es que Gricel le correspondía-… lleno de color. Hay muchas mamis allí pasándoselo bien ahora mismo, y puedo hacer todos los sueños realidad en ese lugar.
— Si hay otras mamas. ¿Por qué quieres llevarte a la mía?
— Porque las colecciono -contestó con falsa dulzura-. Y tu mamita será la próxima… O lo serás tú.
— No le hagas caso, cariño… -Le contradijo Gricel sintiendo un escalofrío al sentir la amenazante boca del payaso rozar su hombro, muy cerca de sus cicatrices-. Es parte de su actuación… Es un marionetista muy bueno… -Una verga, que pareció endurecerse, crecer y ganar diámetro por segundos, se restregó con una silenciosa furia contra su húmedo ano.
— Sí. Todo es una actuación, Matías -apuntilló él, con una evidente excitación en su voz. Quería follársela brutalmente, ya no podía aguardar más-. Ven aquí… Sé valiente, Matías. Descubre que es todo una actuación.

La cadera del payaso retrocedió, y la enorme verga intentó penetrar a ciegas en la dilatada y pringosa panocha de Gricel, fracasando en varios intentos debido al gran tamaño de su glande. Gricel, con el corazón en un puño, se olvidaba por momentos de su hijo, totalmente concentrada en sentir como la monstruosa pija de aquella bestia la partía en dos de una vez.
— No… -Se escuchó decir Gricel-. No vengas, vuelve a la cama…
— Ven, Matías -ordenó el payaso-. Quiero comerte mientras disfruto de tu madre.
— No le hagas caso, Matías… -despertó Gricel ante la inminente amenaza de matar a su hijo de un mordisco mientras se la coge. Como si no hubiese nada más placentero que follársela mientras se alimenta del miedo del crio.

Podría ser imaginación suya, pero a Gricel le pareció escucharlo salivar detrás de ella. Como si la sola idea de comerse al niño empezase a antojársele más que garchársela a ella. Lo que más le preocupó en ese momento, mientras una parte de ella deseaba ser penetrada frente a su propio hijo, fue que el payaso no tuviese que elegir y se los llevase a los dos. No supo si hizo lo que hizo para proteger a su hijo, o solo porque las ganas que tenía se adueñaron de ella. Pero sacó el culo hacia afuera y empezó a moverlo en círculos, lento y suave; mientras con ambas manos se separó los cachetes del culo abriendo más así sus labios vaginales. El monstruoso glande se clavó un par de centímetros hasta quedar totalmente cubierto por sus excitado orificio carnal. Entonces fue ella quien, sin aguardar la iniciativa del payaso, embistió con su coño todo el eje vertical repleto de venas y tan duro como una roca. No pudo evitar fruncir el ceño mientras cerraba los ojos y evitaba gemir… Sintió el extremo de aquel enorme cipote se instalaba en su cuello uterino.
— Mama… ¿Qué te pasa mamá? -preguntaba Matías, viéndola erizarse y encogerse, como si se estuviese volviendo pequeña.
— N… No me pasa… Ahh… -suspiró al sentir al payaso retroceder lentamente antes de volver a meterla, realizando así una embestida silenciosa y disimulada. Le descolocaba lo considerado que podía ser a veces… No tenía ningún sentido. ¿Por qué no se la cogía violentamente como había hecho todas las veces?
— Porque es más divertido si tu niño solo sospecha -le musitó, bajito, al oído. ¿Le había leído la mente?-. Si lo convenzo de que solo soy un inofensivo marionetista, puede que se acerque… Y entonces os comeré a los dos.
— Mama… ¿Qué te está haciendo? -preguntó llorando, sin entender que le pasaba a su madre.

Las nalgas de Gricel empezaron a producir un tímido y disimulado aplauso, sus retrocesos producían un choque contra la entrepierna del payaso, con el que correspondía sus embistes. Pausados chop, chop, chop, chop llenaron el comedor, siendo escuchados por un hijo abandonado e ignorado. Gricel se sintió mal al imaginarse un final sangriento donde el payaso se salía con la suya, quedándose a los dos. Follándosela mientras acababa con su hijo… No, no era lo que ella quería. De algún modo, el cruel payaso le estaba transmitiendo su deseo. Eso era lo que él quería, lo que debía suceder.
— ¿Mama? -repitió Matías, con las lágrimas cayendo por su mejilla.
— Vete a la cama -ordenó Gricel con un hilo de voz pero con dureza, se esforzaba por no gemir.

Chap, Chap, Chap, Chap… Sintió un dedo acariciar su ano. Su abandonado agujerito había carecido de la suficiente atención durante tanto tiempo. Solo había disfrutado del placer anal en cierta montaña, con ciertos amigos. Incluso si aquello solo había sucedido una vez, el ademán de joderla también por su culo la hizo inflarse de excitación.
— No me iré sin ti, mama.
— Entonces ven… Ven a por tu mama -dijo el payaso, temblando con cada embestida que daba.


Chap, Chap, Chap, Chap… Era un sonido húmedo e inconfundible. Las tetas de Gricel temblaban dentro de su corpiño. Ella misma se mordía su labio.
— No… Deja que venga ella -sollozó Matías.
— Que niño más cobarde. No eres capaz de salvar a tu madre -dijo agarrándola del pelo sin detener el movimiento de su entrepierna.
— No le hagas caso, Cielito. No te acerques.
— ¿Quieres saber que le haré a tu mamita? -El payaso abrió la boca y sus dientes amarillentos por la luz dorada y totalmente lisos se transformaron en puntiagudos dientes que se clavaron en el cuello de Gricel, encima de otras heridas cicatrizadas. Aquella vez, en cambio, apenas apretó. Las puntas de los dientes se clavaron contra su piel, pero no la atravesaron. Mientras su gran verga entraba y salía con dificultad, perforándola una y otra vez, descaradamente. Matías la estaba viendo follar con un payaso, tal vez demasiado pequeño para entender, pero sin duda era lo suficientemente listo como para entender que nada de lo que pasaba ahí estaba bien.
— Ahh… No mires, cielo -Gricel intentó distraer su mente, porque era inevitable que no experimentase cierta culpabilidad. Pero era difícil porque disfrutaba con cada bote que pegaban sus pechos, rebotando contra el suelo en miniatura del escenario, a la altura de su escote.
— Mami… -alcanzó a decir Matías con su voz chillona, mientras el payaso empezaba a embestir con más fuerza, empotrándola contra superficie del escenario y haciendo vibrar toda la estructura. Las cortinas temblaban y se oscilaban, al igual que las luces del escenario parpadeaban.

Matías empezaba a entender que aquello no era algo que su madre debiera estar haciendo con ese payaso. Si bien no sabía nada de sexo, supo identificar que aquello no estaba bien. Incluso si su madre ponía cara de placer, cerrando los ojos. Temblando con cada choque aunque, para Matías, le estaba haciendo daño, no haciéndola sentir bien.
— ¡Deja de morderla! -exigió, enfadándose.

El payaso liberó sus dientes del hombro de Gricel, dejando ver su cara de éxtasis. Tenía los ojos en blanco y su boca quedó entreabierta antes de que recobrase la compostura.
— Esto es lo que le espera a tu mama, tonto. Tu madre y yo haremos esto… cada día, a todas horas -dijo con la mirada perdida, fantaseando con ello-. Dile a tu hijo lo que haremos, Gricel. ¿Qué haremos? Díselo… -ordenó, sin necesidad de efectuar la amenaza.
— Jugaremos a papás y a mamás… -dijo ella sin saber lo que decía.
— Oh, jejeje… No puedo creer que hayas dicho eso. ¿Me darás muchos bebes? -le inquirió bajito al oído-. Voy a ser el papa de tus hijos.
— Mama… ¿Por qué no sales de ahí? -le recriminó, molesto, entre lágrimas.
— ¿Por qué no entras tú? -preguntó el payaso, cercano al orgasmo.

Matías, cansado de la situación, avanzó un par de pasos y Gricel, alarmada, lo detuvo con un grito:
— No te acerques.
— Deja que el niño haga lo que quiera… -le espetó el payaso, forzándola a girarse y agarrándola en brazos dentro del escenario. Gricel quedó dándole la espalda a su hijo, levantada en volandas con las dos piernas a la altura de su cabeza. Aquella vergota penetrándola, una, y otra, y otra vez… El ruido se tornó más obsceno y evidente.

El payaso le metió la lengua dentro de la boca. Una repugnante y sucia, pero seductora lengua, adictivamente deliciosa la besó sin que su hijo pudiese ver a través de ese beso. Su vagina parecía desprender una cantidad ingente de flujo, empapando todo lo que había dentro y fuera de ella.
   Chop, Chop, Chop, Chop, Chop… Sus nalgas retumbaban cada vez que el payaso la levantaba y la dejaba caer sobre sus testículos, con aquella estaca dentro de si. El payaso la hizo más grande, más ancha… Sintió como le apuñalaba carnalmente el cuello uterino, y este se resistía a dejarlo pasar, pero aquel monstruo insistió, y ella cayó sobre esa enorme pija, una, y otra, y otra vez, con un orgasmo inminente, hasta que llegó directamente a su útero tras hacer a un lado su cuello uterino. Se quedó aturdida, siendo besada olvidándose cada vez más que su hijo estaba detrás, y cuando dejó de besarla, la volvió a morder el cuello. Esta vez sus dientes si atravesaron su piel, haciéndola sentir cada vez más débil. Sintió un líquido caliente desbordarle por el hombro y el pecho.
— Eres su hijo, después de todo -dijo el payaso, dejando libre su boca, con unos dientes impregnados en una sangre roja y caliente. La herida de Gricel, que no parecía haber perforado ninguna arteria, fue liberando cada vez menos cantidad de sangre, hasta convertirse en unas simples heridas superficiales-. Tienes derecho a que te cuente donde voy a llevar a tu madre.

El niño se quedó callado, mirando la escena con cara de estúpido.
— El lugar a donde la voy a llevar tiene verdes prados y sinuosas praderas. Tiene sótanos oscuros y húmedas cuevas. Hay cadenas que brotan del suelo y sujetan a las mamis que tiempo atrás me escogieron. Esas mamis pasan mucho miedo… y disfrutan mucho. Hago sus miedos y sus deseos realidad. Los más oscuros, los más sucios… Allí las mamis tienen nuevos hijos… y tu mami, cuando me de hijos, los cuidará por mí, hasta que crezcan. Puede que sea tu madre… -empezó a decir mientras clavaba sus uñas en el culo de Gricel y la apretaba contra sí, clavándola lo más profundo que le fue posible y disfrutando de un orgasmo muy profundo, quedando sumido en el silencio mientras Gricel era incapaz de silenciar un quejido de placer, totalmente sumiso, mientras era llenada de semen por aquellos enormes testículos. Entonces, tras unos segundos de silencio, continuó-…  la que me de un heredero digno. Uno como yo…

Gricel solo pudo sentir un escalofrio al escuchar aquello, y solo supo que no quiso saber como era tener dentro a los engendros de un monstruo, y como sería parirlos y mucho menos cuidarlos. Se imaginó nueve meses embarazada para dar a luz a un monstruo. Horrorizada, y sintiendo verdadera repugnancia, odio la idea de amar a un monstruo hijo de aquella cosa de la misma manera que podía querer a su hijo y a su marido, incluso si en ese momento se consideraba a sí misma una mala madre.
— Hablar de hijos hace que se me antoje… -dijo el payaso, dejando de mirar al niño e ignorarlo para mirar directamente a Gricel-. ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a irte con tu hijo? Voy a contar hasta quince… Cuando llegue al último número, dispararé mi semilla una vez más -le informó, reduciendo a un sexo lento mientras ella subía y bajaba en sus brazos, tan lento que parecían estarse restregándose y retozando-. Si antes de que llegue a quince, te vas con tu hijo… Digamos que no tendrás que venirte conmigo.
— ¿Y qué pasará con mi hijo? -preguntó con un hilo de voz, intentando ignorar esa adictiva verga dentro de ella, la cual casi no sentía por estar completamente llena de semen.
— Hay que pagar un precio… No me cojo a los niños, pero me alimentaré de él… Tengo un cuarto donde los cadáveres de los niños me sirven como sustento. Si te quedas conmigo… Tu niño crecerá con su padre.
— ¿Y yo?

El payaso desplegó una sonrisa tétrica, mirándola a los ojos al tiempo que reanudaba las embestidas, haciéndola sentir bien otra vez.
— Uno… dos… -El payaso contaba tan lento que parecía que no terminaba. Por cada nuevo número que contaba le daba tiempo a clavársela tres veces.
   Chop, Chop, Chop, Chop
— Hmmm… Si voy a … Ahh… ese mundo contigo… -preguntó Gricel, más que indecisa, resignada a esperar a que llegase al número final-… ¿Qué me harás?
— Cinco, seis, siete… -La sonrisa del payaso se acentuó, la penetraba más duro y más profundo.
   ChopChopChopChop. Gricel tuvo que forzarse a no poner los ojos en blanco y a no sacar la lengua. Se sentía tan mala madre que ni siquiera le importaba estar teniendo sexo delante de su hijo. El escenario que los rodeaba vibraba con cada clavada, y el semen que ya había dentro de ella se deslizaba entre sus muslos y su ano, cayendo al interior del escenario.
— ¿Cuántas… -comenzó a decir con un esfuerzo inhumano-… mujeres hay en tu mundo?
   Clopclopclopclopclopclop… Volvió a acelerar el ritmo, y el sonido, sucio y obsceno, retumbaba por todo el salón. Matías, que supo que todo iba mal, avanzó un paso alzando la mano, pero no se atrevió a acercarse más, y Gricel no pudo evitar pensar que las mujeres que hubiese en ese mundo, debían ser como moscas atraídas por la comida o como mosquitos atraídos por la luz. Insectos molestos que, convirtiéndose en presas, acabaron siendo ellas las enjauladas y las molestadas.
— Ocho, nueve, diez… -El payaso araño de nuevo sus nalgas, que estaban casi tan mojadas como su panocha. La idea de que acabase dentro de ella al llegar a quince le hizo sentir cercano su propio orgasmo.

Gricel alzó la vista desde esa posición indecente, tocando su propia espalda con su nuca, buscando encontrar su mirada con la de su hijo.
— Vete, Matías… Ve a la habitación -TapTapTapTapTap. Gricel hablaba con voz extasiada y agitada-… Te prometo que ahora iré… Te lo prometo… Solo vete. Déjame aquí.
— Doce, trece…
— Matías… -TapTapTapTap­CLAPCLAPCLAP-. Ay… ¡Ayhh! ¡Ahhh! ¡Ummh!  -CHAPCHAPCHAPCHAPCHAP-. Ayyy… Ayyyyyyyy. Ahhh….

El payaso, que se olvidó contar los últimos dos números, aporreó con ganas su monstruosa verga que parecía crecer a medida que se había ido reduciendo la cuenta atrás contra el útero de Gricel. TAPTAPTAP Temblaba todo el escenario.
Su glande estaba tan duro que parecía que iba a disparar en su interior toda la carga que acumulaban sus pelotas. TAPTAPTAPTAP El payaso aporreó sus caderas contra la empapada entrepierna de Gricel, que solo podía recibir los vergazos y esperar a que llegase a quince. Su panochita, eufórica, salpicaba sus gotas de flujo en todas las direcciones.
— ¡Quince…! -rugió el payaso soltando perdigones de saliva a través de sus labios al tiempo que clavaba su dura erección dentro y vaciaba toda su carga dentro de ella.
— … ¡¡¡Ummmmmmm!!! -Gricel quedó paralizada de placer, viniéndose y sintiéndose como su útero exprimía aquella repugnante verga dentro de sí. Las piernas se le ramparon del placer, permaneciendo en el aire únicamente porque ese payaso la levantaba en brazos. Sus labios vaginales besaban la piel o el pantalón del payaso, y dejaban escapar algunos chorros de semen que, por falta de espacio, se filtraban al exterior con aquella segunda carga.
— Te has entregado a mí por segunda vez -dijo el payaso, extasiado-. Espero que seas diferente al resto y me des un heredero digno…
— Que dices… -le contestó, exhausta. Se le cerraban los ojos y sus extremidades se convirtieron en algo inservible, sintiéndose a completa merced del payaso.

Alzó la vista y miró a Matías, que le devolvió la mirada. El payaso, con una sonrisa y aún con la verga dura dentro de la temblorosa mujer, señaló a una parte del comedor. Cuando Matías se volvió a ver donde señalaba, se encontró un segundo payaso idéntico al del escenario. Era el doble de alto que él y, al contrario que el otro… Este estaba a centímetros de él, sin un escenario que los separase. La mano del payaso tapó la boca de Matías, asfixiándolo hasta que perdió el conocimiento.

Gricel no pareció enterarse de esto. Si lo hubiese hecho, tal vez habría empujado al payaso que se mantenía dentro de ella y lo hubiese atacado. Podría haber sido, que su instinto maternal le hubiese hecho ponerse violenta, como debería haber sido desde el principio. Pero en su lugar se dejó besar, y el payaso reanudó, una vez más, las embestidas contra su impregnado interior.

Chop, Chop, Chop, Chop… En aquel salón, iluminado por las luces doradas, resonaba aquel sonido pringoso e inundado en comparación al que se había escuchado hasta el momento. Gricel, incluso si estaba sensible, recibía aquella renovada cogida con las ganas de un amante frustrado sexualmente. El escenario vibró con cada embestida, y en el salón no quedó nadie más para oírlo.

A lo lejos, una puerta se abría. Y una sombra acechó a tres niños, con una terrorífica sonrisa en su rostro. Cuando el útero de Gricel recibió la tercera y última descarga de semen, cayendo rendida al suelo del escenario. El cuarto de Matías se encontró vacío y abandonado, con la lampara infantil encendida y alumbrando la ausencia de cuatro niños que, simplemente, habían desaparecido.





Susurros en la oscuridad

— Álvaro… -Oír su nombre despertó al marido de Gricel.

No supo de donde provenía, y estaba tan somnoliento que no entendió la ausencia de su mujer a su lado, en la cama. ¿Dónde estaba Gricel? A pesar de la oscuridad, trató de comprobar si se encontraba dentro de la habitación, pero no había ni rastro de su mujer.
— Álvaro -Una voz, la de su mujer o la de otra persona, resonó con evidente urgencia desde el pasillo.

