PRIMERA PARTE: PROBLEMAS
1. La borrasca (Viernes 10.00h)
La relajante vibración del coche la adormecía en su cómodo asiento.
Gricel estudiaba absorta el paisaje a través del cristal, admirando las nevadas
sierras azotadas por nubes grises y soplos huracanados de nieve y escarcha. Su
marido, a manos del volante, le hizo una pregunta sin obtener respuesta.
Alzando el tono de voz, insistió, sacándola de sus pensamientos:
— Cielo… ¡Cielo! ¿Han salido ya?
— Perdona, ahora te digo –farfulló, agarrando de entre sus bambas de montaña la
mochila deportiva.
En su interior rebuscó hasta hallar su móvil, desbloqueándolo con dificultad
debido a los gruesos guantes que portaba-. No, Yohana no ha salido de casa,
todavía…
— Como siempre -gruñó Álvaro apretando los dientes y los dedos entorno al cuero
del volante.
—Martín y Sebas apenas están agarrando la autopista –leyó Gricel los mensajes
de sus amigos. No se dejó intimidar por el malhumor de su marido.
— Siempre nos pasa igual. No sé para qué me metías prisa, si luego… ¡Mira!
— ¡Oh, perdona! –le espetó sarcástica sin alzar su tono-. Si nos hubiésemos
quedado más tiempo allí, habrías tenido mucho más tiempo para estar en el
ordenador. ¡Te doy la razón! -bufó con fastidio la mujer, guardando hastiada el
dispositivo en su bolso y dejándolo de nuevo entre sus pies.
— ¡Es mi trabajo! Siempre estás igual.
— ¿Cuánto tiempo hace que no nos tomamos unas buenas vacaciones? ¿Cuánto,
Álvaro? Para el futbol o para la bici no pones tantas pegas…
— ¡Es mi tiempo libre! -explotó poniéndose rojo de la rabia, incapaz de tolerar
que su esposa pusiese de ejemplo lo que más le gustaba.
No intercambiaron más palabras, negándose a alimentar las brasas de aquella
discusión, prefiriendo continuar lo que restaba de trayecto disfrutando de
aquel silencio, únicamente contrariado por el sonido del motor y del vehículo
cortando el aire helado del exterior. Tras más de media hora de conducción
atravesando sinuosas y resbaladizas carreteras, llegaron a la ubicación
acordada. La carretera bifurcaba hacia una vía secundaria con un cartel que
rezaba en letras grandes y rojas ``Vílla
Navideña´´, al lado del cual había cinco cubos de basura: Cuatro para
reciclaje, y uno para residuos generales. Álvaro sobrepasó los contenedores de
reciclaje, se metió por el camino estrecho de difícil acceso –soterrado bajo
copiosa nieve- y que hacía pendiente hacia arriba. No se podía ver más allá por
las copas de los árboles colmados de nieve que cubrían dicho camino. Accedieron
a través del mismo esquivando por poco las puntiagudas ramas de los árboles
durante no más de dos minutos, hasta detenerse al llegar al final del
claustrofóbico camino, donde les aguardaba una gigantesca y espectacular vivienda
–toda de madera- de tres pisos, posicionada casi al borde de un precipicio. Era
evidente, aún desde el coche, que las vistas desde esa casa debían ser las más
privilegiadas de la zona. Las luces de aquella pequeña mansión de madera
estaban encendidas, aguardándoles en el confortable interior de la misma.
Álvaro desplazó su coche, aparcándolo
en paralelo al de la anfitriona antes de desmontar, haciendo crujir la nieve
cuando sus pesadas botas invernales la aplastaron; las vistas eran tan
impresionantes que se le olvidó mantener su enfado durante unos segundos. El
viento rugía con fuerza, arrastrando violentamente en varias direcciones la
nieve que caía del cielo.
— Lástima que haya tormenta… -se quejó Gricel al salir, temblando de frio y
rodeándose el torso con sus propios brazos. El viento no ayudaba porque,
helado, congelaba hasta los huesos al filtrarse por cualquier recoveco en la
ropa que encontrase. Ambos llevaban hasta tres capas de ropa, incluidos unos
gorros de lana.
— Será mejor que entremos -propuso Álvaro guiando a su pareja hacia las pocas
escalinatas que conducían al porche de la casa. Había hasta una bonita hamaca
de cuerdas para reposar en aquella diminuta terraza.
Álvaro era poco más alto que su esposa, y una vez frente a la puerta principal,
se quitó la gorra de lana dejando apreciar un pelo corto y oscuro.
No tuvieron que esperar demasiado hasta que, tras picar al timbre, una
despampanante y simpática treintañera de cabellos claros les abrió.
— Por favor, pasad -les invitó a entrar cerrando la puerta cuando ambos
estuvieron dentro-. Ya hemos hablado por teléfono, me llamo Samanta. Encantada
de conoceros. ¿Ibais a ser seis? -preguntó con curiosidad.
— Nuestros amigos se han rezagado un poco, intentamos no retrasarnos para no
hacerte esperar -contestó Gricel riéndose mientras se revolvía de encima la
nieve con disimulo.
— Mejor, así os enseño la casa y os dejo tranquilos –propuso.
El interior estaba hecho prácticamente todo de madera. Además, lo primero que
vieron al entrar fue, a su izquierda, el salón con dos sofás colocados uno al
lado del otro sobre una alfombra blanca que abarcaba toda la sala de estar. Un
par de escalones de madera en medio de ese apartado daba lugar a un recoveco
del salón, donde se encontraba una gran mesa rectangular en la que cabían
dieciséis personas.
Con soltura giró sobre sí misma,
dirigiéndose en línea recta hacia unas escaleras que llevarían a los pisos de
arriba. Antes de llegar a los escalones, había dos puertas a la derecha e
izquierda. Se metió en la de la derecha, que resultó ser la cocina.
— Como acordamos, hemos dejado la despensa llena con los artículos que solicitasteis.
La remesa de alimentación que ordenasteis está pendiente de pagó –dijo Samanta
sin dejar de sonreír.
Deteniéndose en el centro de la cocina, enseñó cada una de las características
de esta, desde el horno hasta la llave de paso para el agua y el gas.
— Me tomé la libertad de dejar puesta la calefacción para que no estuviese
helada cuando llegarais. Venid, veamos el resto de la casa.
La mujer, con un carisma que dejaba patente sus habilidades sociales, enseñó con
soltura al matrimonio los dos lujosos e impecables baños, las cuatro alcobas,
el desván, el sótano antes de volver a pasar a la sala de estar.
— Lo único malo de la casa –Samanta señaló a las escaleras- vendría a ser el
crujir de los escalones. No se puede hacer nada. Es bastante molesto, pero no
queda otra.
— Es impresionante de todas maneras -repitió por octava vez Gricel, mientras
sus ojos se percataban de nuevos detalles allá donde mirara -. Nos encanta.
— En el desván hay un armario lleno de juegos de mesa… -sopesó pensativa
Samanta, como si todavía se estuviese olvidando de algo más-. Sé que sois los
seis adultos, pero nunca se sabe. Aquí llega muy poca cobertura.
— Ah, sí. ¿El modem? –se preocupó Álvaro, quien apenas había abierto la boca
durante la guía.
— Está aquí, en la sala de estar. Pero ya te digo que llega muy poca cobertura
del wifi a los dos pisos superiores.
Álvaro maldijo por lo bajo, colocándose bien las gafas.
— Bueno. Creo que eso es todo. ¿Me dejo algo? No, creo que no -replicó con una
sonrisa de oreja a oreja-. Cuidado con este temporal. Es posible que los coches
queden enterrados bajo la nieve… Nunca se sabe. Si por cualquier cosa queda el
camino bloqueado el lunes, no os preocupéis. Tan pronto como pueda estaré aquí
para venir a recoger las llaves y despediros.
— Muchas gracias, Samanta. Has sido muy amable -Gricel la despidió con un beso
en la mejilla, gesto que imitó su marido con mala cara.
— ¡Que lo paséis muy bien! ¡Espero que mejore el tiempo y puedan salir a pasear
fuera! Pero cuidado no se alejen mucho… ¡Hay gente que se ha perdido!
— Vaya ánimos -bromeó, sin dejarse intimidar, Gricel ya cerca de la puerta.
— ¡Hasta pronto!
— ¡Adiós! -contestaron al unísono, cerrando la puerta-. ¿Qué haces? -preguntó
la mujer, observando a su marido hacer cálculos mentales mirando las escaleras
y hacia el comedor.
— Quiero saber si llegaría el cable LAN a nuestro cuarto -murmuró totalmente
concentrado-. He traído uno bastante largo pero no sé si tanto.
— Tranquilo, si no llega puedes dormir en el sofá-apostilló con inquina,
negando despectivamente con la cabeza y pasando de largo-. ¿Me ayudas con las
maletas o eso también tendré que hacerlo sola?
Con dos viajes cada uno metieron en el interior cuatro maletas, cada una de un
color diferente. Álvaro ya estaba cerrando la puerta cuando su mujer le
preguntó si se había dejado las luces del coche encendidas.
— Sería gracioso que nos lo encontrásemos el lunes sin batería -susurró, sin
ser escuchada, mientras su marido maldecía, volviendo al coche teniendo que
atravesar los vientos fríos que le oponían resistencia. Cuando regresó de
apagar los focos, no volvieron a salir de la casa.
El silencio en la casa era abrumador. ¿Cuánto tiempo hacía que no podía
disfrutar de una calma como aquella? Solo era capaz de escuchar el silbido del
viento y algún fogonazo de ruido provocado por la entrada de aire en algún
recoveco de la casa. Ignorando las puertas de la cocina y el sótano, ambas
interpuestas, empezó a subir los escalones jalando de dos maletas al mismo
tiempo, haciendo crujir cada uno de ellos hasta llegar arriba. También ignoró,
una vez en la segunda planta, los escalones que guiaban hasta el desván, pues
nada se le había perdido allí.
Esperaron a la llegada de sus cuatro amigos, Gricel deshaciendo las maletas en
la habitación que había escogido mientras Álvaro trabajaba con el portátil en
uno de los sofás que encaraban la chimenea. Estando entretenido como lo estaba
con el dichoso aparato no vio a su mujer sacar toda aquella lencería y ropas
eróticas con una sonrisa iluminando su rostro, estando segura que durante
aquellos cuatro días y tres noches encontraría muchos momentos para volver a
encender la llama con su marido… Una pequeña parte de ella se contrariaba a sí
misma, creyendo que su marido iba a volver a decepcionarla, una vez más.
2. Apagando las ascuas (Viernes
10.40h)
Pese a la poca cobertura, Gricel logró preguntar a sus cuatro amigos
cuanto les faltaba para llegar. Sebastián y Martin prometían estar ahí poco
antes de hora y media, mientras que su mejor amiga y su pareja no lograrían
llegar antes del mediodía.
Fue en ese momento cuando se percató
de las ganas que tenía de explotar la intimidad en aquella casa. Quizá la
novedad de un sitio totalmente nuevo y con tantas cosas por hacer. Atravesó la
sala de estar dejando a su marido liado con los cables, pegado al portátil con
los lentes puestos.
‘’Veremos
cuanto tiempo tardo en apartarte de tu ordenador´´ musitó para sus adentros
con una sonrisa pícara, ascendiendo por las escaleras con su inevitable ruido
para cruzar el pasillo hasta llegar a su alcoba. Si había elegido esa habitación
de las otras cuatro era por la existencia de un baño propio. Solo había dos en
toda la casa y aquel era para ellos solos. En un instante ya estaba desnuda,
ignorando el frio que contrastaba con la alta temperatura de los pisos
inferiores. Según había explicado la propietaria los radiadores de las plantas
altas tardaban mucho más, pero a la larga cumplían tan bien como el resto.
Agarró con delicadeza una lencería negra de encaje mientras exploraba sus
labios vaginales con la mano contraria. Ya no se molestaba en depilarse las
cercanías de su sexo, y entre aquel bello, crecido pero bien recortado estaba
mojada, muy mojada. La idea de provocar a su marido sin que su hijo, el trabajo
en la tienda de ropa o otras distracciones incordiasen la encendía más y más,
inflándola.
Estaba lo suficientemente cachonda
como para empezar a masturbarse ahí mismo, ella sola… Pero no era lo que
quería. Deslizó sus muslos depilados a través de aquella tela de calidad y en
pocos segundos ya estaba lista para el juego.
Bajó las escaleras, descalza,
ignorando el sonido de los escalones. Su vagina y sus pezones estaban visibles
con aquel atuendo, el cual no escondía su desnudez, lo complementaba. Su marido
clavó en ella su mirada, mientras esta se sentaba en el sofá… ¿Cuánto tiempo
había pasado desde que podían pasearse desnudos de esa manera? ¿Cuánto tiempo
desde una declaración de guerra tan evidente?
—¿Qué haces? –Gricel se encogió de hombros y se apoyó en la fría pared, al
momento dijo:
— Mucha ropa
Claramente tuvo efecto, Álvaro dejó el portátil en la mesita adyacente al sofá
donde se encontraba y se abalanzó, con lentitud, sobre su mujer. Esta lo
esquivó con soltura, removiéndose de su posición para retroceder descalza por
la alfombra que rodeaba los dos sofás.
— ¿Realmente lo has intentado? No te lo voy a poner fácil.
Por primera vez, su marido sonrió. Quitándose la chaqueta térmica para luego
hacer lo mismo con las botas mientras avanzaba hacia ella, dejando caer las
pesadas prenda la moqueta; Gricel no cedió distancia y escapó de él, haciendo
rebotar sus dos bonitas y contundentes nalgas -de las cuales estaba tan
orgullosa-, mientras rodeaba corriendo como una gacela alrededor de uno de los
sofás, subiendo dos escalones y bordeando la gran mesa en el comedor, para luego
ascendiendo por las escaleras sin dejar de ser perseguida por Álvaro.
— Si quieres cogerme, vas a tener que encontrarme -rio entre exhalaciones
desapareciendo en alguna parte de los pisos de arriba. Cada dos peldaños podía
encontrarse una muda extraviada del hombre; mientras buscó en las habitaciones
de la planta superior, y a medida que iba descartando alcobas, se deshizo de
las prendas que le restaban a lo largo del pasillo.
No la encontró en el aseo, ni en su habitación. Tampoco en el ático. Álvaro
accedió en una nueva diminuta habitación que limitaba con un baño. Allí estaba
ella, o al menos, el culo en pompa de su esposa. Se había escurrido bajo las
sábanas de la cama matrimonial, ‘’escondiéndose’’ torpemente entre ellas, con
su sexo visible desde la puerta. Como niño escondiéndose de un monstruo ‘’a
salvo bajo la cama’’, meneó su culo a modo de provocación.
— Cielo… Si no escondes el culo, alguien podría…
— No puede ser… Estoy ‘’protegida’’ y muy bien escondida -contestó divertida Gricel
espaciando las rodillas sobre el colchón.
Entre sus nalgas había el envoltorio de un preservativo, se acercó como un león
acecha a su presa, agarró la goma y tras extraerla se la colocó
impacientemente. Álvaro estaba ya desnudo, erecto, entonces agarró con excitación
las nalgas de su esposa. La vagina no necesitaba ningún tipo de lubricación,
pues si algo había tenido Gricel desde joven era humedecía una barbaridad.
Quizás ella esperaba que Álvaro
tuviese un arrebato de locura y le metiese los dedos, o le comiese la vagina, o
se hiciese derogar… En lugar de eso, simplemente gimió cuando su marido le
clavó con delicadeza el miembro en su interior. Cogiéndosela en aquella
posición tan fetichista, a cuatro patas en aquella cama y con solo el culo
visible. La habitación, y la casa, se debieron llenar de chapoteos húmedos.
Álvaro aguantó bastante bien, cercano al orgasmo en paralelo al de Gricel, y
sin cambiar de postura ni avisar, se corrió sacándola y dejando que el condón
se llenase sobre del culo de su pareja. Esta bufó con reproche, insatisfecha.
Su vagina, totalmente húmeda, rugía de frustración.
— Ya podrías haber aguantado un poco más… Me faltaba poco.
— Me has puesto demasiado cachondo… -dijo acariciándole la cara en cuanto el
rostro de su mujer apareció al sacarse las sábanas de encima-. Vamos a recoger,
no tardarán mucho en llegar.
— Podrías usar los dedos, o…
— No. Así esperarás con más ganas la próxima vez.
Gricel suspiró, observando a su pareja recoger la ropa desperdigada por el
piso. Se prometió a sí misma que, la próxima vez, lo castigaría por haber sido
tan desconsiderado. Aún quedaba mucho fin de semana por delante… Y ciertamente
no quería arriesgarse a estar con su marido y que sus amigos los pillasen de
pleno. Ya aparecerían otras oportunidades.
***
Intentando olvidar su frustración, Gricel aplastaba los botones del mando con
furia reprimida, procurando encontrar un canal que la distrajese mientras
procuraba fingir que su marido no existía, sentado en el otro sofá del salón y
correspondiendo su indiferencia. La televisión y su programación era
resumidamente aburrida, y casi saltó de alegría cuando escuchó el motor de un
coche delatar de la llegada de una de las dos parejas: Gricel supo con
seguridad que se trataba de su par de novios favoritos.
Se levantó de su asiento con un salto, vestida con sus tejanos azules y una
camisa de manga larga, y se lanzó a recibirlos a la puerta. Aun a pesar de no
llevar abrigo, estaba lo suficientemente tapada como para cruzar el porche,
bajar las escaleras y saltar sobre Martin sin dejarle alternativa que
interceptarla y cargarla con sus brazos. Ambos ignoraron el frio y las
corrientes de aire amenazadoras entre tanta nieve.
— ¡Oh! Pensaba que no habrían pumas por aquí –bromeó sobresaltado Sebastián,
con su habitual tono afeminado, mirando como su novio y su amiga se abrazaban.
— Sacadme de aquí, no puedo con mi aburrimiento –sollozó Gricel, exagerándolo
todo.
— Qué. ¿Ya está el friki con su ordenador, no? –le cuestionó Martín, poniendo
los ojos en blanco.
— No se ha separado prácticamente de él.
Ambos hombres eran poco más altos que Álvaro, de pelo corto y morenos, de un
guapo muy definido. Martín tenía una barba completa muy bien cuidada, mientras
Sebastián carecía de ella. De haberles gustado las mujeres, habrían tenido
mucho éxito con ellas. Martín era, también, ligeramente más corpulento que
Sebastián, pese a que ambos poseían cuerpos atléticos.
— Si Sebas y yo hubiésemos llegado los primeros, seguramente nos habríais
pillado estrenando la casa –aseguró Martin dándole un atrevido pico en los
labios a su amiga. Sebastián, por su parte, fue más respetuoso y la saludó con
beso en la mejilla.
— Y tendríais que esperar fuera, porque iría para largo. Ya sabes –reía el
guapo sin barba.
— Ya, bueno… -se ruborizó Gricel, sin saber cómo dar a entender que lo había
intentado y había resultado ser un desastre-. Yo…
— ¿No habéis hecho nada? –preguntó Martin sin andarse con rodeos, acercándose a
ella mientras hacía crujir la nieve. Sebastián estaba abriendo el maletero de
su vehículo dejando ver una maleta enorme ocupando todo el maletero.
— No la pongas en ese compromiso, no seas burro –Sebastián lanzó una mirada a
su novio, y este se limitó a reír.
— Que hay confianza. Venga, cuenta…
Bajando el tono de voz, Gricel se sinceró casi escupiendo la verdad en el oído
de su amigo.
— Mira que lo quiero, y mucho… Pero mira que es maricón el pobre. No sabes lo
que te haría yo.
— No empieces –se echó a reír la esposa del informático, cubriéndose de las
cosquillas que le hacía Martin.
— Que desaprovechada estás. Si no fuese gay te daba duro todo el puente.
— Si quieres –empezó a decir Sebastián, claramente celoso-, tú duermes con
Gricel y yo con Álvaro.
— Suena bien –La sonrisa de Martin se ensanchó, abrazando a su amiga por encima
del hombro-. Ya sabes, cielo. Dormimos juntos y te hago un hijo.
— Espero que Álvaro se muera del asco –musitó, siguiéndole el juego.
— Que no, mujer. Si siempre he tenido mis dudas de que ese maricón está más en
nuestra acera que en la tuya –ambos comenzaron a reír jocosamente, subiendo los
peldaños hasta el porche.
— Martín, no te hagas el loco y ayúdame con las maletas –Él más alto de la
pareja de hombres sacó de los asientos de atrás dos pequeñas maletas, de tacto
duro, dejándolas caer sobre la nieve.
— Ya voy, ya voy… -chilló el futbolista divertido, perdiéndose junto a Gricel
en el interior de la casa.
— No, si esa historia ya me la sé… Y como soy tonto, lo hago –maldijo por lo
bajo Sebastián, cargando las dos maletas hasta el porche, antes de volver a bajar
y extraer la maleta más grande del maletero, cerrándolo de un golpe.
Blasfemando para sus adentros jaló del equipaje, reuniéndose con sus amigos y
su novio en el interior.
3. Cuando nadie lo esperaba (Viernes
11.45h)
La confortable calidez de la vivienda forjó el ambiente perfecto para
que las dos parejas se acomodasen entre los dos sofás. Álvaro, con el portátil
calentándole los muslos, permaneció apartado y sentado en la esquina del sofá
derecho, en el lado más cercano a la mesita donde permanecía apoyada su solitaria
cerveza. Apenas se había separado del aparato para saludar a su mejor amigo
–con el que también jugaba a futbol- y al novio de este, los cuales habían
dejado olvidadas sus tres maletas frente a la recepción de la vivienda. Como si
fuese su intención prescindir de apático hombre, la mujer de este y sus dos
amigos gays reían comentando algunas anécdotas sobre cómo había comenzado su
día.
— Tardará bastante Yohana –mentó Martin tras aligerar el contenido de su
botella.
— Podríamos ir eligiendo habitación… -propuso Sebastián, con voz sugerente que
atrajo la atención de su pareja.
— Serás impaciente. ¿No ves que la pobre está aburrida?
— Pues que venga con nosotros –comentó el más alto de los dos con una risita
traviesa-. Seguro que se lo va a pasar mucho mejor.
— Reconozco que he sentido curiosidad muchas veces por saber cómo lo haréis…
-confesó tímidamente, ignorando el hecho de que su marido lo suficientemente
cerca para escuchar.
— Pues sube con nosotros y te damos una demostración. ¿Te importaría, Ál, qué
nos montemos un trio con tu mujer?
La imagen del ordenador se reflejaba en las gafas del informático, hasta que se
volvió hacia su colega y le objetó con una mueca.
— Seguramente acabaría la pobre ignorada en un rincón de la habitación.
— Oh, cariño –le interrumpió su mujer-. Te aseguro que eso no sería algo que no
me haya pasado ya –Álvaro enmudeció al instante-. Al menos me entretendría
viendo algo morboso.
— Que no, que no –se entrometió Martín con voz apaciguadora-. Con lo guapa que
es tu mujer haríamos una excepción –dicho esto, se echó a reír. Contagió una
sonrisa a su chico y a su amiga, mientras que Álvaro hizo otra mueca y se
centró en lo suyo.
Martín agarró el abrigo y lo colgó de su brazo, levantándose del sofá para
reunirse con Sebastián alrededor de las maletas con la intención de subirlas.
Soltó un pequeño y educado eructo, el cual tapó con el antebrazo que sujetaba
la cerveza. De los dos, Martín era el machorro de los dos, siendo Sebastián el
afeminado, el tímido y el callado.
Ambos dejaron sus botellas de cerveza
vacía sobre las encimeras de la cocina en su recorrido hasta su incierta
habitación.
— ¿Queréis que os enseñe la casa? –preguntó desde el sofá Gricel.
— ¿Te creías que te lo decía en broma? –bramó Martin portando la maleta más
pesada, escalón a escalón, mientras estos se lamentaban a cada paso-.
Acompáñanos.
— Voy. Cielo, estate atento a la puerta por si llegasen Hana y Ricardo.
— Vale, sin problema –contestó sin dejar a su interlocutora segura de sí lo
había entendido.
— ¿Qué he dicho?
— Que Yohana puede llegar en cualquier momento y que esté atento a la puerta
–se esforzó por decir en voz alta con voz aburrida. Le molestaba mucho que lo
interrumpiesen de sus labores informáticas, incluso si era para algo
importante.
— Así me gusta –le felicitó la mujer besándolo con ternura en la frente antes
de seguir a los recién llegados.
— Nos quedamos con esta –escuchó decir a Martin mientras descartaba peldaños en
su ascenso al piso de arriba.
— A Yohana no le va a hacer ninguna gracia.
— Haber llegado antes –contestó el otro encogiéndose de hombros.
Los dos hombretones habían accedido al cuarto que estaba inmediatamente
enfrentado al de Gricel y su marido. Lo característico del cuarto que habían
escogido ambos es que, a los pies de la cama, había una gran viga de madera que
ocupaba un ancho equivalente a dos personas adultas de pie.
La mujer y madre se incorporó en la
alcoba, observando a la pareja toquetear cajones y armarios para que ver si
había algo dentro. Sintió un pinchazo de envidia al pensar, para sus adentros,
que aquella habitación era mejor que la que había elegido ella con
anterioridad; pero se le pasó al recordar que ella tenía baño propio.
— Me gusta la columna, si sabes a lo que me refiero.
— Me has leído la mente –manifestó Martin, coqueta, al tímido comentario de su
pareja.
Las dos maletas pequeñas acabaron sobre una mesa de madera oscura, siendo
vaciadas por los tres mientras charlaban. Gricel los ayudó sin planteárselo si
quiera, contestando a las gracias de Martin mientras llevaba los slips al cajón
que el mejor amigo de su marido le había señalizado.
¡PLAS!
— ¡Oye! –chilló sobresaltada al sentir el tremendo azote que le asestó en el
trasero Martin.
— Ay si fuese mujeriego lo que te hacía.
— Un respeto a tu novio –le contestó más en broma que en serio.
— No seas tonta. Sebastián sabe perfectamente lo digo en serio.
— Seguro, seguro… -replicó el aludido-. Mientras ya también pueda...
— Ay, maricón… -dijo Martín irónicamente, acercándose a su hombre y besándolo
apasionadamente.
Gricel abrió la boca y sintió la tentación de quedarse callada, observándoles
morrearse. Algo se encendió dentro de ella, pero lo ignoró por decencia.
— Me voy, que veo que necesitáis desfogaros.
Ninguno de los susodichos se molestó en negarlo. Sebastián gimió con los ojos
cerrados, cuando los labios de su novio degustaron su cuello y las manos de
este aferraron sus nalgas. Fue lo único que vio Gricel antes de cerrar la
puerta. Sintió la tentación de quedarse escuchando tras la entrada a la alcoba
pero, de nuevo, por respeto, se obligó a bajar las escaleras y reunirse con su
marido.
— ¿Qué? ¿Ya se lo están montando arriba?
— Sí, ha sido tan repentino que ni me ha dado tiempo a salir del cuarto.
— Normal, Martín ya me había comentado que necesitaban un buen cambio de
rutina.
— Nunca los había visto tan encendidos –corroboró su mujer.
— Pues ya ves. Oye, se me olvidaba, siento lo de antes… Ya sabes. Fui un
egoísta.
— Te refieres a… -musitó Gricel haciéndose la tonta, pese a su satisfacción por
el comienzo de disculpa del padre de su hijo.
— Me refiero a que te dejé con las ganas.
— Pues me lo vas a tener que compensar, no solo disculparte –Álvaro, asentía
avergonzado-. Ya se me ocurrirá cual será tu castigo.
— Bueno, tampoco te pases… Que duré un buen rato…
— Buscando solo tu placer, no el mío. No te equivoques que ibas bien encami…
El ruido ensordecedor del timbre resonó por toda la casa y aturdió unos
segundos al matrimonio.
— Menos mal que no vamos a tener que soportarlo a menudo. Si que suena fuerte
–dijo Gricel, levantándose y dirigiéndose a la puerta.
Nada más abrir, se abrazó fuertemente con Yohana mientras su novio Ricardo
sonreía bajo el porche, cargado como un burro. La diferencia entre ambas
mujeres era notoria, cuya única semejanza eran sus cabellos de un color
similar, que rondaba el negro y el marrón oscuro. Acabando ahí las semejanzas,
era ligeramente más morena de piel que Gricel. Con unos anteojos con montura
ancha y cuadrada, no dejaba de ser guapetona. Su constitución, que hacía ver a
Gricel delgada, era rellenita. No estaba gorda, pero era de amplias caderas y
trasero contundente.
— Uy. ¿Y esos dos?
— Arriba, en su cuarto.
— ¿Ya están copulando como animales salvajes? Te dije que lo harían. ¿Sí o no?
— Déjalos que hagan lo que quieran –le restó la mujer de pelo ondulado,
dejándola pasar mientras le restaba importancia-. Hola, guapo. ¿Se os ha hecho
largo? –le plantó dos besos en la mejilla a la pareja de su mejor amiga, el
cual era rubio y más delgado que ella.