El hombre se levantó, en calzoncillos largos y una camisa blanca que, pese al deporte que realizaba, se le abombaba en el vientre por una pequeña acumulación de grasa. Se acercó a la puerta y la abrió. El pasillo estaba oscuro, ignoró la puerta abierta del cuarto de Matías y miró a ambos lados.

Atravesó el largo pasillo y abrió la puerta del salón. El anciano marionetista se encontraba tumbado en el sofá, completamente dormido, con su propio brazo tapándose los ojos. Vio, de refilón, moverse algo cerca del escenario. Se acercó y vio el culo en pompa de su mujer. Solo podía ver su trasero, el resto del cuerpo se encontraba agazapado y metido a cuatro patas por un lado del escenario. La cortina roja escondía la parte superior de su cuerpo.
— ¿Gricel? -preguntó en voz baja.

Incluso con poca luz, alcanzó a ver el culo de su mujer sobresaltarse al oírle. Álvaro, pese al sueño, se agachó frente al portentoso trasero de Gricel y lo tocó. Le sorprendió intuir la panochita abierta de par en par, tan exageradamente abierta como si acabase de parir. Muy pocas veces la había visto así, tan abierta y dilatada.
— ¿Qué haces aquí? Y así… -preguntó, tocando con sus dedos los labios vaginales de su mujer.
— Hmm… -le escuchó gemir.

Álvaro miró al viejo, y al descubrirlo dormido en la misma posición, se animó a clavar dos dedos dentro del orificio de su mujer. Estaba tan expuesto su interior que apenas sentía presión envolviendo sus dedos… Y estaba mojada. No, no era humedad. Era como si estuviese liberando una especie de crema. Era espesa, como el semen.

Volvió a mirar al viejo, desconfiado.
— Gricel. Contéstame -dijo entre susurros-. ¿Qué haces así?
— Se me cayó un pendiente esta tarde -contestó apurada. Y me acabo de dar cuenta…
— ¿Y te metes aquí de madrugada?
— Mañana, cuando se vaya, si lo desmonta… -musitó distraída. No tenía mucho sentido lo que decía.

Al verla en esa posición y con el culo en pompa, una erección acudió al interior de su calzoncillo y no se lo pensó dos veces: Se bajó el pantalón, se sujetó con una mano el miembro y tras cargarlo como a una escopeta corredera, se colocó entre las dos nalgas y la clavó.
— Que mojada estás -dijo aliviado y satisfecho con la humedad de su mujer-. Déjame que te ayude con ese pendiente.
— ¿Álvaro? -preguntó Gricel incrédula.
— Tú te lo has buscado al estar así…
— Álvaro… -parecía descolocada, pero también sumamente excitada-. Podrían oírnos.
— El viejo está dormido.
— ¿El viejo? -preguntó, sin entender nada.
— Terminaré enseguida…

Chop… Chop…Chop… Chop… Álvaro amagó venirse en poco tiempo, debido a la urgencia de la situación tenía una excusa para acabar dentro de su mujer.
— No me muerdas…
— ¿Qué dices? -preguntó él. Seguramente no le había escuchado bien.
— No, ahí no… -le escuchó decir.

Como le estaba acariciando el culo, malinterpretó el murmullo de su mujer y creyó que le dijo que no le tocase el ano. Juguetón y con cierta perversión, Álvaro clavó su dedo en el ano de su mujer. Esperaba que se quejase o algo, pues no lo había lubricado pero, en su lugar, se estremeció.
— No… No… -El miedo parecía impregnar la voz de Gricel, y de repente, pareció enmudecer, interrumpiendo su súplica. Todo el cuerpo de ella se puso en tensión, y empezó a temblar y a balancearse, como si intentase escapar de la penetración.
— No seas mala, Gricel… Déjame acabar. Sino no podré dormir bien.

Chop Chop Chop Chop Chop
. La intensidad de sus embestidas pareció coincidir con unos movimientos desesperados de Gricel. Ya fuese porque estaba enfadada por haber sido penetrada en esa situación o porque no le gustaba tener el dedo del culo dentro de ella. Álvaro escarbó buscando su propio orgasmo, estaba muy cerca, iba a vaciar sus testículos dentro de su mujer.
— Hm... Arhhghh...No… Ohh no… -la voz de su mujer parecía estrangulada, y Álvaro creyó sentir una risa casi residual, a la cual atribuyó a su propia imaginación.
— Ya acabo… Ya acabo -replicó ignorante Álvaro, con su piel ardiendo dando las últimas embestidas.

Notó una explosión de placer en la entrepierna y salpicó su semen caliente en el interior de aquella vagina, que pese a lo dilatada que estaba, parecía querer apretujar su pene sin éxito, ya fuese porque era pequeño o porque estaba demasiado abierto el interior. El culo de Gricel quedó en pompa, salpicando la leche, completamente inmóvil.
— Te espero en la cama -dijo Álvaro satisfecho, soltándole un azote. Gricel le correspondió con un ''Hmm...'' perezoso y pasivo.

Escuchó una risita cruel, esta vez más alta que la anterior, la cual la hizo detenerse y mirar a su alrededor. En esa casa solo estaban él, su mujer, el viejo y los cuatro niños. Definitivamente había sido su imaginación, y si bien podría asegurarse de que todo iba bien o de acompañar a Gricel, el sueño le pudo. Se colocó bien el pantalón, miró al viejo marionetista antes de salir de allá y se adentró en el pasillo, encerrándose en su habitación y quedándose dormido de manera súbita.

***

Gricel se encontraba inconsciente en el salón. Su cuello había sido asfixiado mientras dos dedos se incrustaban en su garganta. Había sido una experiencia humillante saborear la penetración de su marido mientras la falta de aire la atontaba y la desmayaba, también había sido mordida.

Lo último que recordaba había sido acabar antes de perder el conocimiento.

El payaso, que la había acompañado en el interior, salió fuera por el otro lado del escenario y agarró el cuerpo inerte de Gricel. Le arrancó la blusa azul y jaloneó de sus dos brazos levantándola a peso muerto. Como si sus dos manos colgasen de dos ganchos, su cuerpo desnudo y sudado permaneció en el aire, mientras se formaba una erección sobrenatural al tiempo que el cuerpo del payaso se transformaba en un monstruo más grande y más perverso que cuya silueta ensombreció más el interior del salón. Su verga volvía a ser grande como la de un caballo, y en aquella posición, con mucha dificultad, la penetró. No necesitó que estuviese despierta, y entre embestida y embestida, solo él disfrutó de aquello.

El ruido de los choques de su culo y la verga del monstruo resonaron por toda la casa… Sin que Álvaro se percatara.

En algún lugar cuatro niños gritaban y lloraban, pero no había escapatoria. Estaban desorientados y se sentían impotentes. Atados con cadenas de sus muñecas y sus tobillos en un calabozo oscuro y vacío, iluminado por unas tétricas velas, que más que iluminar mantenían una oscuridad prácticamente absoluta. Los niños se preguntaban donde estaban, y a lo lejos, detrás de la única puerta de madera que había frente a ellos, se escucharon gemidos de mujeres, ladridos y rugidos de bestia… Y también risas agudas y diabólicas, entre múltiples chapoteos que parecían no tener fin.





Un amanecer de pesadilla

Cuando Álvaro se despertó, su mujer seguía sin estar en la cama. Lo primero que pensó, perezoso, fue que estaría dando de desayunar a los niños por lo que tras levantarse, se dirigió al comedor o al salón.

Allí encontró al viejo marionetista terminando de meter todo en su mochila, tras observar la totalidad del salón de manera disimulada, decidió creer que no había robado nada.
— Perdona… ¿Dónde está mi mujer?
— Se fue a llevar a los niños a sus padres. Me confesó que no aguantaba más -La amable personalidad el señor mayor le ayudo a creerse lo que decía.
— Que raro… ¿Sin decirme nada y sin despertarme?
— Debió verle demasiado dormido como para despertarlo.
— ¿Cuánto le debo? -preguntó Álvaro.
— Su mujer ya ha pagado, así que no se preocupe -contestó con naturalidad el viejo marionetista cargándose la pesada mochila a su espalda. Era tan grande que parecía…

Álvaro tuvo la loca idea de que se llevaba a su mujer y a los cuatro niños dentro. Al menos, cabían en esa mochila. Incluso creyó que era todavía más grande, pero es no tenía ningún sentido.
— ¿Quiere que le ayude con la mochila?
— No, no se moleste… Me voy ya.
— Le daré recuerdos a su mujer y a su hijo -dijo el viejo.
— ¿Qué? -preguntó Álvaro sin entender.
— Seguro que me los cruzo de camino… -añadió con una sonrisa amable.

La conversación no se alargó. El anciano parecía tener prisa por largarse de la casa, y Álvaro no le puso ninguna traba para que así fuese. Cuanto antes se fuese, antes podría meterse en el ordenador.

Mientras el anciano atravesaba la puerta, Álvaro miró por última vez la mochila… Y cerró la puerta, sin sospechar que más tarde se preguntaría como, de algún modo, ese viejo había secuestrado a cuatro niños y una mujer. Álvaro espero y espero. Se tramitaron varias denuncias, una por parte de Álvaro, por desaparición. Otras denuncias las impusieron los padres, estando seguros que sus tres hijos habían sido secuestrados por el matrimonio.

Por falta de pruebas, absolvieron de todos los cargos a Álvaro, que continuó esperando. Preguntándose donde y en qué lugar, estaría Gricel y aquellos cuatro niños, entre ellos, su hijo.



Las almas desamparadas

Gricel se despertó en algún lugar, completamente desnuda e inmóvil, se encontraba amordazada, con la boca y los ojos taponados. Emitió un ruido de urgencia, sin saber si quiera si estaría más segura callada. Por el eco de su chirrido estuvo convencida de que estaba rodeada de piedra, como si fuese un sótano medieval, oscuro y húmedo. A lo lejos, oía el reiterado sonido de una gotera molestando con sus pérdidas un charco que debía estar ubicado en el suelo. Gricel no sabía dónde estaba, y tardó en comprender que estaba sufriendo las consecuencias de haberse rendido ante el payaso. Hizo memoria, y lo último que pudo recordar fue un monstruo enorme disfrutando de ella en el salón de su casa. No conservaba ningún recuerdo de nada sucedido después de aquello, y ya de por sí era un milagro que consiguiese rememorarlo, porque en aquel errático instante estaba más desmayada que despierta.

Intentó removerse de sus ataduras, pero no pudo. Estaba totalmente abierta de piernas, formando una perfecta V a su solitaria panochita en medio de la nada, y sus tobillos y muñecas parecían unidos por una especie de cinta tan suave como resistente. Volvió a intentar en vano soltarse, en parte incómoda por la posición tan expuesta, y por otro lado porque tenía la sensación de que no iría a ninguna parte si no era por sí misma. Cuanto más intentó escapar, más frustrada se sintió.
— No lo hagas -le asustó una voz femenina. Parecía cargada de miedo y temor, como si cada palabra de más que pudiese decir le fuese a traer problemas. El timbre de esa voz desconocida era suave y un poco irritante.
— ¡Hmm…! -Quiso decir Gricel, y enmudeció, al recordar que hasta su boca estaba amordazada.
— No, no hagas ruido o vendrá.
— ¿Hmm..? –‘’Quién’’ había tratado de preguntar.
— No hagas ruido… No lo soporto más.
— ¡Hmmm umm! –‘’Quítame esto’’ trató de suplicar Gricel, pero nada de lo que pudo hacer o gesticular sirvió de nada.
— Si no te callas, va a venir y va a… ¿Eres nueva? -quiso saber, sin alzar su voz un solo instante, a lo que Gricel contestó con un asentimiento-. El payaso… ¿Sabes de quien te hablo? -volvió a asentir, siendo contagiada del temor que impregnaba la voz de su misteriosa acompañante-. Él es dios aquí… Puede hacer todo lo que quiera. Y siempre tiene hambre. Lo mejor que puede pasar es que se olvide que estamos aquí. Así que no hagas ruido…
— Hmm… -trató de decir Gricel lo más bajo que le fue posible.
— ¿No me has entendido? No hagas ruido.
— ¡Hmm…! ¡Hmmmmm! -insistió Gricel, tratando de no delatarlas. Pero no pensaba permanecer con aquella cosa obstruyendo sus labios.
— ¿Eres estúpida? -preguntó con urgencia la voz, alzándola sin darse cuenta. Estaba entrando en pánico-. ¡Vas a hacer que venga! ¿No oyes eso? Está entretenido con otras… O con los niños. Solo quédate en silencio.

Gricel, frustrada, no podía entender como su acompañante no reparaba en que habría sido más fácil quitarle lo que taponaba su boca y le impedía hablar. Por supuesto, llegó a la conclusión de que o no podía hacerlo, porque no podía acercarse a ella, o por algún motivo, no quería.
— ¡Hmm…! -trató de gritar Gricel, orinándose encima del miedo. No, no solo por temor a toda la situación en sí, sino porque sentía su vejiga totalmente llena.
— No… No hagas eso. Cuanto más asustada estés más lo atraerás. ¡Tranquilízate! ¿Qué quieres? -Por su voz, estaba completamente desesperada, pero a Gricel ya le había contagiado el pánico y no podía parar. Se sentía encerrada, maniatada y completamente desubicada. Se siguió orinando, como si su uretra fuese una manguera disparando a discreción mientras la mujer se alteraba más y más. Llegó un momento en que pareció entender que era contraproducente y decidió tranquilizarla, pero ya era demasiada tarde-. ¿Te quito la mordaza? Espera… No grites. ¡Lo vas a atraer! ¡Para! ¿No lo entiendes? ¡¡Para o nos va a coger hasta la extenuación!! Quieres…

La mujer enmudeció, una risa lejana pareció acercarse hacia donde ellas estaban. Se acercaban unos pasos, de andar pesado, que se resonaban hacia su ubicación.
— Oh, no… -dijo la mujer, sin moverse.

Una puerta se abrió a la habitación, y se escuchó la característica voz del payaso, saltarina y alegre como el pop de las palomitas.
— Oh, sí… Sandra, te he tenido abandonada todo este tiempo.
— No… Por favor, no -Gricel solo podía escuchar, y gracias a eso, concentrándose en la voz de su extraña compañera, le pareció sentir que entre todo el temor que cargaba su voz, había un deje de excitación. Supo identificarlo porque poco antes, o al menos la última vez que el payaso y ella estuvieron juntos en la casa, le había sucedido lo mismo.
— En el fondo quieres…
— Quiero irme de aquí. Cógetela a ella. Está desnuda, y abierta de piernas. Está lista para ti.
— ¿Es así? -preguntó el payaso, volviéndose hacia Gricel.
— Sí… Es nueva, rómpela a esa desgraciada -dijo con reproche, o tal vez solo era instinto de supervivencia-. Pártela en dos.
— ¿Y por qué iba a querer hacerlo? Tengo otros planes para ella.
— No… -suplicó la mujer, mientras los pasos avanzaban hasta el llanto de la mujer-. ¡No…! ¡Por favor! -las lágrimas de la fémina se transformaron en súplicas titubeantes, y esas súplicas, acabaron derivando en suspiros indecisos, para luego quejarse de placer mientras se escuchaba algo grande entrar a presión en un hueco estrecho y húmedo. Unos gemidos sustituyeron todo lo anterior mientras el payaso entraba y salía lentamente de ella.
— A ella… Fóllatela a ella -fue lo último que logró decir antes de que algo la silenciase-. Hmmm… Hmm…

Gricel alcanzó a escuchar, entre todo ese sucio chapoteo, un ruido a besos y succión entre los quejidos guturales de la mujer. Se escuchó una aceleración en los golpes de cadera, el chapoteo cada vez más húmedo. El payaso suspiró de placer, en su cénit, ignorándola.
— Grr…. -rugió desde sus pulmones como la bestia que era, corriéndose dentro de la mujer mientras esta, muy asustada decía.
— Otra vez no… Dentro no…
— Me vas a dar otra camada de hijos. Lo más probable es que sean imperfectos como la última vez, inservibles… Pero tengo fe en ti.
— No… Por favor, no -decía, aunque no parecía muy decidida.

El chap, chap, chap se detuvo y acabó derivando en un clop, clop, clop, clop.
— Si no quieres que te impregne, apártate…
— Sabes perfectamente que no puedo… -riñó entre dientes la mujer, que parecía ahora tomar la iniciativa. ¿Lo estaba montando?-. No me pellizques los pezones…
— Puedo sentir mi semilla impregnar tus trompas, Sandra.
— ¿Cómo puedes ser tan…?
— Es tu castigo por desearle el mal a una compañera -chop, chop, chop, chop. Parecía que la mujer que, en un principio no deseaba aquello, se movía por su propia iniciativa mientras el payaso hablaba-. ¿Te habría gustado a ti que al llegar a que te vendiesen…?
— A mí si me vendieron, y me destrozaste, cabrón -chop, chop, chop, chop… La mujer hablaba con esfuerzo, intentando concentrarse en lo que decía. Había un deje de disfrute y satisfacción en su voz, era como si estuviese a punto de estornudar.
— Ah… Es verdad. Pero tengo planes para esta Gricel -repitió-. Con ella… y con Matías.

Evidentemente, la mención de su hijo heló su sangre y cualquier posible amago de excitación desapareció al instante. Solo experimentó terror de que el destino de su hijo lo había conducido hasta el mismo lugar que ella. Se removió sigilosamente en su posición fija y expuesta. Sentía todo su cuerpo deseoso de algo en lo que no quería pensar. Sintió su flor carnal abrir sus pétalos y humedecerse, al pensar que aquel monstruo con forma de payaso podría agarrarla y salirse con la suya. Se irritó al pensar que su cuerpo, traicionándola, seducía al payaso de la única manera que podía al estar maniatado e inmóvil. Sin duda el payaso debió darse cuenta, pero en su lugar, continuó centrado en la misteriosa mujer.
— Juguemos a algo -dijo de repente ella.
— ¿A qué quieres jugar, Sandra?
— Me apuesto la libertad, y la de mi hijo.
— Pero Sandra… No sois libres para apostaros nada. Todo lo que tienes me pertenece: Tu belleza, tu juventud, tu miedo… Y tu placer. Eres mía… Eres mi esclava.
— Soy tuya…
— Y como eres mía, puedo hacer contigo lo que quiera. ¿Sabes lo que haré cuando termine contigo? Voy a ir a la despensa y voy a comerme otro niño. ¿Será el tuyo? Tal vez no me lo como entero, solo el brazo. Ya puedo sentir como todos los niños se aterrarán al presenciarlo, como toda esa despensa se llenará de… miedo -alcanzó a fantasear, extasiado.
— No… Todo menos eso.
— Entonces, consigue hacer que acabe en menos quince segundos dentro de ti y dame una nueva camada de monstruos. Si lo haces… Dejaré ir a tu niño, pero tú te quedas.

Se hizo el silencio, precediendo un desesperado folleteo de la mujer restregándose como si le picase la chonchita con una polla monstruosa empalándola, parecía cabalgar al payaso, que la azotaba y le instigaba a acabar. Como si pusiese todo su empeño en ello, se esforzó en gemir sonoramente, intentando excitarlo mediante el sentido del oído.
AhAhAhAhayy… Ummm… Que polla más grande… -musitaba con sinceridad mientras restregaba su cuello uterino contra el hinchado glande-. Ummm… -Ciertamente, pensó Gricel, sonaba muy erótica. ¿Podía sonar así ella también? Eran unos gemidos tan creíbles e inmersivos que casi podía creerse que era ella misma la que estaba siendo follada.
— Te quedan doce segundos, pero con esa intensidad me vas a hacer acabar… Voy a ponértelo más difícil.
Aghh… -chilló sorprendida la mujer, sin detener su frote en torno a la verga del payaso.
— Olvida lo de los quince segundos, hazme acabar dentro de ti antes de que te asfixies…
— Gahg… -se quejó ahogada sin dejar de frotar su clítoris a la piel del payaso, o al menos eso imaginaba Gricel que pasaba. Cada vez estaba más mojada, y estúpidamente, deseó ser la mujer follada en ese instante.
— Te quedas sin aire… Morirás ahogada.
— No… -logró decir la mujer.
— Me vas a hacer acabar… Ya lo siento. Voy a acabar dentro.
— Córrete dentro de mí -dijo con el último aliento que le quedaba en los pulmones.
— No deberías haber dicho eso… Ahora no llegarás -le espetó con crueldad, apretándole más el cuello.

Pero la tenacidad y la desesperación de la mujer le hicieron azotar con su húmedos cachetes la dureza del payaso, tragándola y vomitándola fuera de su cocoya hasta que soltó un lastimero gemido, tal vez, al sentir como su útero se llenaba de un adictivo semen. Gricel alcanzó a escuchar un golpe sordo, como el de un cuerpo inerte que encuentro su descanso en el suelo. ¿La había matado? ¿Seguía viva?
— Está bien, Sandra… Has ganado a tu juego. Pero nunca especificaste en que condiciones tenía que liberar a tu niño.

Escuchó como el payaso se levantaba y se acercó a ella.
— Gricel -le dijo al oído-. No me ha dado tiempo a darte la bienvenida -musitó con voz saltarina y aguda al tiempo que le quitaba la venda de los ojos y la cinta que aprisionaba sus labios.

Gricel miró al payaso lastimosamente, se vio completamente expuesta al monstruo de circo que la miraba sonriente. Abierta de piernas, no estaba segura de si su pecho subía y bajaba, lo que habría confirmado si seguía viva o no. De su interior salía un espeso y blanquecino semen que se desprendía hasta interponerse entre el suelo y sus muslos.
— Así acabarás… -dijo el payaso, pero ella no le contestó-. ¿No tienes nada que decir? Chica lista… Vamos a pasarlo muy bien aquí.

En aquel momento, la madre y esposa solo quería ser follada con la misma violencia que había escuchado segundos atrás. Sabía que aquel deseo era ajeno, o que de alguna manera estaba hipnotizada o bajo la influencia del payaso, ¿Qué importaba?: A fin de cuentas, estaba cachondísima y solo quería ser follada.
— ¿Qué es eso de darte una camada? -preguntó Gricel finalmente.

El payaso, completamente desnudo y con un cuerpo delgado y atlético, se posicionó frente a sus piernas abiertas con un manubrio de al menos 25 centímetros de longitud, era casi tan gorda como un calabacin y con el paso de los segundos, pasó de morcillona y caída a una perforadora de orificios perfecta. Dura como una piedra, lista para empalarla.
— No solo me alimento de vosotras, también me dais bebes. La mayoría son imperfectos y defectuosos, no viven más de un año. Pero contigo tengo un palpito…
— ¿Un heredero digno? -repitió, fantaseando con la idea de poder convertirse en una especie de reina y escapar de algún modo de allí
— Las mujeres que hay aquí engendran a mis retoños, y cuando nacen, los amamantan. Eso me recuerda… No creas ni de lejos que soy el único aquí que puede preñar hembras. Sobre los críos… cuando son lo suficientemente grandes y fuertes… Bueno, abusan de su propia madre. Y en algún momento, mueren. No duran mucho, no son como yo. Son imperfectos, y defectuosos -repitió.

Las manos del payaso se posaron sobre sus muslos, una a cada lado de su lubricada vagina.
— De todas formas: Dándome un heredero digno o unos retoños defectuosos… Incluso si no soy yo el que te siembra. Estoy ansioso de ver lo que pasa contigo. Ya hemos hablado suficiente... ¿Cogemos?

Gricel lo miró con rostro lastimero, dispuesta a correr el riesgo de ser follada por esa bestia, siendo consciente de que luego se arrepentiría. La polla colosal de 25 centímetros se posó, aplastando sus labios vaginales con todo su peso, y se restregó muy superficialmente como si estuviese indeciso entre cogérsela y dejarla ahí, inmóvil y abierta de piernas.
— Cógeme…
— ¿Qué dices?
— Párteme el medio… -suplicó Gricel finalmente.

El payaso sonrió, se dio la vuelta, se agachó frente a la mujer desmayada, la abrió de piernas y la empezó a besar. Incluso estando inconsciente, ella le correspondió los besos y se dejó morder antes de ser penetrada de nuevo. Gricel volvió a mearse encima, formando un chorro dorado que caía directamente al suelo mientras veía con interés como el payaso volví a ignorarla y se follaba a su compañera de calabozo. Se meó encima porque no podía hacer otra cosa, solo mirar, desear… y aguardar.

 




El reino del payaso

Un águila imperial sobrevolaba una vasta y extensa isla en medio de ninguna parte. Había una gran ciudad, tan grande como la gran manzana de nueva york. Los edificios no alcanzaban ni los treinta pisos de altura, pero eran tan numerosos como setas creciendo alrededor de un árbol. Alrededor de la gran ciudad, existían claros y bosques. La vista del águila era tan precisa, que podía vislumbrar entre los árboles, entradas que daban a sinuosas catacumbas subterráneas y misteriosas cuevas. El águila podía apreciar criaturas, que se movían de un lado para otro a lo largo y ancho de toda la isla. Podía verlas en las costas, en los bosques… Pero donde más había era en la ciudad. Podía ver hembras corriendo por los bosques, tratando de escapar de sus persecutores, algunos humanos… Y otros las perseguían con las fauces abiertas, expiando saliva y avanzando imparables a cuatro patas.

El payaso reinaba con erecta dominación sobre todas las mujeres y los niños que coleccionaba en sus tierras. Si bien la mayor parte del tiempo las mujeres descansaban, permaneciendo escondidas o simplemente cautivas, fuera quien fuese no tardaba mucho en volver a sucumbir al libido y al hambre del monstruo. Era un ser que siempre estaba sediendo de excitación, miedo… y sufrimiento.

Las mujeres que esparcidas a lo largo de aquel territorio desconocido iban descubriendo creativas y perversas maneras de ser molestadas, pues era importante no caer en el error: No siempre el payaso quería satisfacer su lujuria con esas mujeres y no siempre sus intenciones eran tan inofensivas como para realizar un acto tan compasivo como podía ser una simple cogida. Aquel lugar, y así lo creía la gran mayoría de mujeres y de niños, era una cárcel. Con frecuencia solían llegar a la conclusión de que aquello era el mismo infierno.

El dueño y señor de aquel lugar necesitaba satisfacer no solo su hambre, sino también su sed de crueldad. Muy pocas mujeres se habían atrevido a plantarle cara, y las que lo hacían, no esperaban vivir mucho más. Muchas enloquecían y asumían el final, sin esperarse las consecuencias por enfurecer a la maléfica quimera. En ocasiones, eran castigadas permaneciendo inmóviles en posiciones humillantes, expuestas a carroñeros y todo tipo de peligros; otras veces, podían satisfacer la curiosidad siendo conejillas de indias en sus creativas formas de matar.

Si ese era un reino, esa cosa era el rey. Amo y señor absoluto de todo lo que sucedía en aquellos lares. No había que caer en el error: Si no era omnipresente, estaba cerca de serlo. Podía aparecerse en diferentes puntos de la isla en cuestión de segundos, y si bien no podía presenciar todo lo que sucedía, su prestidigitación era tan abrumadora que lo parecía. Algunos hombres habían realizado pactos con el payaso, algunos de esos hombres eran despreciables capaces de vender su alma al diablo para poder disponer de mujeres a su antojo.  Estos hombres vagaban a su antojo por los diferentes lugares de aquel reino, encontrándose a su paso mujeres libres como el viento sobreviviendo a su manera, u otras aprisionadas en trampas como podían ser hidras, cepos, agujeros en el suelo o hasta derrumbes provocados por haber pasado por donde no debían. Ya fuesen nómadas ermitaños o grupos de hombres errantes, al encontrarse con estas mujeres en posiciones tan vergonzosas y expuestas, se divertían a su costa y cuando terminaban con ellas, las dejaban en el sitio, sin ayudarlas a escapar, a la merced de los carroñeros y otras bestias.

Este reino no era un lugar para los finales felices: Muy pocas escapaban, muchas morían, en ocasiones por vejez, otras por suicidio y algunas pocas desdichadas eran asesinadas de manera directa o indirecta por el payaso. Los niños y las niñas, por el contrario, no servían para un uso lascivo del payaso. Para ser un sanguinario monstruo, parecía repudiar la sola idea de corromper sexualmente a esas criaturas inocentes. No tenía sentido, pero así era: Cualquier hombre, animal o bestia en sus dominios sabía que si veía a un chico, fuese cual fuese la situación, debía evitarlo o sufriría las consecuencias; pues los niños existían en aquel mundo únicamente para alimentar con su miedo y su carne al payaso, y cuando se volvían inservibles… Basta con decir que podían ser cruelmente liberados de vuelta a su mundo o serían comidos hasta no dejar de ellos ni la ropa.

En lo que se refería los niños, solían encontrarse en las catacumbas. Había en cierto lugar bajo tierra, una especie de despensa, donde se apiñaban la gran mayoría de infantes. Algunos colgaban como jamones o embutido, y otros se agrupaban aterrados en aquella fría despensa. Muy pocos crecían hasta llegar a la adolescencia, y los que lo hacían, lograban escapar a los exteriores sobreviviendo como podían. Una escasa minoría de niños y niñas eran liberados dentro de aquel mundo, y aunque tuviesen una especie de salvoconducto, no todas las amenazas tenían consciencia… Ni todas temían al payaso.

Una mujer de cabello oscuro, completamente desnuda, logró salir de las catacumbas con varios traspies. Temblaba aunque no hiciera frio, el motivo era simple: todo podía ser una amenaza para ella. Seguía escuchando las súplicas de una infinidad de niños y mujeres provenir del interior, y si bien se había equivocado al tomar caminos erróneos para salvar a alguien más que a ella misma, había aprendido que el payaso podía jugar con su mente y hacerse pasar por quien no era, si bien podría haber salvado a alguien, estaba segura que la mayoría de víctimas estaban preparadas para incautas como ellas. Con todo el dolor de su corazón, se alejó de la entrada a los túneles subterráneos y busco escapar de aquel lugar. Los gritos resonaban en sus oídos y le recordaban que estaba eligiendo dejar a su hijo en un destino fatal, pero ya había asumido que si escaba de allí ella sola, lo cual era imposible, sería un milagro. Tenía la silenciosa y vana esperanza de encontrar algún tipo de ayuda, algunas mujeres que se resistiesen a aquel control y pudiesen ayudarla a recuperar a su hijo. Lo que estaba claro es que no lo lograría por sí misma.

Se llevó la mano al vientre y gesticuló de dolor, había tenido esos dolores desde que había despertado. Recordaba con dolor como, estando maniatada y viendo como el payaso abusaba de Sandra, había ansiado estar en su lugar. En aquel momento, en cambio, se arrepentía de su facilidad para desear lo indeseable.

No llevaba ni una veintena de pasos fuera de las catacumbas cuando un hombre, vestido de pies a cabeza, la arrolló derrumbándola dolosamente contra el suelo. Se encontró a cuatro patas, con el culo en pompa y una polla salvaje dispuesta a violarla.
— ¿Eres una de las zorras de ese payaso? -rio con crueldad-. Va a ser divertido follarte… No soy como eso, pero voy a darte mucho placer.

Pero Gricel no sentía la necesidad imperiosa de dejarse coger como con ese endemoniado payaso, y sin pensarlo, agarró una rama del suelo y se la clavó en las pelotas a su intento de violador. Atravesó su pubis y debió perforarle la vejiga, escuchándole gritar y retraerse como una niña, llorando sin terminar de morir, preguntándose por qué le pasaba aquello. Gricel le escupió y se escapó, dejando aquel hombre suplicante tirado en el suelo a su suerte. Sin saber que hasta los hombres vulnerables podían ser presas de bestias, carroñeros y de monstruos. De todas maneras, eso no la habría hecho sentir lástima de él… Ni ayudarle.

Gricel avanzó entre los árboles hasta encontrar un claro aparentemente tranquilo y pacífico, pero al sobrepasar la última línea de árboles vio algo que le heló la sangre, y la hizo caer rendida al suelo antes de arrastrarse hacia un árbol, aspirando pasar desapercibida como una piedra en el camino.


Hora de caza


En un prado rodeado de árboles, en una extensión equivalente a 200 metros cuadrados, se encontraban tres mujeres libres de cadenas intentando liberar de varios cepos de madera a otras dos, las cuales estaban atrapadas por el cuello y las muñecas. Las féminas atoradas, completamente desnudas, estaban más sucias y mugrientas que las que se encontraban libres, y estas gritaban instrucciones desesperadas con las que se suponía debían ser liberadas.
— ¡Rápido… -gritó una con urgencia-… están al caer!
— Lo hago lo más rápido que puedo.
— ¡Usa una piedra! ¡Una más grande! -ordenó la otra presa.
— No quiero que me follen otra vez… -lloraba una pelirroja de no más de 25 años, indecisa entre ayudar y escapar.
— Cuantas más seamos, más posibilidades tendremos de sobrevivir. ¡Haz algo! ¡Ayuda!

Se escuchaban los golpes de las rocas contra los candados de los cepos, impactos tan violentos y desesperados como los cansados y débiles brazos de aquellas mujeres libres, que vestían arapos, permitían estampar sobre aquellos cepos.
— ¡Oh, no! -se lamentó una mujer rubia de senos más pequeños que grandes.

Un animal, casi tan grande como un hipopotamo apareció entre los árboles, como si oliese sus coños asustados.
— ¡Un carroñero! -gritaron al unísono dos de las mujeres libres mientras tiraban las piedras y se preparaban para escapar. La pelirroja, paralizada, se derrumbó al fallarle la pierna y cayó de culo, observando el avance del animal cuadrúpedo hacia las mujeres aprisionadas en sus cepos.

Una oleada de risas traviesas y eufóricas empezó a resonar anunciando una emboscada. Estas carcajadas provenían de entre los árboles y sobre las ramas de los mismos, y las dos mujeres que escapaban, sin haber podido llegar muy lejos, sirvieron de diana para pequeños goblins del tamaño de poco más de metro cuarenta de altura, saltando sobre ellas y cargándose sobre sus agotados cuerpos, haciéndolas caer mientras estas se defendían inútilmente con sus dientes, con sus puños y patadas. Una de ellas fue asfixiada con una cuerda hasta quedar desmayada, adoptando una actitud dócil. Las criaturas, de piel verde y ojos grandes y saltones, vestían unos harapos que no lograban esconder sus vergas. Estas eran de un verde más oscuro que el resto de su cuerpo, y los tamaños, ya erectos, parecían oscilar entre los 15 y aproximadamente los 17 centímetros, arrinconaron contra un árbol a las dos mujeres y empezaban a morderlas y a besarlas, buscando estimularlas para que se mojasen y fuesen más fáciles de penetrar. A Gricel no se le escapó el detalle que, en duras entrepiernas de aquellos energúmenos, brillaba una especie de grasa, como si se usasen algún tipo de lubricante para penetrar mejor.

— ¡No! ¡Fuera! ¡Largo! -rugía aterrorizada una de las mujeres en el cepo, sintiendo como el cuadrúpedo se apoyaba sobre la estructura de madera y se frotaba contra su culo en pompa.

La mujer era sumamente atractiva, con unos pechos tan grandes que destacaba entre todas las mujeres. Y en aquella posición sumisa se acentuaban aún más, el animal, sabiendo muy bien lo que hacía, continuó restregándose hasta que decidió estar listo para fecundar a la hembra. Gricel no exageró al considerar que la extensión total de aquella pija no humana, de aspecto rollizo, liso y completamente cilíndrico, debía alcanzar como poco los cuarenta centímetros de largo. No solo era la longitud, sino el grosor. La jovencita lloró y se las vió para soportar la penetración vaginal con las reiteradas embestidas mientras el animal bufaba. Con su enorme pija de semental se creció ante los fatales gemidos de la mujer que montaba, haciendo temblar el cepo y hasta la tierra. Parecía que con cada nuevo golpe con que arrollaba a la fémina, iba a desmontarla, pero continuaba resistiendo, como si rendirse fuese el equivalente a morir.
Chop, Clap, Thh, Chop, Clap, Thh, Chop, Clap, Thh, Chop, Clap, Thh Los cuatro goblins que encabezaban la violación mantenían sus embestidas, coordinadas con los otros tres.  Los cuatro orificios femeninos servían como percusión para sus pijas verdes y sus bolsas escrotales peludas, sin dar tiempo a ambas mujeres a concentrarse en cualquiera de sus extremidades.
— ¡Mira que perra! -escuchó una voz altiva pero grave. Era burlesca, y provenía de los goblins que, como demonios, manoseaban y disfrutaban de los cuerpos relativamente inertes de las mujeres.
— Querer piedad, pero abrir piernas como puta.
— ¡Puta, puta! -se unía un tercer goblin con risas saltarinas.