— Sí, un poco la verdad.
— Ay, por favor, Ricardo. No es para tanto.
— Claro. ¿Qué vas a decir tú si estabas con el móvil todo el rato?
— Anda, pasad. No os enfadéis por esa tontería.
— Míralo, con su ordenador. ¿A qué te vas a tirar todo el puente con él? –Le
chinchó Yohana acercándose al sofá para darle dos besos.
— Déjalo que haga lo que quiera –le reprendió Ricardo, dándole la mano con su
brazo de mecánico, aparentando hermandad.
— Eso, defiéndelo. Si ya se dice en el dicho ese: Dios los cría y ellos se
juntan.
Yohana se quitó el abrigo y se sentó en el sofá contrario al que estaba sentado
Álvaro con su portátil. Por su parte, Ricardo, se sentó junto a su amigo para
ver que hacía este. En ese caso, Álvaro no hizo ningún gesto despectivo al ser
interrumpido por el recién llegado y tener que contestar a sus preguntas. Al
parecer, consideraba la curiosidad del mismo sana y totalmente justificada por
su parte.
No le pasaba lo mismo con la mejor
amiga de su mujer, Yohana. De todas maneras, a pesar de existir entre ambos una
rivalidad, se llevaban bastante bien.
Yohana y Gricel quedaron sentadas
pegadas la una a la otra, con sus pies descalzos sobre la alfombra blanca,
empezando a intercambiar impresiones sobre lo bonita y espaciosa que era la
casa. Podía haber cierto parecido entre ambas amigas, pese a las diferencias
evidentes, sin los copiosos abrigos se podía percibir que ninguna de las dos
era plana. Yohana poseía un pecho más abultado, sin quitarle mérito al bonito
pecho de Gricel que en proporción le pegaba mucho con su tamaño y peso. Ambas
solían tener los mismos gustos en lo referente a libros, música, películas y
temas de conversación. Sin tardar de aburrirse de intercambiar palabras -y por
iniciativa de la recién llegada- subieron al piso de arriba dejando todos sus
enseres abajo.
— ¿Qué habitación os quedáis? –preguntó Gricel con curiosidad refiriéndose a
las dos que quedaban libres.
— Eso no es justo. Tendríais que habernos esperado antes de elegir.
— ¿Te lo digo?
— No, no me lo digas –contestó Yohana evitando mirarla.
— Mereces que lo diga.
— No lo digas –insistió la mujer de lentes que todavía había alcanzado la
treintena.
— Haber llegado antes –escupió Gricel finalmente, con una sonrisa de oreja a
oreja. Entonces se percató de como Yohana estaba más concentrada en escuchar lo
que sucedía dentro de la habitación de Martin y Sebastián-. Ni se te ocurra.
— Solo quiero ver la habitación.
— No les molestes –insistió Gricel, pero un brillo de malicia centelleó en la
mirada de Yohana. El picaporte de palanca se inclinó a voluntad de su amiga,
que pasó al interior sin pensárselo dos veces.
— Ya llegó la palurda esta –se quejó Martin dentro del cuarto, mientras Gricel
se llevaba la mano a la cara y negaba con la cabeza, avergonzada.
Yohana se había encontrado a Martín, completamente desnudo, sentado en el borde
de la cama y, Sebastián, arrodillado frente a él.
— Fuera –exigió escandalizado, ruborizándose.
— Ya voy, ya voy –contestó extrañada.
Al contrario que su novio, Martin no parecía ni incómodo ni avergonzado. Al
contrario, la que parecía visiblemente extrañada era Yohana, como si esperase
encontrarse otra cosa totalmente distinta.
— No vas a dejarlo nunca, no –le reprendió Gricel al presenciar como su amiga
salía del cuarto y cerraba la puerta tras de sí.
— Te digo que esconden algo –Yohana llevaba años sospechando de la pareja, pero
nunca había podido demostrarlo-. Que pena que sean gays… Tienen un buen tamaño
–comentaba, sin ser la primera vez que se la había visto.
— ¿Y no se te ha ocurrido nada mejor que entrar en su cuarto? Que estamos de
puente, Hana. Déjalos tranquilos. ¿Qué habitación quieres entonces?
— Pues… No sé. ¿Qué diferencia hay?
— De la mía me enamoré, reconozco que no me fijé mucho en el resto.
— Vamos a verlo entonces –Ambas entrelazaron sus brazos y pasearon por el
pasillo. Las dos habitaciones restantes
se enfrentaban una a la otra, pero la que descartó Yohana era la más pequeña,
pues era colindante con el baño de uso general-. ¿No había otro baño? ¿Dónde
está, abajo?
— No, está en mi cuarto –le contradijo Gricel riendo.
— Que asco me das…
— Privilegios puntualidad.
— ¿Tardaron mucho en llegar esos dos?
— No, menos de una hora desde que llegamos.
— Y… ¿No hicisteis nada?
— Calla, no me lo recuerdes. Fue lamentable.
— Ayúdame a deshacer las maletas y me cuentas.
— Me parece bien.
La pareja de mujeres subieron las maletas por las escaleras dejando el rellano
del recibidor despejado por fin. Giraron el pasillo a la derecha al llegar
arriba, ignorando los peldaños que guiaban hasta el ático. Se metieron en la
alcoba frente a la habitación más pequeña y frente al baño, los cuales ya de
por sí eran notablemente grandes.
— Está bastante caliente… Esperaba que hiciese más frio, con el tiempo que
hace… -observó parándose un segundo a escuchar el rugir del viento-. Bueno,
cuéntame –exigió saber Yohana mientras abría la cremallera y escarbaba en su
interior-. Qué ha hecho el inútil ese ya…
Gricel se sinceró, lanzando miradas discretas hacia la puerta para asegurarse
que nadie escuchaba. Sin prisas ni pausas ambas acabaron en seguida de
organizar las prendas, quedando con las manos sin oficio justo cuando llegaba a
la parte en que se había desnudado para bajar a provocar a Álvaro. Yohana
escuchó a su amiga del alma relatar con todo tipo de detalle como la casa se
llenó de prendas tiradas por el suelo, y como ella se escondió bajo una sábana
con el culo en pompa.
— ¿Y qué hizo? ¿Te lo comió? Algo haría bien, espero…
— ¿Bien? Lo único que no hizo mal fue pasar de largo, nena. Fue lo único que le
faltó hacer. Agarró el condón que había dejado sobre mis propias nalguitas, se
lo puso y sin juego alguno me folló. Eh, pero según dice él aguantó bastante.
Me dejó ahí, a medias… Y se fue dejando todas las prendas tiradas por la casa.
La mayor parte las recogí yo porque, tan rápido como él llego al ordenador, se
enganchó de nuevo.
Yohana silbó, reconociendo que se esperaba algo así.
— Bueno, ya sabes cómo es Álvaro… No es que tenga ese instinto. ¿No? Si algo
tienen esos dos –dijo refiriéndose a Martin y Sebastián- es que cuando entran
en un cuarto a hacer cosas tardan lo suyo.
— ¿Ya estás otra vez? –inquirió Gricel.
— No he dicho nada.
— Yohana, por favor, que nos conocemos. Lo estás insinuando.
Tras unos segundos callada, se animó a insistir.
— Te digo que hay algo raro en esos dos.
— ¿Ya estás otra vez con lo de que no son gays?
— No, eso no… Tal vez sean unos sádicos o algo. Te lo he dicho mil veces. Hay
algo, no sé qué es pero hay algo –repitió cansina.
— Cariño –murmuró Gricel agarrando sus manos con ternura, intentando evitar no
reírse-. Cuando te enteres, me lo cuentas.
Pese a la sospecha, la simpática rellenita nunca había logrado probar nada.
Todo quedaba en meras hipótesis, cada cual más divertida que la anterior. Era
frustrante, porque en secreto Yohana siempre había sentido atracción por los
dos con comentarios del tipo: ``¿Cómo
esos dos pueden estar tan buenos?´´ decía a pesar de tener predilección por
Martín y su barba varonil.
— ¿Qué tal vas con Ricardo?
— Mal, no me toca ni con un palo. Debe ser la rutina, lo hemos hablado muchas
veces… No es que no tenga ganas, bueno. También… Pero nunca tiene hambre. Pero a la hora de hacerlo…
Bueno, ya sabes. Lo que te conté.
— Si el problema es la rutina, este es el sitio ideal para acabar con ella.
¿Has traído algo?
— ¿Qué si he traído? Lo llevo hasta puesto –reconoció ruborizándose. Se empezó
a desprender de la ropa que cubría sus curvas hasta quedar con una lencería
capaz de seducir hasta a un homosexual.
— ¿Y en la maleta? No había nada de eso.
— La ropa sucia la traje toda en esta
mochila. Para no hacerle sospechar, ya sabes…
— Enséñamela.
Ambas permanecieron en la recién estrenada alcoba de Ricardo y Yohana. Se
acercaba la hora de hacer la comida y no había nada preparado. En tres grupos
pasarían repartidos por aquella enorme cabaña de madera pulida y de alta
calidad, antes de verse obligados a reunirse y hacer piña en la cocina.
4. Un viernes prometedor (Viernes
13.32h)
- ¡Chicos, la comida está lista! –les llamó la mujer con lentes al tiempo que
sacaba de la sartén los pinchos de carne que había preparado.
- Que gusto de cocina –Gricel no había parado de halagar el buen funcionamiento
de la misma desde que había entrado en ella.
- ¿Cómo nos organizaremos para cocinar el puente? –preguntó Martin, que justo
terminaba de rellenar el último plato de picoteo.
- Eso podríamos hablarlo durante la comida. Ahí nos organizaremos mejor estando
los seis.
- Mira que son críos con el ordenador –bufó Yohana asomando la cabeza por marco
de la cocina-. ¡Pero si están jugando! –se molestó al ver a Ricardo, a Álvaro y
a Sebastián reunidos e hipnotizados con la pantalla del portátil.
La mujer salió de la cocina aún con el delantal puesto, agarró un cojín y sin
ningún distinción de ningún tipo comenzó a golpear sus cabezas con el mismo.
Los tres hombres se quejaron, alzando sus brazos con ámbito protector para
proteger sus cabezas mientras gritaban al unísono.
— No seas burra, Yohana. Solo está probando la conexión con un juego online.
— ¿Te crees que soy ciega? Ya lo sé. A él no puedo decirle nada, pero tú harás
lo que yo te diga –dijo agarrándolo de la oreja y jalando de él hacia la mesa,
con la cubertería ya preparada por ellos tres antes de sentarse a jugar con el
portátil-. Y pobre de ti que me repliques.
Sebastián y Álvaro se burlaron del trato recibido por Ricardo, pese a que diez
segundos después la sonrisa se desdibujó de la cara de Álvaro al ver a Gricel
acariciando el rúter. Por unos instantes, quedó paralizado.
— Cariño… ¿A qué vas a levantarte por tu propio pie y vas a ir a la mesa?
— Ni se te ocurra. Estoy jugando una igualada.
— Yo no entiendo de igualadas ni de desigualadas.
— Es de campeonato, si abandono me penalizan, y mucho.
— Eres un poco cortito. ¿No? Que me da igual.
Sebastián fue el único que continuó de buen humor, apartándose de su amigo en
el sofá y reuniéndose al lado de Martin en la espaciada y rectangular mesa. Era
de una superficie tan grande, que la mitad de la misma fue abandonada. Todos
los accesorios, alimentos y bebidas para la comida estaban comprimidos entre
los seis asientos y, aunque estuvieron algo apretados, preferían eso a
esparcirse a lo largo de toda la mesa.
A regañadientes, Álvaro se sentó al
azar en uno de los dos puestos vacantes. Su esposa, con una sonrisa traviesa y
complacida, se dejó caer sobre la silla de al lado.
— Bueno, la primera comida del puente. Hay que brindar –propuso Yohana alzando
su copa de vino blanco, siendo imitada por el resto-. Por un largo puente lejos
del trabajo, de las responsabilidades y de los críos.
— Pero si tú no tienes –le reprendió Sebastián.
— Yo de eso último no sé, pero amen a todo lo demás –brindó Martín con una
sonrisa de oreja a oreja.
— Porque mejore el tiempo –propuso titubeante Sebastián.
— Eso, a ver si podemos pasear un poco –coincidió Gricel.
Resonaron varias melodías de los vidrios entrechocando musicalmente antes de
vaciar las seis copas de un trago.
— ¡Buen provecho! –exclamó animada Gricel, con los calores del alcohol
bajándole por el esófago y un rubor insinuándose en sus mejillas-. Me paso la
mayor parte del tiempo encerrada y lo último que quiero es estar aquí metida
todo el puente.
La comida fue mermando al ritmo que un grupo de hormigas desmenuza un resto
abandonado a su suerte en el suelo. Antes de entrar en conversaciones más
profundas y banales, se concentraron en organizar el fin de semana en la casa:
¿Quién cocinaría en la comida y en la cena? ¿Quién prepararía la mesa y quién
limpiaría? Los seis amigos se encogieron varias veces de hombros y reconocieron
que les daba igual. Una vez especificado las obligaciones de cada uno, respecto
al orden y la limpieza, fantasearon con un clima más amable que les permitiese
explorar un poco la montaña.
— Ojala, pero lo veo improbable –se sinceró Álvaro apurando el diezmado de su
pinchito a la plancha-. De hecho, según el servicio meteorológico auguran una
bajada de las temperaturas.
— Con suerte se irá hasta el internet –le pinchó Yohana. Gricel por poco se
atraganta con el vino, echándose a reír al lado de su marido.
— Eso, eso.
— Si hubiese cualquier urgencia, las pasaríamos canutas. Así mejor que no… -le
rebatió Álvaro colocándose bien las gafas.
— Tenemos provisiones de sobra –discrepó Yohana, imitando su manía de
recolocarse las gafas-, y seguro que sería más interesante estar desconectados
de todo que pegaditos al ordenador. ¿Eh, Alvarín?
— Tengo trabajo que hacer, no juguemos con eso.
— Uy, sí. Ya vemos lo que trabajabas.
El informático, cuya mayor desventaja de su color de piel era lo evidente que
se ruborizaba, enrojeció molesto preparándose para rebatirle con argumentos de
peso.
— ¿Podemos centrarnos en lo que haremos todos? –les interrumpió Martin-. Ál
puede hacer lo que quiera, es mayorcito. No vamos a obligarlo a hacer nada que
no quiera. Podríamos jugar a algo, en caso de que nos quedemos encerrados aquí
por el temporal.
— ¿A qué quieres jugar? ¿Al teto? –bromeó Yohana, ruborizada por el alcohol.
Eso no le impidió beber otro sorbo.
— Jaja, muy graciosa –contestó el aludido sin molestia alguna-. Pues ves
bajándote los pantalones, guapa.
— Uhm –Gricel, que estaba bebiendo, recordó algo sin previo aviso-, Samanta, la
propietaria, mencionó algo de unos juegos de mesa un armario del ático.
— Ahí tenemos una buena posibilidad.
— Pues a mí me da que se despejará el temporal y podremos salir –insistió
Yohana.
— Ojala –coincidió su amiga-, sería un crimen no disfrutar de estos paisajes.
Aunque sea un poco.
— A las malas podemos pasear por la carretera esta… Por donde no haya peligro
–propuso Ricardo.
— ¿Qué dices? ¿Y si por cualquier cosa perdemos las llaves o alguien se rompe
una pierna? No me fio –se negó Sebastian.
— No creo que eso importe, Álvaro muy posiblemente se quedará aquí, en el sofá.
Recepcionista 24 horas –comentó Gricel riendo entre dientes. Los otros cuatro
amigos la imitaron.
— Basta ya con el cachondeo, si salís obviamente os acompañaré.
— Obvio –comentó su mujer intentando permanecer seria, estallando instantes
después en una sonora carcajada.
— Hace mucho que no jugamos a ningún juego de mesa. ¿A qué podríamos jugar?
— Ya veremos. ¿Os parece si trasteamos en el ático a ver que encontramos?
–preguntó Martin.
Gricel remató su tercera copa de vino y se levantó, sintiendo por sorpresa el
peso y el desequilibrio del alcohol. Pese a mantener el control, se dio cuenta
por primera vez que la alegría de estar reunida con sus amigos y libres de
responsabilidades quizá provocó que se le fuese la mano un poco con el vino.
La mesa quedó abandonada y repletas de
restos al tiempo que todos se levantaban siguiéndola los cinco, cada uno a su
ritmo, hablando de diferentes cosas al tiempo que ascendían por las escaleras
inundando la casa con un conglomerado de crujidos provocados por los peldaños.
Por primera vez, no se detuvieron en el segundo piso sino que ascendieron hasta
el ático. Por la forma de la fachada, aquel recoveco no era precisamente
grande. En dicha estancia cabrían como mucho siete personas algo apretadas,
debido a que dicho espacio debía compartirse con armarios y con cajas. Aunque
no había grietas ni fugas en el tejado, el sonido del viento era mucho más
evidente en esa parte de la casa. No podía descartarse que el ruido del mismo
que se oía en las plantas bajas era quizás el viento que entraba en alguna
parte del ático, el cual estaba totalmente helado, pero bien aislado de la
humedad.
Fue Gricel la que, con curiosidad,
abrió varios armarios encontrando en uno de ellos muchas cajas de juegos:
Monopoli, juegos de cartas para póker y solitario, ajedrez, parchís… Estaba
presente hasta un juego de crímenes y sospechosos. Era evidente que esa casa
alguna vez debió ser un hogar feliz donde los niños se lo pasaban bien con
aquellos juegos, quizá en ese mismo desván.
— Imposible aburrirse con todo esto.
— Sigue haciéndome más ilusión salir a dar una vuelta. Esto es para críos –se
sinceró Ricardo, desde la distancia Álvaro asintió cómplice, mostrando su
acuerdo con su amigo. Fueron los únicos, pues los otros cuatro parecían
emocionados con la idea de entretenerse con juegos de mesa.
Las dos amigas y la pareja homosexual reprendieron a Ricardo por su comentario,
que se vio acorralado por cuatro voces en discordia. Álvaro, que no pensaba
dejarse intimidar, apoyó a su compañero de opinión.
— Si hemos pagado lo que cuesta este retiro es precisamente para eso. Disfrutar
del paisaje, salir a pasear… ¡Si os apetece jugar hasta con la nieve! ¿Pero
juegos de mesa?
— Que pasado, nerd. Si no quieres no
juegues. ¿Qué viste en él? –le reprendió Yohana hastiada, inmediatamente antes
de bajar por el hueco que acompañaba las escaleras en descenso.
— A saber. Diversión claramente no –murmuró entre dientes Gricel lo
suficientemente alto para ser escuchada por todos, acto seguido siguió a su
amiga hasta la mesa, decidida a recogerla.
— No les hagas caso, parece que haya que hacer lo que ellas quieran –Ricardo y
Álvaro permanecieron de pie al lado del armario, lamiéndose las heridas.
— Son como perros y gatos –Sebastián y Martín se reían, pasando cerca de la
puerta que aislaba el desván y comenzaban a bajar las escaleras.
— ¿Pero ellos de que parte están? –preguntó Ricardo.
— Pasa de ellos. Están de su parte
–sentenció Álvaro, antes de bajar, dejando el ático vacío y solitario de nuevo,
cerrando la puerta para que no entrase el frio en el resto de la casa.
5. Siesta y paseo (Viernes 17.51h)
Con la idea de no darle otro motivo para recriminarle estar mucho en el
ordenador. Tras haber recogido la mesa, haberla limpiado y haber fregado los
platos; Álvaro se encerró en su alcoba junto a su esposa Gricel y se quedaron
dormidos alrededor de dos horas y media. Las otras dos parejas hicieron lo
mismo, y alrededor de las cinco y media se habían empezado levantar con la
intención de probar suerte a salir de la casa.
Se saludaron por el pasillo, se
turnaron para ir al baño –por lo cual para recortar tiempo fueron en turnos de
dos en dos-, y se reunieron en el vestíbulo cubiertos por gruesas capas
impermeables para protegerse del frio y la nieve.
— ¿Quién falta? –preguntó Martin, rascándose con la manga su barba mientras
cerraba y abría el puño en el interior del guante, como si estuviese incómodo.
— Yohana, no creo que tarde –contestó Gricel.
— Lo raro es que Álvaro y Ricardo no estén en el ordenador –musitó Yohana
mientras baja por las escaleras, haciendo crujir la madera bajo sus pies.
— Muy graciosa…
— Todo hay que decirlo. Desde la comida no ha vuelto a acercarse al portátil
–reconoció Gricel, contenta.
— A ver cuánto dura… -Yohana no se hartaba de provocarle.
— Como dure lo mismo que en la cama… -Si no se hubiese delatado con una
sonrisa, nadie habría sospechado que lo hubiese dicho Martín-. ¡Es broma, es
broma! –se defendió de los golpes del portero de su equipo que, pese al
comentario, también reía.
Los cuatro siguieron dándole bombo a la gracia a medida que iban vaciando el
recibidor. Para que no hubiese sorpresas, se pusieron de acuerdo en dejar las
llaves cerca de la entrada escondida. Aunque no era probable que hubiese nadie
cerca, no querían arriesgarse a volver con una casa desvalijada, aunque, siendo
claros. ¿Quién iba a arriesgarse a aventurarse tan lejos con una tempestad como
aquella bramando a los cuatro vientos? Las tres parejas únicamente se animaron
a experimentar aquello porque tenían la casa cerca, bajo la promesa de no
alejarse demasiado. Desde que habían llegado a la casa, las corrientes de aire
oscilaban nieve en todas las direcciones con una fuerza mucho más furiosa. El
mero hecho de permanecer en el exterior ya hacía daño en la cara, pues todas
iban destapadas. Las gafas de Yohana y Álvaro se empañaban con facilidad,
obligándoles a prescindir de ellas a cada pocos pasos.
Las copas de los árboles resguardaban
pesados mantos de nieve provocando que, cuando las ramas agotaban su
resistencia tras soportar tanto lastre, dejaban caer una lluvia de nieve que
fácilmente podía medio enterrar al desafortunado que pasase por debajo.
Pese a eso, se limitaron a bajar
siguiendo la pendiente. Pasando por el lado de los coches que ya acumulaban una
cantidad importante de nieve sobre ellos. A pesar de ser una cordillera más
puntiaguda que extensa, en los alrededores había poco para orientarse.
Prácticamente todo el paisaje era blanco, empezando por el cielo. Cabía
destacar que, a esa hora, sobre las seis, ya anochecía y prácticamente no se
veía nada. Los seis permanecían juntos, portando con ellos tres linternas y
encogiéndose del frio. Las risas no tardaron sustituirse por el castañeo de los
dientes que parecían resonar entre el fuerte silbido que producía el viento
helado. No llevaban ni media hora fuera del refugio de madera, pero ya
comenzaban a arrepentirse. Si se les había pasado a más de uno por la cabeza la
idea de pasear por la montaña, con temporales como aquel, se les fue
desvaneciendo la sola esperanza de intentar hacerlo.
Pronto, las dos amigas comenzaron a
insinuar que querían volverse, y sus parejas asintieron solemnemente como si lo
hiciesen por ellas. Los únicos que mostraron la fuerza de voluntad y el interés
de permanecer un rato más fueron Martín y Sebastián. Para las siete y media de
la tarde, tuvieron que luchas contra las ráfagas de escarcha que quemaba la
cara del frio. Lo único que tuvieron que hacer fue seguir la pendiente hacia
arriba, mientras Álvaro sufrió un desvanecimiento y la pareja homosexual tuvieron
que reanimarle. Las piernas no le sostenían por lo que, a duras penas, lo
cargaron entre ambos siguiendo el camino que marcaban las dos esposas. Los
árboles y la nieve, la gran cabaña de tres pisos frente al acantilado se dejó
ver, poderosa y resistente, seduciéndolos para que todos se refugiasen dentro
de sus entrañas.
Tras coger la llave bajo una tabla mal
puesta –la cual les había parecido un escondite ideal- entraron prácticamente
arrollándose unos a otros y cayendo sobre el parquet del recibidor.
— El próximo que insinúe la idea de salir –chilló Martín con voz ahogada-… Por el barranco.
— Eso… -coincidió Sebastián.
El silencio del resto se interpretó como un mudo concilio.
— Cariño. ¿Cariño, estás bien? ¿Cómo te encuentras? –le preguntó Gricel,
preocupada desde que había mostrado síntomas de mareo durante la exploración,
se arrodilló frente a él y lo meció entre sus brazos.
— Estará bien –adelantó Yohana, solo le han fallado las fuerzas. Necesita
recomponer el calor y que se abrigue mucho-. ¿Alguien más se siente mareado o
sin fuerzas?
Todos, menos Álvaro, alzaron temblorosas sus manos, aún resoplando del titánico
esfuerzo que les había resultado salir por poco menos de dos horas. No solo era
la dificultad que suponía avanzar por las pesadas y profundas capas de nieve,
sino la carga mental que derivaba de soportar aquellos vientos huracanados.
Antes de haberse quitado las numerosas capas de ropa y darse unas buenas duchas
de agua caliente, todos los presentes concluyeron en convertir en tabú la sola
idea de salir fuera en lo que restaba de fin de semana.
6. La primera noche: Eligiendo juegos
(Viernes 20.30h)
Para quitarse el frio de los huesos hizo falta algo más que unas mantas y seis
tazas rebosantes de humeante chocolate derretido. Álvaro disfrutaba de un largo
y espumoso baño de agua caliente en su baño personal, entretanto el resto se turnaban
de nuevo en parejas de dos para gozar de unas buenas duchas que les normalizase
la temperatura.
Acabaron los cinco –a excepción de
Álvaro-, sentados en los dos sofás del salón, frente a una chimenea que habían
ignorado hasta el momento. El carbón se consumía y empezaba a descomponerse en
forma de ascuas para quemar lentamente
los tres troncos que prometían una velada sin el frio que habían experimentado
fuera.
Todos se habían puesto pijamas
invernales de grueso material, los cuales no conseguían disimular las femeninas
curvas en los pechos de las dos mujeres. Por su parte, Ricardo era sin duda el
más friolero, y con su cabello rubio y rizado combinaba una bufanda granate.
Los más calurosos, sin nadie que les pudiese hacer competencia, eran Martín y
su pareja. Al contrario que Ricardo y Álvaro, que pese a tener aproximadamente
la misma altura eran palpablemente más delgados, la pareja homosexual lucían
unos cuerpos más atléticos y esbeltos que los otros dos. Martín, debido a su
entrenamiento de futbol como delantero centro, tenía más masa muscular y eso se
notaba vistiese lo que vistiese.
Quizás Ricardo no se diese cuenta, pues
para buen entendedor pocas palabras basta: Yohana y Gricel, soltaban de manera
inocente miraditas al físico de Martin y Sebastián. Eran disimuladas, rápidas e
inofensivas, como si solo se estuviesen regalando la vista porque… claramente
nunca harían nada con ellos. Miradas que reconocían gustar lo que veían,
miradas conscientes de que solo eran amigos. Miradas de mujeres fieles a sus
maridos, y que entendían que solo con los ojos podían llenar el estómago.
— ¿A qué vamos a jugar al final?
— ¿Jugar? –le contestó Gricel a Martin.
— Claro –afirmó él-, a Ricardo y a Yohana les toca hacer la cena. Algo
tendremos que hacer hasta entonces.
— ¡Se me había olvidado! ¡La cena! –se sobresaltó Yohana, haciendo ademán de
levantarse. Martín la obligó a permanecer sentada apoyando una mano en su
hombro
— Relájate un rato –le espetó Martín-. Vamos a jugar a algo, son solo las ocho
y media.
— ¿A qué vais a jugar? –preguntó Álvaro, el evidente cansancio calcado en su
rostro, alcanzando el último de los escalones antes de llegar al rellano. Su
voz sonó algo lejana de los sofás.
— ¿Ya te encuentras mejor, cielo? –El aludido sonrió mientras se colocaba bien
las gafas.
— Sí, no sé qué me pasó. El baño me ha sentado de maravilla.
— Claro, como en casa solo tenemos plató de ducha…
— Podríamos jugar al ajedrez –propuso Martin, idea rápidamente rechazada por
amplia mayoría-. ¿Al parchís? ¿Al monopoly? ¡Vaya pelmazos sois!
— Tonto, es que no me apetecen ninguna de esas cosas –Le increpó Sebastián-. Y al
ajedrez menos.
— ¿Y a las damas? –preguntó Sebastián inocentemente.
— Ya tenemos suficientes damas con estás dos señoritas que nos acompañan.
— Que galán –Gricel fingió ruborizarse.
— Además, tiene que ser un juego de seis.
— No creo que haya muchos juegos así –comentó Álvaro.
— Seguro que por dentro arde en deseos de proponer que si hay que jugar,
jueguen a algo en el portátil –se burló Yohana, sin que el susodicho se
molestase en negarlo.