No es que las dos mujeres, excluyendo a la paralizada e inmóvil pelirroja, no se resistiesen y se esforzasen por escapar, sino que estaban siendo reprimidas por al menos unos ocho goblins que, pese a su pequeño tamaño, eran extremadamente fieros y agresivos. Las dos mujeres rubias, de bonita delantera, permanecían boca arriba sirviendo sus orificios a sus captores. Dos pares de goblins disfrutaban de sus dos panochas y sus labios, mientras otros se conformaban con sus tetas, sus manos y sus piernas.
— ¡Nock, hijo de Nuck, querer preñar hembra! -exteriorizaba uno de los goblins que se follaba a cuatro patas la boca de una de las rubias, mientras a diez pasos un enorme cuadrúpedo bufaba de placer buscando impregnar a una de las cautivas atrapadas.
— ¡Nock ser estúpido! ¡Boca no ser lugar para preñar hembra! -se burló Cay, el goblin que penetraba con habilidad el coñito de la misma mujer. Los 7 goblins se rieron por la ocurrencia, sin dejar de usar las diferentes partes del cuerpo de ambas mujeres para satisfacer sus lujuriosas necesidades.

Las dos mujeres gemían, ahogadas y asfixiadas por la falta de aire y por las ganas de explotar. Podían estar siendo violadas, pero pese a que no era agradable, tampoco eran de piedra. Las ocho vergas verdes se frotaban contra ellas y las penetraban. Nock, hijo de Nuck, fue el primero en eyacular entre los labios de su presa. Llenándole la cara de un semen tan espeso como cuantioso.
— ¡Que alguien me ayude! ¡Por favor…! ¡No quiero volver a tener más…! -No pudo terminar, porque otro de los siete goblins sustituyó la mano que le pajeaba por la boca, dándole igual la lefa que se acumulaba en aquel rostro.
— Aquí estar Freud, hijo de Freid, hermosa -se burló el nuevo Goblin mientras el diablillo que tenía enfrente encajaba sus caderas entre los carnosos muslos de la mujeres y eyaculaba, disparando su semilla dentro de ella. La mujer, víctima de aquella impregnación no consentida, abrió mucho los ojos y luego los cerró, rindiéndose.

Al contrario de lo que Gricel esperaba, la bestia que a cuatro patas se follaba a la mujer del cepo tuvo una extraordinaria duración, dando tiempo a los goblins a marcar y llenar a sus víctimas con su semen. Los goblins de piel verdosa que iban acabando, se estiraron a holgazanear mientras recuperaban su estamina. Y la duración de aquel carroñero era tanta que precedió a todos los goblins.

Al final, las dos mujeres, que habían servido a seis goblins, solo conservaban y entretenían a los dos últimos. Los cuales a cuatro pelos las follaban, completamente desmayadas, tirándoles del pelo y azotándolas. Parecía que ambas mujeres, incluso sin ser conscientes, seguían deseando ser folladas. Lo cual para Gricel era una locura: Porque aquello, para esas cinco mujeres, eran violaciones y abusos. ¿Cómo se podía disfrutar de aquello? Al contrario de lo que le había pasado en aquel calabozo, en presencia de Sandra, humedeciéndose al atestiguar la tremenda follada que le dio el payaso. En aquella ocasión ella no se vio contagiada de la excitación, y solo quería escapar de allí sin tener que pasar por eso.

Los goblins que habían ido acabando y permanecían descansados, empezaron a molestar a la pelirroja que, sin haber intentado escapar, empezó a llorar tratando de empujarlos lejos de sí. A cuatro patas, uno de los goblins que podía ser Nock o Freud, saltó sobre su espalda y enrolló una soga alrededor de su cuello, estrangulándola. Las manos de la pelirroja intentaban aflojar el objeto de su asfixia:
— Por favor… Haré lo que sea -suplicó poniendo el culo en pompa… Eso era lo único que pudo hacer.
— Esto gustar más a Freud, hijo de Freid. Hembra solo servir para placer dar. A Freud gustar pelo rojo. Tu ser mía ahora.

Sin necesidad de ningún preliminar, Freud, penetró a la joven pelirroja y contra todo pronóstico el sonido y chapoteo se volvió extremadamente húmedo, como si disfrutase de ser asfixiada o follada por un goblin al que no le importaría matarla. Los pijazos que Freud le metía se clavaban hondo, pero era el choque de carnes lo más sonoro e impactante de todo: PLASH, PLASH, PLASH, PLASH…
— Ahhh… AhhAhA… -gemía la pelirroja cada vez con menos aire, hasta que entre el húmedo chapoteo y sus gemidos solo se escuchó lo primero.
— Pelo rojo ser mi mujer, pelo rojo servir como recipiente de semen. ¡Tomar semilla! ¡Tomar! -rugió apretando más la soga y tensando todo su cuerpo, acabando dentro de ella.
— No matar -dijo otro de los goblins, empujándolo-. Llevar a casa. Nosotros utilizar, tú no matar.
— Ser mi mujer. Yo poder hacer.
— Tú ser guerrero muerto -estalló el otro goblin, estampando su hacha en el cráneo de Freud, hijo de Freid.

Las dos mujeres de pelo rubio fueron humilladas forzándolos a cargarlos como si fuesen sus monturas. Dos yeguas exhaustas cargando a dos goblins cada una, mientras sus vaginas liberaban pequeñas gotas del semen restante que había en sus vientres. Los goblins restantes no caminaron, sino que montaron una especie de perros que parecían ser sus mascotas. Dejaron atrás el cadáver de Freud, llevándose a las tres mujeres a su base. Y también ignoraron a las dos mujeres de los cepos.

Justo en ese momento, después de más de 16 eyaculaciones por parte de los goblins con las dos rubias y las pelirrojas, el cuadrúpedo culminó  liberando un grito de guerra mientras vaciaba su carga en la mujer que había montado hasta el momento. La prisionera del cepo vecino se había hecho la muerta, depositando todo el peso sobre sus tobillas, arrastrando los pies… Pero no le sirvió de nada. La mujer que acababa de recibir la exagerada cantidad de semen animal, delató a su propia compañera gritándole al animal.
— Que no te engañe esa perra desagradecida -estalló llorando-. Se está haciendo la dormida. ¡Eh! No te vayas, ahí. Tienes otro coño que follarte. Destroza a esa perra -rugía con resentimiento.

La segunda prisionera rompió en llanto al sentir como la criatura de cuatro patas se le acercaba, le olía la panocha, la lamía y la montaba. Se restregó un par de veces, sin que su colosal verga de 40 centímetros pudiese volver a ponerse dura. Se restregó durante largos minutos hasta que finalmente consiguió reactivarse y penetrar por uno de los dos orificios a la jovencita, mientras su vecina, tras haberla entregado, se puso a llorar desconsoladamente.

Gricel se marchó, aprovechando que la bestia estaba entretenida en mitad del claro y que los goblins se habían llevado apresadas a las otras tres. Con eso creyó que, para bien o para mal, estaría mejor sola.

***

Debía llevar poco más de treinta minutos caminando: Había visto mujeres con medio cuerpo enterradas en el suelo, con sus coños surgiendo de la tierra como si fuesen plantas. Había visto algún niño, corriendo entre risas seguidos de goblins y varias mujeres apresadas en lianas. Una gran serpiente que se enrollaba al cuerpo de una víctima de cabello negro, asfixiándola y preparándola para comérsela. Esa serpiente debía medir por lo menos nueve metros… Y Gricel no quiso pensar mucho en aquello.

En cierto punto del camino se encontró a tres niños cerca de la entrada a una cueva, la miraron largo y tendido… Y entonces entendió que no eran niños. Supieron adoptar una cara de pena y le pidieron ayuda, acercándose a ella con rostros angelicales… Pero Gricel había aprendido que aquello era una trampa mortal, y acercándose a un palo cerca de un árbol golpeó a uno de ellos con golpes no letales, espantando a los otros dos, que se alejaron siseando como animales, mientras ella continuaba atizándole como si fuese una piñata derribada en el suelo. Gricel estaba débil por no haber comido en mucho tiempo, y se preguntó como sobrevivirían la mayoría de las mujeres en aquellas condiciones si ella, llevando poco tiempo ahí, ya estaba hambrienta.

De la cueva surgió un olor agradable, que tal vez no le habría parecido tan sabroso si no fuese por su necesidad de llenar el estómago. Al acercarse a la entrada de las cuevas observó que había pequeños agujeros entre las paredes que conducían al interior de la montaña. Gricel pensó en pasar de largo, era demasiado evidente que era una trampa y no podía ser casualidad que cerca de aquellas entradas hubiese tres niños no humanos, que pese a parecerlo, no lo eran en absoluto. Al acercarse a la entrada, escuchó gemidos de mujer… Y ese fue el peor error que cometió.

A lo lejos, no supo si dentro de la cueva o fuera de ellas, escuchó la risa del payaso, como si pretendiese hacerle saber que la observaba. ``Tengo planes para ti´´ recordaba haberle oído decir poco tiempo atrás…  Se había negado a cogérsela en aquel calabozo, tirándose a Sandra hasta la muerte de esta. Aquello le había demostrado dos cosas: Que no necesariamente era él quien tenía que satisfacer siempre su lujuria y que no le importaba que muriesen. No dejaban de ser juguetes, y eso la aterraba. Pero si bien la aterraba, también volvió a sentir esa inflación dentro de ella. Ese cosquilleo que delataba su excitación, y aceptando que su calentura iba en aumento, decidió que lo mejor era que pasase de largo. En esas cuevas no podía haber nada bueno… Mejor morir de hambre que caer en una trampa tan evidente.

Se dio media vuelta, y a lo lejos pareció ver al payaso con un globo rojo. Durante unos segundos la miraba y a los instantes ya no estaba. Tras de ella, en el interior de las cuevas, escuchó mujeres gimiendo y muchos chapoteos rebotando. Tanto las voces como los golpes de carne que delataban un sexo agresivo se escuchaban con eco, y se dio cuenta que escucharlos era un error, porque cuanto más oía lo que sucedía dentro, más hambre le entraba. Y si el payaso tenía aquello planeado para ella… ¿Por qué no la había llevado por sí mismo?

Giró sobre sí misma y miró las extrañas entradas, tan pequeñas que tan solo los niños que había visto antes y los goblins verdes, con su reducido tamaño, habrían podido pasar con facilidad por ahí.
— ¿Hacemos una tregua? -preguntó la voz del payaso detrás de ella, por supuesto Gricel saltó del susto.
— ¿Qué tregua? -preguntó ella, desconfiada. Era extraño tener al payaso a plena luz del día, sin nada que los separase… Tan cerca y totalmente vestido. Sonreía, como si fuese un payaso con cierto retraso intelectual, pero al mismo tiempo era evidente lo inteligente que era.
— Tienes hambre. ¿Verdad? Casi puedo escucharte desde aquí… Pero también estás excitada. Te preguntas qué habrá ahí dentro. Este es el trato: Entras en la cueva y robas algo de comida. Lo más importante es esto: Que no te vean.
— ¿Qué hay ahí dentro?
— Criaturas… Y suelen tener más hambre que yo.
— No voy a entrar ahí.
— Pero vas a entrar, porque si no lo haces… En el camino que escojas podrías encontrar algo peor.
— ¿Y si lo hago? ¿Qué obtengo a cambio?
— Mejor que aquí yo te deba algo a que tú me contradigas. ¿No crees, Gricel?
— Si entro ahí estoy perdida de todas maneras… Es una trampa mortal.
— ¿Si juro sobre mi oficio de payaso -anunció solemnemente, alzando una mano y avanzando la otra sobre su corazón- que te sacaré de ahí si te descubren? ¿Lo harás?

Gricel recordaba como con Sandra había realizado una estrategia tramposa muy parecida. Había ciertas condiciones, pero incluso si perdía, él saldría ganando.
— ¿Solo tengo que entrar y agarrar la comida?
— Sí… Solo eso. Y escapar sin que te descubran. Porque si te descubren… -No le hizo falta voltearse para saber que estaba descubriendo.
— Lo que quieres es que me descubran… ¿Verdad?
— ¿Qué te hace pensar eso? -replicó con inocencia, a pesar de no confirmarlo ni desmentirlo.
— L… Lo haré.

Un soplo de aire le hizo pensar que si se giraba, no vería al payaso detrás de ella. Avanzó varios pasos hacia la entrada de las cuevas por una sencilla razón: Dentro había comida. Incluso si intentaba mentirse, en el fondo sabía que había un motivo más, bastante más complaciente y altruista para ese payaso, pero incluso si lo aceptaba, no quería reconocerlo ni siquiera mentalmente.

Gricel se introdujo por uno de los diminutos túneles, teniendo que arrastrarse hacia la oscuridad. Cuanto más avanzaba por los laberínticos caminos subterráneos, más altos escuchaba los gemidos y menos luz del sol alcanzaba a tocarle la espalda. No tardó en ser sustituida la luz solar por la luz artificial de antorchas y fogatas, y al llegar al final, descubrió una taberna la mitad de grande que una pista de básquet. El techo era bajo, de poco más de dos metros de altura, y existían orificios tanto en las paredes como en el techo, que servían para el escape de los innumerables goblins que se encontraban ahí dentro: Disfrutando de la comida que se cocinaba en sus enormes ollas, de las veinte mujeres esparcidas dentro de la cueva siendo folladas sin pausa y de ciertas zonas de recreo donde jugaban a las cartas o se peleaban contra ellos.

Gricel no pudo asimilar lo que veía, y tuvo que taparse la boca para reprimir un grito que la habría convertido en la hembra veintiuno para aparear entre todos aquellos pequeños demonios verdes.

 

Diosas de la maternidad 




Chop, chop, chop, chop, chop…. ¡Chopchopchopchopcop…! ¡¡¡PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS!!!
Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap…
¡ PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS…!

Lo primero que olfateó Gricel al llegar al final del túnel fue la comida, pero junto a ese delicioso olor también podía oler la humedad que impregnaba el aire, un fuerte olor a semen que invadía sus fosas nasales. El ruido le impactó, precediendo la vista de más de sesenta goblins de diferentes tamaños violando a una veintena de mujeres. El tamaño de los monstruitos verdes variaba, pero incluso si había uno o dos que medían más de dos metros de altura, la inmensa mayoría no debían superar el metro y medio de longitud.

Gricel tuvo que taparse la boca, y como solo tenía dos ojos, solo podía enfocar a partes concretas de la cueva. Sus ojos veían, y como no era capaz de procesar lo que veía, tenía que volver a revisar con sus ojos para asegurarse de que había visto bien.

Era una cueva de estructura rectangular, de roca irregular y rasposa en paredes y techo. La cavidad, sin ser excesivamente grande, era perfecto para el reducido tamaño de las criaturas verdes. Veinte mujeres, algunas desnudas y otras con escasez de ropa, siendo acorraladas por todos esos pequeños monstruitos que campaban a sus anchas por el interior de la caverna. Había al menos tres fogatas que inflaban de calor el interior, sobre las cuales había unos improvisados pilares que les ayudaban a cocinar humeantes marmitas.

Las veinte mujeres estaban repartidas en cuatro grupos, y pese al caos que reinaba en aquel lugar, había cierto orden. El primer grupo, en el ala izquierda de la cueva, eran cinco mujeres rodeadas de perros hambrientos de sexo. Alguna se llevaba algún mordisco, pero lo normal, o así lo percibió Gricel, era que sobre sus cuatro patas dominasen a las hembras reservadas para ellos. Los perros, con sus lomos erizados, usaban las bocas y las entrepiernas de las mujeres como consolador. Las féminas permanecían quietas, como si estuviesen agotadas o muertas, en posiciones diversas como postradas boca arriba y abiertas de piernas, a cuatro patas o siendo cogidas de lado. En ese lado de la caverna no se escuchaban gemidos, solo los gruñidos de los perros y sus implacables aullidos para avisar que estaban a punto de impregnar el objeto que había bajo ellos.

Inmediatamente a su derecha había otras cinco hembras debatiéndose para librarse de las codiciosas embestidas de más de quince goblins. Los gemidos de estas cinco mujeres eran los que más resonaban en toda la caverna. Había mujeres de busto pequeño, ambas de pelo negro, una rubia de pecho sugerente y dos pelirrojas de grandes pechos. Las dos morenas se encontraban a cuatro patas, se parecían bastante y eran las más peleonas. Aún así, los goblins las sabían mantener a raya y conseguían abusar de sus bocas, sus manos y su trasero. La rubia, con unos gemidos inocentes, parecía haberse entregado a sus captores y se dejaba besar por unos repugnantes demonios verdes, mientras dos espabilados embestían sus pechos y su vagina. Los goblins parecían desprender un lubricante natural en sus miembros, permitiéndoles penetrar a las mujeres que tenían bajo su dominio quisiesen estas o no. A los ojos de Gricel, había detalles que eran muy significativos. Las dos pelirrojas parecían estar gozando como esclavas totalmente comprometidas al placer, goblin tras goblin, mientras que la rubia, por el contrario, gemía tímidamente mientras ocasionalmente provocaba un orgasmo y sacando del rondo al goblin eyaculador. Las dos mujeres de menor tamaño de ese grupo de cinco, pese a estarse resistiendo, arqueaban el ceño mientras sus cuerpos se arqueaban y se sumían en otros orgasmos más.

Algo captó la atención de Gricel, y al mirar a su derecha descubrió diferencias en el nuevo grupo si lo comparaba con las cinco anteriores: las cinco mujeres más a la derecha, todas ellas rubias, tenían barrigas enormes que las delataba como embarazadas. A su alrededor tenían múltiples goblins esperando pero solo había dos, como máximo, apareándose con ellas. Dentro de lo que cabía, la mayoría parecían tratarlas con suavidad y delicadeza, incluso si había alguna excepción de un goblin especialmente agresivo que bombardeaba las carnes de una mujer embarazada de unos 8 meses sin temor a provocarle un aborto al rebotar su miembro con un vientre tan hinchado. Según interpretó Gricel, desde su forzado silencio en uno de los agujeros en las paredes, oculta y camuflada, las mujeres embarazadas tenían el privilegio de no ser brutalmente folladas por hordas de demonios, y simplemente eran usadas para satisfacer un lívido exquisito de una minoría de goblins.