— Pues al paso que vamos…
— Tú puedes jugar a lo que quieras –dijo Gricel-. ¿Alguna vez te he dicho algo
porque juegues? No, claro que no. Pero no tienes autocontrol. Ese es el problema. Eres mayorcito,
nosotros nos divertiremos juntos. ¿Ricardo? ¿Qué harás? ¿Te lo pasarás bien con
tus amigos o prefieres mirar como juega Álvaro?
El hombre rubio y de cabellos rizados pareció pasarlo bastante mal tratando de
decidir. Lo primero que hizo fue echar un vistazo a como lo miraba su novia. Y
tras esa comprobación, se encogió de hombros.
— Que marrón –bufó Martín a carcajada limpia-, parece que estás solo.
— A mí no me importa que juegues con Ricardo. Pero hemos venido para estar los
seis juntos y pasarla bien. Por mi jugad un rato, si queréis y luego ya os unís
–propuso Gricel-. Podemos jugar los cuatro sin depender de vosotros. Martin,
¿Sabes qué? Elige tú por nosotras.
— Sí… -puntualizó cómplice su amiga-, vosotros mismos.
Ricardo y Álvaro se miraron entre ellos, dejando patente que no rechazarían tal
ofrecimiento. Gricel y Yohana podían parecer mansas divisando la retirada de ambos
a la enorme mesa del salón
— ¿Y si jugamos al póker?
— No sé jugar.
— Yo tampoco.
— Aprenderéis rápido.
— ¿Y qué apostamos?
La pareja homosexual intercambio una rápida mirada, como si se preguntasen que
podrían apostar.
— El problema del póker –empezó a explicar Martin-, es que se juega con dinero
o con fichas. Todo gira entorno a eso: Dos personas empiezan apostando una
pequeña cantidad, que forma la base y luego hay dos fases de apuestas, en las
que se van revelando cartas. No tiene mucho sentido apostarnos cosas porque son
partidas rápidas.
— ¿Entonces…? ¿Cómo lo podemos hacer? –preguntó Gricel.
— Podríamos apostarnos dinero…
— Tú lo que quieres es desplumarnos –se mofaba Yohana.
— Que no, solo con la moneda y la chatarra que tengamos encima.
— Pero luego me devuelves lo mío, eh…
Sin parar con el cachondeo, se acomodaron en los sofás lejos de los otros dos,
que permanecían frente al portátil en la misma mesa donde se comía, se
repartieron entre los dos hombres y las dos mujeres las cartas
correspondientes. Tardaron más de quince intentos en entender las normas
correctamente, pero la decimosexta vez Yohana ya demostró tener muy buen ojo
para saber cuando tenía que arriesgarse y cuando tenía que pasar. Gricel siguió
perdiendo, igualándose a Sebastián que el pobre tenía demasiado mala suerte.
Martin y Yohana se coronaron al
quedarse con la mayor parte de la economía del juego, dejando en quiebra a los
otros dos. Iban a empezar la ronda número 25 cuando Gricel tosió buscando de
llamar la atención de los dos que jugaban al portátil.
— Míralos, están tan centrados que ni se enteran –gruñó la mujer de Álvaro al
tiempo que Yohana eligió más directa.
Silbó sin dedos paralizando y atrayendo la atención del resto.
— Ricardo. ¿Y la cena?
— Se me ha pasado –contestó con tranquilidad.
— Entonces, tira –repuso ella levantándose también del sofá-. Es
responsabilidad de los dos, así que no me mires así.
Sin darle tregua lo empujó hacia la cocina, más malhumorada por lo tarde que se
le había hecho que realmente por tener nada que reprocharle a su pareja.
Martín, Sebastián y Gricel continuaron jugando unas rondas más hasta que
Sebastián se vio obligado a apostarlo todo y arruinarse… Demasiado había resistido
con la limosna que tenía cerca de la rodilla.
— Sé una manera más divertida de jugar a esto –murmuró Martín en voz baja.
Gricel entendió que no quería ser oído.
— Cual –inquirió en el mismo tono.
— No, ahora no. Ya te contaré.
— ¿Y por qué no puedes decírmelo ahora? –Sebastián se limitó a seguir con sus
ojos a su novio y la mujer-. Venga, dímelo…
— No creo que a Álvaro y a Ricardo les haga mucha gracia. Creo que ni siquiera querrán
participar…
— ¿Por qué? –El volumen bajo y las miradas hacia Álvaro, a más de cuatro metros
de distancia guiaron el resto de la conversación.
— ¿No lo ves? Son un poco… aburridos. Como lo que me comentaste tras llegar
aquí, cuando intentaste hacer el amor con él.
— Eso no contesta a mi pregunta. ¿Qué es? –Gricel permaneció seria, sin dejarse
liar.
— No quiero decirlo… Por ahora. Pero te gustará. Y a Yohana también –añadió.
— Si crees que me gustará no pierdes nada por decírmelo. Ahora.
— ¿Qué hago, Sebastián? ¿Se lo digo?
— Como si supiese lo que tienes en mente.
— Anda, Martín. Dímelo. ¿Qué es?
— A decir verdad, sería más divertido si jugásemos los seis.
— ¿¡Pero quieres decirme que es? –se impacientó Gricel subiendo el tono de voz.
Fue evidente la impresión de Martín al abrir exageradamente los ojos,
pidiéndole sigilosamente que se callara.
— ¿Te acuerdas lo que hablamos de este puente? ¿Las ganas que tenías de irte
lejos con Álvaro y hacer ‘’cosas’’? –Su interlocutora asentía, demostrando que
seguía lo que decía-, pues al ritmo que vais… Siento desilusionarte pero a este
ritmo vais a acabar peor que en casa.
— ¿¡Quieres decir lo que sea de una vez!? –Gricel exhibió de nuevo su
impaciencia, tan marcada en algunas situaciones –alzando el tono de voz de
nuevo, atrayendo la atención de Álvaro.
— Juegos en pareja, juegos picantes…
— ¿Y cuál es el problema? Estamos entre amigos, ¿No? Confianza de sobra hay.
— Ya, pero hay que preparar bien el terreno para que les parezca… atractiva la
idea. También conozco a Ál y ya te digo que este tipo de cosas no creo que le
hagan mucha gracia.
— ¿Qué tienes en mente?
— Mañana
— ¿Y por qué no ahora?
— Mi ciela, no te adelantes. Seguramente estaremos encerrados todo el sábado y
el domingo, puede que hasta el lunes. Si algo tenemos es tiempo
— No me voy a ir a dormir hasta que me lo digas, ya te lo aviso.
— Vale –contestó por fin Martín tras aceptar la perseverancia de su amiga como
inevitable-. Después de cenar te lo digo. Pero no le comentes nada a ninguno de
ellos. Si quieres… -añadió, tras pensar que no sería mala idea- trae a Yohana y
os explico.
Con una sonrisa entre los dientes y habiendo logrado su pequeña victoria, se
levantó tirando las cartas y se marchó a la cocina. Sebastián, inició con
parsimonia el puñado de cartas repartidas por el suelo. Al principio en
silencio, hasta que finalmente dijo:
— Has ido demasiado rápido –Los ojos de Sebastián estaban cargados de reproche.
Martin no le hizo caso-. ¿Crees que le gustará la idea?
El aludido no estaba de acuerdo con su pareja, así que dijo:
— A las dos les encantará la idea, a ellos no. Por eso es mejor que no se lo
soltemos de golpe. No creo que tengan la mente tan abierta a menos que se lo
vendamos bien.
— Reconozco que me pondría mucho ver a Ricardo y Álvaro animarse a jugar.
— Seguramente lo harán –concedió Martín jugando con su barba- aunque no creo
que sea sin un pequeño empujón.
— No has tenido que decirle que traiga a Yohana.
— ¿Por qué? –preguntó Martin sin entender, negó levemente con la cabeza
mientras fruncía el ceño-. Ella tiene que participar, sino no tendría gracia.
— Yohana siempre nos está molestando. Puedo entender que Gricel no le vaya a
decir nada a Álvaro… ¿Pero Yohana?
— Aunque parezca que no se fie le gusta jugar tanto como a Gricel. ¿De veras
crees que Yohana no tiene unos problemas peores con Ricardo? Solo tienes que
ver cómo nos mira a veces. Lo que intento explicarte… –se apresuró a decir,
manteniendo el tono bajo- que a ellas les vendrá tan bien pasárselo bien como a
nosotros. ¿Qué te juegas a que a las dos les gustará la idea y ninguna dirá
nada a esos dos? –señaló con la barbilla a Álvaro.
— Creo que te has equivocado al decirlo.
— Ya veremos.
Mientras estos terminaban de recoger las cartas, Álvaro plegó el portátil y
puso la mesa, Gricel por su parte se animó a poner unos pequeños platos que
harían su función de entrantes para complementar el menú. Durante la cena, la
cual fue hecha de manera express, salieron a conversación temas relacionados
con el frio, la supervivencia en la montaña y lo que se agradecía una buena
chimenea en ese tipo de lugares. Si no hubiese habido ducha de agua caliente,
chocolate burbujeante o incluso calefacción, quizás Álvaro y Ricardo siquiera
habrían considerado aislarse, apartados del calor en grupo.
8. Propuesta indecente (Viernes
22.07h)
La cena, realizada con premura y sin intención de entrar por la vista,
sirvió de excusa para llenar lo estómagos ya inflados levemente por el
chocolate caliente. Fue la misma Yohana la que se animó a fregar los cacharros
pese a la insistencia de Gricel. Suspirando aliviados, las parejas de ambas
féminas se dispusieron a volver con el portátil a rematar la faena. Las dos
mujeres, pese a no hacerles gracia, se callaron. Quizás fue por eso mismo por
lo que se animó a entablar conversación con su amiga sobre la misteriosa
proposición.
— Conociéndolos –susurró, Yohana- seguramente será algo guarro.
— Tal vez –contestó Gricel pensativa, sentada al lado de los platos que iba
dejando su amiga a medida que los iba fregando. Prescindieron del lavavajillas
únicamente para poder hablar un rato a solas. También toda la cocina, hasta la
encimera y los armarios, estaba hecha de un tipo de madera de color marrón
claro.
— ¿Qué más te dijo?
— Que… sería más divertido si participamos los seis. Así que tiene que ver con
Álvaro y Ricardo.
— Quizás quieran hacer una orgia con ellos –se alarmó la mujer de pelo negro,
observándola por encima de sus gafas, cabe destacar que no pareció desagradarle
la idea.
— A saber –contestó Gricel sonriendo, bajándose del mueble para acercarse a la
ventana de la cocina, orientada hacia el lado del precipicio. No se veía nada,
ni siquiera la luna. Todo estaba negro aquella noche.
— Será por eso por lo que no querrán que esos dos se enteren… aún –aventuró
Yohana. Su rostro emuló una expresión ida, como si estuviese fantaseando para
sus adentros.
— ¿Tú crees que les gustaría ‘’probar’’ con ellos?
— Solo sé que siempre he sentido que había algo raro en Martín. Fíjate que
Sebas me parece más normal, pero Martín… Hay algo, pero no sé. Eso incluye
–añadió al darse cuenta- querer hacer cosas con nuestros hombres.
— No me imagino a Álvaro disfrutando eso –musitó Gricel alegre, con
naturalidad.
— Ahora cuando termine hablamos con ellos. A ver qué manera tienen de hacer
estos juegos ‘’más divertidos’’. Como sea esto que estamos hablando, va a jugar
su padre… Se van a divertir solo ellos. ¡Ja! –protestó indignada.
— Dales una oportunidad. Estamos aquí de guasa pero estoy bastante enfadada con
Álvaro.
— Y yo, y yo… -se sumó su amiga, secando los últimos platos.
Yohana, por el momento, no quiso alertar a su amiga. Era su instinto lo que le
alertaba que la diversión tenía toda la pinta que vendría por otro lado. Las
constantes discrepancias de Gricel la hicieron aquella vez callarse sus
sospechas.
***
Si ese par de holgazanes adictos a la pantalla hubiesen separado sus ojos de la
misma, habrían intuido dos melenas de cabello oscuro desapareciendo hacia las
plantas superiores de la casa. Ni siquiera cuando los escalones crujieron
durante su acelerada marcha se voltearon a mirar. Una vez había acabado Yohana
con los platos en la cocina, se reunieron con la pareja en el ático. En su
ascenso a la zona más alta de la vivienda, hicieron crujir un par de escalones
cuyo ruido era inevitable provocar. Ese mismo ruido, proporcionó al encuentro
una seguridad de no ser acechados por las parejas de las dos morenas, cerrando
así la puerta y permaneciendo en la fría estancia. Cualquiera que hablase
expectoraba una nube de vapor debido a la condensación por el frio, tristemente
iluminada por la poca iluminación del ático.
El grupo de cuatro se encontraban
reunidos en círculo, sentados en el suelo frente al armario de los juegos. Encorvados
hacia el centro y hablando bajito.
— Empieza –exigió Gricel, entusiasmada. Había cierto brillo en sus ojos color
café-. ¿Qué has pensado?
— Algo guarro, seguro –repitió Yohana, sin sonreír.
— Por ahí van los tiros, sí–La respuesta de Martín fue alegre y sincera- y
espero que vuestros chicos se animen.
— ¿Qué te dije? –murmuró Yohana con un codazo cómplice.
— Fíjate que estoy convencido de que te va a encantar –aseguró.
— Y a nosotros también –añadió Sebastián, dejando a un lado su común timidez.
— ¿Queréis ir al grano? –contestó Gricel, sin abandonar esa risita de emoción
que alumbraba sus facciones.
Aunque ambas miraban atentamente a Martín, fue Sebastián, con su voz suave y
delicada, quien destripó el plan. Cuando habló, no lo hizo con timidez ni vergüenza,
sino con unos ojos de los que metafóricamente salían chispas.
— Se le ocurrió a él, y no vais a decir que no porque os va a saber a gloria.
Serán juegos inocentes… entre nosotros cuatro.
— Álvaro y Ricardo no podrán jugar, lo tendrán prohibido –continuó Martín,
sincronizándose con su compañero. No era frecuente que se terminaban las
frases, solo cuando habían hablado previamente algo y tenían el plan
completamente idealizado.
— Al principio, por lo menos.
— Cuando decidamos que se lo han ganado, les dejaremos participar –continuó
Martin.
— Y querrán jugar, seguro –avaló Sebastián.
— Pero… ¿Jugar a qué? –se volvió a impacientar Gricel.
Los cuatro amigos mantuvieron los susurros como forma de hablar. Parecía como
si Martín estuviese haciendo crecer su curiosidad adrede.
— A cualquier cosa…
— Eso es lo mejor –contestó Sebastián.
— Tienen que sentirse celosos –apuntó Martín-, pero con memeces.
— ¿Cómo que memeces? –preguntó Yohana sin entender. Para sus adentros se
aplaudía por no haber ido desencaminada en sus sospechas.
— Juegos calientes… -explicó Martin, acaparando la explicación-. Ellos podrán
mirar y escuchar, pero no participar.
— Ese será su castigo por prestar más atención al dichoso ordenador que a sus
amigos y a sus mujeres –remató Sebastián, antes de que Martín hiciese una
aclaración.
— Y es muy importante que, durante todo el fin de semana, hasta el domingo por
la noche, los tengáis desatendidos… sexualmente. Querrán hacerlo, pero no les
dejaréis. Ya veréis como se arrastran.
— Álvaro se va a poner celoso… ¿Con vosotros? –inquirió Gricel incrédula.
Yohana se permaneció callada.
— ¿Nos apostamos algo? –contestó el más machorro de los dos. No había duda
reflejada en su rostro.
— Y… ¿Cómo lo haremos? –preguntó Gricel titubeante, con sus propios dedos de la
mano derecha pellizcándose el labio inferior.
— Hoy es mejor que no hagamos nada –empezó a decir Martín, esa vez parecía que
Sebastián no iba a interrumpirle-. Haced lo que queráis, pero no tengáis sexo.
— Eso no será difícil –apuntilló Yohana. Gricel estuvo de acuerdo
— Tampoco les digáis nada de lo que hemos hablado. Ni se lo insinuéis… Y mañana
–continuó, empezando a explicar el plan que ocuparía todo el fin de semana.
Esas ideas se perderían en el silencio del ático, mientras los dos hombres en
el comedor, en medio de su ignorancia, celebraran una victoria e intercambiaban
asientos para que pudiese jugar el otro.
9. Castigo e indiferencia (Sábado
00.01h)
Nada –dentro de la casa- rompía el embarazoso silencio en la segunda
planta, en el cuarto matrimonial de Gricel y Álvaro solo podía escucharse el
viento filtrarse levemente por algún recoveco debido a la fuerza de la ventisca.
Habría agradecido disimular ese solitario silbido con gemidos en la habitación
de Martín y Sebastián, por desgracia, eran demasiado silenciosos como para
escuchar nada. Se encontraba sola, sumida en la penumbra de su cuarto desde
hacía más de media hora. Dormía con un pijama de dos prendas, sin contar los
calcetines, las bragas y el sujetador, que la protegían de las bajas
temperaturas, complementando los gruesos edredones y la calefacción. A ratos se
preguntaba cuanto podrían aguantar cualquiera de ellos en ropa interior por la
casa. Seguramente no más de quince minutos antes de acabar con las extremidades
adormecidas.
Estaba molesta, muy molesta. No podía
parar de darle vueltas a la cabeza y, cuanto más pensaba en todo el plan que
habían ideado entre los cuatro, más ganas tenía de que fuese mañana. Tenía una
pequeña noción de sueño, podría haberse quedado dormida de no ser por la
emoción de probar algo nuevo el día siguiente y darle una lección a su marido.
Le habría encantado que, cuando ese estúpido hubiese ingresado en el cuarto, se
la hubiese encontrado dormida y sin nadie con quien hablar. No se molestó en
mirar la hora, pero calculó que como muy pronto ya deberían ser las doce y
media.
Unos crujidos resonaron por el lugar,
fuera del cuarto. En algún lugar cercano a las escaleras. Gricel supo que ambos
amigos debían encontrarse subiendo tras haberse pegado una buena juerga con el
ordenador. Escuchó risitas y una despedida efímera, precediendo el chirriante
sonido del picaporte, la puerta de madera abriéndose. Un móvil sirvió de
linterna para pasearse por el cuarto sin abrir la luz tras cerrar la puerta. Lo
sintió estirarse en la cama y abrazarla bajo las sábanas. La esposa, silente,
no mostró en absoluto su enfado. Lo dejó abrazarla porque eso sería lo máximo
que iba a tocar.
— ¿Estás dormida? –Fue menos que un susurro, poco más audible que un pensamiento…
Pero lo escuchó. No respondió-. Gricel…
— ¿Qué?
— Se nos ha ido un poco la mano con eso de jugar.
— Un poco… -ironizó Gricel, con tono helado.
— Mañana…
— Mañana te agradecería que siguieses jugando todo lo que quieras. Lo hemos
estado hablando Yohana y yo. Vosotros por vuestro lado, y nosotras por el
nuestro.
— Gricel, eso no es justo…
La gota que hizo rebasar el vaso. Lo apartó de un empujón, sin violencia pero
contundente y se dio la vuelta sobre el colchón, encarándose en la sombra a su
marido. Rugió entre murmullos furiosos que no se habrían podido escuchar desde
fuera de la habitación. Las palabras salían de su boca como látigos de duro
cuero.
— ¿¡No es justo¡? ¿Te recuerdo lo que hemos pagado para venir aquí? ¿Te
recuerdo que nuestro hijo iba acompañarnos y no nos iba a dejar tiempo para
nosotros? O… ¿Prefieres que te recuerde que cuando estamos en casa no te digo
nada cuando estás ``trabajando´´ en
el ordenador? –Álvaro pareció no terminar de estar de acuerdo con lo que decía
su mujer, pero fue lo suficientemente inteligente como para callarse-. Ah,
claro. Que preparaste la mesa y nos acompañaste fuera a disfrutar un poco del
clima. ¡No fastidies, Álvaro! Te has pasado pegado a ese dichoso ordenador. A
la hora de la comida Sebastián jugó con vosotros… ¡Un rato! Al contrario que
vosotros dos.
— Si me apetece jugar no veo porque tienes que montar este drama…
— D… ¿Drama? ¡Drama! ¿¡Estoy montando un drama!? –preguntó Gricel fuera de sí.
Y cuando parecía que iba a estallar… Se calmó. Una peligrosa tranquilidad se
adueñó de su voz y de su respiración-. No, amor mío. Si el ordenador te hace
feliz, pásate con él todo el puente. Yo jugaré con nuestros amigos… -Álvaro
suspiró, interrumpiéndola.
— Está bien… Mañana...
— ¿Qué parte no has entendido de que no quiero que juegues con nosotros?
— ¿Jugar? ¿Qué?
— Sí, mañana estaremos jugando a las cartas. O como si jugamos al veo veo.
Yohana y yo lo estuvimos hablando. Estáis castigados.
Acto seguido volvió a rodar sobre sí misma y le ofreció la espalda. No volvieron
a hablar no obstante, su marido se animó a besarla y acariciar con sus manos
por debajo del pijama. Con una malicia inusitada, Gricel se dejó tocar, notando
como una dureza crecía entre las piernas de Álvaro. Más allá de eso, empezó
suspirar y gemir, engañándolo para que creyese que iba por el buen camino. El
muy ingenuo se bajó ligeramente los pantalones, como si le estuviese dando a
entender: ``mira que tengo aquí. Vas a
tener el privilegio de poder tener esto dentro de ti´´
Una sonrisita maliciosa apareció en
sus hoyuelos, invisible por la falta de luz. Justo cuando las manos de su
esposo alcanzaron la humedad custodiada por su ropa interior, y al tiempo que
la boca de su marido suspiraba en torno a su oreja entre beso y beso, ella
susurró en tono excitado y con voz aguda:
— Álvaro…
— Dime, cariño… -contestó él, dócil.
— De esto también estás castigado –sentenció con voz imperativa. Golpeó con su
trasero la entrepierna de Álvaro, procurando no hacerlo daño y logrando crear
un hueco entre ellos, estirándose boca abajo y cerrando los ojos, dejando claro
que aquella noche no iba a pasar nada más.
SEGUNDA PARTE:
CASTIGO
10. Testigos pasivos (Sábado 10.07h)
Llevaba bastante despierto, consciente de que su esposa no estaba a su lado.
Desconocía que hora era, pero lo que sabía con certeza es que se había
encontrado la cama vacía antes de recobrar el sentido. Las palabras de su mujer
no le habían dejado conciliar el sueño con tranquilidad, y para Álvaro, eso era
el colmo. Si bien era cierto que ella tenía todo el derecho de enfadarse.
¿Acaso no lo tenía él para ser sincero y reconocer lo que realmente quería? ``Perder´´ su tiempo en juegos como Rainbow Siege o en Fornite le ayudaba a
desconectar. No, no solo eso. Sería mentir si fingiese que prefería tratar con
otras personas a jugar. Claro que luego le encantaba entrenar a fútbol en su
posición de portero, o agotarse en bicicleta con sus amigos. Pero para estar en
casa, sin duda alguna, prefería estar enganchado en el ordenador.
Estaba tentando de aceptar el ``castigo´´ de Gricel, ya podía
imaginársela indignada reprochándole todo el puente estar con el ordenador y,
mientras tanto, él defendiéndose con recordándole lo que le había pedido que lo
hiciese. Su enfado sería monumental pero, en aquel momento, lo escogería sin
dudar.
De hecho, cuanto más pensaba en ello,
más claro lo tenía: Pasaré de Gricel y
que se divierta. ¿Qué ella no necesita ordenador para pasarlo bien? ¡Perfecto!
Pero yo no soy ella. Ella es la egoísta. Ella y solo ella. Es ella la que
quiere que me adapte a ellos, yo en ningún momento les he exigido que salgan de
su espacio de confort.
Decidido a pasar completamente de su mujer, se levantó y acudió al cuarto de
baño. No tardaría en descubrir que su mujer y su amiga confabulaban para
castigarlo tanto a él como a Ricardo. ¡Iban listas si pensaban que iban a
bailar al son que ellas ordenasen!
***
Para las diez y veinte de la mañana, Álvaro se encontró bajando los últimos
escalones que daban a parar hasta el rellano de la planta baja. Observó cuatro
sillas ocupadas por Gricel, su amiga y sus dos acompañantes. Nunca le había
molestado, en lo más mínimo, la orientación sexual de sus amigos; pero sí era
innegable que ambos tenían una facilidad sorprendente para caer bien a las mujeres.
No se le escapó el detalle de que
tanto Gricel como Yohana estaban arregladas con ropa informal que parecían
demasiado ligeras para el frio que hacía y, además, estaban peinadas. Álvaro
también se percató de algo más: ¿S… Se
han maquillado? Sin que hubiesen pasado apenas unos segundos desde que bajó
el último escalón había podido observar todas esas cosas. Yohana llevaba un
maquillaje oscuro, muy en conjunto con su look de prendas negras. A Gricel no
la vio bien, pues le daba la espalda; aún así no le habría sorprendido si así
hubiese sido.
Los cuatro reían con una complicidad
que le enervó, saboreando la envidia de verlos servidos de un portentoso
desayuno consistente en huevos fritos, bacón y yuca (una especie de tubérculo
parecido a la patata y al boniato), se dispuso a acercarse a la cocina cuando
Martín lo saludó con una sonrisa de oreja a oreja.
— ¡Ostia! ¡Mira quién se levanta! El portero más madrugador de toda la montaña
–Se produjo un coro de risas.
— Buenos días –se limitó a decir Álvaro, sonriendo despectivamente. No es que
le hubiese molestado, simplemente no estaba de humor. El grupo se dignó a
contestarle los buenos días, cada uno por su cuenta, a excepción de Gricel que
le continuó ofreciendo la espalda con total indiferencia.-. ¿Dónde está
Ricardo?
— Tú compañero de juegos está todavía durmiendo –respondió peyorativamente
Yohana, dejando claro que estaba también enfadada.
— Tengamos la fiesta en paz –repuso con timidez y sin éxito Sebastián, sentado
entre Yohana y Martín.
— No, sí aquí no pasa nada –Yohana exhibió su lado más sarcástico-. ¿A qué no,
cariño?
En lugar de responder a la pregunta de su amiga, con total seriedad la mujer de
Álvaro se limitó a preguntar en voz alta:
— ¿Luego jugamos a algo? Estoy un poco aburrida.
— Claro –musitó Martín-. ¿A qué podemos jugar?
Antes de que terminase de hablar, Álvaro se había volteado y lanzado la cocina.
Tenía hambre, y sin muchas ganas de prepararse nada se preparó unas tostadas de
mantequilla con mermelada. Le descolocó buscar las cosas entre armarios y
estanterías, teniendo que rebuscar el contenido de cada recoveco hasta
encontrar lo que necesitaba. De fondo escuchó risas, concretamente de Martín y
Sebastián, ignorando el motivo por el que fuera que rieran.
Sin ganas algunas de reunirse con
ellos. Apuró las cuatro tostadas a medida que se iban haciendo y las iba
untando, fregó los platos y se encaró frente al portátil que había en uno de
los sofás, el más cercano a la chimenea.
Al rato, apareció Ricardo. El hombre de claro ni siquiera se dignó en saludar,
agarrando un trozo de fuet con queso y engulléndolo prácticamente sin masticar,
con la boca abierta sin haberle dado prácticamente tiempo a dirigirse al sofá
junto a su amigo y terminar lo que tenía entre manos. Bostezó varias veces.
— ¿Mala noche?
— Bastante, apenas he dormido. ¿Te puedes creer que Yohana me intentó dejar con
las ganas?
— ¿Lo intentó? –preguntó Álvaro extrañado.
— … -Ricardo se mostró dubitativo, corrigiéndose-, quiero decir que quiso
hacerlo, y lo hizo.
— Me pregunto de quién habrá sido la idea.
— ¿Qué?
— No, nada.
— Aproveche que no podía dormir para mirar como iba el tema de la caldera.
Recuérdame que vayamos liberando presión porque hay veces que se atasca.
Los sofás daban la espalda a la mesa donde se encontraban los cuatro amigos, la
misma mesa que ayer ocuparon Álvaro y Ricardo jugando al ordenador.
— Qué frio hace –La queja de Sebastián, desde la mesa, vino acompañada de un
ademán de levantarse e ir a subir la calefacción, lo acabó haciendo Gricel que
estaba más cerca.
— ¿A quién se le ocurriría la idea? –preguntó Álvaro, asomándose fuera de la
cocina-. ¿Se han puesto de acuerdo o ha sido casualidad? –Al ver que su
acompañante no entendía, se apresuró a aclarar con la calma de un docente-. Mi
mujer también me hizo algo parecido.
— Hana me dijo que no quería que yo
participase en cualquier cosa que hicieran ellos –se produjo un breve silencio
entre los dos.