Gricel casi no quiso observar el último grupo ubicado a la derecha, eran mujeres, con sus vientres flácidos, que amamantaban bebes de piel blanca grisácea mientras servían sexo oral a otros más mayores.
— Madre… ¡Tener calor aquí! -rugía un goblin prepuberto, de un color verde muy claro y siendo más pequeño que la mayoría de los adultos.

La mujer, amamantando a dos bebes diferentes, pareció negarse, pero el prepuberto monstruito la agarró por la cabeza parándose frente a ella y la forzó a brindarle un sexo oral que no se detuvo hasta disparar en la cara de la rendida madre un par de chorros de caliente semen. Cuando el goblin prepuberto, con cara de satisfacción se apartó y se marchó a agarrar un sucio tazón de madera de uno de los calderos hirvientes, la mujer pareció suspirar de alivio, pero al anterior le siguieron dos prepubertos que se masturbaron en su cara haciéndole sacar la lengua mientras sus manos de un verde claro frotaban sus miembros de un tamaño que no era destacable, ni para bien ni para mal. El rostro de la mujer, sucio y pringoso, recibió dos descargas más de semen de los hijos de otras madres, antes de que se marchasen complacidos por la maldad que acababan de realizar.

Las cinco mujeres parecían dedicarse exclusivamente a la nutrición de los inmaduros goblins y eran evitados por la gran mayoría de lujuriosas bestias de la sala. No era que estuviesen evitándolas por algún tipo de ley, sino más bien como si sintiesen algún rechazo biológico hacia ellas.

Un  goblin, de prácticamente dos metros de altura, se acercó desde quien sabe donde a una de estas madres, la agarró del pelo haciéndole saltar un alarido y tras varios azotes bestiales contra su culo, enterró entre ambas nalgas una gigantesca polla de, tal vez, más de cuarenta centímetros y tras admirarla, sin soltarla del cabello, la empaló golpeando su culo con poderosas embestidas que resonaron en todo el interior de la cueva. La adormilada mujer despertó siendo protagonista de aquella brutal cogida mientras los goblins desocupados en los alrededores señalaban y se reían, diciendo cosas como:
— Nil, hijo de Nul, estar tan caliente que coger puta con coño flojo.
— Nil, hijo de Nul, nunca haber tenido gusto por putas.
— Apostar 5 knuts a que Nil, hijo de Nul, aplastar bebes mientras follar puta.

TRAS, TRAS, TRAS, TRAS… Nil, hijo de Nul, destrozó el interior de la mujer sin nombre, haciendo que su vientre se inflase visiblemente y se vaciase antes de que explotase algo dentro de ella y Gricel observase al colosal Goblin retirarse del interior de la mujer, dejándola a cuatro patas y burbujeando semen caliente del interior de su sexo, mientras se desviaba hacia los goblins diminutos que se habían burlado de él y, entre gritos, los estampaba contra las paredes matándolos del impacto, aplastándolos contra el suelo, logrando así atraer la atención de toda la cueva. Tras haber asesinado a siete de su raza sin ningún tipo de contemplación, se acercó al grupo de mujeres que amantaban a las crías de los goblins y, agarrando a otra de las cuatro del tobillo, la arrastró diez metros hasta un boquete en una pared que parecía conducir hacia otra subsala. Los gritos de la mujer, suplicando ser salvada, se acallaron al llegar al interior y poco después, solo un sucio chapoteo y los gemidos de esa mujer salieron de aquel lugar.

Dos crías de goblin quedaron, llorando, en el frio suelo, bajo la amenaza de crueles pisadas de los de su misma especie. Entre las risas de los goblins, los vaginas húmedas que chapoteaban sin cesar y los juegos sobre tableros de aquellos seres no era raro que un par de crías lloronas y molestas acabasen aplastadas… y así pasaba.

Gricel, tratando de prestar más atención, apreció que la mayoría de mujeres no estaban totalmente desinteresadas, sino que, como si la locura se hubiese adueñado de ellas, parecían disfrutar de un sexo que al mismo tiempo parecían odiar. Era como si hubiesen aceptado su rol de objetos sexuales para todas esas criaturas, como si supiesen que nunca iban a salir de ahí.

Mientras trazaba un plan para conseguir la comida de aquellas marmitas sin que la descubriesen, le dio un vuelco al corazón al ver al payaso, acuclillado frente a incontables goblins ociosos… Y entonces todos, incluido el payaso, voltearon sus rostros a ella.

Ese payaso,  le devolvió  la mirada con expresión traviesa, entonces sonrió con mezquindad justo cuando uno de los excepcionales goblins de gran tamaño, uno de los pocos que había, gritaba a pleno pulmón:
— ¡¡Hay carne nueva en el menú, muchachos!!

 

 

Y todos los goblins que no estaban culiando, comiendo o durmiendo se abalanzaron sobre ella. Gricel se vio arrollada por media centena de goblins que parecían adorar a las mujeres ‘’nuevas’’ sin usar. Todos querían ser los primeros en lamerla, manosearla y por último, follarse todos sus orificios. Mientras enormes pollas de todos los tamaños se restregaban contra su piel, hediondas y grasosas recubiertas de un olor que contra su voluntad parecía excitarla, le pareció ver al payaso agarrar de una olla un brazo amputado, entonces entendió: ¿De dónde sacaban la comida los goblins? De las mujeres que morían, ya fuese dentro o fuera…

Y ella sería parte de ese menú.

 

La traición del payaso

Chop, chop, chop, chop, chop…. ¡Chopchopchopchopcop…! ¡¡¡PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS!!!
Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap, Clap…
¡ PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS…!


En el interior de la caverna, seguían resonando las entrepiernas de los goblins contra los traseros y los muslos de las dieciocho mujeres restantes. De las veinte que se había encontrado Gricel al entrar, una yacía muerta y ensangrentada… Su rostro transmitía paz, incluso si su muerte no había tenido nada de pacífica ni compasiva. Entre los dieciocho chapoteos que se escuchaban, había uno que resonaba con fuerza a lo lejos, en gran cavidad en una lejana pared de la cual no salía ninguna luz. Era un agujero negro al que ningún rayo de luz lograba alcanzar, y de su interior solo escapaban los desesperados gemidos de la mujer que suplicaban de mil maneras piedad.

Si en la cueva había dieciocho maneras siendo folladas por dieciocho goblins de pequeño tamaño, parecían cohibidas por los gritos y los gemidos de su compañera a la lejanía.

Chop, chop, chop, chop, chop…. Se escuchaba provenir sin cesar de aquella cavidad, junto con las súplicas de la mujer.
— ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh…! Dios mio… Oh.. Oh… -Pese al tono de urgencia en la voz de la mujer, transmitía un poco de goce hipócrita en su timbre.

¡Chopchopchopchopcop…!
Los chapoteos intensificaron su velocidad, pero no su fuerza. La mujer gritó como si estuviese apunto de correrse.
— ¡Me vas a matar! ¡Me vas a matar! ¡Me vas a partir! ¡Más suave…! ¡Por favor! -Suplicaba al roce del orgasmo. Quien fuera que se la estaba cogiendo era grande, muy grande… Y no parecía reaccionar a sus palabras.

¡¡¡PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS!!! Se volvieron más lentos aquellos chapoteos, pero se volvieron mucho más fuertes. La mujer, aturdida, ya no usó palabras, solo temblorosos y orgásmicos gemidos mientras aquellas embestidas contra ella insinuaban una impregnación masiva en su útero.
— ¡AHHhhh…! ¡AHHhh…! ¡Ahhhhh….!

Se hizo el silencio por unos pocos segundos, antes de que los chapoteos se reiniciasen por completo, desde el principio. La criatura empezó a reventarla a pijazos de nuevo, pero esta vez lo hizo con más urgencia, como si antes de terminar la vez anterior hubiese querido destrozarla de verdad y no lo hubiese logrado por poco… Pero esa vez no fallaría.

Chop… Chop… Chop, chop, chop, chopchopchopchopchCHOPCHOPCHOP¡PLOPPLOPPLOPLOP..!
— ¡No…! ¡No…! ¡Otra! ¡Vez…! ¡No…! Hmm…. Hmmm….. Ah, Ah, Ah, Ah, Ah, Ah….

Se oyó un crujido, una risa y un peso muerto cayendo al suelo. De aquella subsala oscura salió un gigantesco ogro de dos metros, con una enorme pija de más de 40 centímetros rebotando entre sus fornidas piernas y botando un líquido blanco que caía gota a gota al suelo.
— ¿Tú matar otra zorra? -preguntó uno de los goblins más grandes, parecía su amigo. El aludido se rio.
— No aguantar buena verga de Slut, hijo de Slat. Yo matar de vergazo como ella suplicar.
— Ella suplicar no matar. Yo escuchar.
— Ups…

Ambos se rieron como si acabasen de contar el más gracioso de los chistes. Slut, con sus casi tres metros, casi aplasta de un  pisotón a Gricel, que se encontraba sentada sola junto a una olla que hervía sobre el fuego.
— Hembra sola -murmuró inclinándose para agarrarla del pelo. Su amigo, casi tan grande como él, lo detuvo agarrándolo de la muñeca.

Slut pareció estar a punto de reaccionar mal a la intervención de su compañero, pero este señaló al payaso y dijo:
— Sonrisa penitente reclamar hembra.

En lo concerniente al movimiento, el interior de la cueva pareció congelarse. Todos los goblins y todas las mujeres desviaron sus miradas hacia el payaso y hacia Slut, considerado el más fuerte y violento de toda aquella mugrienta raza. El payaso se levantó, con la boca ensangrentada por la sangre de la mujer que había matado poco tiempo atrás.
— Me siento generoso -pareció hablar consigo mismo, con su voz aguda y saltarina… Estaba alegre-. Te voy a dar una segunda oportunidad. Acepta mi mano y acompáñame a esa cueva… Hazlo, y no dejaré que te toque ni uno de ellos.

Un escalofrío recorrió la espalda de Gricel, que volteó a mirar la oscura cavidad de la que había salido Slut, y luego paseó su mirada por todos los deseosos goblins que, a su alrededor, se morían por destrozarla. ¿Qué era mejor? Ser violada por un sinfín de goblins o acompañar a un monstruo que podía seccionarte el cuello de un mordisco… Eso en el mejor de los casos.
— No voy a acompañarte hasta que me des a mi hijo.
— Matías me pertenece ahora -dijo con tono amable, sin agacharse-. En este juego siempre gano. Te aseguro que antes de que termine el día estarás en esa cavidad conmigo por tu propia voluntad. ¿Por qué resistirte?
— Porque alguien tiene que decirte que no -dijo Gricel, aparentando tener más coraje del que en realidad experimentaba.
— ¿Seguro que quieres hacerlo de este modo?
— Lo único que quieres ahora es que yo acepte ir contigo. Y es lo único que no puedes tener -musitó Gricel temblando, sabiendo que cada vez quedaba menos para que todos aquellos goblins se abalanzasen sobre ella.
— Ya te he dicho que acabarás viniendo por tu propio pie. Última oportunidad.
— Prefiero a que me violen todos estas cosas a que tú me tengas.
— Te equivocas en una cosa -la corrigió el payaso, y antes de que pudiese contestarle, el finalizó diciendo-. Te equivocas si crees de verdad que no quiero esto.

El payaso se movió de su posición y dijo en voz alta:
— Si yo soy el rey, esta hembra es vuestra reina -Un escalofrío recorrió de nuevo la espalda de Gricel-. Su estrecha panochita y su culo son míos. ¿Su boca? ¡Es vuestra! ¡¡Tomadla!!

Más de un centenar de sonrisas con dientes blancos y amarillentos iluminaron los verdosos rostros de los goblins. Desde que la habían descubierto, o mejor dicho, desde que el payaso la delató, la gran mayoría de aquellos monstruos verdes parecían haber perdido el interés en las otras dieciocho mujeres, hasta el punto de que muy pocos permanecieron ‘’disfrutando’’ de aquellas mujeres ante la baja demanda. Como si en un despiste Gricel hubiese podido escurrirse entre todos aquellos machos de otra raza y escaparse, más de cien ojos la habían vigilado con recelo. Tras abalanzarse sobre ella, el payaso les había hecho saber que era suya. Tras conocer eso, ninguno se había atrevido a acercarse… Pero ya tenían su permiso. Eran demasiado estúpidos para entender cuales eran las intenciones de su señor… ¿Y qué importaba?

Gricel se encontró rodeada de más de veinte pijas verdes de diferentes tamaños, y aunque mayoritariamente eran longitudes que ella podría soportar, había un par de enormes vergas que debían medir más de treinta centímetros. Gricel, sentada en el suelo, experimentó el tacto de incontables pollas hediondas y sudadas restregándose contra su cara. Al principio fueron tímidos, queriendo evitar hacer algo que molestase a su señor pero, ante su pasividad, entendieron que nada de lo que le hiciesen a esa cara sería castigado… Y entonces más de una docena de vergas duras como palos de madera chocaron entre ellas para perforar sus labios. Los goblins, desde los más pequeños hasta los más grandes, se fueron animando tratándola cada vez más rudo. Uno la agarró del pelo y logró el predominio de sus labios.
— ¡Chupar, mi sucia reina! ¡Chupar…! ¡Hasta el fondo!
— Aghhh… -Gricel juntó sus piernas reprimiendo una arcada. No quiso pensar que, por muy mal que oliesen, era un olor excitante, no asqueroso…

Saboreó el requesón de una polla de casi veinte centímetros que se le atoró sobre la lengua y la forzó a saborear, alcanzando a ver de refilón como el goblin al que se estaba comiendo sonreía con una cara de estúpido antes de que otros de su misma raza, impacientes, le arrebatasen el control de su cabeza…

 

La reina de las mamadas

Varias mujeres de las dieciocho lograron escapar a trompicones, arrastrándose hacia los pequeños agujeros en las paredes -de un tamaño perfecto para los goblins- sin que ninguna de ellas fuese descubierta: De las dieciocho mujeres, siete lograron escapar y once estaban demasiado debilitadas como para intentarlo siquiera.

Un gran corro de goblins rodeaba a Gricel dándole apenas espacio para poder masturbar cuatro pijas verdes al mismo tiempo. Un pequeño goblin era el más feliz entre sus tetas, y el canalillo de ambos pechos que ese pequeño granuja se cogía estaba lubricado por la saliva que desprendían sus labios. Otras dos manos trataban de complacer a un par de goblins con la esperanza de que cuanto antes se corriesen, antes la dejarían en paz.

Sus ojos eran suplicantes: Se encontraba arrodillada ante una pelea continua por el predominio de sus labios. Los goblins, tanto los más pequeños que ella como los más grandes, le dedicaban toda su atención porque era algo nuevo para ellos, una hembra que podían ver, tocar y reclamar entre todos pero no podían cogerse.

Otra zarpa goblin, más grande que su cabeza, aprisionó su cabello en torno a su cráneo y la forzó a voltear la cabeza, dejando vendida sus labios para lamer una pija tan larga que de penetrarla podría empalarla, literalmente. Sus labios frotaron en horizontal, forzados por la férrea mano que la dominaba, el duro y extenso cilindro de pija verde repleto de venas y de un olor demasiado fuerte.

Gricel no estaba cachonda, incluso si veía a su alrededor tantos goblins apelotonados que moriría aplastada antes de poder complacerlos a todo. Y la miraban, como un trozo de carne que penetrar con sus duras vergas.

Un goblin de casi dos metros de altura, de los pocos que alcanzaban esa longitud, empujó y se abrió paso para agarrar con ambas manos la cabeza de Gricel y cogerse sus labios con súbita violencia, mientras sentía otras pijas restregándose pesadamente contra su rostro. Justo en ese momento, el gran goblin empaló su boca y, atorando su garganta, buscó con ímpetu egoísta su propio orgasmo. No importaba que Gricel, mientras ponía los ojos en blanco, no pudiese respirar. A ese Goblin solo le importó realizar unas diminutas embestidas, aporreando con su bolsa escrotal el mentón de Gricel, cerca… Muy cerca del orgasmo. Para ese goblin iba a ser delicioso acabar dentro de su reina… Quería cogérsela, pero tendría que conformarse con su boca. Gricel agarró de las duras piernas al alto Goblin e intentó, por supervivencia, apartarse de él. Todos los goblins y pijas a su alrededor parecieron desaparecer, su mente se centró en la única pija atorada en su esófago, con las papilas gustativas de su lengua siendo enterradas por la cremosa y hedionda pija goblin.
— ¡¡¡¡Hmm…!!!! ¡¡¡¡¡Hmmm!!! -protestó Gricel con sonidos guturales, justo cuando estaba segura que moriría ahí mismo asfixiada, el gran goblin se estremeció y arqueando su espalda hacia ella contrajo sus testículos para vaciarlos en ella.

Unos segundos más de asfixia con esa pija llenando su estómago hasta que el goblin creyó haber terminado con ella. Fue desagradable para Gricel, con la boca aún saboreando aquella pija tan gruesa y larga, intentar retomar el aire y que ya hubiese otras pijas intentando entrar entre sus labios. No se había dado cuenta de lo placentero que podía ser respirar… Y valorando cada bocanada de aire que daba, mareada por la falta de oxígeno, se avergonzó al pensar que era maravilloso saborear o oler aquellas vergas. Cuando te pasas medio minuto con algo atorado en tu garganta, respires lo que respiren debe sentirse delicioso.

Gricel sintió su rostro arder… Se estaba ruborizando. Sus dedos encontraron accidentalmente su panochita… Y empezaba a estar mojada. Su lengua empezó a salir de entre sus labios con más naturalidad y a lamer las pijas que tenía al alcance. Los goblins, que eran muy sensitivos para esos detalles, se dejaron lamer por la lengua traviesa de Gricel mientras la agarraban del pelo y la forzaban a ponerse a cuatro patas. En esa posición, y con su sexo solitario y abandonado, continuó chupando vergas goblins. Algunos de los demonios verdes se estiraron frente a ella y agarrándola por la cabeza la forzaban a chuparles: Primero a uno, luego el otro exigía sus labios, y un tercer goblin reclamó su cabeza para que su lengua se pasease alrededor de su pija.

Si había comenzado odiando a aquellos monstruos verdes, Gricel empezaba a sentirse ebria de excitación. No soportaba ver que los goblins se corrían en su boca o sobre su cara con semblantes placenteros y ella estuviese frustrada. Empezaba a pensar que no sería tan malo ser follada por todas esas máquinas sexuales…

Un azote en su nalga derecha la sobresaltó, olvidándose de continuar chupando. Los goblins, como niños traviesos, empezaron a azotar su culo… Las manos pasaban demasiado cerca de su deseosa vagina… Gricel volvió a reprocharse a sí misma desear que algún dedo se clavase en su panochita.
— Slut, hijo de Slat, partir por el medio a sucia reina.