— Definitivamente han hablado –dijo justo cuando los cuatro en la mesa
empezaban a levantarse y a jugar a los platos.
— Bueno. ¿Dónde jugamos entonces? –preguntó Martín.
— Aquí, en la mesa –propuso con indiferencia Gricel, casi como si le diese
igual.
— Voy un momento al baño y vuelvo –avisó Yohana.
— ¿Quién va a por las cartas? –preguntó Gricel.
— No hace falt… -comenzó a decir Martín.
— Ya voy yo –Sebastián se puso en marcha, corriendo encabritado hacia las
escaleras y haciéndolas crujir bajo el peso de sus pies.
Tanto Álvaro como Ricardo observaron disimuladamente la escena, viendo a los
dos restantes encargarse de apartar el resto de sillas dejando entre la gran
mesa rectangular cuatro sillas, un par frente al otro par, enfrentadas. Martín
y Gricel se sentaron uno frente al otro, a distancia del metro que ocupaba el
ancho de la mesa.
Del bolsillo Martín sacó la baraja de
cartas comprimidas por una única goma elástica de pollo.
— Las tenías tú… -le acusó Gricel.
— Nunca dije que no las tuviera.
— Sebastián… -comenzó a decir viendo de reojo como su marido y el novio de su
amiga se sentaban en el sofá con el portátil.
— Ya se dará cuenta… -dijo asintiendo y haciendo una mueca con los ojos
cerrados, como dando a entender que tiempo
al tiempo-. ¿Te acuerdas como se juega?
— Me las apañaré para desplumarte –contestó coqueta, hablaban lo suficientemente
alto como para que se les escuchase desde el sofá, aunque lo escuchasen con
dificultad.
— No sé cómo… Ya quedamos ayer que no íbamos a apostarnos dinero.
— Puede que… –reconoció Gricel. Segundos después, mientras Martín barajaba
perezosamente las cartas, apareció Yohana, sentándose junto a él.
— ¿Está maquillada? –Le preguntó Ricardo volteándose en el sofá.
— ¿Qué? Ah, sí. Se han peinado y maquillado las dos –Ninguno de los dos trató
de esconder que miraban de manera despreocupada hacia ellos girando el cuello
de una manera que parecía incómoda.
Escuchaban todo lo que decían, y ambos, por algún motivo, tuvieron ganas de
acercarse a la mesa y ver que tramaban. Ni uno ni otro esperaban nada bueno de
sus mujeres.
— ¿Y de verdad ha subido hasta arriba el pobre? –se apenó por Sebastián,
uniéndose a las risas de los otros dos.
No tardó en volverse Sebastián, con cara de sentir vergüenza de sí mismo
reconociendo que no había encontrado las cartas.
— ¿Por eso tardabas tanto? ¿Por qué no las encontrabas? –preguntó alegremente
Martín, entonces fue cuando el recién llegado reparó en las cartas sobre la
mesa.
— Venga ya… -bufó, echándose los otros tres a reír.
Ricardo arrebató el portátil de las piernas de Álvaro, él cual había estado tan
pendiente por lo que pasaba detrás de ellos que siquiera lo había tocado.
— Si no lo vas a usar, empiezo yo… -Ahí, parcialmente se dio cuenta de que
estaba cayendo en el juego de esas dos y se prometió no volver a prestarles
atención.
11. Testigos
activos (Sábado 10.39h)
No estipularon las reglas cuando Martín ya había empezado a
racionar las cartas. Al igual que el día anterior, donde ambas aprendieron las
bases del juego, estaban siguiendo las normas del Street Poker. Sus reglas elementales se basaban en tres cartas por
jugador al comienzo de cada partida, sin jugar en parejas. Sobre la mesa habría
cinco cartas, tres al descubierto y dos boca abajo, por lo tanto, cada jugador
de manera individual tenía que decidir si arriesgarse y llegar hasta el final
(Cuando las cinco cartas estaban boca arriba), o rendirse y pagar el precio. Al
haber dos cartas para descubrir, existían lo que se podría denominar dos rondas
de apuestas. Tras repartir las cartas, los cuatro jugadores tenían que apostar
algo y, cuando hubiesen igualado con algo o subido la apuesta, se levantaba una
carta. En la segunda ronda de apuestas, se podía retirar la persona en caso de
considerar que la suerte no iba a favorecerle, eso sí, sin poder librarse de
tener que compensar su primera apuesta.
En el momento en que todas las cartas
estuvieron repartidas, los cuatro jugadores observaron sus 12 cartas. No
necesitaron estipular las reglas, pues ya lo habían hecho durante el desayuno y
durante su conversación en el ático. Gricel, pese a su enfado, se había
mostrado levemente inconforme considerando que ese tipo de juego era pasarse
pero, tras la reacción de su marido, no había tardado en cambiar de idea.
Yohana, por el contrario, se había mostrado predispuesta y encantada con la
idea de torturar no solo a Ricardo, sino también al marido de su amiga.
— ¿Quién empieza? –Había preguntado Martín en voz alta, como si se hubiese
abierto la veda de caza
— Vamos en sentido de las agujas del reloj. ¿Yohana? –preguntó a esta, que
estaba sentada en frente de Sebastián y en cruz con su amiga Gricel.
Con una miradita traviesa a su amiga que le devolvió, levantó sus tres cartas
–pese a que en esa primera fase no podía retirarse- y dijo:
— Apuesto el calcetín derecho.
— ¿Sebas? –preguntó Martín alzando una ceja.
— Tengo frio, me guardaré la ropa para luego –murmuró medio en broma-. Me
apuesto ‘’reto’’ –todos parecían de acuerdo.
— No quiero arriesgarme a que me retéis a algo –dijo Gricel- así que me apuesto
‘’verdad’’.
— Pues yo me apuesto reto, como el guapo de mi novio –finalizó Martin. Agarró
el papel y empezó a anotar, dictando en voz alta lo que escribía:-. Partida
uno, ronda primera: Un calcetín, Reto, Verdad y Reto…
Se levantó la carta, que resultó ser un rey de corazones. En la segunda ronda
de apuestas, Yohana apostó otro calcetín, Sebastián en esa ocasión recitó la
palabra verdad, Gricel se animó a musitar ‘’Reto’’ y Martín dijo jersey. Las
dos chicas aplaudieron, entre vítores de ánimo, el atrevimiento.
— No me gusta –se molestó Sebastián.
— No seas dramática, debajo llevo la camisa –le recordó para tranquilizarlo,
entre risas. De nuevo, dictó en voz alta a medida que apuntaba. Sin que nadie
pudiese decir una palabra, procedió a levantar la segunda carta-. Gricel tiene un
dúo, mi guapetón dos dúos y Yohana una escalera normal. Gana Yohana.
— ¿Qué tienes tú? –preguntó Gricel.
— Nada, no he tenido suerte. Una pareja –dijo enseñando las cartas.
Al haber ganado Yohana, fue la única que no tuvo que cumplir sus apuestas y
además, según habían acordado, tenía el privilegio de decidir a la hora de pagar las apuestas o llevarlas a cabo.
— Ya sé cuál va a ser tu reto, Martín. Haznos un streap-tis y quítate la camisa
–propuso Gricel, aún cuando no le tocaba decidir aquello.
— Uhhh… -aulló Yohana. Como ganadora secundo el reto-. Qué regalo para los ojos
–musitó con voz seductora al verlo, a ritmo lento y coqueta, agarrar los
pliegues de su jersey con los brazos cruzados, levantándolo con suavidad. La
camisa se vio atrapada en el ascenso y unos bonitos abdominales –no de gimnasio
sino de persona que se cuida- quedaron a la vista. El jersey acabo
escurriéndose por la cabeza y los brazos hasta que la camisa volvió a taparle
el torso.
— ¿A qué estáis jugando? –una voz de fuera del círculo, seriamente preocupada,
los sacó de situación.
— Al póker –contestó Yohana con naturalidad. Álvaro parecía descolocado y,
Ricardo, molesto.
— No estaréis haciendo lo que creo que estáis haciendo.
— ¿A qué te refieres, amor mío? –Parecía como si a Gricel no le sucediese nada
de nada.
— ¿Estáis jugando al streap-poker?
— Sí, nos apostamos prendas de ropa –contestó Gricel.
— Entre otras cosas –puntualizó Martín intentando quitarle hierro al asunto.
— ¿De quién fue la idea? –preguntó, levantándose del sofá. Ricardo fulminaba a
su pareja sin llegar a levantarse.
— Fue mía –mintió Yohana, sin intención de desmontar la mentira.
— Y mía también –farfulló, atrabancándose con las palabras, Gricel claramente
intimidada.
— ¿Pero qué falta de respeto es esta? –exclamó, enrojecido de la rabia Álvaro-.
¿Te crees que voy a tolerarlo?
Se produjo instante de silencio, y Martin, de buenas maneras, intentó destensar
la situación.
— Oye, Ál…
— El problema no es contigo, ni con Sebas. Es lo que ella es capaz de hacer
para molestarme.
Aunque no era frecuente, porque de temperamento Gricel era muy pacífico, se le
hinchó la vena en la sien y se ruborizó en cuestión de segundos sacando los
dientes como una leona.
— ¿Molestarte? Ni que estuviese haciendo esto con unos desconocidos. Y no te
equivoques, haré lo que me venga en gana. No me tires de la lengua… No me tires
de la lengua Álvaro. Que yo he callado mucho más que tú.
Si por un instante había parecido que el vencedor de la discusión sería Álvaro,
ya no estaba tan claro. Fue imperceptible para los que presenciaron aquella
disputa, pero retrocedió mínimamente.
— ¿Quieres que saque los trapos sucios? No voy a hacerlo, pero los hay
–advirtió alzando el dedo índice y encorvándose. Sus facciones se endurecieron
a medida que el frenesí emocional la animaba a continuar-. Pero sí diré que me
has hecho muchos desprecios. Como el que me hiciste ayer al llegar. ¿Y te crees
que tienes algún derecho a imponerme lo que puedo
o no puedo hacer con mis amigos? Ni
lo sueñes. Si no te gusta lo que ves, no mires. ¡Ni que te estuviese siendo
infiel!
— Esto no me parece que tengamos que hablarlo…
— Tú has decidido hablarme de esa manera para empezar. ¿Se te ha ocurrido
siquiera pedirme hablar en privado? No, porque ahí te convenía destrozarme con
tus argumentos delante de todos. ¿No? Te guste o no estoy jugando a esto con
tus dos amigos gays–argumentó señalándolos con el dedo-, y con mi amiga.
¿Realmente crees que tienes motivos para sentirte traicionado?
— Haz lo que quieras. No pienso decirte más nada.
— A ver si es verdad.
Álvaro escapó del salón como un basilisco, que ante la mirada invicta de su
novia también Ricardo huyó por patas, dejando el ordenador sobre la mesita
pegada al sofá.
— No esperaba que os pusieseis así, pensé que se lo tomaría con más…
— Está bien. Este castigo suyo no ha
hecho más que comenzar.
— Quien te conozca que tire la primera piedra –se sorprendió su amiga, pues
Gricel no solía actuar así– Se lo han ganado -corroboró entusiasmada Yohana-.
¿Quién queda para ajustar cuentas? –inquirió haciendo que Gricel se sentase en
su silla y continuasen los cuatro con el juego.
Lo que Gricel no dijo es que, pese a la seguridad con la que había dicho
aquellas palabras. Se sentía bastante mal por haberle hablado de esa manera a
su marido. No era su estilo solucionar las cosas de aquel modo.
12. Un aperitivo de pequeñas apuestas (Sábado 10.47h)
El sabor amargo que dejó la discusión iba a ser difícil de quitar, pero no imposible.
Las dos mujeres estaban lo suficientemente resentidas para olvidar que tenían
dos maridos y pasárselo bien, más sabiendo a ciencia cierta que los dos hombres
con los que jugaban eran de la otra acera.
Si no hubiese sido así, tal vez Gricel nunca se hubiese llegado a animar a
hacerlo. Ese era el condicionante para que todo pudiese funcionar.
— Gricel, tú dijiste verdad y reto –leyó Sebastián, inclinado hacia el papel
que había en el centro de la mesa-. ¿Por qué empezamos?
— Verdad.
— La ganadora elige –recordó Martín.
— Empezamos por algo suave… ¿La tiene grande Álvaro? –unas sonrisas traviesas
aparecieron en las cuatro bocas, cómplices.
— Normalita, pero efectiva… Cuando tiene ganas, claro. ¿Reto?
— Se me ha ocurrido una buena idea, y esto ayudará a que no estéis enfadados.
Al menos no tanto, si él no quiere… Pues contará como realizado –Al ver que los
tres aguardaban, Yohana soltó la bomba-. Tienes que seducir a tu macho,
sentarlo en una silla y besarlo. Muy porno todo. Pero sin usar las manos. Durante
treinta segundos –fue recitando a medida que le venían las ideas.
— No va a querer.
— Martín. ¿Te encargas tú?
— Convenceré a Ál–Acto seguido, el aludido se levantó y fue a buscarlo.
Las reglas eran claras. Una vez se dictaba el vencedor de cada partida, la
persona ganadora tenía prioridad a la hora de dictar los retos, hacer preguntas
o desempatar decisiones. Por lo tanto, cada vez que uno ganaba se convertía en
un nuevo juez podía intervenir en los desacuerdos o tener la voz mandante si
resultaba necesario.
Como si lo hubiese tenido que
chantajear, con cara de perros Álvaro se sentó en la silla mientras Martín le
susurraba cosas al oído.
— ¡Empieza! –ordenó, apresurándose, la jueza gordibuena.
Debía ser muy incómodo coquetear con alguien con quien te has enfadado o con
quien te acabas de discutir, pero Gricel lo hizo con tanta naturalidad que dio
la impresión de que lo hizo sin esfuerzo. Con delgado hombre sentado tieso como
un palo, se sentó sobre sus muslos pasando una pierna por encima de las suyas y
luego dejándose caer. Impulsó su pelo como si fuese un anuncio de champú.
— Sin usar las manos –le recordó Yohana.
Álvaro, pese a su enfado, no fue capaz de resistirse a la mirada fija de su
mujer. Rodeándole los brazos y sentada sensualmente sobre él. Sus labios se
rozaron, pero no llegaron a consumar con el beso que Gricel evitó darle. Y
bailó, sin más melodía que los resoplidos de asombro desde la mesa. Poco a
poco, Álvaro se fue animando y trató de tocarle el culo, y ella musitó, casi
cantando:
— Sin usar las manos…
Habían sobrepasado los treinta segundos que había dictado Yohana, pero nadie
les reprochó que se tardasen en finalizar. Se levantó y le dio la espalda,
frotó su trasero con las rodillas de él. Se incorporó y se desprendió del inquieto
asiento del que había servido su marido.
— Ya puedes irte –pese a lo que dijo, no usó un tono de pelea. A pesar de eso,
en tono de indignación, se limitó a apartarse y sentarse en otra silla, una de
las que estaba descartada. Una vez apartado, no volvió a moverse excepto para
decir.
— ¿Qué queda? –preguntó Martín.
— El verdad y reto de Sebas –recordó Yohana-. ¿Cuánto es lo máximo que lo
habéis hecho en un día? En veinticuatro horas –la confusión apareció en los
rostros de ambos.
— ¿Nueve? –contestó titubeante, como si no se supiese la respuesta de un
examen.
— No. En serio unas ocho. El resto ya es vicio y perversión –le corrigió Martín
con naturalidad, soltando una carcajada.
— ¿Y cómo aguantáis tantas veces? –preguntó Yohana anonadada.
— ¿Cuánto duráis vosotras? ¿Tú Gricel?
El color de la cara de la aludida se puso de un rojo rosado que no era normal,
más por la vergüenza de ser aludida a tal pregunta delante de su marido.
— Responderé a eso cuando me lo preguntéis tras perder una apuesta –murmuró
tratando de mantener la calma. Claramente a Álvaro no le hizo ninguna gracia
que le hiciesen una pregunta así, pero no dijo nada.
— ¿Qué le pedimos a Sebas? –preguntó con tono sugerente Yohana-. ¿Qué tal…? –se
levantó de la silla y le susurró algo al oído.
Sebas, con una sonrisita traviesa, gateó bajo la mesa desapareciendo de la
vista de ambas y, al reaparecer, lo hizo bajo ella y entre las piernas de
Martín. La cara de este fue inexcrutable, observando como a su novio, pese a la
vergüenza de hacerlo en público, no le paró en absoluto. Sin manos, y solo con
la boca, le levantó la camisa que cubría su torso y empezó a darle besos en el
abdomen justo antes de apartarse y volver a su silla, por debajo de la mesa,
por supuesto.
— Bueno, este ha sido un buen comienzo. Espero que seáis más creativos en las
siguientes partidas, chicos.
— ¿Te animas a jugar? –Gricel se estaba dirigiendo a su marido, para sorpresa
de todos.
— No pienso jugar a esto.
— ¿Entonces por qué no te vas?
— Me parece entretenido como vais a hacer el ridículo de esta manera.
Martín musitó una tremenda carcajada, inhibida de complejos y de vergüenza.
— ¿Cómo eres así, Ál? –resopló golpeando de manera ruidosa su porción de mesa-.
Anímate… Mira que les dije que sería buena idea que jugaseis con nosotros.
— ¿Cómo? –Fue Gricel quien reaccionó-. Ya te dije que iba a ser cerrado de
mente y no querría saber nada. ¿Hacer el ridículo? Vaya palabra usas para
referirte a que lo pasamos bien –Y soltada de nuevo la bomba, se sentó
ignorando al padre de su hijo, agarrando el puñado de cartas desperdigadas por
la mesa y organizándolas en una única pila-. ¿Preparados?
— ¿Y tú? ¿Quieres jugar? –preguntó Yohana, adivinando la presencia de su novio
sin necesidad de volverse a comprobarlo.
El novio de Yohana, tras lanzar una mirada a su colega, negó con la cabeza.
— No, también miro.
— Ya querrás jugar, ya –le reprendió su pareja, enfocándose de nuevo en las
cartas que empezaba a barajar Gricel.
— Está claro que tan aburrido y sin sentido no es. Hemos conseguido que suelten
el dichoso ordenador –bromeó Gricel-. ¿Tenéis tres cada uno? ¿Sí? Ahí voy con
las cinco centrales…
Sacando la lengua como si estuviese dibujando una obra de arte, posicionó tres
cartas boca arriba y dos boca abajo, las cuales precedían a las apuestas.
— Martín, empiezas tú.
— Me apuesto… -Observó sus tres cartas individuales, las cuales aplastadas boca
abajo sobre la mesa fueron levantadas tristemente con el pulgar para exponerlas
lo menos posible,
Se mostró indeciso durante unos segundos, acariciándose la barba que se
acumulaba en su mentón. Luego hizo lo mismo con su nuca hasta que finalmente
sorprendió a todos declarando:
— Dos retos. Y os recuerdo que según las normas que acordamos en la primera
ronda no podéis retiraros.
— ¡Eso es injusto! –protestó Yohana.
— Estoy con Hana, no vale. Eso tendría que ser en la segunda. La primera sirve
de entrante.
— Tenéis que igualar o subir, no queda otra.
— Y si subimos tú también tendrás que igualar o subir.
— Así funciona –musitó Martín, alzando las manos sin pretender ceder en aquel
aspecto.
— En esta partida lo hacemos así, pero en la siguiente vamos a cambiar esa
norma.
— Me parece bien… -contestó silbando, colocando las dos manos entre su nuca y
su cuello. Balanceó su silla hacia atrás.
— Yohana, te toca.
— Una prenda…
— Tienes que decir cual –le recriminó a su derecha Martín.
— Lo sé, lo sé… -se apresuró a aclarar, luego añadió:- Me quitaré… El
sujetador. Y para igualar a Martín… Verdad.
— Oh, venga. No seas tramposa. Verdad es mucho menos que Reto. ¡Eso no vale!
–le increpó Sebastián sacando a luz su lado afeminado durante el reproche.
— En ningún momento dijimos que eso fuese así. Esa es mi apuesta, el sujetador
y verdad –repitió para que Gricel lo apuntase.
— Yo igualaré con dos retos a mi hombre –repuso Sebastián satisfecho,
recibiendo un aplauso de ambas.
— ¿Y tú, Gricel? ¿Qué te apuestas? –preguntó Martín. Se miraron durante unos
instantes, y sin apartarle la mirada, ella contestó…
— El pantalón –declaró, antes de voltearse hacia su marido-. Y un reto, para
variar un poco.
Una sonrisa traviesa apareció, casi camuflada, en los hoyuelos de Martín, como
si se le hubiese ocurrido que pediría en caso de ella perder.
— Segunda ronda –avisó Gricel tras levantar la primera de las dos cartas ocultas-.
Vamos rápido. Decid lo que se os pase por la cabeza y, como yo mando en esta
partida, ordeno que solo sea una.
— La camisa –Martín no tardó ni un segundo en elegir.
— Yo me apuesto unos azotes, con en la cocina. Y me los tiene que dar Gricel
–señaló la amiga de la aludida, provocando un grito colectivo. Se apresuró a
justificarse-. Puedo apostar lo que quiera. No hay ninguna regla que lo
incumpla.
— No, si me parece bien. Ojala pierdas, quiero ver como Gricel te azota…
— Hana… -le reprendió su amiga amistosamente, y al mirarse, rieron juntas-.
¿Con la mano?
— Con la palma de la mano.
— Entonces… -Gricel tosió dos veces para aclararse la garganta, leyendo de lo
que había apuntado-. Martin dos retos y una camisa, Yohana quitarse el
sujetador, verdad y recibir unos azotes de… de mí. Sebastián dos retos y… ¿Qué
más?
— Verdad… -Gricel lo miró decepcionada, pero lo apuntó.
— Y yo me apuesto otro reto, lo que sumaría un pantalón y dos retos. Como nadie
se ha retirado en la segunda ronda, levanto la segunda carta…
Para sorpresa de todos, otra vez, ganó Yohana, con dos parejas de ases.
— Vaya suerte que tiene la jodida… -comentó Gricel. ¿Quién empieza?
— En sentido de las agujas del reloj –apuntilló Yohana, con una sonrisa que
iluminaba su rostro. La amiga de Gricel, de curvas sensuales y cara agraciada,
no cabía de júbilo-. Sebastián. ¿Qué podemos hacerte? Dos retos… -mentó de
memoria- y una verdad. Ya sé… ¿Alguna vez te has pajeado pensando en Álvaro o
Ricardo?
Pese a su timidez, y con una risita nerviosa acompañado su respuesta, dijo:
— Sí, reconozco que sí. Algunas veces… Lo siento chicos, estáis para mojar pan
–Por alguna razón a Yohana le sonó a una mentira forzada, pero no le contrarió.
— No te pongas celoso, eh… -le defendió Yohana, dándole un codazo a Martín.
— Lo que pasa en su cabeza queda en su cabeza, no pasa nada.
— Por cierto, Martín. Ve quitándote la camisa, y así nos vas alegrando la
vista.
Sin protestar, pues ella era la jueza por segunda vez consecutiva, se sacó la
camisa. Lució, esta vez al descubierto, unos abdominales, unos pectorales y
unos hombros que se veían musculosos, pero no trabajados. Para Yohana, sin duda,
era un regalo para la vista algo que rechinó a Ricardo. Este último permaneció
de pie entre ella y la cocina.
— Bueno… ¿Por dónde íbamos? –preguntó Yohana, como si se hubiese perdido en los
músculos que tenía a su izquierda-. El primer reto. Desde donde estás sentado,
Sebas… Cierra los ojos y cómele la boca a tu novio. Pero cuidado no te
equivoques, que puedes acabar dándoselo a quien no es.
Con una sonrisa en los labios y como si la ceguera fuese permanente, apartó la
silla con las rodillas al tiempo que trataba de levantarse y se dispuso a
bordear la mesa pero, en mitad del silencio, pareció pensárselo bien y repitió
su acción en el reto pasado. Gateó por debajo de la mesa, haciendo aullar de
sorpresa a la novia de Ricardo. Riendo y gimiendo de sorpresa, la mujer
rellenita vio surgir de entre sus piernas al novio de Martin, apoyando ambas
manos en sus rodillas, inclinándose para besarla… Y en el último momento,
sonriendo, se torció hacia la izquierda y sin soltar las piernas de Yohana,
besó a su novio. No fue ningún morreo descafeinado y sin sustancia, fue un
verdadero beso que dejó a las dos amigas sin aliento.
— Iros a un motel –le increpó, acompañando con una carcajada, un azote que le
dio al culo-. Y como segundo y último reto, quiero que me des un masaje en los
hombres. Venga, marchando. Ciela, te
toca. Quiero ver tu bonito culito respingón. Y de reto… Porque claro, te
arriesgaste con dos… ¿Qué podría ordenar que hicieses…? –cuestionó en tono
insolente y travieso.
Justo en ese momento, Gricel terminaba de retirarse el pantalón tejano. Dos
hermosas piernas, sin un solo pelo a lo largo de todas ellas, se dejaron ver
por los cuatro asistentes. Pilló por sorpresa a, su marido observándola, que
pese a no llevar algo tan atrevido como un tanga sí lucía una atrevida ropa
interior que le quedaba algo apretujada en torno a sus nalgas. El culo de
Gricel era bonito, duro y respingón, tenía la suerte de carecer de grasa
abdominal y de celulitis salvo unas pequeñas y disimuladas estrías.
— Ya sé… -chilló Yohana, alzando el dedo para descubrir su ocurrencia.
— ¡Espera! –la interrumpió Martín-. Escucha… -Se inclinó hacia ella y le
susurró algo al oído.
— Me gusta… -asentía Yohana, con expresión cómplice-. Sí, sí… Me gusta. Y sin
pantalón se va a ver muy bien…
— Hana… no te pases… Piensa que luego
puede tocarte a ti.
— Esa es la gracia -Le hizo recapacitar Martín-, la venganza. Eso lo hará todo más
divertido. Además… La idea ha sido mía.
— ¿Y qué es? –La mujer de Álvaro no se mostró convencida.
— Ahora lo verás –repuso Yohana mientras Martín iba a la cocina y agarraba algo
de allá.
Del montón de sillas que habían excluido al principio, agarró una silla y la
posicionó lo suficientemente visible para que todos viesen el espectáculo.
Entre las piernas colocó un plátano de tamaño considerable, aún sin pelar.
— Tienes que comértelo –explicó Yohana sin pelos en la lengua.
— ¿Comérmelo?
— Sin manos –puntualizó-. Y con los ojos cerrados.
— Yohana, por favor…
— ¿Te estás negando? –preguntó Yohana, provocando en su amiga un escalofrió al
pensar en el castigo que habían acordado para todo aquel que no respetase los
acuerdos y eligiese ``no saldar´´ sus deudas.
— No, no… Lo haré. Solo es un plátano…
Todos quedaron atentos a lo que pasaba, incluyendo los dos hombres separados el
uno del otro. Desde el marco de la puerta, Ricardo estiró el cuello para ver
mejor olvidándose de mantener la fingida indiferencia. Álvaro se cruzó de
brazos y se mordió la lengua, literalmente, observando como su mujer se
arrodillaba frente a Martín y ante él plátano apretujado entre el pantalón y
entre los muslos.
El tremendo culo de Gricel destacó en
pompa, marcándose su sexo bajo la prenda interior que la ocultaba. Era un culo
de esos que de solo verlo querías enterrar la cara entre sus nalgas. Yohana
siguió siendo masajeada por Sebastián… Bueno, hasta que este se le olvidó con
la boca abierta continuar moviendo sus dedos en torno a sus hombros. Ella le
azotó con una mano y este continuó.
— Cierra los ojos… -Gricel obedeció.
— Las manos a la espalda o agarradas a la silla, pero no las uses... –Gricel
volvió a obedecer.
Martín, con una sonrisa pícara, peló uno a uno las hojas del plátano dejando
tres partes de la piel colgando en cada banda. Era un plátano bastante grueso y
largo para ser banana. Tomó la iniciativa y agarró la cabeza de su amiga,
guiando la boca con los eróticos labios separados buscando la fruta. El color
de piel de Gricel, al igual que el de Yohana, facilitaba detectar cuando
enrojecían sus rostros. Gricel se puso colorada a más no poder. Con torpeza,
tropezó con sus morritos rosados con la dulce superficie. Primero besó de
punta, y siendo consciente de lo que parecía, empezó a lamerlo.
Los brazos de Martín se limitaron a
acompañar y a guiar la cabeza, atestiguando la orientación de Gricel para
enterrar el blanco plátano entre sus labios y así morder el primer cacho. Lo masticó,
y lo tragó. Volvió a repetir el mismo proceso: Besando, lamiendo, mordiendo y
tragando… Cuando quedaba menos de una cuarta parte de la fruta, Martín atrajo
la cabeza hacia su entrepierna y hundió la boca de ella contra el plátano.
— Abre la boca… -ordenó Yohana, inquieta.
Su amiga con los ojos cerrados y aún sentada en el suelo, se apartó de Martín,
abriendo la boca para exhibir una lengua con restos blancos. Sebastián, Martín
y Yohana se levantaron prácticamente al unísono y aplaudieron escandalosamente.
— Lo has hecho tan bien que te perdono el otro reto.
— Me acabo de acordar… -dijo de improvisto Gricel, saboreando el plátano en su
paladar-, que aún queda pendiente ``la
verdad´´ de Sebas.
— No –mantuvo él con firmeza-, y contesté. Me preguntasteis si me había pajeado
con esos dos machotes de allá.
— Vaya cabeza que tengo…
— El plátano, que te confunde…
— Ay, cómo te gusta el plátano hija –se burló Martín también provocando una
risa en Gricel que se tornó contagiosa.
El reto de Gricel claramente había alterado al grupo, pero era Yohana la que
sopesaba los dos retos que iba a tener que afrontar. Si bien se le pasó por la
cabeza proponer que molestase de alguna manera a Álvaro o Ricardo, no le
pareció adecuado cuando había proposiciones mucho mejores.
— Trae un plátano y una manzana. La manzana cortada por la mitad.
Sebastián siguió masajeando sus hombros de manera muy conveniente para ella,
cuando Martín volvió con ambas piezas de fruta, dijo:
— Dos retos, dos frutas diferentes. Empecemos por la que menos te gusta, así
terminarás con un sabor no tan amargo. Gricel, coge la media manzana por la
parte de la piel… Ahora siéntate en la silla…
— Yohana, no. Te pasas –le reprochó su amiga-. Mira como estoy. Eso ya es
demasiado, además… no es mi reto.
— Mira que eres exagerada… Si antes se te vio más –dijo levantándose y
arrebatándole la pieza de fruta de las manos. Se dejó caer en la silla y se
abrió ligeramente de piernas-. Venga, tigre… Muéstrame como comerías una buena
vagina…
Martín, sin acobardarse, se arrodilló frente a ella y la olió poniendo cara de
asco.
— Definitivamente no es mi fruta favorita… -Todos rieron, incluso hasta Ricardo
y Álvaro, olfateó un poco más-, Yohana perdona pero creo que tu fruta está
pasada.
— Come y calla –le impuso agarrándolo por el pelo y empotraba su boca entre la
media porción de manzana que sostenía entre sus muslos-. Vaya, no come tan mal
–todos volvieron a reír-. Que glotón.
— ¡Que asco! ¡Está claro que esto no me gusta! ¡Quiero plátano! –una vez más,
volvieron a reír todos. Evidentemente Martín había actuado para hacer gracia,
pero había algo raro en todo aquello… Sin embargo, fue como si solo Yohana se
hubiese percatado.
— ¡Trae el plátano! –le exigió la jueza a Sebastián-. ¿Sabes lo que es una
garganta profunda? –inquirió haciendo que Sebastián se sentase-. Tal como hizo
Gricel… Tienes que comer el plátano.
Martín miró a su pareja y este se encogió de brazos, Yohana volvió a notar algo
raro en su reacción pese a su silencio al respecto. Martín chupó la punta del
plátano, y sin llegar a lamerlo, fue forzado por Sebastián a profundizar los
atragantamientos.
— Está claro que no estás acostumbrado… ¿Eh?
Sebastián rió con ganas, aún con los restos de plátano entre las piernas.
Yohana le dio unas palmaditas en la espalda mientras este se reincorporaba.
— Es que… -explicó recobrando el aliento-, el de la garganta profunda es él.
La acusación borró la sonrisa de los labios de Sebastián, mientras que Gricel
sonreía al igual que Ricardo y Álvaro. Claramente estaban más tranquilos, al
comprobar que las bromas sexuales no se limitaban a ir solo hacia sus mujeres
sino también hacia ellos. Eso los despreocupó, justo antes de que se diesen
cuenta de la hora que era y cómo iba a siendo hora de preparar la comida.
13. Una pausa para comer y para
charlar (Sábado 14.00h)
Era el turno de Sebastián y Martín de convertirse en chefs. Prohibieron al
resto entrar en la cocina con el argumento de querer sorprenderlos, a pesar de
que una exquisita fragancia de naturaleza provocativa incitaba a todo el que la
oliese a acudir a su encuentro. Esto había dado una excusa a otras dos parejas
comunicarse y hablar entre ellas. Ricardo y Yohana se perdieron por alguna
parte de las plantas superiores de la casa, al contrario que Gricel y su marido
que se habían sentado en el sofá para hablar las cosas con calma. Tras terminar
de jugar, no habían tardado Martín y Gricel en volver a ponerse las prendas de
ropa que se habían sacado pues, incluso con la calefacción proporcionando un
ambiente relativamente cálido, el extremo clima exterior conseguía filtrarse
por ranuras y pequeños recovecos provocando escalofríos y temblores en los
habitantes de la casa.
Ya sentados, fue Álvaro en primer
lugar el que mostró una actitud de reconciliación, agarrando de las manos a la
madre de su hijo y disculpándose por haber reaccionado de aquella manera. Se
disculpó por haber sido celoso, sin que Gricel lo interrumpiese una sola vez;
reconoció que incluso si solo jugaba con Yohana y sus otros dos amigos, seguía
sin gustarle del todo.
Gricel evitó en todo momento elevar el
tono de la conversación, manteniéndolo en una dócil y pacífica charla en la
cual le reconoció que se lo estaba pasando muy bien. Le avisó que era su
interés seguir jugando, sincerándose sobre que sí bien al principio había
accedido a ello solo para castigarlo, al jugar con ellos se lo había empezado a
divertirse. Le preguntó con naturalidad y sin trampa alguna si a él le gustaría
participar, obteniendo como respuesta un no categórico que no pareció titubear
en pronunciar. En respuesta a eso, Gricel le avisó que muy seguramente harían
cosas peores pero, si se proponía hacerlas, era únicamente porque Martín y
Sebastián eran unos gays inofensivos –muchas veces habían reconocido que les
provocaba repulsión pensar en hacer cosas con mujeres-, además de que la otra
jugadora era ni más ni menos su mejor amiga.
Álvaro accedió, prometiendo no
meterse. ``Siempre y cuando´´
puntualizó ``no os paséis´´. `` ¿Otra vez celoso?´´ inquirió con un
matiz seductor su mujer ``Cuidado… Me
gusta la idea de que envidies y te celes´´
La conversación acabó en buenos
términos, demasiado incluso. A la mujer le resultó agradable pensar que su
marido la deseaba, fruto a lo sucedido con aquel juego. Sin embargo, fue la
idea de ver hasta que punto aguantaría sin estallar. ¿Dónde estaba el límite?
Unos crujidos en los escalones delataron el descenso de Ricardo y su pareja. La
conversación entre ellos no parecía haberse resuelto de una manera tan
favorable. Ricardo se reunió, enfurruñado, con su amigo Álvaro y ambos se
pusieron en el portátil. Bastó una mirada a su amiga para saber que esta
requería ser escuchada.
¿Qué locura las llevó a abrigarse
hasta las orejas y salir fuera de la casa? Salieron al porche, sin atreverse a
dar un solo paso fuera de la vivienda de madera. Los coches empezaban a quedar
enterrados bajo pequeñas montañas de espesa nieve. Llegaron a comentar, nada
más salir al porche helado, que debían ir retirando la nieve de los vehículos o
eso podría darles problemas.
Yohana no tardó en explotar lamentando
la actitud de su pareja, el cual la había reprendido por actuar de esa manera y
le había exigido –ya no solicitado- de mala manera que no volviese a participar
en esa estupidez.
``¿Y
qué harás?´´ había preguntado Gricel, suponiendo que con el carácter de su
amiga no estaría pensado precisamente en obedecer. ``Está claro que voy a jugar y voy a ir con todo´´ vociferó entre
suspiros de resignación ``Voy a ir tan en
serio que va a dudar de que esos dos sean gays´´
Como si hubiesen salido a corroborar
el frio que hacía, duraron poco más de quince minutos en el porche, incluso si
estaban resguardadas de las corrientes de aire huracanadas, las cuales incluso
si no las golpeaban con todo su potencial, rápidamente les quitaron las ganas
de intentar salir en cualquier momento, ya fuese durante el día o por la noche.
A los quince minutos de haber salido,
volvieron a entrar encontrándose la mesa puesta –la había servido Sebastián-.
Resultaba difícil de creer que ellos dos solos hubiesen preparado tal servicio
de picoteo y hubiesen cocinado entre ambos una comida que, pese a desconocer su
receta y sus ingredientes, prometía estar deliciosa. El aroma que durante su
elaboración había provenido de la cocina estaba en ese momento completo, listo
para servirse y llenar sus estómagos.
***
Conocedores de que entre los presentes había amantes del pescado y de la carne,
la pareja de hombres acertaron de pleno preparando dos guisos para combatir el
frio. Utilizando los seis solo una mitad de la mesa rectangular, que era
extremadamente grande, encontraron una decoración y unos aperitivos muy bien
presentados. Y protagonizando la comida, dos caldos de espesa condición se
elevaban sobre la superficie en dos cazuelas bien condimentadas. Ambos guisos
complementaban la esencia con garbanzos y judías –ya precocinadas-, pero la
diferencia residía en las bases de ambos. Guiso de ternera enfrentado al guiso
de pescado. Parecía sorprendente que se hubiesen encerrado en la cocina por no
más de dos horas y hubiesen logrado tener listo semejante banquete. No solo
eso, sino que como acompañantes habían presentado pequeños platos de fuet con
queso, melón con jamón serrano, olivas y berberechos.
— ¿Ha quedado algo en la cocina? –preguntó con pedantería Gricel.
— Hay de sobra en la despensa, cariño. Vamos bien servidos –explicó Sebastián-.
Apenas hemos necesitado tres botes de Garbanzos y dos de judías. La cantidad de
ternera y de pescado ha sido para darle sabor al guiso, pero tampoco hemos
utilizado demasiado.
— Ya verás esta noche… -Yohana aludió a las flatulencias nocturnas.
— Que no, no seas negativa. Ya verás como no. ¡Bueno, que aproveche!
Todos contestaron, prácticamente en modo automático, mientras llenaban sus
platos y el de sus parejas. No hablaron hasta haber dado, como mínimo, cuatro o
cinco cucharadas del guiso. Se produjeron varios gemidos, alabando la buena
mano de la pareja.
— No te voy a perdonar lo de la manzana –recordó rencoroso Martín, con una
sonrisa, alzando la cuchara amenazante-. Ya verás, ya.
— Estoy temblando –Yohana fingió sufrir pequeños espasmos en las manos-.
Madura, que no fue para tanto.
— ¿Y yo qué? –preguntó Gricel-. No quería comer y me acabé tragando todo un
plátano. Estaba muy rico, por cierto.
— Gracias, guapa. Encantado de haberte complacido –se produjeron unas risas. Y
de nuevo un ligero y poco importante silencio mientras las cucharas rebotaban
contra el guiso y la porcelana de los platos.
— ¡Oh! –Gricel se acababa de acordar-. Lo de las apuestas… -hablaba con la boca
llena, pero tuvo la decencia de taparse la boca con la mano. Estaban en
confianza, después de todo. Además se justificaba porque tenían hambre y la
comida les había quedado demasiado buena-… No podemos seguir haciendo apuestas
tan largas, tienen que ser partidas rápidas. Cada uno solo debería poder
apostar una cosa por carta.
— Estoy con Gricel –Yohana no sonreía, se tomaba en serio la importancia de
dejar ese punto claro.
— Pues se hace así, no problema –repuso Martín-. Solo dije que en ese momento
no había ninguna norma que fuese en contra.
— Entonces, lo de igualar o subir, se refiere a algo del mismo valor. ¿Cómo
establecemos el valor de cada cosa?
— La persona que ha barajado será la responsable de decir si tiene el mismo
valor o no. Por ejemplo –Martín dejó la cuchara dentro del guiso y habló al
tiempo que movía las manos-. Sí la cuestión es si apostar verdad vale lo mismo
que un reto, para ti puede ser válido. Para Yohana, no… Todo dependerá de si le
interesa a la persona que tomas las decisiones en ese momento.
— No lo termino de ver –A Gricel, quisquillosa a más no poder con el tema de
las normas, no le gustaba la idea de dejar en manos de los demás su suerte-.
Así será demasiado subjetivo.
— Es la idea –apuntilló Martín.
— Dará lugar a favoritismos –advirtió.
— Así nos lo pasaremos mejor. Si te puteo a ti, me lo podrás devolver
imponiéndome un reto difícil o perjudicarme a la hora de decidir si algo iguala
o no la apuesta.
Gricel contestó, preguntándose cuales las posibilidades –tanto a su favor como
las que tenía en contra- y si realmente le convenía aceptar. Mientras la mujer
lo meditaba, continuaron comiendo en silencio. La falta de conversación no duró
demasiado, sirviendo como como excusa para inflar un poco más sus estómagos a
medida que regaban con el guiso sus esófagos. Ricardo mantuvo una cara de
perros sin dirigir la palabra a su pareja, por el contrario esta actuó con toda
la normalidad hasta que tras vaciar su plato dejándolo pringoso del caldo,
rompió el silencio fallando a favor de Martín.
— Es buena idea… Que cada ‘’juez’’, o
``quien sea´´ que haya repartido las
cartas–concretó entrecomillando con los dedos- haga lo que le venga bien. Así
tendremos un motivo para no desagradar a todos. Puede que así nos tengamos un
poco más de piedad.
— Sigo sin olvidarme de lo de la manzana –Martín hizo reír a todos con su fingido
rencor, a todos excepto a Ricardo.
A Gricel, pese a que no dijo nada, le daba la impresión que Álvaro sonreía
porque tonto no era, sabiendo cuanto le convenía seguir en buenos términos con
ella. Y pese a eso, le sorprendía en parte que no estuviese actuando igual que
a su amigo de cabellos rubios, aún si se debía a su propia conveniencia.
— Si quieres que juguemos sin miramientos, tengo más pelotas que tú.
— No me cabe duda –Martín alzó su copa y brindó al aire con cortesía-. Y aún
así te la pienso devolver.
— A mí me encantó tu otro reto –Sebastián guiñó un ojo a Yohana, cómplice-,
nunca te había visto tragarte un plátano tan rápido.
— Jaja –rio forzosamente Martín haciendo reír al resto-. No guapo, de eso te
encargas tú.
De modo imperceptible la conversación fue bifurcando hacia otros contextos,
quedando así concluido el tema de la apuesta. No se atisbó una mitigación del enfado
de Ricardo, que pese a los otros debates se mostró callado y resentido. Su
indiferencia fue correspondida por Yohana que, sin ningún tipo de cavilación
por su pareja, actuó como si estuviese sentada sola en la comida y como sí a su
rubio acompañante lo hubiese partido un rayo.
14. Donde se calienta el ambiente
(Sábado 15.02h)
El sonido del agua provenía a intervalos cortos de la cocina. Cinco cafés
ocupaban la mesa y acompañaban las risas y los comentarios de todos los que se
habían librado de aclarar los platos y meterlos en el lavavajillas. Ricardo,
por raro que pareciese, se había ofrecido a darles el aclarado antes de
meterlos en el lavavajillas –según interpretó Álvaro para canalizar su
frustración- y así no tener que permanecer con las manos desocupadas.
Aprovechando las risas y los comentarios
de sus amigos, por lo bajini Gricel le comentó a su marido la posibilidad de
que este hablase con él. No era algo que a Álvaro no se le hubiese pasado por
la cabeza, pero carecía de ganas algunas. ¿Qué iba a decirle? ``Venga, no es para tanto. Tu mujer y la mía
van a jugar a hacer guarradas con nuestros amigos. Son gays, no va en serio´´.
Él era al primero que le molestaba, quitando la sonrisa falsa y las ganas de
contentar a su mujer.
El lavavajillas no tardó en funcionar a toda máquina, escapando su accionador a
los pisos de arriba evitando todo contacto con el resto de la mesa.
— Le está bien empleado –Había sentenciado con amargura Yohana-. Y si no le
guste que no mire.
— No es plan que estéis mal –La intención de Martín fue buena, pero en vano.
— No es oro todo lo que brilla –Le atajó Yohana-, solo diré que Ricardo es más
hipócrita de lo que creéis. Y eso es lo que más me molesta, pero no lo único.
— ¿Qué ha hecho? –inquirió Martin-. ¿Te ha sido infiel? –Yohana negó con la
cabeza mientras limpiaba los cristales de sus lentes-. ¿Ha hablado con otras
mujeres?
Esa vez, no hubo una negación, sino un mero silencio acompañado finalmente de
una mueca.
— Voy a hablar con él –adelantó el marido informático cuando se puso en pie-.
¿Jugareis en un rato?
— No –Martín se puso en pie, acariciándose el vientre-, vamos a reposar mejor
lo que hemos comido y ya si eso sobre las cinco o así empezamos.
El grupo se dispersó en tres parejas, una de ellas no duró mucho junta. Ricardo
siguió enfurruñado en un lugar de la casa hasta que Álvaro se reunió con él.
Desde la habitación de la pareja se podían oír los ronquidos de la pareja
homosexual, entonando un cántico de ásperas y graves aspiraciones que
complementaba armónicamente el silencio de su cuarto. Álvaro trató de animarlo
y hacerle ver el lado bueno.
— ¿Positivo? Que mierda… No sé cómo se las apaña que siempre soy el malo.
— Solo están jugando…
— ¿Jugando? No me creo que realmente pienses eso.
— Son Martín y Sebastián… ¿Qué les van a hacer?
— Incluso si son gays, Álvaro. Empiezan jugando a eso… ¿Qué pasará si acaban
restregándose? ¿O…?
— ¿Y qué? No se van a ir juntos. No van a tener sexo. Solo es un juego
–argumentó el marido de Gricel, sorprendido de estar soltando aquellas
palabras.
— No me hace ninguna de gracia… -Álvaro, observándolo más atentamente, se dio
cuenta que Ricardo temblaba de la rabia. Al principio pensó que podría ser del
frio, pero no-. Solo me tranquiliza saber que, de alguna manera, se la
devolveré.
— Venga… Si luego seguro que hacéis las paces y jugaremos todos.
— Los cojones –le cortó. Se levantó como si fuese un adolescente que no supiese
gestionar sus emociones y se marchó hacia algún lugar… Probablemente el lavabo
compartido, donde se encerró y no volvió a salir.
***
``¿Y no has pensado que quizás estoy
jugando a esto porque me gusta que estés celoso?´´ Esas palabras retumbaban
en la cabeza de Álvaro, escuchadas en un lugar aparcado minutos antes de que se
hubiesen reunido de nuevo para jugar.
— ¿Estáis preparados? –preguntó Martin, barajando las cartas.
Se encontraban en la gran mesa rectangular, dos contra dos, Martín sentado
frente a Gricel y Gricel acompañada de Sebastián, tal como se habían sentado
antes. A poco menos de cuatro metros, se encontraba Álvaro estirado en el sofá.
No le quitaba el ojo a la pantalla de su portátil pero, la realidad, es que no
dejaba de vigilarlos a ellos. Su presencia parecía querer indicar a todos los
presentes con una inevitable verdad, y era: ``¡ESTOY AQUÍ! ¡CUIDADITO CON LO QUE HACEIS!´´ Pero para sus adentro
se preguntaba qué podría hacer si el juego se desmadraba.
Esta vez fue Sebastián quien barajaba
las cartas, dando tiempo a los cuatro integrantes del juego se lanzasen
miraditas y se provocasen con ellas.
``¿Te imaginas que de alguna conseguimos
que tengan una erección? Eso sí me subiría la autoestima´´ Gricel recordaba
para sus adentros lo que le había susurrado su amiga, de una manera tan nítida
como su respuesta: ``Que dices, tonta…
¿Cuántas veces han dejado claro que las mujeres les damos asco?´´ Yohana se
había propuesto provocar a ambos. Sabía que era inútil intentar hacerle cambiar
de opinión, pues en el fondo era una cabezona.
Antes de sentarse si quiera, se
dedicaron entre los cuatro amenazas amistosas como ``prepara tu culito´´ o ``Esta
vez no seré tan considerada´´
Gricel llegó a creerse que iban a cruzarse muchas líneas, sintiéndose ansiosa
sin saber muy bien cual era aquel sentimiento. ¿Podía ser porque Álvaro
fingiese mirar el ordenador? ¿O era por la idea de jugar con Martín y Sebastián,
poniendo a prueba su homosexualidad? ``Qué
dices, mujer. No seas tonta… ¿Cómo ibas a hacer eso? Son rematadamente gays.
Anda, disfruta del juego y no pienses tonterías´´ se dijo a sí misma Gricel
mientras empezaba Sebastián el reparto de cartas.
Cuando las doce cartas, tres para cada
uno, estuvieron repartidas y sobre la mesa hubo cinco entre medio de todos,
empezó el juego. Aquella vez nadie dijo nada, esperaron pacientemente porque
Gricel estableciese la línea y, por un momento, se sintió perdida. ¿Debería ser
cobarde y apostar una tontería? ¿O debería ser un poquito más picante y
sorprender? Dejó de pensar tanto y actuó porque, en el fondo, ya sabía la
respuesta.
— Para esta primera ronda –sus palabras salieron cristalinas y sin duda alguna-
Me apuesto el jersey, la camisa y el pantalón…
Yohana quedó patidifusa sin saber que decir, de la misma manera que Martín y
Sebastián. Gricel evitó mirar a su marido para aparentar una tranquilidad
inusitada en ella. Su amiga le lanzó una mirada de confusión, como si le
hubiese robando la idea de hacer algo parecido.
— ¿Algún problema? –preguntó Gricel.
— No, para nada. Igualo la apuesta: Lo mismo.
— Subo la apuesta, no quiero perder el tiempo jugándonos prendas de ropa… Solo
dejar la ropa interior.
— La… La igualo –farfulló Sebastián. Martín lanzó una mirada a Gricel, que
parecía no haberse dado cuenta que tenía que igualar o superar.
— Sí, claro. Igualo –murmuró saliendo de su ensimismamiento.
— Pues yo también –sentenció Martín, haciendo una seña a Sebastián para que
levantase la primera carta, obedeciendo este al instante.
Ninguno de los cuatro había mirado una sola vez que cartas les había tocado,
parecía que ni siquiera les preocupase perder, y por lo tanto, dejaban al azar
si debían despelotarse o no.
— Me apuesto dar un masaje –Gricel, por segunda vez en menos de un minuto,
sorprendió a los cinco presentes con su nueva apuesta.
— ¿A quién? –replicó Sebastián con interés
— Quien gane decide –Fue su respuesta-. ¿Estás de acuerdo? –Le preguntó a
Sebastián, pues según habían acordado la persona que repartía decidía hasta que
alguien salía ganador. El homosexual sin barba asintió.
— Igualo –dictó Martin.
— Yo también.
— No sé si retirarme –bromeó Sebastián-. No sé dar masajes –explicó mientras levantaba
la carta, dando a entender que igualaba.
— Dos parejas y un trio –desveló, orgulloso, Martín-. Voy a ser el único que
conservará su ropa.
— Joder –musitó bajito Yohana. Gricel permaneció en silencio mirando sus
cartas.
— He ganado entonces, tengo póker y una pareja –explicó Sebastián, aplastando
sus cartas bajo el peso de sus manos.
— Olvidadlo, he ganado yo. Tengo escalera real de color –Depositó con cuidado
sus cartas sobre la mesa, como si fuesen tan frágiles que pudiesen romperse por
un mal movimiento.
Gricel sonreía de oreja a oreja, exhibiendo la combinación
más poderosa de todo el juego. Poderosa y difícil de conseguir, pues además de
tener todas el mismo color y la misma forma, tenía que lograr poseer unas
cartas muy concretas… Las de más alto valor: ``La a, la k, la q, la j y el 10´´
Sonrió a su marido, guiñándole un ojo
sin que el resto se percatase. Estaban demasiado ocupados verificando que no
hubiese cualquier error.
— Me siento mal por Ricardo, pero sé muy bien lo que voy a pediros.
— Que suerte tiene la tía… -bufó Martín.
— Antes que nada –le interrumpió Gricel-. La ropa, toda, fuera…
Sebastián y Yohana se despelotaron con dificultad. Sus caras estaban rojas de
la vergüenza, tal vez pensando que no les iba a avergonzar tanto quedar
desnudos a primeras de cambio.
— No te pases… -le avisó su amiga, limitándose la ganadora de la partida a
sonreír con perversión.
— Ya lo habíamos dejado claro… Sin cuartel –inspiró hondo-. El karma. Si no
hubieses sido tan cabrona quizás ahora sería más considerada.
— Seguidme –ordenó, levantándose de la mesa. Rodeándola, cruzó el salón y
ascendió por las escaleras. Los peldaños crujían bajo sus pies, orientando la
marcha de Gricel cruzando el pasillo a la derecha de aquel primer piso hasta el
baño, y su visita no fue sin motivo, pues agarró un pote de aceite antes de
salir del aseo. Pasó entre los tres perdedores y abrió sin contemplaciones el
cuarto más diminuto de la casa, el cual no pertenecía a nadie-. Estírate… -Le
ordenó Gricel a su amiga.
— No te crezcas mucho, que en la siguiente podrías haber sido tú.
— Si tú hubieses ganado –ronroneó, estando loca de contenta-, me habrías hecho
lo mismo o peor. Y no me digas que no.
— Deberías pensar en que luego la perjudicada podrías ser tú –La advertencia de
Martín no parecía ser motivada por el temor o el fastidio, al contrario,
parecía divertido.
— ¿Tanto que habéis hablado mientras comíais y ahora os vais a rajar?
— No, para nada –explicó él-. Así es más divertido.
— Entonces coge el pote y dale un masaje a Yohana. Tú también, Sebas.
— ¿Los dos? –preguntó él último sin comprender, mientras Yohana esperaba
paralizada.
— Los dos se lo haréis a ella. Y luego, Yohana cumplirá su deuda de una manera
que ya os contaré cual esa…
Se dispuso a cerrar la puerta del cuarto, justo cuando Yohana gateaba sobre la
cama y se quedaba tumbada boca abajo, Álvaro asomó su cabeza tras la puerta, ya
prácticamente cerrada. Se miraron a los ojos y Gricel sonrió, moviendo los
labios para pronunciar con ellos sin emitir sonido alguno que no hiciese ruido.
Tanto Yohana estirada en la cama como
Gricel, desde diferentes puntos de vista estudiaron los cuerpos de los dos
hombres vestidos únicamente con sus boxers. Unos considerables contornos, del
mismo tamaño, se mantenían bajo control en sus calzoncillos, sin aparentes
erecciones a la vista. Ambos hombres carecían de vello, como si estuviesen
afeitados en la mayor parte del cuerpo, a excepción, claro, de su pubis. El
vello de esa zona asomaba por los límites de calzoncillo, marcando el límite de
la zona salvaje.
La puerta al cerrarse emitió un sonido fácilmente reconocible, al igual que el
pestillo accionado por Gricel dejando a su marido fuera. Al verse vio a los dos
hombretones, siendo Sebastián menos delgado y musculoso que Martín acorralar
sobre la cama a su amiga.
Gricel no creyó estar traicionando a
Yohana, todo lo contrario. Se había hablado hasta la saciedad, tanto antes de
la comida como durante ella, que no había aliados. Conocía lo suficiente a su
amiga como para saber que se le había pasado por la cabeza usarla como cebo
para provocar a los dos gays. Todo era un juego, pero las consideraciones con
los otros sobraban.
Se le pasaban muchas cosas por la
cabeza, como el morbo de saber que era la causante de que Yohana estuviese a
punto de ser manoseada por esos dos. Sabiendo que estaba entregando a su amiga
a esos dos hombres, incluso si era sin consecuencias. Eran gays, por el amor de
dios. ¿Qué iban a hacer? No iba a haber erecciones… Pero iba a ser divertido.
Oh, claro que iba a serlo.
Se acercó a paso felino, sin hacer ruido con sus pisadas y, apoyándose en la
desnuda espalda de Sebastián con una mano, dedicándole una sonrisa atrevida a
su amiga –que Yohana vio perfectamente- le desabrochó el sujetador. Una espalda
desnuda, aún con las marcas del sujetador, quedó finalmente desprotegida ante
los dos hombres. Sus bonitos y grandes pechos quedaban aplastados contra las
sábanas sin estrenar.
Gricel se deslizó silenciosamente hasta los pies de la cama. Permaneció de pie observando
todo como si fuese una ocasión irrepetible. Con ambas piernas separadas, podía
ver donde se fusionaban los muslos de su amiga. La entrepierna de Yohana estaba
cubierta con unas bragas que no eran ni muy reveladoras ni le escondían
demasiada piel. Estaba algo rellenita, pero lo justo para parecer una mujer con
todas las de la ley. La tela se le metía entre las nalgas, y entre el pliegue
soterrado entre sus muslos se dibujaba la forma de una vagina.