Gricel gritó al ser agarrada por un tobillo y quedar boca arriba, abierta de piernas, con una pija de más de cuarenta centímetros que, de penetrarla, muy probablemente la mataría como hizo con la mujer en un oscuro rincón de la cueva. Slut, con toda la intencionalidad, dejó caer su enorme manubrio, con venas tan grandes como la pija de su marido y dejó que todos los goblins, y ella misma, admiraran de la longitud de aquella monstruosidad. Gricel pudo sentir los pesados testículos del ogro enterrando su vagina, y la larga extensión de dura carne le alcanzaba las costillas.

El payaso, a lo lejos, asegurándose de que su designio de que ni su vagina ni su culo fuesen penetrados, observó con una sonrisa traviesa al más grande de todos aquellos monstruos verdes. Por poderoso y dominante que fuese Slut, ¿Se atrevería a contrariar al emperador payaso? Las caderas del ogro se adelantaron y se bajaron, simulando que se la estaba cogiendo. Gricel sintió un insoportable cosquilleo en su bajo vientre… Si tenía que ser cogida hasta morir, aquel momento no le parecía una mala manera de hacerlo… Claro que le daba miedo ser desgarrada por esa verga de tamaño colosal… Pero peores cosas pasaban a su alrededor.

Entonces Slut la sorprendió parando de frotarse contra ella, agarrándola del cabello y forzándola a adoptar otra vez la posición de arrodillada. La enorme verga de Slut golpeó con su endurecido glande los labios de Gricel, para justo después increparle:
— Chupar.
— Es imposible que me quepa en la boca…
— Tu chupar, puta.

Al jalarla del pelo con violencia, ella abrió la boca para quejarse y el inmenso glande se incrustó entre sus labios. La mujer sintió como si se le desencajase la mandíbula, pero para ella lo más impactante fue el sabor… Era fuerte y pestilente… Pero era una pestilencia morbosa y excitante. Con sus propios labios experimentó lo que habría sucedido si la hubiese penetrado por su pobre panochita.
— Mirar Slut, puta -ordenó, y ella lo miró: Era un rostro furioso, que deseaba partirla por el medio, como había dicho antes.

Justo en ese momento, otros goblins de su alrededor se le abalanzaron y aplastaron sus pijas, de tamaños muy inferiores al de Slut, y parecieron discutir con él por su predominio.
— Esta puta ser mía.
— Esta puta poder chupar pijas. ¿Tú querer morir? ¿Pelear con todos?
— Compartir solo esta vez -decidió Slut, sabiendo que aquella vez tendría las de perder.

Otra vez la boca de Gricel sirvió de consolador para el resto de goblins, mientras Slut se pajeaba contra su cara seguramente pensando en domarla él solo. Los goblins que se apoderaron de su boca se volvieron mucho más violentos y ansiosos, forzándola a brindarles gargantas profundas y machacando su garganta a pijazos.

Gricel, otra vez mareada por la falta de aire, daba cada nueva bocanada saboreando la fragancia de todas aquellas pijas que la rodeaban, mientras hacía acabar algunas de ellas con sus labios, exprimiendo en su boca la leche de goblin, con su lengua, haciendo que como una manguera dispersasen semen sobre ella y, de esta manera, el resto se impacientase para conseguir su turno.

Por primera vez casi desde el principio, sin dejar de ofrecer mamadas, volvió a centrarse en los ojos de los goblins, los cuales la miraban con deseo. ¿Cuánto tardarían hasta enloquecer y violarla? Parecía que no iban a durar mucho… Estaba tan cachonda que se dejaría follar por cualquiera de ellos.

Entonces alcanzó a ver al payaso, levantándose del asiento improvisado que había hecho con el cadáver de la mujer que había matado antes y se dirigió a la oscura cavidad donde Slut había destrozado a pijazos a la mujer número veinte. Por supuesto, le dedicó una mirada con una sonrisa maligna, evidenciando que había llegado el momento que había predicho.

Con todos los goblins preparados para abalanzarse sobre ella y follársela entre todos, preparados para morir asesinados por el payaso por contradecirlos. Gricel, aún con aquellas vergas frotándose contra su cara y sus labios, logró decir:
— Llevadme con el payaso -dijo completamente ruborizada, tragándose su orgullo mientras tres goblins de tamaño considerable la escoltaban hacia la oscura cavidad donde aguardaba el payaso.

Del oscuro interior surgió una mano blanca, sin que se viese el resto del cuerpo debido a la falta de iluminación. Con todas las miradas de los goblins clavadas en su espalda, Gricel alzó la mano y aceptó su destino complaciendo al payaso… Jalándola hasta el interior y poniéndola a cuatro patas.

Una pija enorme para una persona, pero ni de lejos tan grande como la de Slut, se dejó caer entre sus nalgas. Estaba húmeda… Muy húmeda. Su panochita estaba lista para el payaso.
— Te dije que acabarías aquí. ¿Tienes algo que decir?
— Ahhh…. -fue el único sonido que soltó Gricel, al sentir un inflado glande, del tamaño perfecto, resbalar entre sus labios vaginales.
— Eso es justo lo que quería oír -Y agarrándola del cabello, embistió su interior, clavándosela hasta el fondo.


El anticristo

Era algo sabido por todas que el payaso tenía la extraña capacidad de excitarlas contra su voluntad, no importaba lo cansadas que pudiesen estar o lo opuestas emocionalmente, si él lo deseaba, ellas quedaban a su disposición. Pero si había algo que aquel monstruo de mil formas no podía controlar, era la intensidad con la que se calentaban. Eso no quería decir que ese maldito payaso no fuese un genio superdotado capaz de idear las maneras más retorcidas para excitarlas, y aquella vez, con Gricel… Lo había conseguido.

Podría haberse transformado en un caballo, o en una réplica exacta del más grande de los goblins con su asesina longitud de pija. Pero el payaso había elegido transformarse en un hombre viejo con una verga que debía rondar los veintidós centímetros. Un tamaño perfecto, que golpeaba ‘’su habitación para bebes’’ pidiendo permiso para descargar su semilla.

ChapChapChapChapChap… Gricel sentía la ansiada penetración retumbando en todo su cuerpo, más excitada de lo que había estado en su vida. Tan excitada que se habría dejado violar la cueva entera, incluso si luego se hubiese arrepentido. Tan excitada que estaba recibiendo los vergazos de un ser que la había secuestrado a ella y a su querido hijo. Tan excitada que en aquel momento solo quería ser follada por ese monstruo y que no parase nunca… ChapChapChapChapChap
— Ahhh…. Ahhh… -gemía lastimosamente Gricel mientras el disfraz del payaso la jaloneaba más del pelo. Estaba duro, demasiado duro… Y viscoso. ¿O era su panochita la que estaba húmeda y pringosa?

ChapChapChapChapChap… Sus sexos chapoteaban sin parar… Ella se sentía demasiado avergonzada como para decir nada. Sus labios reprimían un ‘’No pares’’ y un ‘’Hazme lo que quieras, soy tuya’’. En su lugar solo gemía, lastimosamente, queriendo hacerle saber que estaba a su entera disposición. Las nalgas de Gricel intentaron corresponder el ritmo del viejo intentando hacer el máximo ruido posible.
— Los tienes hambrientos a todos ahí fuera… -le recordó con una característica voz diplomática aquel hombre-. Cuando acabe contigo… -dijo sin dejar de cogérsela-. Te entregaré a ellos.
— Ahh… Ahh… Ah… -gemía Gricel sin dar crédito a lo que escuchaba. Tanto que le había costado conquistarla para entregarla cruelmente a aquellos monstruos.
— ¿No tienes nada que decir? ¿No vas a suplicarme que solo te use yo?

Estaba tan cachonda que todo lo parecía calentarla, hasta la idea de ser degradada a puta de unos goblins. El hombre, satisfecho porque la única reacción a sus viles y odiosas palabras fuesen los gemidos de la mujer, aceleró durante cinco segundos al triple de velocidad, haciéndola sentir muy rico antes de que la verga del hombre se ralentizase al ritmo normal. Luego volvía a acelerar durante cinco segundos y volvía a parar.

ChapChapChat… ¡Taptaptaptaptaptaptap! ChapChapChap… ¡Taptaptaptaptaptap! Chap…
Gricel saboreó esos acelerones, como si ella fuese madera y aquella verga se moviese tan rápido dentro de ella que pudiese prenderse fuego. Sobreexcitado, el hombre dijo:
— No creas que les prohibiré que te follen. Cuando acabe contigo ya no me serás útil… A menos que me pidas ahora mismo que te llene con mi jugo de payaso -masculló ralentizando la follada, dándole tiempo a pensar.
— Ahh… Ah… Ahh…. Sé que incluso si te dejo acabar dentro, me entregarás a esos monstruos… Porque eres cruel… -Su panocha parecía recibir las embestidas con gusto, buscando exprimirlo-. Así que… Acábame dentro y haz conmigo lo que quieras.
— Sí… Sí… No pares -exigió él, acelerando de nuevo.
— Lléname, destrózame… Me has puesto tan caliente que me da igual lo que me hagas… Soy tuya.
— ¡Sí! ¡Sí! -PLAS, PLAS, PLAS, PLAS El viejo marcó unas embestidas cortas, buscando su orgasmo inminente-. No pares. Dime que prefieres… ¿Quedarte conmigo o que te entregue a esos descerebrados?
— No… Todo menos eso. No me entregues a ellos.
— Repítelo… -Parecía excitarse con la idea de joderla y entregarla a los goblins.
— Sé que vas a llenarme con tu lechita y me vas a entregar…
— ¿Lo sabes?
— Lo sé… Lo sé… En cuanto me llenes con ella…
— Te estoy llenando. Prepárate para esos tontos.
— ¡No! ¡Por favor, no…! -suplicó Gricel a pesar de tener una curiosidad suicida sobre lo que pasaría cuando fuese entregada a los goblins.

El hombre la jaló del pelo tan fuerte que se vio expuesta mirándole a los ojos, sintiendo una corriente de placer insuflar de deleite líquido, caliente y espeso, que pareció ser tanto que le impregnó lentamente hasta las trompas. El payaso disfrazado de hombre, empezó a retirar su verga de veintidós centímetros de su interior mientras su atención y sus dedos se centraban en su sucio y lubricado ano. Gricel solo podía suspirar placenteramente, aún aturdida por el gozo tan intenso que había sentido segundos atrás… Y entonces, al terminar con ella, en lugar de entregarla a los goblins pareció cambiar de idea y penetró su culo mientras apoyaba todo su peso en su espalda y su cabeza, haciéndola sentir una fricción que le otorgaba un gusto totalmente diferente. La sensibilidad de su vagina recibió la presión y la vibración que nacía en el orificio vecino… Por asqueroso o repugnante que fuese para Gricel, sintió mucho menos dolor del placer que experimentó. Era sucio… muy sucio, se le escapó un poco de orina mientras el hombre disfrutaba de su puerta trasera.

Estaba cachonda, muy cachonda… Creía que iba a derretirse de placer mientras aquel individuo crecía y crecía dentro de ella, amenazando con correrse nuevamente dentro de ella. Gricel mantuvo el culo en alto, rascando y rascando un orgasmo que no llegaba, pero que estaba muy cerca.
— Hmm… Hmm… ¡Hmmmmm! -puso los ojos en blanco e intentó reprimir el gemido sin entender por qué, mientras el hombre acababa en ella por segunda vez y la llenaba. Sin dejar de clavarla en su culo, el orgasmo de Gricel se hizo más evidente e inevitable…

Y se meó encima, apretando su cara contra el suelo hasta que perdió la consciencia…


***

Cuando volvió en sí había un perro montándola a cuatro patas. Era un perro tan grande que podría haber pasado por un caballo pequeño. Sintió una correa en su cuello que parecía colgar entre los dientes del perro, que la follaba sin tregua. Gricel se sorprendió al ver que tenía el culo en pompa, como si hubiese recuperado la consciencia en un cuerpo que había pertenecido a una desconocida por un tiempo indeterminado. El perro acabó dentro de ella, aullando de placer.

Y entonces el canino desapareció, siendo sustituido por unos largos tentáculos que la abrazaron por todo el cuerpo. Una verga de un tamaño excesivamente grande intentó entrar en su vagina… No lo logró, tras varios intentos y empujones, sus labios vaginales cedieron resintiéndose de dolor para encontrarse, colgada del aire, ante un monstruo de unos seis metros de altura. Era una especie de pulpo con cabeza de payaso, su lengua era larga y sus dientes la habrían podido triturar de un solo mordisco si lo hubiese deseado.
— ¿Vuelves a estar despierta? -preguntó el payaso con su característica voz saltarina y aguda, pero esta vez era mucho más alta y envolvente.

Gricel sintió como el mitad payaso, mitad pulpo eyaculó sin previo aviso dentro de ella. Parecía solo querer usar su cuerpo, sin necesitar que ella estuviese consciente si quiera.
— Cuanto… ¿Cuánto ha pasado? -inquirió Gricel, sintiendo todo el cuerpo dolorido.
— Horas… Pero esto está lejos de terminar…
— No… Por favor, no… -Quiso decir, pero la extensa y babosa lengua del payaso le obturó la lengua, dándole aquel beso tan escalofriante y sucio mientras un segundo gran orgasmo la llenaba de semen.

Entonces se dio cuenta, la estaba impregnando sin pausa… Ese era su plan, embarazarla. Nunca había estado dispuesto a entregarla a los goblins, ella era especial.

Y aceptando ese hecho, movió el culo con sugerentes movimientos con la intención de animarlo a continuar. No supo porque lo hizo, estaba agotada. De hecho, en cualquier momento su corazón le fallaría y moriría del cansancio pero, hasta que eso pasase.

De aquella oscura cavidad salieron los gemidos renovados de Gricel, siendo escuchados por unos goblins que, frustrados, se cogían desesperados a las once mujeres sobrantes: seis embarazadas, tres que aún no habían dado a luz y dos madres de varias crías de goblins. Las once fueron brutalmente cogidas, sin que esta vez se las dejase dormir ni comer durante mucho, mucho tiempo.


***

El vientre de Gricel crecía día a día en aquella oscura subsala, siendo prisionera con unas cadenas que el payaso le había impuesto en torno al cuello, a las muñecas y a los tobillos. Nadie accedía a ese remota ubicación de la cueva, pero cuando sucedía, unas tres veces al día, era un inofensivo goblin cargado con tazones de alimento que la forzaba a comer por orden del payaso.

El soberano de aquellas tierras no solía asomar las narices por allí pero, cuando lo hacía, colocaba a Gricel a cuatro patas y se la cogía durante horas. Para ella era su momento favorito del día, ya fuese por aburrimiento o por el placer que experimentaba. Tenía un aspecto positivo y es que, en cuanto el payaso se iba tras follársela en ocasiones de manera brutal y en otras con una sorpresiva suavidad, Gricel quedaba exhausta y no tardaba mucho en quedarse dormida.

Los nueve meses normales de embarazo se resumieron en nueve semanas, al que pareció complacer al payaso y, cuando su placenta no pudo crecer más, rompió aguas y sufrió el más agotador de los partos ella sola, sin nadie más.

Fue extraño que, aparte del dolor, se viniese de placer varias veces durante el parto. No había escuchado de ninguna mujer que disfrutase de la desgarradora y lastimosa experiencia de expulsar un hijo por la vagina… Pero sucedió, se corrió al menos tres veces hasta que expulsó dos bebes de un color de piel blanco como la leche, quedando unidos a ella por un cordón umbilical para cada uno.

Al principio pensó en matarlos, en aplastarlos con una piedra… Pero acabaron mamando teta con desesperación durante horas, incluso si en sus ubres mamarias no quedaba leche que ofrecerles. Mamaban y mamaban, haciéndola encariñarse extrañamente con esos dos monstruos en miniatura. No había palabras, no parecían saber hablar… Y no se parecían en nada a las criaturas que había visto nacer en la caverna comunitaria donde se encontraban las veinte mujeres cuando se infiltró tiempo atrás en la cueva.

Aquellos eran claramente diferentes, y siendo poco más que bebes, ya sufrían erecciones por el mero hecho de beber de sus pechos. Gricel empezó a darse cuenta que el payaso no iba a acudir a su encuentro tan pronto, tampoco acudió ningún goblin a llevarle alimento. Solo había dos bebes en sus brazos, y eran los únicos con derecho a nutrirse según parecían.

Los días pasaron, Gricel cada vez tenía más hambre. Sus pezones estaban doloridos perpetuamente, pero al mismo tiempo se habían acostumbrado a ser lamidos casi las veinticuatro horas del día y, cada día que pasaba, esos bebes se asemejaban más a infantes de diez años. Habían pasado de estar erectos mientras bebían de sus pechos a frotarse contra sus vientre mientras la abrazaban, mordiéndole los pezones.

Gricel se sintió cachonda al sentir sus diminutas pollas frotarse contra su piel, pero tuvo la sospecha de que aquello era una habilidad similar a la del payaso padre, pues parecía que ambos pequeños monstruitos podían excitarla a voluntad. Aún así, eran demasiado pequeños para follársela.

No sería una exageración decir que Gricel estaba desesperada, tenía mucha hambre y no había comido en cuatro días. Estaba femélica y esos dos niños seguían alimentándose únicamente de su leche, pero cada vez parecían tener un interés más sexual en ella. No hablaban, solo bebían de sus pechos, se restregaban contra ella y recién empezaban a morderla.

Su tamaño empezó a ser demasiado grande para soportar el peso de ambos sentada, cada vez fue más frecuente que ella quedase tumbada boca arriba con ambos hijos abrazando su cuerpo frotándose contra su cara y entre sus piernas.

Al quinto día, los mordiscos pasaron de ser inocentes y se volvieron más profundos. Como si sus hijos ya no tuviesen interés en la leche y empezasen a desear la carne humana… su carne.

La diminuta pija de uno de sus hijos se frotaba contra sus labios con una frecuencia ofensiva y el otro, permaneciendo entre sus piernas, se frotaba peligrosamente contra su panochita. Y ‘’los besos’’ o mejor dicho, los mordiscos de esos pequeños traviesos a su madre, rondaban el vientre, las costillas, los pechos y los pezones. En ocasiones, el hijo que se frotaba contra su cara, también se interesaba por sus axilas.

Gricel pensó que no sería tan raro que sus propios hijos se alimentasen de ella… Sería devorada por ellos.
— Mama… -dijo uno.
— Mama…
— Mama…
— Mama…

Gemían ambos infantes, ya casi adolescentes haciendo que entre sus piernas creciesen unas erecciones más adultas. No solo estaba excitada, dispuesta a recibir esas dos pollas dentro de ella, sino que al escuchar como la llamaban mama, por enfermizo e ilógico que pudiese parecer, su instinto maternal salió a flote.

Y entre frote y frote… Una pija de unos quince centímetros se estrenó con sus labios mientras ese mismo hijo le mordisqueaba el pezón, en busca de algo intangible como era la excitación y el miedo. El otro hijo, entre sus piernas, la penetró vaginalmente mordiéndole los alrededores del ombligo.

Chap, Chap, Chap, Chap, Chap, Chap….
Chop, Chop, Chop, Chop, Chop, Chop…

Dos pares de chapoteos se produjeron contra sus labios y su vagina. El frenesí de ambos monstruos los llevó a morder tan fuerte que perforaron su carne, y cuando ella se quejaba, oscilante entre el dolor y el placer, ellos lo remediaban llamándola mama, como si fuese una especie de perdón que lo compensase todo. Los dos hijos del payaso la reventaron a pollazos, perdiendo su virginidad con ella y reafirmando su experiencia hasta que finalmente se escurrieron de placer a través de ella, devolviéndoles varios chorros de semen inmaduro en compensación a toda la leche que habían bebido de sus pechos.

Se quedaron los tres completamente inmóviles, casi dormidos hasta que el lívido de ambos volvió a reponerse y siguieron cogiéndosela. No dejaron de crecer, con el paso de los días aprendieron a crearse una vestimenta o a transformarse en otras cosas.

A cuatro patas se follaban a su madre, transformados en extraños animales nunca antes vistos… Una vez superada la adolescencia al octavo día, con Gricel delgada por la inanición. Llegó su padre, el payaso y se llevó a esos dos hijos, y casi adultos a alguna parte.

El mismo goblin que la había alimentado días atrás se acercó con comida… Y ella devoró todo lo que le ofrecía entendiendo que, después de todo… No iba a morir allí.

El pacto

Gricel había llegado a una conclusión errónea: Si continuaba viva y encadenada era porque aquel payaso la utilizaría para tener más monstruos con ella… Pero no tardó en comprender que se equivocaba.

El payaso apareció con un buen humor que la hizo sospechar, no parecía querer cogérsela, al contrario, se sentó en una piedra frente a ella y le dijo:
— Eres la única mujer que ha logrado darme dos dignos sucesores.
— Y supongo que solo por eso me dejarás irme con mi hijo.

Una extraña y maliciosa sonrisa apareció entre los pómulos del payaso, con la cara del que no ha roto un plato.
— Sí, eso es lo que voy a hacer.
— ¿Qué?
— Oh… -dijo con una entonación teatral-. Pero no pensarás que voy a ponértelo tan fácil… ¿Verdad? Hay una condición.
— Cual…
— Que utilices y traiciones a todas las mujeres que hay en esta cueva.
— ¿Qué? -preguntó Gricel impactada, sin entender.
— Os voy a liberar… A ti y a las cinco mujeres que quedan vivas.
— ¿Y las tengo que matar? -preguntó Gricel.
— No, claro que no -repuso el payaso con cierto toque bromita-. ¿Cuál sería la gracia de eso? No… Tienes que guiarlas hasta la ciudad.
— ¿Ciudad? ¿Qué ciudad?
— Existe una ciudad en este lugar… La única en todo mi mundo. Pero es una ciudad… especial. Si quieres encontrar a tu hijo y recuperarlo, tendrás que engañar a estas cinco mujeres y utilizarlas para que tú salgas ganadora. Incluso si lo haces, es probable que mueras.
— ¿Te divierte esto? -preguntó Gricel mientras el payaso se limitaba a asentir, contento y feliz.
— Claro que me divierte, es como un juego. ¿Qué hay más divertido que eso?
— ¿Qué hay en la ciudad?
— En esa ciudad hay edificios altos… Y en la torre más alta, en el último piso, se encuentra sano y salvo tu hijo…
— ¿Dónde esta el pero? Has dicho que no será tan fácil…
— La ciudad está infestada por… Mejor no te lo diré, descúbrelo tú misma. Pero quiero que ganes, Gricel. De verdad… Quiero que encuentres a Matías y os reunáis sanos y salvos.
— Pero ya de paso hare un espectáculo para ti.
— Eso mismo -dijo sonriendo como lo haría un payaso, excitado y aplaudiendo-. Ahora, antes de liberarte, te daré una serie de pistas que podrían salvarte la vida: Los hombres no son tus aliados, pero pueden salvarte la vida. Si usas a las mujeres que te rodeen como cebo, te será más fácil sobrevivir. Si te capturan, puede que mueras o puede que no… Mejor que no te capturen, no será agradable. La torre más alta está justo en el centro de la ciudad, y tiene ventanas rojas.
— No me gusta como suena esto…
— A mí sí, pero creeme, Gricel. No suelo ofrecer estas oportunidades. Es un juego, pero la recompensa es real.
— ¿Qué infesta esa ciudad? -quiso saber Gricel, buscando tirarle de la lengua.
— Unas criaturas que podrás encontrarla en grandes cantidades, que pueden matarte y follarte hasta la muerte… Por eso será tan divertido.
— Y si me entregas a mi hijo y yo… Te doy más hijos.
— Gricel, Gricel… Esperaba que me brindases un heredero digno y me has dado dos. No hay que ser tan ambicioso.
— Tienes miedo a que te derroquen… -sospechó Gricel, con una sonrisa en sus labios.

La sonrisa se borró de los labios del payaso, aunque ni desmintió ni confirmó aquella suposición.
— La torre más alta, Gricel. La torre más alta… Si tus compañeras siguen vivas, tu hijo morirá.

Dijo antes de marcharse, la madre de Matías y esposa de Álvaro nunca había sido considerada una mala persona, pero desde esa última conversación con el payaso estuvo decidida a hacer lo que hiciese falta por su hijo…

… Sin embargo, ni de lejos, estaría preparada para encontrarse lo que hallaría en la ciudad.



<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<< A T E N C I Ó N >>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>

‘’El marionetista’’ iba a ser un microrrelato sobre un anciano marionetista que iba a dar una actuación inocente a unos niños mientras se cogía a su madre, Gricel. Este relato estaba dedicado a Santiago (Chakal), pero tal como me pasa algunas veces, me dejo llevar y el relato se fue escribiendo solo. Pasamos de un viejo marionetistas a un payaso cruel y despiadado que se ocultaba en la oscuridad de su plataforma para contar historias.

He disfrutado escribiendo el relato, a pesar de que se me haya ido alargando. Estaba dispuesto a terminarlo, pero debido a varios factores he decidido no invertir más tiempo en este proyecto. Los motivos son los siguientes:
1) Votación por discord con resultado ganador de ‘’No continuar la historia’’.
2) El consejo de unos pocos lectores que por A o por B creían era mejor que dejase esta historia, y estoy de acuerdo con ellos.
3) La poca interacción que han tenido los últimos videorelatos a nivel de opinión y crítica. Si no hay respuesta por parte de los lectores, ¿Qué motivo tengo para publicarlo? De nada me sirve que algunos lectores se manifiesten indicando su interés si antes no me han hecho saber por qué les interesa y que hay en la historia para seguirla.

Debido a esto, procedo a resumir lo que quedaba de relato para que ningún lector ni lectora se quede con las ganas de saber cual era el final del marionetista. Esto era lo que tenía planeado, y así iba a escribirlo:


<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<< R E S U M E N >>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>

Del trato del payaso con Gricel nacería la unión de un grupo de alrededor de ocho mujeres (Gricel sería la novena y la líder), permitiendo a las pocas mujeres supervivientes escapar hacia la ciudad. Tras un cautiverio de semanas y hasta de meses, cada una de las féminas que compondrían el grupo temporal de Gricel serían irascibles y desconfiadas, sin entender porque el payaso y sus siervos verdes las habían dejado escapar. Gricel les mentiría sin lograr convencerlas del todo, haciéndoles creer que había llegado a un trato con el payaso y que le había derrotado en una especie de apuesta sexual. 

Cruzando el bosque desde las cuevas hasta el mirador de la ciudad, encontrarían multitud de mujeres atrapadas en trampas, cazadas por depredadores o simplemente muertas, lo que daría una imagen mucho más peligrosa del bosque que del interior de la cueva o lo que pudiesen encontrarse en la ciudad. Entonces llegarían al mirador y verían una gran ciudad de altos edificios dividida en dos: En el lado izquierdo, una ciudad con constantes incendios y un humo que la rodeaba, con mucha actividad y grandes cantidades de personas corriendo de un lado para otro. Por la distancia del mirador, no sabrían identificar que eran zombies en su mayor parte y no personas. Todo el lado izquierdo estaría compuesto por una ciudad plagada de zombies y de supervivientes que, por algún motivo, ingresarían en la peligrosa ciudad en busca de algo.

Por otro lado, el otro distrito de la ciudad, el bando derecho, parecería una ciudad normal y corriente rodeado de murallas que los protegían de las hordas de zombies. Pero hay que recordar que el grupo de mujeres solo veían una ciudad enorme y no sabían nada de que podía haber criaturas peligrosas para ellas, aunque lo sospechaban.

Gricel ahí descubriría el edificio más alto, en el lado izquierdo de la ciudad. Las convencería para bajar y, al entrar en las delimitaciones de la ciudad, rápidamente se verían rodeadas por innumerables zombies que les darían caza… Serían lentos y caminarían. Pero al ser tantos y ser fuertes las acabarían acorralando y desnudando con sus fuertes manos muertas para cogérselas. Dos de las nueve mujeres serían violadas por lo no muertos para sorpresa de las demás mujeres, entonces desde las murallas cercanas lloverían flechas y balas, siendo salvadas por soldados. Gricel tomó la difícil decisión de dejar a las dos mujeres que estaban siendo violadas a su suerte… Ese era el trato para recuperar a su hijo, usar y ‘’tirar’’ a las mujeres bajo su liderazgo antes de llegar al edificio más alto o en su ascenso hasta él.

Una vez dentro de los muros del lado derecho de la ciudad, los hombres serían extrañamente amables con las siete mujeres. Les enseñarían que había un supermercado, una zona de ocio, un cine, apartamentos donde muchos de ellos dormían… Y prácticamente las forzaron, de una manera amable y delicada, a entrar a un edificio muy cercano a la torre más alta.

Aquello olía a trampa que tiraba para atrás, como la cueva. Los hombres les sonreían demasiado y eran insoportablemente amables… Entonces, Gricel descubriría que aquel edificio era una especie de prisión para las mujeres donde los hombres iban a ‘’desahogarse’’. Sin ningún tipo de contemplación. Tras darles los soldados una gran habitación grupal hasta decidir donde las asignaban, Gricel se separaría y buscaría hablar con diferentes oficiales, los cuales la ignorarían o despreciarían por ser mujer, pero él los convencería de que en su mano estaba que esas mujeres aceptasen su destino allí o luchasen hasta la muerte.

Al final, los soldados aceptan la ayuda de Gricel a pesar de que le avisan de que ella no recibirá un trato de favor. Gricel se convierte en Judas y se pasea por el edificio, seguida de sus protegidas, dejando una tras otra en habitaciones desconocidas. Cada una de las mujeres recibe destinos horribles… Algunas atoradas en paredes siendo cogidas por boca y vagina sin poder moverse. Otras atadas a mesas, camas y sillas..

Aquel edificio es una especie de infierno para las mujeres donde los hombres las someten a sus dementes y creativas ideas.

Gricel conseguiría escapar con un par de ellas tras asegurarse del destino de cada una de ellas, pues sabía que sería la siguiente (Las dos mujeres que la siguen no saben nada de su traición).

Entonces matando a un par de hombres con algo de trabajo femenino en equipo, logran escapar de la ciudad segura para cruzar las murallas perseguidas por centenares de hombres pero, al cruzar las puertas y dejar atrás las murallas, dejan de ser perseguidas. Miles de zombies las olfatean y les dan caza, pero Gricel y ambas mujeres consiguen escapar hacia el edificio más alto.

Allí no están a salvo, debido a que hay miles de zombies encerrados dentro. Gricel iría sacrificando a sus dos seguidoras en dos ocasiones… Presenciando con culpabilidad como las violan centenares de zombies, sospechando que no será capaz de llegar la planta más alta.

Pero lo va consiguiendo, planta a planta sortea obstáculos imposibles siendo la única mujer que queda. Zombies la embisten, la empotran e intentan cogérsela, ya sea restregándose contra ella o penetrándola. Gricel descubre un punto débil que tienen y es que, al terminar, su cabeza por algún motivo se vuelve más vulnerable y al golpearlos se desploman.

Planta a planta consigue ir ascendiendo, siendo violadas por nuevos zombies hasta que llega a la última planta y allí es cogida por un zombie muy gordo. Pero Matías, su hijo, la salva de un hachazo en el cráneo del zombie y consiguen escapar hasta el ático. Perseguida por una decena de zombies, aparece el payaso y le propone una salida para su hijo: Matías podrá volver con su padre sin ningún tipo de truco si ella se queda para ser su ayudante…

Gricel contesta que sí.

***

Años después, en las afueras de New York, llueve de una manera comparable a un diluvio. Una lujosa casa tiene todas las luces encendidas, y en su interior, una familia de italianos disfrutan de una velada en familia acompañada de una buena cena. Pero hay demasiados niños, las mujeres cotorrean en sus círculos y los hombres hablan de mujeres.

Entonces pica a la puerta un viejo marionetista que les ofrece un trato que no podrán rechazar.

Se monta un escenario en el salón y todos los niños y niñas observan la aparición de un payaso entre sus cortinas. Es alegre y simpático, les cuenta historias sobre un payaso que se alimenta del miedo y los niños.

Mientras los niños disfrutan el espectáculo, que no tarda en convertirse en algo sombrío, la ayudante del payaso, una mujer que rondará los cuarenta años, sirve coñac y otras bebidas alcohólicas mientras sonríe al grupo de padres. Estos coquetean con ella bajo las atentas miradas de sus esposas, pero en esa familia las cosas funcionan de una manera diferente: El hombre disfruta y la mujer calla.

El marionetista, que se da cuenta de esto, pide ayuda a dos madres mientras Gricel es manoseada por unos antes de ser llevada al baño por un grupo de padres. Dos madres algo escépticas aceptan ayudar al marionetista siendo parte de la historia… Y el payaso, explicándoles en que consistirían, empezaría a tocarlas dentro del escenario. Ambas mujeres, como si estuviesen hipnotizadas, se dejarían. De hecho, por una parte no estarían siendo conscientes que están siendo tocadas y, por otra parte, sí. El payaso se las cogería a las dos mientras empieza a asustar a los niños y a las madres que están dentro con él… Mientras Gricel sirve de carnaza para atraer y distraer a todos los hombres casados.

Tras ser cogida en el baño por una fila india de italianos, y siendo dos mujeres devoradas por el payaso en el escenario… Un sangriento espectáculo estaría apunto de comenzar…

Nuevas adquisiciones estaban siendo preparadas para el reino del payaso… el marionetista.


















64 comentarios:

  1. Zorro.....La puta madre que lo parió jajjajajja me cago hasta donde dejaste la historia y habrá que esperar un día o dos 😂. Me encantó en serio.
    Mezclaste bien la trama de un película ( IT el payaso ) , con esta historia atrapante sobre los cuentos de terror para niños. Y no me olvido también que no es poco ese aporte....la película de Drácula jejejje eso le da otro toque mas de escalofrío ( cuando veíamos pelis en mi casa , cuando yo era un pendejo de 7 años te asustaba bastante los vampiros y te hablo de películas viejas de esa época ).
    Lo que me propusiste por correo sobre lo sobrenatural ; de payasos y el final de lo que le pasa a gricel....está para realmente hacerte un par de manuelas 😂 rápidas.
    Lo que te puedo decir y siempre te lo recalco....es que prefiero mas (pero no muchos) gemidos femeninos. O sea no tanto chop chop chop ; plas plas o esos ruidos. Ya seee ; que los que eh leído necesitaban estar presente pero para el final ; si Álvaro sigue roncando ; prefiero que mi queridisima gricel goce bastante con sus berridos de hembra golosa con gemidos (ahh... Siii quiero mas.... Dame la lechita.... Castigame a mi y no a mi familia... Ahhhggg Dios y esas cosas ).
    Esta bastante bien narrado la historia. Incluyendo los cuentos contados por el viejo y sus personajes dentro de ese escenario.
    Las imágenes..... Pffff hasta ahora quedaron perfectas con todo lo contado. Le has puesto hasta más infantil las imágenes de los animalitos y eso quedo bien con los cuentos.
    Ese escenario es como la caja de pandora ; no sabes con qué te podes encontrar. Y eso lo va a descubrir esta mujer que sacrificará su cuerpo por el bien de su familia. Pero su cuerpo es el que le pide guerra jajajjajaa. Porque veo que sus cicatrices sexuales siguen sin cerrarse , después de las vacaciones en las montañas. ( fue acertada esa pequeña introducción de la esplicacion de los pájaros pícaros ).
    Así que sobre la cojida brutal y lo demás...seguro será para el final ( no te olvides de los gemidos que pido 😁🙏 ). Y eso que lo voy a disfrutar leyéndolo.


    ES UN VERDADERO MACRORELATO JAJAJA Y GRACIAS!!! Ahhhhh antes que me olvide.... Me pareció excitante pero miedo no me dio jejjee.
    La credibilidad estuvo si lo viera en el punto de vista de un niño ; porque ellos sí que los asusta. Pero a través de un adulto , sobre lo que pasó o puede pasar con monstruos teniendo sexo con un humano... Eso pasa en la pantalla obviamente. Y si me pareció completo?? Aun falta el final

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    1. ¿Crees que había pensado en el payaso de IT al empezar el relato? Pero cuando fui avanzando, como bien te digo muchas veces, se ha ido escribiendo solo.