De alguna manera se sintió rara, con
un cosquilleo en el vientre, al ver a esos dos amigos verter el aceite
hidratante en la espalda de la mujer y posar sus cuatro manos sobre su piel. Era
como si lo de solo es un juego fuese
un argumento que iba perdiendo fuerza, sin que ninguno de los participantes quisiese
dignarse a reconocerlo.
— Tengo frio… -suspiró Yohana, haciéndoles percatarse de la baja temperatura de
la habitación. Gricel, con los nervios, ni siquiera se había dado cuenta.
— Moved las manos más rápidos, para que entre en calor –ordenó con una
sonrisita traviesa.
Martín pareció enfocarse en presionar fuerte, haciendo crujir bajo su propio
peso algunas vertebras de Yohana haciéndola suspirar placenteramente. Yohana
pareció sorprendida de producir esos bufidos, como si no se lo creyese.
Sebastián tomó la iniciativa y deslizó sus manos, saltando las bragas, hasta
sus muslos. Eran piernas con un poco de celulitis y de estrías, sin dejar de
ser bonitas. Gricel se ruborizó de nuevo al ver las manos de Sebastián tan
cerca del culo de ella.
Desde cierto punto de vista, si
empezaba a sentirse como una traidora. La había traicionado por entregarla a
esos dos para que la manosearan, pero por algún motivo no se sentía mal como
ello. La había traicionado, pero le gustó. Era el morbo, de ver a esos dos hombres
acariciar y presionar con sus manos las aletas de la espalda, los hombros y las
piernas.
— No tengas miedo de tocar esto… Masajéaselo todo –le indicó, acercándose por
la espalda a Sebastián y señalándole el culo de la mujer.
Desde donde estaba, Gricel lo apreció a la perfección. Las manos de Sebastián, masajista
de aquellas pringosas piernas, amasaron las nalgas rodeando con los pulgares la
bifurcación de los muslos. Pareció como si pretendiese arañar, por poco, los
límites de su ropa interior. Ambos pulgares patinaron por la depilada piel de
Yohana. Esos dos dedos gordos pasaron muy cerca, más cerca que nadie en mucho
tiempo.
Yohana, disimuladamente, gimió y
levantó el culo, recuperando rápido el control de su cuerpo para reprimir los
sonidos que luchaban por salir de su garganta. Martín masajeaba sus hombros, su
cuello, sus orejas… Y Sebastián pareció abstraído mientras amasaba las dos
nalgas en sus grasosas manos, como si sintiese la imperiosa necesidad de meter
la cara entre ellas.
A Gricel le pareció ver cierta humedad transparentarse en las bragas de Yohana,
además de que los dos bultos en los calzoncillos de sus amigos parecían
levemente más agrandados… Quizás solo fue su imaginación.
— Ya está. Martín, ven. Sebastián, te va a tocar a ti. Estírate donde está Hana
y tú… Bueno, te toca vengarte.
Yohana levantó al fin la cara de la colcha, roja de la vergüenza y se apartó
tras colocarse el sostén, dando la espalda a los presentes. Los pezones, duros,
sobresalían sutilmente contra la tela del sujetador. El aludido obedeció a la
ganadora de la partida y ocupó el lugar de la mujer rellenita y morena. Un
chorro de aceite cayó sobre la espalda de Sebastián y las dos manos, pequeñas y
delicadas, frotaron la piel de su amigo. Poco a poco, Yohana pareció recuperar
el control de respiración –anteriormente parecía respirar con dificultad- y
crecerse dando el masaje.
— ¿No quieres un masaje? –susurró Martín, siendo solo audible por ella.
— No –contestó Gricel-. Gracias.
— Eres consciente… De que Yohana no te va a perdonar esto.
— Lo sé –Se sentía muy violenta en ese momento. Quería ver como su amiga se
tomaba la libertad de agarrarle el miembro por debajo, pero eso no iba a
suceder-. Martín… ¿No te molesta ver a Sebastián siendo…?
— No, sois mis amigas. Me parece divertido, nada más. Gricel –apuntó al final-.
Estás colorada. ¿Te da morbo esto?
— ¡No! –se apresuró a contestar. Se aseguró de sonar convincente-. Claro que
no. Pero con la ropa tengo calor…
— Ya… -Evidentemente no la creyó. Que estúpida se sintió-. Ya está –dijo en voz
alta.
Su amiga obedeció al instante y se bajó de un bote de la cama, se reunió con
ella mientras Martín permanecía de pie mirando a su novio.
— Ahora bajamos –murmuró, sin que ellas le diesen importancia.
Ya en el pasillo, Yohana le susurró al oído:
— Creo que se la he puesto dura…
— No digas tonterías –Incrédula, pero con motivo. Había mirado a Martín y no
había notado que se le hubiese venido arriba en absoluto.
— Me refiero a Sebas.
— Pero si no se ha dado la vuelta…
— Eso creo que lo demuestra…
— ¿Cómo se le va a poner dura? No digas tonterías, Hana por favor.
Ambas fueron interceptadas en las escaleras por Álvaro, que claramente ansioso
preguntó. ¿Qué ha pasado? Su molestia asomaba entre su fingida curiosidad.
En menos de tres minutos acabaron los
cuatro sentados en sus respectivos asientos, esperando una nueva partida más.
Álvaro observaba desde el sofá, denotando mucho más interés en prestar atención
a lo que hacían que por seguir fingiendo trabajar en el ordenador.
15. Blanco fácil (Sábado
17.33h)
Gricel estaba rodeado de dos hombretones guapos y desnudos,
a excepción de los boxers que cubrían sus miembros, y a su mejor amiga que
únicamente cubría sus vergüenzas con un sujetador y unas bragas -``Qué están mojadas´´ pensó al rememorar
como las bragas de su amiga se habían empañado de su secreción vaginal-. Pese a ser la única que conservaba su ropa,
tenía la sensación de que no tardaría mucho en perderla. Los tres, exentos de
sus ropas, tenían la piel de gallina y pasaban frio. Incluso la calefacción
puesta prácticamente la mayor parte del día no conseguía anular por completo la
sensación de frio, como era normal. Era parte del juego, pasar frio… Y enseñar.
— ¿Preparada? Tienes muchos enemigos ahora… -preguntó Martín.
Las espaldas de Yohana y Sebastián brillaban por el aceite, al igual que las
cartas que barajaba Gricel, pues antes de agarrarlas la habían ayudado a
recogerlas y sin pretenderlo las habían lubricado. Algunas resbalaba de sus
manos y tenía que recogerlas de la mesa.
— Sabía a lo que me arriesgaba. Quien sabe… No te extrañe si gano dos rondas
seguidas.
— Ya te gustaría… -Martín hizo una pausa-. Que sepas que sé muy bien lo que voy
a pedir.
Los ojos de Gricel se desviaron sin pretenderlo a su marido, y descubrió que
seguía mirándola. ¿Había dejado en algún momento de hacerlo? Le extrañaba que
no interviniese, que la estuviese dejando alargar aquello. Había reflexionado
antes sobre ello, y se había preguntado donde estaría la línea hasta que
estallase. No solo era eso, pues cuando miraba a Martín sentía que quería
seguir jugando a ese juego. Otra parte de ella se sentía intimidada porque
Álvaro mirase, escuchase y supiese todo lo que pasaba allí. Era la parte
prudente y vergonzosa de ella, que ansiaba esa intimidad de poder jugar con sus
tres amigos.
Empezó a repetir: Tres cartas boca
abajo, para cada uno de los participantes. Colocó dos cartas en medio de la
mesa, boca abajo, y otras tres boca arriba: Un K, un 4 y un A… Gricel levantó
sus cartas individuales y se sorprendió con el resultado. Cerró los ojos… No
tenía ni una sola coincidencia. Ni siquiera un intento de escalera. Incluso si
se retiraba a la segunda ronda, perdería la primera apuesta.
Descubrió a Yohana estudiándola, una
sonrisa presuntuosa asomó en la cornisa de sus labios, curvando las esquinas de
sus cartas para estudiar que números tenía ella en su poder.
— Gricel, estás pálida. No te ha tocado una buena mano.
La aludida emuló una mueca, contestándole aparentando la máxima calma que le
fue posible:
— Aún conservo mi ropa –Su respuesta ensanchó más la sonrisa a la que se
enfrentaba.
— De momento.
— No pienso apostar nada sobre ella.
— En algún momento tendrás que hacerlo –le apuró.
— Como sea, no será ahora –les interrumpió Martín, aclarándose la garganta para
anunciar su primera apuesta-. Qui…
— No puedes apostar algo tipo ``Quitarme
la ropa´´ -le recordó, preocupada.
— Lo sé… Qui…
— Ni nada que me perjudique de manera directa.
— Lo dejamos claro –señaló Martín, claramente molesto por la segunda
interrupción y luego matizó-. La que baraja y reparte, decide.
— Entonces, no a todo…
— Eso tampoco –explicó Martín-, porque no puedes negarme cosas que me afecten
solo a mí, o si propongo reto o verdad.
— ¿Qué quieres apostar, entonces? –preguntó, impaciente.
— Reto.
— ¿Te das cuenta que como vuelva a ganar te voy a putear, no?
— Lo harías de todas maneras –sonrió él como si le leyese la mente.
— Me toca… -Yohana miró de nuevo sus cartas y, con una sonrisa, explicó su
idea-. Voy a motivaros a que calentéis el ambiente… Tenemos que arriesgarnos y
apostar cosas que nos den vergüenza.
— Bonita manera de referirte a cosas que quieres hacer pero que por decencia
prefieres fingir que no –Le espetó Gricel, y esta alzó la mano concediendo la
respuesta de su amiga.
— Sí, puede ser –admitió-. Reconozco que esto me parece divertido y no me
importaría hacerlo si pierdo –dicho esto, empezó a explicar en un tono
relativamente bajo que era a lo que se exponía si perdía. Su voz fue tan baja
que ni siquiera Álvaro afinando el oído puedo escuchar.
— Lo resumiré como baile de caderas -había informado Martín, atrayendo para sí
el papel y boli para apuntar la ocurrencia de Yohana-. ¿Sebas?
— Me sumo a lo que ha propuesto Yohana.
— ¿Serás capaz? ¿Y sí te toca Gricel o Hana?
— Me aguantaré –comentó el aludido a su novio.
— Como quieras. ¿Qué apuesta tú, Gricel?
— Ni loca me sumo a lo de estos dos, estáis locos. Eso ya es pasarse…
— ¿Qué es lo que ha apostado Hana? –Los cuatro se voltearon para observar
acercarse desde el sofá a Álvaro. Nadie se había percatado de que se acerca.
— No seas cotilla, Ál… Ya lo verás. Si pierdo claro, que no creo.
— Tiene muy claro que va a ganar.
— ¿Y tú? –preguntó Martín, apurándola.
— Haré un baile erótico.
—Eso no vale, no es lo mismo a lo que han apostado Hana o Sebas.
— He repartido y soy la que decide…
— Con esto no. Elige algo más arriesgado.
— Eso no es justo, Martín. Quedamos que la persona que repartía decidía que es
igual.
— Apuéstate tu ropa. Toda menos la ropa interior. Así estaremos en paz.
— No voy a hacer eso…
— Yo voto que sí –Hasta su amiga ejerció presión.
— Eso, o apuesta algo que sea más… picante.
— Tengo la impresión que es difícil superar lo de Hana –explicó con ilimitada
paciencia.
— Pues lo de la ropa.
Gricel volteó a su derecha, pidiendo ayuda al novio de Martín. No es que
esperase encontrar ayuda, pero aún así le fastidió encontrarse una sonrisa
pedante.
— Vale, me apuesto la ropa. Ya he perdido igualmente…
— Vale va, segunda ronda... –Martín se tomó la libertad de levantar el mismo la
primera carta, que resultó ser un 8-. Me apuesto tener que comer nata montada
en tres partes del cuerpo de uno de los tres… Decide quien gane.
— Igualo la apuesta… -dijo Yohana-. Será divertido.
— Cariño, eso es porque crees que no vas a perder –musitó con recochineo
Sebastián-. Igualo.
— Renuncio –Gricel mostró sus cartas, dejándolas boca arriba. No tenía nada.
Ganó Yohana, o eso pareció cuando mostró sus cartas. Dos parejas de K y de A…
Sin embargo, quedó anulada por los tres tríos que juntaron individualmente
Martín y Sebastián.
— Un empate… -protestó Yohana, incrédula-. Un puto empate.
— Sí –Martín respondió radiante.
— Una pena que Gricel no se hubiese confiado creyendo poder ganar… Habría sido
más divertido. ¿Tienes frio? Porque llevas mucha ropa…
Con los pómulos inflados y apretando los dientes, se retiró el jersey, la
camisa y el pantalón tejano. Apartó ambos calcetines y los dejó amontonados en
el suelo, imitando las otras tres montañas de sus amigos. Sus pechos no eran tan
grandes como los de Yohana, pero a Gricel le gustaban.
— Yohana, sígueme.
Obedeciendo sin rechistar, se levantaron de la silla y recortaron distancia
hasta las escaleras –no sin antes pasar por la cocina y capturar un bote de
nata montada- y subir a los pisos superiores. Sebastián los siguió de cerca y,
por supuesto, Gricel no iba a quedarse sin ver el espectáculo.
— ¿Qué van a hacer? –Su esposa sonrió, dándole a entender que la siguiera.
Crujieron los escalones y al llegar arriba, le indicó con el dedo índice que
debía guardar silencio, acercándose a la alcoba de Martín y Sebastián. Luego,
le indicó que mirase, y volvió a indicarle que no hiciese ruido.
Gricel accedió y la puerta quedó entreabierta, bastó con asomar su ojo para ver
a Gricel sola en un rincón del cuarto, cerca de la salida. Martín, Sebastián y
Yohana estaban juntos, ella arrodillada frente al más delgado de la pareja y
Sebastián de pie frente a ella, a una distancia muy corta. La primera
conclusión a la que llegó es que iba a tocarle o hacerle sexo oral, pero no
podría verlo porque Martín sostenía entre la puerta y esos dos una toalla del
baño. La toalla parecía tener la función de darles intimidad, como si Ricardo
estuviese mirando… Pero no era así. Además, la sombra del cuerpo de Sebastián y
de Yohana quedaba reflejada en la toalla.
— Gricel, ya puedes comenzar. Ponle donde yo te diga... –La amiga de la
arrodillada agarró el pote de nata montada que había sobre la cama y le extrajo
la tapa-. Ponle un chorro… Ahí.
Shhhhhh se escuchó el sonido
característica de la nata montada saliendo a borbotones. Álvaro abrió mucho los
ojos al ver como Yohana se inclinaba hacia Sebastián y, a la altura del
ombligo, lamía lo que supuso que sería la nata. Martín, le susurró algo al oído
de Sebastián y luego le indicó a Gricel que pusiese otro chorro en otro lugar.
Shhhhhhhhhhhhhhhh
Álvaro observó como la silueta de Yohana volvía a inclinarse hacia la altura de
la entrepierna y se movía como si estuviese chupando algo. Gricel miró hacia
atrás y sonrió, se había llevado la mano a la boca…
— Y aquí… -ordenó Martín. Shhhhhkkkkkkkkkk
— Has echado mucho… -le recriminó su amiga, pero eso no fue problema para
empezar a comerse toda la nata. Álvaro vio a Sebastián estremecerse.
— Ahí no… Ahí no..
Martín, con la mano que aferraba el final de la toalla –el más alejado de su
pareja- aferró con ella el cabello de Yohana y la animó a hacer lo que hacía
con más ímpetu. Su cabeza quedó soterrada parcialmente por la toalla.
— Así. Trágatelo todo… No dejes nada.
— Que cosquilleo… Ummm –gimió Sebastián.
Al retirarse de su posición y reincorporarse, los labios de Yohana tenían
restos de nata.
— Estírate en la cama, bajo las sábanas…
— Uhhh… ¿Tengo que hacerlo? –Yohana se puso roja como un tomate.
— Fuiste tú misma la que lo apostó.
— Pero no me esperaba perder…
— Venga, estírate. No seas cobarde.
— No quiero…
Martín, con una fuerza amistosa, empujó a Yohana que quedó tendida boca arriba.
— En el fondo tienes ganas de pagar esta apuesta…
— Gricel tenía razón –la voz de Yohana era aguda y le temblaba-. Me volví loca.
Esto es una locura… Es pasarse de la raya, por mucho.
— Elige con quien quieres, conmigo o con Sebas…
Con Yohana aún tendida encima de la colcha, la pareja de hombres empezó a
gatear sobre la cama arrinconándola con la cabecera, contra las almohadas.
— Sebas… -dijo finalmente.
Álvaro no podía creerse lo que estaba viendo. Al puro estilo misionero,
Sebastián se acurrucó entre las piernas de Yohana y cubrió sus cinturas con la
sábana. Era imposible que su entrepierna no estuviese rozando con la vagina de
ella, únicamente separadas por la ropa interior de ambos. Se imaginó el miembro
de Sebastián con restos de nata y saliva. Quiso ir a buscar a Ricardo, o parar
aquello… Empezó a moverse, de hecho, pero no tardó en entender que eso era lo
que debía hacer, no lo que en realidad deseaba hacer. Quería mirar, por puro
morbo, en que acababa todo eso. Era un juego, después de todo. Dos hombres a
los que no les gustaban las mujeres jugando con… sus mujeres.
La cara de Yohana pareció explotar en
un color rosado mientras Sebastián movía sus caderas entre las suyas. Y le tapó
la boca, era difícil creer que no estaban teniendo sexo de verdad. Parecía tan…
auténtico.
Yohana acabó poniendo los ojos en
blanco, con bajos gemidos taponados por la mano de Sebastián.
— Martín… Martín –logró escapar del agarre de Sebastián, el aludido se acercó a
ella. Yohana, le explicó algo que no alcanzó a oír, justo antes de que
Sebastián volviese a acapararla atrayendo toda la atención de ella.
A los ojos del marido de Gricel, Sebastián no se comportaba como solía hacerlo.
Parecía de alguna manera, por absurdo que fuese… Como si aparentase ser un poco
más hetero. ¿Y si realmente estaban teniendo sexo? Entonces sucedió algo, le
pilló por sorpresa. Martín le miró, desde donde estaba al lado de Gricel hacia
él, a través de la rendija de la puerta… Y sonrió, guiñándole un ojo. Cuando
Martín le susurró algo al oído, Gricel se escandalizó e intentó apartarse.
— No, no aposté nada. Esto es cosa de Yohana –Pero su amigo volvió a susurrarle
algo.
Álvaro se percató, la mirada de Gricel se paseó por el calzoncillo de Martín.
Quizás viendo algo que su marido, desde fuera, no era capaz de ver. Martín la
empujó a la cama y ella cayó sobre el colchón, y haciendo a un lado las
sábanas, Martín y Sebastián quedaron entre las piernas de ambas mujeres.
``¿Qué
le habrá dicho para que acceda? Sabe que estoy aquí…´´ pensó Álvaro. Miró a
los ojos de Gricel y ella le devolvió la mirada. Era una de esas miradas excitadas,
que significaba mucho cuando estaba semidesnuda con una polla –daba igual que
fuese gay- restregándose contra su ropa interior.
Los dos gays empezaron a menear sus
caderas entre los muslos de ambas, poco a poco empezó a sonar un chapoteo
evidente, como si se estuviesen metiendo más y más en el papel.
— Ahhh… -Un gemido disimulado se le escapó a Gricel, que no separaba la mirada
de algo que veía bajo la sábana, entre Martín y ella.
— Maldita sea… -suspiraba Yohana de placer.
Las patas de la cama, ante el peso de cuatro personas dando pequeños botes,
hacía un sonido de arrastre. Álvaro alcanzó a ver como Martín se cubría
totalmente con la sábana, desapareciendo Gricel y él bajo ella.
— No, así no… -se lamentó placenteramente Gricel. El culo de Martín parecía el
de un fantasma subir y bajar, fusionarse entre las extremidades separadas de
Gricel.
¿Por qué no entraba y paraba todo aquel sin sentido? ``Porque son gays… Son mis amigos, pero son gays. Esto es un juego´´
— No puedo más… Lo quiero dentro –escuchó decir Álvaro a Yohana…
Escuchó un sonido a mojado. Matizando era el inconfundible sonido de una vagina
mojada, salpicando. Se imaginó la encharcada ropa interior de Yohana salpicando
la de Sebastián a cada golpe. Dos pollas erectas contra las vaginas de ambas
pero, claro… Eso era lo que imaginaba.
— ¡Ahhh…! –No fue un gemido de placer de Gricel, sino un alarido.
Sebastián y Yohana, como si quisiesen intimidad, también se escondieron bajo la
sábana. Dos moles ocultas bajo las mantas empezaron a moverse a ritmos
similares, pero a desincronizados. Entonces, de repente, las sábanas volaron y
quedaron Yohana y Gricel abiertas de piernas, con ambos hombres entre sus
piernas, pero con los calzoncillos puestos.
— T… Tendrías.. Tendrías que verte la cara –se burló Yohana con voz cansada.
Sus manos rozaban su propio sexo, por encima de su ropa interior. Su amiga y
ella tenían la misma mirada.
— Casi… Casi me la coláis –Álvaro se sintió estúpido al reír en aquella
situación. Fue un sonido carente de alegría: fue nervioso y descompasado-.
Parecía realmente que…
— Era la idea…
— Os espero abajo. No tardéis. Que como os vea Ricardo –dijo sin querer seguir
fingiendo.
Álvaro dejó la puerta entre abierta y se manchó. Entre risas, Martín y Sebastián
apartando de la cama se marcharon de la diminuta habitación. Las dos amigas, en
cambio, se quedaron un momento paralizadas sobre la cama. Con sus espaldas
apoyándose en sus brazos en ángulos de cuarenta y cinco grados, sus pezones
tiesos y sus entrepiernas rebosantes de un ligero brillo que se asemejaba al
sudor. Gricel y Yohana se miraron… Más que eso, Yohana se mordió el labio.
— ¿A Martín se le ha puesto dura?
— No… ¡Sí…! No estoy segura, no del todo… Pero como se mueve.
— A Sebastián sí.
— ¿Cómo se le va a poner dura? –le reprendió Gricel sin creérselo.
— Gricel, que te lo estoy diciendo… Casi me empala con ella. Si he notado como
si me atravesase la media.
— Se habrá motivado el pobre…
— Ya te digo que se ha motivado…
— Estás mojada –lo que dijo Gricel no era una pregunta.
— Tú también… -Tampoco fue una pregunta.
Por primera vez se sintieron culpables, siendo conscientes de que habían dejado
que las cosas fuesen demasiado lejos. No estaría siendo sinceras, no obstante,
si no reconociesen lo bien que se lo habían pasado teniendo a sus dos amigos
entre sus piernas.
16. Otro juego (Sábado 18.15h)
Ricardo despertó sobre su cama matrimonial, en la alcoba. Le molestó sentir
la cabeza embotada, debido lo poco acostumbrado que estaba a dormir por la
tarde. Se reincorporó con un gruñido y tras comprobar la hora en el móvil se
mantuvo silencioso al creer oír por el pasillo risas y murmullos. Los crujidos
en los escalones delataron que el destino de todas aquellas voces era la planta
baja. Se había quedado dormido vestido, sin ganas de permanecer fuera, pero
molesto por la falta de preocupación de su mujer. Se asomó a la puerta y jaló
de ella procurando no hacer ruido. Las luces del pasillo permanecían siempre
encendidas, alumbrando pasase lo que pasase el suelo enmoquetado de esa sección
de la casa.
Justo cuando iba a salir, se escucharon crujidos de nuevo. Los sonidos de los
pasos delataron a Álvaro, sosteniendo bajo sus brazos su portátil –en conjunto
con los cables y el ratón inalámbrico- parecía dirigirse a su habitación.
— Espera. Ál... –Era Martín, desde debajo de las escaleras. Se escucharon más
crujidos.
— ¿Qué? –Fue una respuesta cortante y fría.
— Venga, no te pongas así… -Le restó importancia el futbolista cuando llegaba
arriba de dos saltos. Solo un calzoncillo cubría su entrepierna, desnudo de
pies a cabeza-. Solo es un juego.
— Lo sé –contestó en primera instancia, parecía tener prisa por entrar en la
habitación-. Pero no es lo que me pareció.
— Diablos, Ál. Soy gay, y aunque no fuese así haría nada con tu mujer. Bueno, y
Yohana tampoco.
— Puede que a vosotros no os gusten las mujeres. ¿Recuerdas que a ellas si les
gustan los hombres? Las vi muy metidas en el papel.
— Era parte del juego. No todos los días se puede fingir que se tiene sexo con
otras personas.
``Fingir tener sexo…´´ se dijo
Ricardo abriendo mucho los ojos, conmocionado. La desnudez de Martín le pegó
más fuerte al escuchar aquello.
— Haced lo que queráis. Yo, paso.
— Ál –Le interceptó, interponiéndose entre él y su puerta-. Vamos a dejar de
jugar al póker, hemos hablado de bajar un poco la intensidad y jugar a verdad o
mentira.
— No me interesa, Martín. Ahora no. Me estiraré en mi cama, me voy a poner una
peli y… no quiero saber nada.
— Será más divertido si participas. Y si participases… Podríamos hacer que
Gricel haga las guarradas contigo.
— No, gracias.
— No te hagas derogar, te lo vas a pasar bien.
— Martín, ahora no. Mañana, tal vez.
— Lo he intentado… Oye –añadió, como si se le acabase de ocurrir la idea-. No
sé si sería buena idea que Ricardo supiese nada.
— ¿Por qué? –preguntó molesto-. Solo era un juego. ¿No?
— Desde un principio él no se lo tomó bien.
— Desde un principio –le corrigió, cambiando el portátil de brazo-. Hana se
mostró muy interesada en esos juegos.
— Cómo te he dicho, es algo que no se hace nunca. Y lo están haciendo en un
ambiente entre amigos.
— Lo que me preocupa es que ellas quieran más…
— ¿Y qué pasará si quieren más? Lo que trato de decir es… Seguiremos siendo
gays.
— ¿Ves, Martín? Por eso no estoy tratando de discutir. ¿Solo estáis jugando?
Hacedlo, pero no tiene por qué gustarme.
Lo apartó como quien aparta un pesado mueble y accedió al interior de su
habitación, donde debió encerrarse con pestillo porque tras unos segundos Martín
se rindió y bajó las escaleras de dos en dos produciendo los correspondientes
crujidos. Ricardo salió de su encierro apartando totalmente la puerta y avanzó
hacia el dominio de su amigo. Se dispuso a picar, pero… ¿Qué iba a preguntarle?
¿Qué le respondería él? Sabía lo suficiente y es que habían fingido tener sexo
de alguna manera, Álvaro estaba molesto, pero actuaba como si se sintiese
impotente.
Volvió a intentar picar a la puerta,
logrando solo que su mano formando un puño temblase sin llegar a moverse. ¿Qué
había visto o escuchado Álvaro? ¿Tal vez no había visto nada pero se había
enterado por una de ellos? ¿Por qué no lo buscó para contarle de lo que se
había enterado?
Sus pies se movieron solos, o mejor
dicho, en el fondo de su ser quiso alejarse de la puerta y bajar. ``No´´ se corrigió ``Quiero pillarlos desprevenidos, hagan lo que hagan. Pero esos malditos
escalones…´´
Entonces tuvo una idea. Con cuidado, apoyó ambos pies en el escalón más bajo
produciendo este un suave quejido que sonó tan bajo que no pudo alertar a
nadie. Se sentó sobre el piso adyacente a la escalera y, distribuyendo su peso
entre los pies, su culo y sus manos, fue bajando escalón a escalón. Al
principio lento, produciendo un crujir de los escalones mínimo a su paso, tan
nimio que las voces que procedían de la sala de estar no se llegaron a
interrumpir. A medida que iba descendiendo por las escaleras había menos luz,
como si abajo estuviesen prescindiendo de ella. Tardó dos largos minutos en
llegar abajo del todo, poniéndose en pie con sumo cuidado y acechando como un
espía, pegado a las paredes. Las luces de la sala de estar estaban apagadas, y
en la chimenea ardía unas brasas que, junto a unas velas repartidas a modo
decorativo, alumbraban pobremente el salón.
Se mantuvo cerca de una puerta que
dirigía al sótano, debido a que si subía las escaleras se delataría. Y aunque
desde donde estaba podía oír –no sin esfuerzo- lo que hablaban desde el sofá,
si cualquiera de ellos se levantaba para dirigirse a la planta de arriba o a la
cocina, podrían pillarlo de lleno. Asomándose por el límite de ese cubículo que
unía la cocina, con escaleras, con la puerta que daba al oscuro sótano y hacia
la sala de estar, descubrió para su sorpresa a Martín y Sebastián en un sofá y
Gricel y Yohana en el suelo, sobre la alfombra que tapaba el suelo de toda la
estancia.