      Yo que sé xD No sé que me ha pasado con este relato. Gracias por comentar, Santiago. Por aquí también te digo que no me olvido de ninguno de los dos finales.

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    1. Buen comentario, pero te lo he borrado por lo del final. No me interesa que se sepa eso.

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    2. Sigo esperando un final apoteósico.

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    3. No tengo miedo de dejarme llevar y asquear a los que leáis el final, tengo miedo de no ser capaz de dejarme llevar. Imagínate todo lo que puede hacerle el payaso a Gricel y luego preguntate si es factible escribir sobre ello. No sé si entiendes lo que quiero decir xD

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  3. Ahhhhh....o sea ya ken ya sabe como va a terminar 🤤 y a mi nada de saber 😲

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    1. No, a él lo tengo ''a dos velas'' no sabe absolutamente del final, pero como sabe como pienso, se imagino xD

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  4. Y con esa imaginación de ken ; acertó no??? No seas maldito zorro 😭.
    YO sé que te vas a dejar llevar y tus miedos quedarán atrás. Así que el final....como dice ken....tiene que ser brutal y apocalíptico 😁.
    Ya me imagino el final de 2 pájaros pícaros 😱

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    1. Apocalíptico?????

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    2. Porfavor, haz un buen final. Me ha gustado mucho. No tengas miedo de decepcionarmos 🥰😍

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  5. Acabo de descubrir por ti que me excitan las historias de miedo sexual. Ya quiero saber que tienes preparado para esa perra de gricel.

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    1. Ya somos dos, este relato tiene algo absorbente... aunque entendería que a la mayoría de mis lectores habituales no les guste.

      Dime que entiendes ''ya quiero saber que tienes preparado para esa perra''. ¿Y si no te gusta lo que le tengo preparado? ¿Y si demasiado fuerte para tu sensible corazón? XD

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  6. Microrelatos, relatos cortos 🤣🤣🤣 La madre que te pario 😳

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  7. 9/10 x no darme el final junto. Calientapollas!

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    1. Eso te pasa por ir con la polla fuera mientras lees. ¡Marrano!

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  8. Es uno de tus mejores relatos, sin duda alguna. No porque lo hayas inflado a detalles. No porque sea excesivamente largo. No porque tenga sexo en exceso (mas bien me sabe a poco).

    Es uno de tus mejores relatos porque has probado algo alejado de tu zona de confort y se nota. Me habría gustado que extendieses las partes sexuales, una mijilla namas.

    Sobrecárgame el final de sexo. Quiero que Gricel maldiga y se regocije de haber entrado en ese escenario con ese ente maligno. Si no encuentras imágenes no te preocupes, mi imaginación y la tuya hará el resto. Por favor, no recortes partes del final. Me da igual se Gricel sigue viva y se queda con su familia o si muere o desaparece. Pero dame todo el sexo que has ahorrado en el resto del relato.

    Una cosa más: estoy con Santiago, quiero más gemidos y que ensucies más la lectura aunque te parezca ridículo. Lo vuelvo a repetir, uno de tus mejores relatos. Dale el final se merece: no tengas miedo de hacerlo sangriento, perverso o enfermizo. No lo conviertas en un buen relato con con un final mediocre.

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    1. Vaya, gracias... supongo.

      Planeo subir una escena sexual ''expandida'' sobre la escena de drácula, justo antes de que apareciese el payaso... El problema es que era muy difícil escribir los diálogos del marionetista sin que se hiciese pesado. Si metía mucho texto de sexo entre el guión de la historia de miedo, fácilmente se perdía el hilo. Pensé en una solución fácil: Hacer la perspectiva de los niños y la perspectiva de Gricel, peeeeeeero era darle demasiada vuelta. Créeme, no vale la pena.

      Lo que si vale la pena es el final, y te tomaré la palabra sobre lo de no poner imágenes. Pude haberlo publicado mucho antes si no me hubiese pasado tanto buscando escenas nuevas.

      Me apunto lo de los gemidos y lo de no tener miedo con el final. De hecho, no pensaba hacerlo, por eso dije que el final seguramente gustará a pocas personas.

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    2. Gracias por comentar, un abrazo.

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  9. He de reconocer que con las explicaciones al principio, estuve tentado de saltármelo. No soy muy fan de las historias que mezclan fantasía y erotismo, precisamente por mi cariño por las cosas creíbles en este contexto. Pero me alegro de no habérmelo saltado, porque creo que has hecho un relato muy interesante, jugando muy bien con la duda sobre si es un monstruo, si no lo es, si es el vampiro o el payaso o el marionetista que controla a la gente, etc. A ver qué tal final le das, porque con los avisos previos suena a que va a ser quizás más rocambolesco de lo que me suele gustar, pero sin duda hasta aquí ha sido un relato muy interesante.

    Requiem

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  10. Mientes más que político latino jajajaja, claro que microrrelatos, si como no ? Jajajaj, a estado muy bien , quiero saber que pasara, definitivamente entra en mi top 10 .saludos
    Maginer

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    1. No mintió sobre los microrelatos... A este se le fue de las manos porque yo se lo pedí y era mi cumpleaños y....este relato fue su regalo 😇😁

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  11. Me parece un relato brutal. Ya quiero leer el final...

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  12. Sin palabras me dejaste... Que excelente relato a pesar de no estar terminado..
    Que bueno lo subas a pesar que falte el final, eso le pone algo de suspenso...
    Gracias x tu trabajo

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  13. Estimado Zorro.
    Maravilloso relato, tal como se te caracteriza. Ya antes te he comentado que los artistas deben expresarse, y el que te siguieras de largo en lo que planeabas sería un relato pajillero nos ha dado una obra extraordinaria.
    Espero que pronto nos permitas leer el final.
    Buenas pajas para los lectores.
    AM28898

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  14. Mamona publica el final ya

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  15. aaaah llevo entrando todo el maldito dia para saber el final de esto , quiero saber cual es esa sorpresa jajaja, espero que estes bien saludos
    Maginerw

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  16. Buenas zorro, me alegro que no hayas parado de escribir completamente. Es cierto que echaré de menos el desenlace de algunas historias no vamos a mentir pero se agradece lo que se tiene y es que sigas escribiendo. Te quería preguntar y es que tengo una "historia" o una serie de sucesos que me paso hace unos años, y que creo que podría resultar como relato ya que tiene muchas situaciones que podrían gustar a los lectores de la página. Mi pregunta es cómo podría hacerte llegar esas situaciones que viví para ver si te podría interesar escribir un relato con esa base o parecido o usar algunas de ellas. Obviamente no sería algo que te éxijo ni nada por el estilo pero creo que podrían hacer volar tu imaginación e inspirarte. Atentamente un lector que añora algunas sagas inconclusas pero que agradece que no abandones este estilo tan particular y extraordinario que te caracteriza. Un saludo de otro "zorro blanco"

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    1. Zorro blanco?? No sos el autor de varios relatos publicados en todorelatos???

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  17. Me cago en tu puta madre, Zorrete. Quieres acabar ya el puto final??

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    1. https://cdn.generadormemes.com/media/created/200x200x5svzfk25x80yb7oc7gnjyf3f2jqg8woqbu5ad4i6hxupwxdqluc4fmkae8t289h.jpg.pagespeed.ic.memes-populares.jpg

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    2. No jodas macho. Cuánto necesitas para acabar un final de mierda. Lo que tú quieras, comprendo que sea difícil imaginar y expresar ciertas cosas pero... ¿¿¿¡¡¡ QUIÉN COÑO TE MANDA SALIR POR SEMANA SANTA !!!??? Eres nuestra putita, no lo olvides. Escribes para nosotros. Acaba de una puta vez, coño. Y haz el puto vídeo.

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  18. Eh visto cambiar el número de palabras del final del relato unas 4 veces , más vale que sea el mejor relato del mundo
    Maginer

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  19. Duerme bien, princesita xoxo xD Valoro demasiado que me hagas caso, asi que....
    a) Me ha gustado, pero.
    b) Qué ha pasado con el negro?
    c) Qué ha pasado con el perro con el cipote en la boca?
    d) Has corregido lo del sonido y los gemidos, me ha convencido mas this time.
    e) Lo de los mordiscos es buena señal, da a entender que estás dispuesto a hacerle de todo a Gricel.
    f) Déjame leer lo que queda de la 1ª parte, los dos sabemmos que no lo vas a tener para hoy.
    g) Acaba de una puta vez la 2ª parte, atontao.
    z y media) Me ha gustao de verdah. Esto promete, no la cagues x2.

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    1. z y media xD
      a) pero que?
      b) Gracias por el spoiler. Lo descarté... de momento.
      c) x2
      d) Santiago no le gustaron los gemidos del 2/4
      e) gracias

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  20. Me he resistdo ha comentar el relato xq quería verlo terminado, pro ahora me sales con te faltan unas 5000 palabras, la madre q te parió 🤣🤣 me ha podido la curiosidad y lo he leído hasta lo q has publicado: 1) Me encanta la idea del payaso incluso si no es original tuya 2) Me cuesta creer q gricel disfrute teniendo sexo 😖 3) Estás enfermo por escribir q tienen sexo frente a los enanos, me gusta 🤧 4) Me gusta cmo has implementado lo de los mordiscos 5) Los gifs del final son B-R-U-T-A-L-E-S, x lo q espero q el final esté lleno de ese sexo oscuro, animal y cruel 6) Tengo la teoría q vas a implementar embarazo 'acelerado', hay monstruos q preñan a sus esclavas, estas paren y amamantan y entrenan sexualmente a pequeños monstruos. ¿Me equivoco? 7) Tmbién creo imaginar x dónde van los tiros, ya q el payaso insiste tanto en llevarse a Gricel. 8) Quiero sugerir que si el payaso es una especie de demonio pnitente q encerrará a Gricel en un infierno, pueda ser 'comida y mordisqueada' x otros monstruos 9) Q el payaso la humille verbalmente más. Es un villano cruel, así q está justificado. 10) Espero impaciente la continuación.

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    1. 1) Al principio no pensé en el payaso, pero acabó saliendo solo.
      2) El ''monstruo'' provoca cierta atracción en las mujeres, aunque Gricel es especial. Algo ''masoquista''.
      3) Me preocupaba dañar sensibilidades con el sexo frente a los niños.
      4) En los borradores anteriores, traté lo de los mordiscos de manera diferente. Santiago me comentó algo al respecto, pero bueno... El caso es que no tenia sentido hacer un monstruo que no quiera ''dañar'' a Gricel, ya que es un relato oscuro y el monstruo no debe ser noble.
      5) Me llevó mucho más tiempo ir haciendo los gifs que revisar el texto y publicarlo. Pero es que con los gifs adecuados el relato mejora mucho, así que gracias.
      6) ¿Qué te hace pensar lo del embarazo acelerado? xD No recuerdo haber insinuado nada al respecto, embarazo si. ¿Pero acelerado? No afirmo ni desmiento nada :v
      7) ...
      8) ... xD Me preocupas.
      9) Lo tendré en cuenta, más humillación verbal. Ok.
      10) Yo también, espero poder terminarlo definitivamente para esta semana. Los estudios me están retrasando mucho.

      Gracias por una crítica tan extensa.

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  21. Voy a ser la manzana de la discordia de nuevo, lo lamento.
    He de admitir y admito que has estado escribiendo un buen relato, pero no puedo disfrutarlo porque me puede el miedo, el asco y la rabia que me transmite el endemoniado payaso. Aguardaré hasta que lo termines y esperaré tu siguiente obra. Ya escribas de nuevo micro-relatos o lo que sea que te propongas hacer. Si lo que quieres es una crítica, la tendrás: Has escrito bien, has construido un buen avance en esta historia, y para las maldades que podría hacer el payaso, me ofreces un relato equilibrado con un antagonista sádico y una víctima a la que parece disfrutar sufriendo. Leeré lo que escribas, pero te lo voy a pedir por favor: No te desvíes más a estas perversidades.
    Espero te complazca mi respuesta.

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    1. No hace falta que te disculpes por no gustarte algo cada vez que comentas, me agradan las críticas negativas (siempre y cuando no se falte al respeto), así que vamos allá.

      El payaso tiene que transmitir miedo y perversidad, pero si este género no te gusta no podremos hacer mucho, igualmente por lo que escribes ya veo que no tienes muchas esperanzas. Trataré terminar este final antes de que termine esta semana, y luego le he comentado a Santiago que quiero una pequeña pausa de relatos largos, por lo tanto, me centraré en estudiar, relajarme y escribir algunos relatos cortos que lleven más de 1-2 horas.

      Gracias por darme tu opinión sobre si está bien escrito, aunque no puedo prometerte que no vaya a escribir cosas ''perversas'' en algún futuro.

      Gracias.

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  22. Los gifs insuperables. ¡Haz más así! La continuación me está sabiendo a poco, ya que esperaba mucha más violencia. No sé... Tentáculos o algún monstruo gigante partiéndola en dos, literalmente. Como sea: Me gusta.

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    1. ¿Tentáculos y monstruos gigantes? ¿Por quién me tomáis? Aunque...

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  23. Yyyyy más valeeee que yo quería mas gemidos de mi hermosa chilena la puta madre que lo parió....y la conchaaaaa de su hermana 🤦‍♂️ (palabrita mía 😊).
    Pero ya me dijiste y aclaraste para donde van los tantos gemidos que quiero. Para mi no sos mi putita escritora....sos mi esclava en la literatura erótica 😂

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    1. Mientras me continues pagando...

      ... con tu gratitud jaja

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    2. Mi gratitud siempre será una abundancia eterna 😁

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    3. Hasta que yo le diga que no te haga caso. Ya has tenido tu minuto de gloria con los pájaros pícaros y el marionetista. ¿A que sí, Zorrete? Sé cual es su punto débil. Sé como manipularlo. ¿A que sí, Zorrete? xD

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    4. El de los pájaros no lo terminó 🤔.
      Y cuál es su punto débil??

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  24. No me esperaba este relato..pero me ha gustado, lo he disfrutado, que coño!

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  25. El problema de siempre,tardas tando en dar un final a la historia que cuando este llega ya no le interesa a nadie.

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  26. Eres un gilipollas. Lo sabes, no? Em dius que ja ho tens preparat practicament cada dia i m'estàs trollejan cada día, mal parit. Que et petin el cul. M'importa poc que tinguis que suspendre, pero acaba'l ja, filldeputa

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  27. Mmm, buenas ya va a continuar no...
    Mm, o será que el Señor Zorro nos sorprenderá con la continuación de Bienvenido a la flia, o una aventura más de Sandra de la saga 2 hembras en Villamacho...
    Esto último es solo una cuestión de deseo... no es para ser pesado, es que esos 2 son los que más me gustaron... Igual este último es genial..

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  28. Consulta: habías preparado en su momento, si no recuerdo mal, 1 relato de la saga de 2 hembras en Villamacho, de los chicos jugando póker, puede ser.
    No existe la posibilidad de publicarlo así como quedó, digo, sin que tengas que volver a sentarte a trabajar sobre él..
    Que hincha soy, ja ja.
    Gracias

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  29. Otro relato q nacio muerto 🤣🤣

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  30. Si muy lindo todo que te falta tiempo , pero el problema es que sigo sin mi final de relato jajajaj, ánimo almenos yo no pienso irme de aquí hasta saber como termina esta historia, mientras no pase lo mismo que con la puta musulmana estará todo bien , saludos y éxito en tus estudios

    Maginer

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  31. Realmente tus cuentos son tremendamente eroticos y entusiasman, pero el problema es dejar varios sin final o con final que se podrian seguir, estamos a 10 de Mayo y no sabemos que paso todavia en la casa de campo entre las tres parejas y como termino el acuerdo entere Gricel y su marido y la relacion de este con su amigo..-
    Suerte

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  32. ¡Animo con esa recta final de los estudios! :)

    Requiem

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  33. Leído todo y he de reconocer que personalmente, a mi me perdiste cuando la cosa se desmadra y se meten por la cueva. Hasta ahi el interés me tenía bastante ahi, con el juego con el niño, qué es el malo, etc. pero a partir de ahi la cosa se va más de madre por un camino que no encontré interés para mi. Por supuesto, es algo que ya sabías, que no era un relato para todos, pero creo que vale la pena decirlo. Y ojo, no porque este "mal escrito" (auqnue el registro de videorelatos no es mi favorito) simplemente se pierde el misterio y el juego que me gustaban. Me gustaba el jueguito a lo "cuento de hadas sexual" de antes, rollo "The Boy Who Wanted to be a Real Puppet" (canción de Sonata Artica). Pero en ningun momento creo que haya sido un mal relato, creo que has salido bastante bien de lo que era una apuesta arriesgada, especialmente teniendo en cuenta que es algo nuevo para un público que no solemos esperar que aparezcan goblins por estos lares. :)

    Requiem

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    1. Querido Requiem:

      Ahora que tengo el discord, sinceramente no esperaba que nadie me comentase por aquí. Como sea, agradecerte tu sincera crítica y aceptarla, como bien dije y tú mismo repites, era una apuesta muy arriesgada. Y mentiría si dijese que la mayor parte de la escena de la cueva no la hice por el morbo de sexo oral multitudinario y un sexo ''terrorífico'' con un payaso de distintas formas, y aún así, se me hizo cuesta arriba a mí también. No es algo que vaya a volver a escribir, pero me alegro de haberlo intentado, ya que es bueno salir de nuestra zona de confort.

      El próximo relato (Las lesbianas, el vecino y el gimnasio) será una apuesta bastante más atrevida que, sin embargo, creo que os va a volver locos a todos/as. Si no estás en discord, confírmamelo por aquí y me aseguraré de poner el argumento via blog.

      Por cierto, sobre la crítica: Sí, el ambiente de misterio dentro de la casa era prometedor. Tal vez la cagué en un mundo demasiado fantasioso, entre otros errores que pude cometer.

      Un abrazo enorme.

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    2. No creo que sea cosa de cagarla o no cagarla, creo que es importante y muy bueno como dices lo de salirse de la zona de comfort, y te aplaudo por ello. Y con esas razones para la escena de la cueva sin duda lo has conseguido.

      En cuanto al discord, nop, no lo uso para nada que no sea hablar especificamente con mis amigos, de modo que no estoy alli. Pero no te preocupes por poner aqui el argumento, no soy muy amigo de los "trailers" asi que prefiero esperar a que este listo, cuando lo este, sin prisas. ¡Buen verano! :)

      Requiem

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