— Reconozco que me quedé con hambre con lo de la nata –escuchó decir a Yohana,
con cierto aire coqueta.
— ¿Voy a por más?
— Menos broma, que te quedas sin plátano.
Los cuatro rieron.
— Voy a la cocina. ¿Queréis algo? –preguntó Sebastián.
— Coca-Cola –solicitó Gricel, abrazándose las rodillas.
— Tráeme una cervecita, pero en lata –dijo Yohana.
— Otra para mí –concluyó Martín.
Unos pasos descalzos fueron siguiendo su recorrido hasta la cocina, sin
encontrarse Sebastián nada destacable por medio. Encendió la luz en la cocina y
no tardó en volver con cuatro refrigerios, dos de ellos con alcohol, apagando
de nuevo la luz al salir. Ricardo salió por la puerta del sótano hacia su zona
de espionaje, con el corazón a mil.
Se preguntó para sus adentros como los
cuatro podían aguantar en ropa interior. También se dijo a sí mismo que si
seguían así, se acabaría marchando por el aburrimiento. El ruido del viento
dificultaba que pudiese escuchar nada, por suerte al creer que estaban solo
hablaban bastante alto.
La mayor ventaja de la poca
luminosidad es que se centraban en ellos cuatro y Ricardo, que estaba sumido en
las sombras y lejos de las fuentes de luz, pasaba desapercibido incluso si
ellos miraban hacia allí.
— ¿Quién empieza? –preguntó Martín.
— Yo –se ofreció la pareja de Ricardo-. ¿En sentido de las agujas del reloj?
— Sí –contestó Martín.
— Sí tuviésemos que repetir lo de la habitación otra vez, bajo las sábanas…
¿Volverías a ponerte con Gricel o probarías conmigo? –se estaba dirigiendo a
Martín.
— Es una pregunta difícil.. Me gustaría probar con las dos. ¿Gricel?
La aludida tomó un sorbo de su refresco antes de preguntar, pero Yohana la
interrumpió.
— Tengo otra pregunta, otra pregunta. Que si no se me olvida… -Se dirigió hacia
su amiga Gricel, sentada junto a ella y le presentó la siguiente cuestión-. Si
arriba, bajo la sábana, no hubiese habido ropa interior… ¿Lo habrías
consentido?
— ¡No! –contestó sin titubear-. Claro que no. Si ya lo que hicisteis…
— Lo que hicimos.
— … me pareció pasarse la raya, imagínate sin llevar las bragas. ¡Eso es lo que
te habría gustado a ti! Sebastián… Cuando Yohana comió ``el plátano´´ con ``la nata´´
noté que te estremecías. ¿Te gustó?
— Verdad –se limitó a contestar. Con la luminosidad de la chimenea y las velas
era difícil ver las expresiones de cada uno.
— Pues me toca… Gricel. ¿Accederías ahora mismo a que yo me tapase con una
manta y comerte un plátano bajo ella?
— No, claro que no.
Intercambiaron una sonrisa cómplice entre los dos, como si tras la negativa se
escondiese un significado muy diferente.
— Martín –pronunció Sebastián-. Si Yohana y Gricel se pusiesen a lo perrito
dándote la espalda y tuvieses que comer un culo… ¿Cuál sería?
— ¿Cómo? –preguntó Yohana, sonriente-. ¿Así? –Acto seguido se puso a cuatro
patas, con el culo bien levantado y animó a su amiga para que ella también lo
hiciese. Dos culos quedaron expuestos frente al sofá. El precioso culo de
Gricel y las gorditas nalgas de Yohana con forma de corazón.
Ricardo vio más que eso, estiró el cuello acercándose para evitar que los sofás
tapasen a las dos mujeres a cuatro, siendo observadas por los otros dos desde
el sofá. Entonces pilló de pleno a Yohana coger el hilo de su ropa interior y
apartándolo para dejar ver lo que escondía. La poca visibilidad no dejó ver
demasiado, pero hasta Ricardo desde tan lejos, pudo verle el coñito a su novia.
— Que pregunta más difícil… -reconoció el aludido, agachándose frente ambos
traseros.
— ¿Cuál te gusta más? ¿Es el mío? –preguntó Yohana coqueta.
— No, es el mío –le incitó Gricel, moviendo melódicamente su retaguardia.
— Este. Me comería este –contestó finalmente Martín. Ricardo no vio como el
dedo índice del homosexual patinó sobre el surco vertical que formaba la vagina
bajo la ropa interior de Gricel. El dedo, travieso, presionó contra el agujero
estirando la tela de su braga introduciendo entre sus labios carnales medio
dedo. Al sacarlo, estaba húmedo, pero la tela le había protegido de ser
impregnado por sus secreciones vaginales. Si hizo lo mismo con Yohana… Ella ya
se había encargado de que no hubiese ropa interior de por medio.
Ricardo vio como Yohana se volteaba, aún a cuatro patas, con los lentes mal
colocados y ella mordiéndose el labio. Se sintió frustrado, pues solo había
visto a Martín arrodillado –dándole la espalda- ante ambas mujeres. Lo único
que había visto con nitidez era lo que había tocado de Gricel.
— Yohana –recordó Gricel al percatarse de que su amiga miraba al amigo de su
marido con una expresión abstracta-, te toca.
— Gricel… Si tuvieses que hacer un trio. ¿Con quién lo harías? Con Álvaro y…
Fue evidente que se refería a cualquier a de los presentes.
— A Sebas, que aún no lo he probado –Le lanzó un beso a distancia.
— Que pervertida –la catalogó el aludido.
— Sebas… ¿Es verdad que se te puso dura mientras te restregabas contra Yohana?
— Verdad –contestó, cortante.
Una mirada cómplice entre ambas terminó con las dos sonriendo.
— Gricel –La voz de Martín sonó contundente y directo, como si no tuviese que
pensarse demasiado su pregunta-. ¿Te gusta duro o suave?
— Ambos… Pero para variar prefiero duro.
Ricardo pensó varias veces en interrumpir aquella conversación, o al menos, hacerles
saber que estaba ahí. Las preguntas iban todas dirigidas con una naturaleza
heterosexual. ¿No era evidente que estaban coqueteando los cuatro? ¿Por qué
toleraba que pasase aquello?
¿Por qué no subía las escaleras y se
desentendía de todo aquello? ¿Cómo podría volver a mirar a Yohana a los ojos
tras verla actuar de aquella manera?
Al final, espiando sin que nadie más se percatase y sin la necesidad de actuar
de una manera u otra, su verdadera manera de reaccionar ante todas aquellas
cosas fue permanecer inmóvil, escuchando y teniendo la sensación de que muy
pronto dejarían las palabras a un lado ``Soy
patético´´.
De repente, una apresurada marcha de
ambas mujeres hacia la cocina por poco provoca la pillada infraganti de
Ricardo, que le faltó tiempo para atravesar la puerta hacia el sótano y casi
termina rondando por las escaleras hasta la parte más baja de la casa.
Asomándose a la puerta, la cual sin que ellas se diesen cuenta al tiempo que
pasaban frente a él, escuchó a su pareja decir:
— No sé si pueda aguantar mucho más.
— Pero disimula un poco –replicó riendo, justo cuando cruzaban el marco de la
puerta y accedían al interior de la oscura cocina y encendían la luz
Ricardo tuvo que afinar el oído para escuchar lo que decían dentro, sin salir
de nuevo a la cuadrada salita que unía los cuatro puntos de la casa.
— Ya te dije que había algo raro en ellos. Como que son bisexuales.
— No son bisexuales –Gricel expresó su desacuerdo mientras agarraba algo de la
cocina-. Solo están jugando. Ya te gustaría a ti que no lo fuesen. Solo es un
juego –repitió.
— Sé que solo es un juego, pero me pone la idea de… Oye. ¿Dónde estará Ricardo?
``Ahora se acuerda de mí la desgraciada´´
pensó con rabia. Alcanzó a escuchar las voces de Martín y Sebastián, procuró
escuchar sin éxito. Hablaban mucho más bajo y encima, desde la puerta del
sótano, no alcanzaba a descifrar su conversación.
— Estará durmiendo. ¿Qué crees que diría si nos viese con tan poca ropa?
— Rabiaría a más no poder, y me gusta, quiero decir… No todo el tiempo puedo
ponerlo celoso de esta manera. No como Álvaro, eso está claro.
— Sigo diciendo que esto va a pasarte factura. No deberías provocarlo tanto.
— ¿No lo estás haciendo tú con Álvaro?
— Yo lo he hablado con Álvaro, varias veces.
— Ricardo sabe que solo es un juego.
— Eso no quita que consienta esto.
— Solo nos lo estamos pasando bien entre amigos… -repitió, como si esa fuese su
única respuesta. ¿Cuántas veces se habría repetido esa excusa a sí misma?
De la cocina salieron cada una con dos latas para refrescar sus gaznates dejando
la luz encendida. Susurrando cosas que Ricardo no alcanzó a escuchar se
reunieron de nuevo en la zona de los sofás. De su escondite en la entrada del
sótano el novio de Yohana salió a ritmo precavido, asomándose de nuevo. Allá
empezaba todo de nuevo.
17. Desde diferentes puntos de vista
(Sábado 19.02h)
Click, Clock, Clack, Cluck… Cuatro
latas fueron abiertas a destiempo con sus característicos sonidos de obertura.
Seguían sentadas en el suelo y ellos en el sofá, pero había algo diferente.
Yohana se sentaba sobre su trasero, con las rodillas separadas al contrario que
Gricel, la cual se erguía sentada sobre su muslo derecho permaneciendo con las
rodillas juntas.
— ¿A quién le tocaba preparar la cena? –preguntó Martín.
— A Ricardo y a Gricel –preguntó Yohana-, pero no creo que mi novio tenga
muchas ganas de hacer nada –adelantó, vaciando media lata de un largo sorbo de
cerveza.
— Pues alguien la tendrá que preparar. Yo puedo ayudarte, Gricel.
— Gracias, guapetón. Aunque es muy pronto. ¿No?
— Más tarde ya nos ponemos con eso, solo preguntaba.
— ¿Seguimos con las preguntas? –inquirió Gricel, provocando que Yohana se
atragantase al beber.
— ¡Hmm…! ¡No, por favor! ¡No! Vamos a animar el ambiente. ¿Qué tal si
proponemos cosas y… vamos haciendo?
— ¿Con qué normas? –Martín se mostró escéptico-. ¿Dónde está el límite?
— Sería más interesante si no hubiese límite… -murmuró coqueta la gordita mujer
de Ricardo.
— Por mí está bien, no haremos nada malo. Somos cuatro amigos, después de todo…
— ¿Pero? –preguntó avispada la dueña de la idea.
— Ál y Ricardo estarán al caer en cualquier momento. No querréis que os pillen
haciendo nada… raro. ¿No? Además… Recuerdo a alguien diciendo en la habitación
de arriba que se arrepentía.
— Pues procuremos que no nos pillen. Eso lo hará más divertido. Y eso de que me
arrepentí… No volverá a pasar –aseguró ya de pie, dejando la lata sobre la
mesita que solía usar Álvaro para el portátil-. ¿Empiezo yo? –propuso ansiosa.
— ¿Nos podemos negar? ¿A algunas propuestas? Quiero decir… Si son muy subidas
de tono –inquirió Gricel.
— Entonces no tendrá gracia. ¿Qué tal mejor si no podemos echarnos atrás con
nada?
— No te pases, Hana –le reprendió su amiga, que ya se veía venir las
ocurrencias de esta-. La última vez que propusiste algo acabamos los cuatro en
la cama de ellos.
— ¿Estamos de acuerdo con que no nos podamos negar a nada? –Yohana fingió no
escuchar a su amiga.
— ¿Incluso si te digo que salgas desnuda fuera de la casa? –ironizó Gricel.
— Solo puedes negarte a cosas que no sean posibles por motivos evidentes.
— Me parece bien –sentenció el futbolista-. Nada de negarse. ¿Cómo será? Yo
digo lo que tiene que hacer una de vosotras?
— Quien más rabia te dé –Yohana se mostraba emocionada. El timbre de su voz
delataba cierta excitación.
— ¿Incluso si te pido que sea conmigo?
— Claro. ¿Por qué no?
— Eso claramente puede beneficiarme…
— Es la idea… ¿No? Lo hacemos en el orden que seguíamos jugando al póker. Así
será más divertido. Y si os da vergüenza, podéis susurrar a la persona lo que
hay que hacer. Los que no estén vinculados a la propuesta tendrían que respetar
eso hasta que acaben. ¿Quién empieza?
— Yo –chilló Martín, alzando sutilmente la mano derecha con una sonrisa
traviesa-. Te la sigo guardando por lo de la manzana.
— ¿Y qué vas a hacerme?
Para sorpresa de los tres, Martín se incorporó de su asiento acercándose a la
mujer de Ricardo y le susurró largo y tendido algo al oído.
— Empiezas fuerte…
Gricel no pudo evitar ver la erección, o el aumento evidente de diámetro, en el
calzoncillo de Martín. La agarró de la mano y jaló de ella mientras la dirigió
a la cocina, la cual había quedado con la luz prendida.
— ¿Qué vamos a hacer aquí? –la pregunta de Yohana terminó de producirse entrando
en la sala. De repente, sin que pudiesen oír nada más, cerró la luz.
— No nos queda otra que quedarnos aquí, aburridos. ¿Verdad? –preguntó
Sebastián.
— Puedes retarme a algo, si quieres –farfulló tímidamente Gricel.
— Hazme un masaje –Antes de terminar de decir aquello, ya se había estirado
boca arriba.
— No puedo negarme ni aunque quiera –bromeó Gricel, sin dar motivos para pensar
que hiciese aquello a desgana. Arrastró sus rodillas sobre la alfombra y se
plantó sobre ellas ante el cuerpo de Sebastián-. ¿Un masaje de la parte de
delante?
— Sí…
Las manos de Gricel empezaron a mecerse sobre sus hombros, sus clavículas, su
torso y su ombligo. Permaneció un rato, en silencio, acariciando esas partes
con una suavidad relajante, con la punta de sus dedos.
***
La cocina estaba sumida en una oscuridad relativa, con una frágil y tenue luz
lunar que entraba por la ventana y alumbraba mínimamente la estancia. Martín y
Yohana no podían verse, solo intuirse como contornos que se movían. Había un
sentimiento de morbo en la intimidad de aquella pobre luminosidad.
Tras haber apagado la luz, ambos en
ropa interior quedaron encarados justo delante del fregadero, teniendo la mujer
con gafas el culo apoyado sobre la encimera de madera. Martín se veía alto,
esbelto y atlético, pero solo era una mancha oscura frente a ella. Los
cristales de la ventana, helados y empañados, eran el principal foco de luz y,
en el otro extremo, la luz de las velas y la chimenea que procedía del comedor,
en medio solo habría penumbra.
Martín y Yohana se percataron, cada
uno por su cuenta, que alguien miraba desde la puerta. No supieron si era
Gricel, Sebastián… O incluso Ricardo o Álvaro. Podrían haberse sentido
intimidados por ser observados, pero al final terminó dándoles igual.
— Pueden ver todo lo que hagamos… -avisó Martín, muy pegado a ella. Yohana
sentía el bulto del calzoncillo rozar con su muslo y su entrepierna, como si
fuese intencionado.
— Lo sé… -contestó en voz alta, como él.
— Y pueden escuchar todo lo que digamos…
— También lo sé.
— ¿No te importa? ¿Lo hago?
— Véngate de una vez… Fue todo lo que dijo.
Pese a que lo esperaba, le chocó de todas maneras sentir la mano de Martín en
la cabeza, forzándola a colocarse de cuclillas. Lo sintió bajarse los
calzoncillos frente a ella y tuvo la sensación de que la tenía bajada. Entonces
cogió algo de la encimera: Un plátano, y lo peló.
— ¿Esta es tu manera de vengarte? –preguntó con voz melosa, tratando de sonar
cautivadora.
— Calla y chupa el plátano… Date prisa.
— ¿Cómo? –La mano de Yohana tanteó en la oscuridad, ascendiendo por la pierna
de Martín hasta alcanzar e identificar el plátano, lo sostuvo con la mano-.
¿Así? –preguntó lamiendo toda la fruta cilíndrica.
— ¿Qué diría Ricardo si te viese así ahora?
— Que… -dijo, chupando la punta del plátano y absorbiendo con sus labios buena
parte de él. Su voz sonaba pastosa, como si estuviese chupando una buena
polla-. Solo estoy comiendo un plátano.
— ¿Y cómo está?
— Bueno… Pero me lo esperaba más grande.
Junto con el plátano que sostenía en alto, a la altura que se reflejaba la luz
proveniente de la ventana, apareció una segunda forma cilíndrica. Una sombra
más grande y consistente, de la cual provenía un olor que tardó en reconocer
pero la volvió loca.
No solo fue la fragancia, sino el
hecho de haber logrado que se le pusiese dura. La mano de Martín tanteó su
cabeza y, sosteniéndola, la hizo desviarse del plátano para atraerla hasta su
miembro. Empezó a chupar el glande al ritmo de marcaba aquel hombre tan
dominante, hasta el punto de que el verdadero plátano se le cayó al suelo con
un sonido sordo, permaneciendo solo y olvidado.
La lengua de Yohana buscó transmitir
lo que sentía, paseándose por los testículo, besando su peludo pubis,
lamiéndola toda y tragándola. Notó varias veces la bolsa escrotal golpeando su
barbilla, y era una polla tan grande como para que le doliese la mandíbula por
forzarla tanto.
— ¡Ahhh! –gimió Yohana con una exagerada exclamación, tomando distancia para
poder resistir. La saliva caliente se le acumuló sobre las tetas y en el
cuello.
— ¿Qué haces? ¿Por qué paras de comer? Sigue tragando… -Martín la invitó a
seguir chupando, y ella siguió. Dejando que aquel glande, seguido del prepucio,
se follase su boca.
Eran dos siluetas en la oscuridad y eso es lo que vería quien fuese que espiase
desde fuera… Una silueta follándose la boca de la rellenita tetona, eclipsando
ambos la luz lunar.
***
Ricardo observaba atónito como su mujer se había dejado arrodillar, había sido
testigo de la supuesta erección de ese mariquita y como esta le estaba
aplicando un sexo oral que ni él mismo había recibido de ella.
El contorno del cuerpo de Martín se ensañó con la figura oscura de su novia,
como si le diese un placer indescriptible follarse su boca. ¿Por qué no
interrumpió aquello? Porque una parte de él sabía que eso no iba a terminar
ahí… Y esa misma parte de él, masoca e insufrible, quería saber hasta donde
podía llegar su mujer.
***
Gricel se mordió el labio, tratando de ignorar con la mirada cierta erección
limitada dentro del calzoncillo. Incluso de refilón le parecía grande, y
mientras masajeaba, su mano más cercana al bulto parecía con consciencia propia
intentar rozarlo de la manera que fuese. Cada vez más cerca, cada vez menos
distancia… Y el bulto dejó de crecer, pues en perpendicular ya había alcanzado
su máximo tamaño amenazando con hacer explotar el calzón.
— No pares… -susurró Sebastián.
— ¿Con el masaje? O… -preguntó, traviesa, Gricel. No sabía hasta qué punto
había pasado la raya, pero su mano se coló por debajo del boxer y agarró con
firmeza el miembro.
— ¿Sigo? –No obtuvo respuesta, por lo que se limitó a mantener el agarre del
miembro. Ardía en la palma de su mano, sentía su pulso vibrar contra ella.
Pegó un bote al sentir dos dedos acariciar su vagina por fuera de sus bragas y
por autoreflejo le agarró por la muñeca. Los dedos no parecieron tener la
intención de detener su privilegiado tacto y clavaron sus uñas tratando de
rasgar la tela.
Gricel abrió la boca, pero no gimió.
Lo silenció. Que Álvaro y Ricardo podían estar mirando fue lo primero que se le
pasó por la cabeza, pero no dijo nada; al contrario, su mano –la que sostenía
el pene- empezó a acariciarla, desde el prepucio hasta los testículos y
viceversa, a un ritmo extremadamente lento.
— Oye… -le espetó con un voz temblorosa tan bajo como suave-. La del masaje soy
yo –Sebastián calló, sus dedos apartaron la tela y se clavaron cálidos en su
vagina-. Sebas… -puso los ojos en blanco y volvió a morderse el labio inferior.
Los dedos alcanzaron punto muy sensible y placentero al curvarse como si fuesen
un garfio. Sus piernas femeninas amenazaron con ceder y desplomase-. Te
recuerdo que soy una mujer…
La mano libre de su amigo la agarró de la cabeza y la condujo sin miramientos
hacia su cara, como si pretendiese besarla, pero no lo hizo. Se miraron a los ojos,
ella aumentó ligeramente el ritmo de la paja.
— No me gustan las mujeres… Pero me gusta como se siente tu mano ahí.
``Será mentiroso´´ pensó no por ello
menos excitada ``No me toca como alguien
sin experiencia…´´ Lo que más cachonda la ponía es que ni su marido en sus
mejores días la tocaba de esa manera. ¿Cuánto hacía tiempo que no se sentía
agasajada de esa manera?
— ¿Te gusta esto? –Recibió un lento y parsimonioso movimiento afirmativo de
cabeza. Los dos dedos se enterraron más profundo en ella.
— ¿Puedes usar la boca?
— Sebas, cariño… -``Quiero hacerlo, no me
hagas esto´´-, esto sí sería traicionar a Álvaro…
— Solo la puntita. Soy gay, no significa nada. Somos amigos…
— Eso no arregla nada… Quieres que te la chupe.
— Chúpamela… No tiene porque enterarse.
— Puede estar mirando…
— Pues que mire…
— No…
La mano libre de sebas la aferró por el cabello y jaló de él hacia aquel mismo
miembro que masturbaba. Al principio ofreció cierta resistencia, y el ritmo le
dio la opción de rehusarse, pero por algún motivo quería.
— Solo una vez… Y tan solo la puntita –dijo justo antes de besar el glande sin
dejar de pajearlo.
Era un tamaño impresionante, sin prácticamente caberle en la boca. Claro que su
boca era pequeña, pero aún así seguía siendo era grande. A Gricel le gustó el
sabor… Era fuerte, sabía a pene. Le encantaba ese olor salado, como si lo
llamase. La hacía desearla entre sus piernas. Quizás no fue por la polla en sí,
sino porque Álvaro y ella no solían hacer aquello.
Fue una paja lenta, con un beso
sosegado y paulatino del extremo de ese mástil. Como si su lengua limpiase el
orificio de salida, mantuvo la punta de su lengua ahí, recibiendo en ella el
líquido preseminal que iba rezumando al pajearlo. Le encantó la reacción tan
tierna de Sebastián, haciéndole pensar nuevamente que no parecía tan perdido en
compañía de una mujer. Incluso cuando quiso más y jaló de su nuca para que
chupase más, y más, y más…
—Ahhh… -gimió él, como si estuviese a punto de correrse.
Escuchó ruidos, o gemidos, o las dos cosas, provenir de la cocina. Eso la puso
aún más cachonda, con esos dedos aplicar movimientos sexuales en su clítoris.
``Álvaro puede estar mirando…´´ pensó
``¿Y cómo explico esto?´´ volvió a
meditar ``Le estoy ayudando a
experimentar nuevas formas de placer. Mejor que sea conmigo que con una
desconocida´´ se recochineó para sus adentros, mientras aquella polla
difícilmente conseguía follarse aquellos labios.
La mamada no tuvo variaciones.
Durante un buen rato, largo y tendido, le pajeó sin alterar el ritmo ni hacer
más que chupar aquel fresón púrpura hasta que, en algún momento, se dio el lujo
de chuparlo todo, desde los testículos –algo que le hizo estremecerse por
completo- hasta la punta rebosante de líquido preseminal de Sebastián que este
botaba como un loco.
***
Con equilibrio tambaleante, le femenina silueta se trató de poner en pie y le
dio la espalda, apoyándose de codos contra la encimera de madera. La silueta
alta y esbelta agarró con dos manos unas caderas gorditas y se juntaron.
— Sabía que conseguiría ponértela dura…
— Me he metido en el papel.
— Vaya gay que se empalma con una sucia gordita.
— Vaya amiga que provoca al gay de su amigo.
— ¿Vas a meterla?
— El reto era darte de comer una pieza de fruta.
— No me jodas, Martín –estalló, impaciente-. Mi boca quiere tu plátano.
Clávamelo hasta el fondo…
— ¿Qué boca?
— Esta… La de abajo –concretó segundos después.
— ¿Seguro? –La silueta varonil le restregó contra las nalgas algo, pero en
lugar de introducir nada se arrodilló frente a las dos poderosas nalgas, las
separó y enterró la cara entre ellas. Haciéndole soltar un alarido de placer.
— Bffff ¿Q... Qué haces…? E… Ese agujero… N…¡No! Martín… Vaya lengua… Ufff
¡Martin! –Unos sonido mojado y sucio delató algo entrando y saliendo de un
sitio pringoso.
— Esta manzana ya me gusta más. Está muy… Líquida… -Tras decir eso, las dos
siluetas se sumieron en un incómodo silencio. La sombra femenina se erizó,
tensándose de pies a cabeza y colocándose de puntillas.
— Martín… Oh, Martín… Clávamela. No aguanto más.
La silueta del hombre, tras la de la mujer, se puso en pie de nuevo con
lentitud y escurrió una dureza oscura contra las sombrías nalgas de la mujer.
— Ricardo puede estar viéndonos…
— Me da igual, hazlo…
— Puedes quedar embarazada…
— No, solo… Solo vas a meter tu plátano en mi boca.
Plas, plas, plas… Aún con el miembro
enterrado en la raja de su trasero, la embistió con sus caderas como si se la
estuviese follando. Si Ricardo se asomaba y veía la escena, fácilmente podría
malinterpretarlo y llegar a la conclusión de que ambos follaban, sin embargo.
Era el ruido, los choques de carne, los gemidos…
— ¡Ah! ¡Umm! ¡Ahh! ¡Ahhh! ¡Ohh…! –sollozaba la mujer con cada embestida, que
resonaba hasta el comedor-. No puedo más, Martín. ¡Clávamelo! ¡Mete tu plátano
en mi boca!
— ¿Estamos jugando aún o hablas en serio? –La silueta de Martín se separó y
agarró su cilindro, restregándolo contra unos pétalos de carne.
— Hablo en serio…
— Entonces… ¿Quieres que te la meta? ¿Sin condon?
— Sí. Méteme el plátano hasta el fondo… ¡Hmmmm! No entra… Me vas a partir.
Madre mía… ¡Ahhh! –el gemido final fue complementado con un choque de carne.
Las caderas de Martín cogieron carrerilla y se produjo otro choque. Y luego
otro.
PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS…
— Oh, señor… ¡Hmm! Maldita sea ¡Ahhh! … Llevaba tanto tiempo… ¡Uff! ¡Hmm! Que
rico está el plátano…
— Tu manzana va a acabar llena de zumo de plátano…
— No me digas eso, que acabamos de empezar…
La figura de sombra de Martín sostenía las caderas de la mujer rellenita, las
gafas amenazaban con caérsele desde su nariz. Apoyó todo su torso en la
encimera mientras el sonido sucio de aquel chapoteo resonaba por la oscura
cocina.
— ¿Quieres el zumo de plátano o no? –Chop,
chop, chop, chop…
— Sí… Lo quiero dentro –Musitó cachonda perdida incapaz de rechazarlo.
Entonces se apartó de ella y sacó el cilindro de carne de la empapada manzana.
Dejándola temblorosa y con riesgo de caerse de lo inestable que se sentía.
— ¿Cómo se te ocurre parar…? Te voy a matar.
— Venga, va… Volvamos. Que nos van a pillar. De eso ni una palabra…
— Yo solo he venido a la cocina a comerme un delicioso plátano –contestó Yohana
cómplice, pero molesta. No se lo iba a perdonar.
***
Sebastián movía las caderas como un loco, temblaba. Parecía estar cercano al orgasmo.
Gricel sacó la lengua y ordeñó aquella polla con un fuerte apretón, como si le
estuviese ordenando disparar contra ella. En ese momento escucharon pasos y el
calzoncillo volvió a esconder la dureza de Sebastián. Este se esforzó por
disimular, abrazando sus rodillas.
Martín se presentó frente a los sofás
el primero, con una radiante sonrisa y aparentemente satisfecho. Yohana,
colorada y molesta, se sentó al lado de Gricel. A esta última no se le escapó
el detalle, incluso con la baja luminosidad provocada por el crepitante fuego,
las gotas que resbalaban entre sus muslos y que trató de disimular abrazando
sus propias piernas.
— ¿Qué mosca te ha picado? –preguntó Gricel por lo bajini.
— Me ha dejado a medias…
— Se la he chupado a Sebas –le destripó al oído Gricel, interrumpiéndola.
La pareja homosexual permaneció sentada junta, también manteniendo también una
conversación entre susurros.
— Ya te digo que estos dos tienen de gays lo que nosotras de monjas. ¿Ves cómo
siempre tuve razón al sospechar?
— Que sí lo son… Solo están probando cosas nuevas. Y les estará gustando.
— Ya te digo que si va a gustarles… Tú no te cortes y piensa cosas para
exponerlos.
— ¿Cosas como qué?
— ¿Has pensado ya en algo, Hana? –La pregunta de Martín fue pronunciada como si
la estuviese retando a algo.
— Sí… Te reto a estirarte boca arriba sobre la alfombra y no tener una
erección.
Martín dejó escapar una risita presuntuosa antes de estirarse donde le había
indicado.
— Necesito tu ayuda –le pidió su amiga, jalándola de la muñeca la hizo ponerse
en pie.
Sin previo avisó, le bajó las bragas hasta dejarla desnuda de cintura para
abajo. No le dio tiempo a quejarse, porque la hizo pisar a los lados de Martín,
clavando sus pies descalzos entre los brazos y sus costillas.
— Ponte de cuclillas –le había ordenado, jalando de su muñeca hasta que ella
simplemente se dejó hacer.
La vagina de Gricel, mojada y hambrienta por un largo día de juegos subidos de
tono, se mantuvo a un par de centímetros del rostro de Martín.
— No te muevas –le pidió su amiga, mientras se sentaba sobre el miembro morcillón
embutido en los boxers-. ¿Tardarás mucho? Más vale que no se te levante o
acabará medio metida donde yo me sé…
— ¿Qué clase de reto es este? –preguntó Martín, riendo con tranquilidad-. Aunque
reconozco que me gusta la idea.
— ¿Te gusta? –preguntó Gricel, abriendo la boca sorprendida-. ¿Debería
sentarme, Hana? Para callarle la boca un rato.
— Eso ya lo dejo a tu elección –La tentación fue demasiado grande, no quería
arrepentirse de haber tenido aquella oportunidad y haberla desaprovechado, por
lo que dejó caer sus caderas y sintió la boca enterrada bajo su vagina. Un
calambre de placer recorrió su parte baja y, por un momento, le fue imposible
recular, pero lo acabó haciendo. Manteniéndose separada de esa boca.
Al contrario que Gricel, Yohana permanecía con su ropa interior aplastando con
ella el miembro pachucho de Martín. Poco a poco se fue endureciendo e
imponiéndose, ofreciendo resistencia a Yohana y haciéndola removerse inquieta.
— Que poco ha durado –repuso Yohana-. Creo que cada vez se les pone dura más
rápido. Muy gays pero no hacéis asco a vuestras amigas…
— ¿Entonces ya está, no? Ha perdido… -dijo Gricel incómoda, apartándose del
rostro de Martín y colocándose de nuevo la ropa interior.
No le había molestado dónde había estado colocada, no. Había sido la compañía,
o el mero hecho de no poder estar solos.
— Sebastián… -gruñó Yohana, molesta, por haber sido interrumpida de nuevo.
— Sebas ya propuso algo… mientras no estabais –Le lanzó una miradita discreta
al recién mencionado-. Me toca a mí.
— Vaya vaya. ¿Qué pediste? –preguntó Martín con una sonrisa sinuosa. Su
acompañante se limitó a reír despreocupadamente-. ¿Qué vas a pedir, Gricel?
— Me voy a vengar por esto que me acaba de forzar a hacer Hana –anticipó
dirigiéndose a todos, y luego se enfocó en su amiga-. Bájate las bragas,
apóyate en la pared de la chimenea y mastúrbate.
— Así sin más no puedo.
— No puedes negarte –le recriminó con dureza-. Martín, ayúdala.
Obedeciendo, Martín la hizo levantarse y la guio para que quedase apoyada
frente a los tres.
— Aún tiene las bragas puestas… -Acabaron tibantes entre sus tobillos-, azótala
–La mano de Martín dejó roja su nalga derecha, haciendo vibrar sus carnes y sus
labios vaginales entre ellas- Otra… Agárrala del pelo. Dale otro azote…
Martín, con suavidad, enredó sus uñas en la coleta de Yohana y tibando de su
pelo la azotó de nuevo.
— Métele dos dedos… Bien hondo.
Sirvieron para la demanda los dos dedos más largos en la mano del verdugo a las
órdenes de Gricel. Las largas y delgadas extensiones de la manaza de Martín se
enterraron, o mejor dicho se sumergieron, entre las inundadas carnes sedosas de
Yohana. Le fallaron las piernas y cedió a su propio peso, arrodillándose con el
culo bien alto.
— Dale duro con tus dedos –Y la demanda fue realizada. Martín clavó una y otra
vez los dos dedos hasta los nudillos, sacándolos hasta las uñas y volviéndola a
empalar. Apuñalándola placenteramente una, y otra, y otra vez. Botaba numerosas
y diminutas gotas de néctar transparente
sobre la alfombra, que se escurría entre sus muslos y los dedos de Martín.
De repente paró, dejándola desatendida y temblorosa sobre sus rodillas.
— Ahora me toca a mí… -dijo Martín-. Vamos a encerrarnos en mi cuarto y vamos a
fingir que lo hacemos los cuatro. Escandalosamente, que sea tan evidente que
tengan que venir a preguntar que pasa. Y cuando pregunten que hacemos… Les
diremos que estamos follando.
— Pero no lo estaremos haciendo… -repuso Gricel.
— Obviamente no.
— Capaz y tirarán la puerta abajo…
Que fuese invierno y el frio presionase contra las ventanas y la misma casa no
impedía que la tensión en el ambiente fuese irrespirable. Los cuatro parecían
estar a punto de hacer una locura, cada uno por su cuenta. Martín se levantó y
agarró a Gricel por la muñeca, tirando de ella hacia las escaleras.
— No puedo creerme que vayamos a hacer esto –se sinceró en voz alta, con el
crujir de los escalones bajo ella.
— Estás a tiempo para echarte atrás… -Pese a sus palabras, el agarré en la
muñeca de Gricel no se aflojó, tampoco redujo la marcha siendo el primero en
meterse en su habitación.
Sebastián y Yohana entraron los últimos con un andar apresurado. La puerta se
cerró poco antes de se accionase el cerrojo. Toda la casa permaneció durante
unos segundos en un solemne y sepulcral silencio, únicamente alterado por el
silbido del viento. El pasillo de la segunda planta permaneció carente de
sonido alguno, iluminado por las lámparas perpetuas, hasta que unos crujidos
provocados por los escalones alteraron ese silencio.
18. Cariño… Es exactamente lo que
parece (Sábado 19.47h)
La alcoba estaba tristemente iluminada, a los pies de la cama
matrimonial residía la inmutable columna de madera que caracterizaba la
habitación. Ambas mujeres estaban sentadas sobre el borde del colchón, mirando
a sus amigos homosexuales. En algún momento sus miradas picaras se desviaban
inevitablemente más abajo, donde unos bultos morcillones eran estrangulados por
sus calzoncillos, con unos tamaños que prácticamente podían partirlas por la
mitad.
— ¿Cómo lo hacemos? –preguntó Yohana-. Vamos a fingirlo… ¿No?
— Primero vamos a decidir quién hace pareja con quien –dijo Sebastián, sin
quitarle el ojo a Yohana.
— Yo voy a hacerlo con Gricel –eligió Martín, reaccionando su bulto a sus
propias palabras inflándose un poco más, despegándose de su propia cadera.
Gricel miró al amigo de su marido. En aquella casa todos eran amigos, pero su
marido y Martín compartían un vínculo especial. Podía asegurar, sin dudarlo,
que eran mejores amigos. Incluso si con Ricardo tenía una creciente relación
que implicaba su interés mutuo por los ordenadores, aquel grupo de seis había
empezado con ellos dos. Se habían conocido jugando a futbol, pero su amistad
iba mucho más allá: Bicicletas, cine, playa…
De la misma manera que para Gricel,
Martín era tan amigo suyo como Yohana, y eso que la conocía desde hacía mucho
más tiempo. Pensar en hacer algo con él era sucio, pero cuando se paraba a
estudiar lo que sentía, resultaba no ser repulsivo. Era… morboso. Prohibido,
por ser su amigo, por ser el amigo de su marido. Prohibido porque había
empezado a sentir una evidente atracción sexual.
— Si lo hacemos sin ropa nos meteremos mejor en el papel.
— Haz lo que haga yo –le indicó Yohana, al entender que se había quedado
paralizada sin saber reaccionar.
La erótica rellenita se desprendió del sujetador –Gricel no la imitó-, y luego
se levantó para desprenderse de sus bragas. Estaban húmedas y cayeron pesadas
sobre la alfombra de pies. Se puso a cuatro patas, sobre sus rodillas y sus
codos, ofreciéndole su sexo a Sebastián.
— Estás a tiempo de irte –le ofreció Martín de nuevo.
— ¿Por qué? –se escuchó decir, confusa-. Solo vamos a fingirlo... –entonces se
levantó y repitió lo que había hecho su amiga. Se desprendió del sujetador y
luego de las bragas, que resultaron estar mojadas. Numerosos hilos
transparentes se resistieron a soltarse entre la tela que caía y sus labios
vaginales. Se puso a cuatro patas al lado de Yohana.
Con su altura, los dos hombres no tuvieron problema. Desprendiéndose de los
boxers quedaron ambas pollas semierectas, apuntando hacia las suculentas
vaginas. Antes de hacer nada más, se arrodillaron ante ellas y las olfatearon
como si fuesen perros. Su nariz, sus labios rozaron con su sexo, haciéndolas
erizarse. Sebastián se levantó tras Yohana y clavó entre los húmedos muslos su
miembro, el cual rozaba por debajo con la famélica vagina.
Martín lo hizo a su manera, diferente,
apoyando todo su falo entre las nalgas de Gricel. La mujer, con Yohana a su
derecha, notó los testículos friccionar suavemente con su vagina, subiendo y
vagando con una lentitud exasperante. Parecía que ambas estaban aguantando la
respiración, como si reservasen fuerzas para el momento en el que fuesen
penetradas.
Yohana fue agarrada del pelo con
suavidad, suspirando alzando su torso desde sus codos hasta sostenerse con las
manos. Sebastián empezó a meter y sacar la cadera, rozando todo su miembro
entre los muslos lubricados de la mujer.
Martín con estilo propio, amasó las
nalgas de la mujer de Álvaro, apartándolas y recreándose con su sexo. En cierto
momento las abrió exageradamente, retrocedió con sus caderas como cogiendo
carrerilla y embistió sin necesitar ningún tipo de penetración.
— ¡Hmmm! –gimió Gricel con sorpresa, saboreando la vibración y el golpe. Martín
repitió, retrocediendo y embistiendo en menos de dos segundos.
La cadencia de Martín y Gricel era baja, lenta y sensual. Golpeaba con su
dureza el canalillo de su trasero, haciéndole soltar pequeños suspiros de
sorpresa, al contrario que Sebastián, el cual literalmente se estaba follando a
una velocidad mayor los muslos de Yohana.
— Métemela ya… -suplicó alzando el culo y enterrando la cara contra las sábanas
arrugadas.
Sebastián, con malicia, se apartó y agarrando su miembro frotó el glande contra
el orificio carnoso de la mujer. Varias veces esta intentó retroceder, buscando
que su vagina tragase aquel falo, pero este se apartaba a su vez y quedaba como
una tonta.
— ¡Hmm! ¡Hmm! ¡Hmm…! –poco a poco, las embestidas sin penetración de Martín se
fueron volviendo más aceleradas y provocativas. Gricel no le pidió que la
penetrase y él no pareció tener la tentación de hacerlo… Pero Gricel se moría
de ganas
— Tengo un problema… Y es que yo me corro rápido. No duro demasiado… -reconoció
Sebastián mientras volvía a follarse los muslos de la regordita.
— Me da igual… Métemela –suplicó Yohana-. Métemela y córrete fuera.
— Me pones muy cachondo, Hana… No creo que me de tiempo a sacarla.
— Entonces, solo métela…
— No te escucho gritar. Si gritas, te la meto…
— No me apetece gritar, solo quiero que me la claves.
— Grita y te la clavo. Demuéstrame cuantas ganas tienes… Vamos a hacer ruido.
Como si pretendiese motivarla, la agarró de las caderas aprisionándolas con
firmeza y empezó a empotrar su parte delantera contra las carnes de Yohana.
PLAS,
PLAS, PLAS, PLAS, PLAS… De unos discretos roces, en la habitación empezaron
a retumbar los aplausos que se producían exageradamente.
— ¡¡Ohh!! ¡¡Así…!! ¡¡Me voy a mear del placer por esa vibración!! ¡No pares,
Sebas! ¡Dame duro! –El choque de carnes hacía vibrar la vagina de Yohana, con
el clítoris estimulado por la follada de muslos de ese hombre… PLAS PLAS PLUS PLOS PLOS CLOS CLOCK CLOCK
CLOCK…
Como si estuviesen follando de verdad, Sebastián la agarró del pelo y la
hizo apoyar la cara contra el colchón. Con el culo bien en alto fue
recompensada con una gruesa y larga polla que, con algo de dificultad, ensartó
sus necesitados labios vaginales. Sus carnes fueron llenadas de un empujón, y
la follada pasó de ser fingida a real en menos de un segundo.
Gricel era consciente de esto,
mordiéndose el labio y sabiendo que era la siguiente. Lo había sabido en todo
momento.
— No quiero que grites como lo hace ella… -Escuchando a Yohana sollozando de
placer a su derecha, con Sebastián a punto de correrse. Martín le susurró al
oído que quería hacerlo silencioso con ella.
Notó el glande besar sus labios carnales, presionar hasta introducir el
prepucio entre su lubricada vagina y penetrarla de una clavada, seca y directa
que la hizo tensarse rígida antes de desplomarse sobre la cama. Era una polla
enorme y provocándole un dolor placentero en el vientre, como si se la hubiese
clavado hasta el fondo y más si es que eso era posible, notó como retrocedía y
aún acabó más profundo. Notó los testículos aporrear su clítoris, pero para
cuando entendía lo que pasaba ya estaba recibiendo la tercera embestida, y
luego la cuarta, y luego la quinta. Era un ritmo más lento comparado con la
frenética follada de Sebastián, que meneaba sus caderas como un mono mientras
Yohana amenazaba con correrse encima.
— ¿Gricel? ¿¡Gricel!? ¿Qué mierda…?
— Estamos follando, amor mío… -dijo con dificultad, lo más alto que pudo-.
Vuelve luego…
— Se siente demasiado bien –farfullaba Sebastián, agarrando a Yohana del pelo y
tirando de él como si fuese su jinete-. Me voy a correr…
— No… Aún no –suplicó ella, pero el frenesí era inevitable y estallando en su
climax aporreó las nalgas de Yohana hasta sacarla y correrse sobre su culo,
disparando una cantidad ingente de semen que la hizo sorprenderse.
— Gricel, no tiene ninguna gracia. ¡Abre la puerta!
— Cuando termine, cariño.
Martín sacó su polla de su interior y la hizo ponerse boca arriba, la sorpresa
de Gricel fue única cuando el hombre al
que había considerado homosexual desde que lo conoció la empaló a lo misionero
y la besó con una excitación que descartaba la curiosidad como motivación.
Con la lengua removiéndose entre sus
labios, intercambiando su saliva y restregándose con la suya propia, Martín
retrocedió y clavó, retrocedió y clavó, retrocedió y clavo…Todo sin dejar de
comerle la boca.
``Este
beso no es de un gay…´´ sintiéndose sucia y a punto de correrse ``Hemos sido engañadas…´´ se decía para
sus adentros, mientras las manos de Martín la agasajaban con caricias en las
tetas, en el culo y en los muslos. Después esas mismas manos-mientras Sebastián
daba la vuelta a Yohana con su polla dura y se la clavaba a lo misionero
también, haciéndole soltar un chillido de sorpresa- rodearon la delgada cadera
de Gricel y la agarraron por las nalgas. Sus dedos, viciosos y pervertidos,
jugaron con su ano, sin darle tregua. Haciéndola sentir follada por los tres
agujeros, y el orgasmo acechaba. Cada vez más cerca.
— ¡Gricel! –escuchaba gritar a su marido-. ¡Gricel! ¡Respóndeme, maldita sea!
–Más cerca-. ¡Voy a tirar la puerta abajo! –Más cerca, se le cerraban los ojos.
Era como una ola imparable.
Las embestidas de Sebastián y Martín se
sincronizaron: Cuando uno levantaba el culo, el otro la estaba clavando hasta
el fondo. PLAS CHOP PLAS CHOP PLAS CHOP
PLAS… Y no hubo una embestida más porque Martín disparó su semilla dentro
de ella, llenándola frenético. Y cada segundo y medio, retrocedía y embestía
con un golpe seco, haciéndola correrse y estallar un orgasmo brutal. No fue por
la fricción, sino por sentirlo dentro, golpeando y disparando lo que le
parecían metafóricamente litros y litros de semen mientras Sebastián seguía
aporreando la vagina de su amiga. El calor en su vientre, inflándola con esa
textura suave y empalagosa.
Su boca se despegó de la suya,
dejándola ida saboreando el orgasmo, con la boca abiertas y apretando los
párpados. Calambres de placer se acumulaban en las caderas y el vientre de
Gricel, con una polla que habiendo detenido su orgasmo seguía goteando unas
gotas solitarias sobre su vagina.
— ¡Gricel, esta broma ha ido demasiado lejos!
— No es una broma… Lo estamos haciendo de verdad –se escuchó decir extasiada y
mareada, aún disfrutando del orgasmo. Se sentía a punto de desmayar, con
calambres y espasmos en la parte baja del cuello. Con Martín duro dentro de
ella.
— ¿Cómo puedes seguir duro? –preguntó Yohana, sorprendiéndole la resistencia
para seguir duro. El chapoteó se interrumpió al instante y sacándosela empezó a
derramar una cantidad notoria de semen (pero no tanto como la primera vez)
sobre su ombligo.
El beso no se interrumpió, mientras los calambres en el miembro viril de
Sebastián derramaban su semilla estos se fundieron en aquel beso, y una vez
dejó de eyacular, rebajó la tensión de su cadera y acabó con su glande medio
metido en la vagina de Yohana, como si no pudiese durar demasiado alejado de
ella.
— ¿Qué está pasando aquí? –se escuchó gritar a Ricardo-. Hana… ¡Hana! ¡Esto no
tiene ninguna gracia!
Pero la aludida no contestó, estaba demasiado ocupada dejándose comer la boca
por el gay. Con un charco albino que derramaba su contenido desde el vientre,
las últimas gotas de semen fueron derramadas directamente dentro de su vagina.
Yohana pudo sentir, sin dar crédito a lo que notaba, como la dureza de
Sebastián volvía a ponerse dura y, una vez estuvo tiesa del todo, con un
proceder silencioso, la agarró de las piernas separándoselas y se la clavó
hasta el fondo nuevamente. Sin dejar de besarse, como dos enamorados dulces y
empalagosos, produjo un chapoteo inaudible. Podía verse el glande salirse de entre
los labios y luego verle empujar clavándosela hasta los huevos.
Martín volvió a venirse arriba,
preparado para penetrar de nuevo a Gricel.
— ¿Cómo has podido correrte dentro?
— No pensaba… Solo quise hacerlo.
— ¿Qué le voy a decir a Álvaro después de esto? –La calló con un beso, la
agarró de las muñecas sosteniéndolas por encima de la cabeza de ella y con las
axilas al descubierto, tuvo el agarre perfecto para reanudar la follada.
Las dos parejas ya no necesitaban hacer un ruido exagerado, y en un relativo,
silencio, los dos coños siguieron siendo follados sin existir una intención
palpable de acabar con aquello.
***
Álvaro y Ricardo permanecían frente a la puerta, pegando las orejas o
intentando ver a través de algún resquicio. Desde los ``aplausos´´ , como los había catalogado Ricardo, o los gemidos
fingidos de Yohana, como había asegurado que era Álvaro, no se había escuchado
nada más. No, no era verdad. Creían escuchar un chapoteo, pero era tan difícil
de oír que no estaban seguros.
— Nos están engañando con esos maricones… -bufó enfadado.
— No nos están engañando, es lo que quieren que creamos. Seguro que se están
desternillando de risa dentro del cuarto.
— Álvaro, les dejamos llegar demasiado lejos. Están follando, no nos respetan.
Esto tendríamos que haberlo cortado cuando empezó.
— Te digo que no… -Álvaro no estaba tan seguro de sus palabras, pero desde
cierto punto de vista sentía que le aliviaba aparentar esa seguridad.
— ¿Y si es verdad? ¿Y si están teniendo sexo de verdad?
Álvaro no quería responder a esa pregunta, así que no lo hizo. Permaneció
callado frente a la puerta, intentando escuchar lo que sucedía dentro de la
habitación. Eventualmente Ricardo acabó rindiéndose y se marchó –no por eso se
le hubo pasado el enfado ni pareciese que fuese a hacerlo.
Al rato, hasta él también perdió el
interés y se marchó, dejando el pasillo nuevamente despejado.
***
Cuatro habían sido la cantidad de veces que Sebastián había acabado sobre
Yohana, sin que hubiese logrado un orgasmo, aparentemente. Martín, en cambio,
había eyaculado una vez y había vuelto a estar duro, ensañándose con el cuerpo
inerte de Gricel que se limitaba a dejarse hacer y a devolverle los besos.
— No sé cómo puedes aguantar tanto –preguntó de repente Yohana, estirada boca
arriba y exhausta. En parte envidiaba a Gricel por continuar siendo follada por
Martín, aunque este no daba signos de estar cercano al final.
— Siempre he podido correrme mucho y repetir bastantes veces…
— ¿Podrías una quinta? –la pregunta fue contestada con Sebastián removiéndose
de su posición relajada, gatear sobre el cuerpo de Yohana y abrirla de piernas
con las rodillas.
Para el asombro de la mujer de Ricardo, el pene en reposo de Sebastián acabó
creciendo de nuevo hasta ponerse dura y, antes de que pudiese reaccionar, se la
clavó. Su sexo, húmedo y exhausto, no produjo queja alguna, pues quería más,
más y más…
Mientras los otros empezaban a follar
de nuevo, con Yohana soltando gemidos por lo bajo. Martín y Gricel decidían que
no llevaba a ninguna parte, saliéndose él de ella.
La habitación se había convertido en un picadero, sin que se hubiese llegado a
producir un intercambio de parejas pero la promesa de que en algún momento no
muy lejano se produjese uno. No hubo culpabilidad ni preocupaciones, sabiendo
que cuando saliesen tendrían que enfrentar la situación con los dos hombres que
rondaban por la casa furiosos como bestias, y preocupados a más no poder.
En el fuero interno de ambas mujeres,
pese a querer disfrutar del momento, de la traición consumada se preguntaban…
¿Cómo diablos iban a justificar aquello? ¿Cómo podía habérseles ido la cabeza
de tal manera?
19. Una
conversación incómoda (Sábado 22.58h)
Álvaro, Yohana, Ricardo y Sebastián aguardaban sentados en la mesa –ya
preparada y lista para servir la cena-, se escuchaba el ruido del extractor en
la cocina, donde Gricel y Martín preparaban lo que iba a ser para todos la
cena. No se dirigieron la palabra unos a otros, y fue tan violento que
Sebastián no pudo –ni quiso- hablar con Yohana.
Sobre las once de la noche, Gricel
empezó a trasladar seis platos a la mesa de sencilla tortilla con condimentos y
acompañantes como queso y jamón. Una vez ya sentados todos –Álvaro y Ricardo se
sentaron juntos- empezaron a llevarse la comida a la boca. El silencio
continuaba resultando incómodo, sin haberse dirigido la palabra desde que los
cuatro fueron saliendo del cuarto a lavarse al baño en grupos de dos. Álvaro la
había visto entrar en su habitación ya duchada con el pelo húmedo, dedicándole una
atrevida sonrisa como si así tratase de rebajar el ambiente. Ni en ese momento
habían intercambiado una sola palabra, durante el rato que a Gricel le llevó
colocarse un vestido sencillo para tapar su desnudez. Por supuesto, cambió toda
la ropa interior que, una vez acabada, la llevó hasta la ropa sucia junto con
toda la que habían dejado desperdigada en el salón.
Yohana, por su parte, se había puesto
unos leggins que dibujaban a la perfección el contorno de sus eróticas curvas,
acompañando ese pantaloncito elástico con una blusa blanca de talla ancha.
— ¿Es que no vais a decir nada, joder? –preguntó Ricardo sin paciencia para
mantener la compostura. Demasiado había tardado.
— ¿Decir… el qué?
— Estabais follando en la habitación.
— Puede ser… -sostuvo Yohana sin retroceder un ápice.
— Hana… Vamos a parar con la bromita que ya está llegando demasiado lejos
–contestó Gricel preocupada-. Queríamos saber cómo reaccionaríais. Como os lo
tomaríais. A decir verdad esperábamos que dedujerais que todo era actuado.
Vamos, era muy evidente –mintió la mujer de Álvaro.
— ¿Es eso verdad, Martín? –El tono de Álvaro era frio como el hielo.
— Claro que no. No hicimos nada, en realidad. Bueno, claro… Si por nada
entiendes chocar mi cuerpo con el suyo para hacer el ruido ese…
— Eres consciente que si me llego a enterar que has hecho algo con mi mujer…
Vamos a acabar muy mal.
— No digas tonterías… Si ni se le levanta con las mujeres.
— Eso es mentira –rugió Ricardo golpeando la mesa con ambas manos al tiempo que
se alzaba-. Te vi en la cocina, Yohana. Te vi con Martín.
Por primera vez, Yohana enrojeció siendo atrapada por sorpresa. Mientras habían
estado en la cocina, habían hablado la posibilidad de que estuviesen siendo
observados pero, en la mente de Yohana, eso no era posible. Porque el crujido
de los escalones era demasiado ruidoso como para haberlo escuchado.
— P… Pues claro que lo viste. Ya lo sabía.
— No mientas –rugió, rojo de la rabia.
— Te vi chupársela a Martín.
— ¿Qué dices? No seas tonto –se defendió-. ¡Si no había luz! Para empezar, no
podías haber visto nada. Y dije cosas… Sí. Solo estábamos jugando… Mientras
comía un plátano –matizó.
— Puede ser, pero vi vuestras siluetas –Ricardo señaló a Martín-. Y él se
empalmó.
— Es verdad que me empalmé… Para hacerlo más creíble. Pero ya se lo expliqué a
Yohana, en mi mente fantaseaba con Ricardo.
— Eso es una sucia mentira y lo sabes. Esto ha ido demasiado lejos. ¿Somos
amigos los seis o no? ¿Queríais probar cosas nuevas y experimentar? Perfecto.
Pero basta de mentiras.
— Bueno, vale. Pues nos pilló follando en la cocina.
— No, no follasteis en la cocina. Lo hicisteis en la habitación. Fui testigo de
todo lo que pasó en el comedor.
— ¿Somos culpables de habernos emocionado un poco con los juegos? Sí –musitó
Gricel, a la defensiva-. Reconozco incluso que me he dejado tocar por Martín y
Sebastián. Pero solo ha sido eso, tocamientos. Si Yohana me tocase ahora no me
haría sentir absolutamente nada, porque no me gustan las mujeres.
— Ál. ¿De verdad piensas que me pueden gustar las mujeres? Te lo habría dicho.
¿No crees? Después de tantos años…
— No sé nada… Lo que escuche en la habitación fue muy real.
— Era la idea… Que pensaseis que era real –insistió Gricel.
— Claramente no pudimos hacerlo mejor.
— Yo tengo una idea mejor… -manifestó Ricardo, volviendo a sentarse. Hizo el
plato de tortilla a un lado de mala gana-. Queríais jugar, os fuisteis
calentando, entre broma y broma os gustó la tontería y subisteis arriba con la
idea de fingir que estabais teniendo sexo. Una vez estuvisteis arriba, fue
demasiado irresistible y follasteis como conejos.
— No digas tonterías, Ricardo –dijo Yohana tratándolo como loco.
— Solo quiero saber la verdad. ¿Qué pasó realmente? ¿Lo hicisteis? ¿No lo
hicisteis?
— Ni tú mismo lo tienes claro –le reprochó su pareja.
— Nos metimos tanto en el papel que casi nos lo creímos hasta nosotras
–argumentó Gricel-. ¿Cómo íbamos a esperar que ellos no se lo crean? Ahora da
igual lo que digamos. Si les decimos que es verdad y que follamos, creerán que
los estamos fastidiando. Y si les decimos que es mentira, no terminarán de
creérselo.
— ¿Y si lo dejamos así? –preguntó Yohana-. Y si lo dejamos en un… Puede que sí.
Puede que no.
El silencio invadió la mesa y lo único que se escuchó era esas dichosas ráfagas
de aire fuera de la casa.
— Me gustaría saberlo –dijo por fin Álvaro-. Mi mujer es mía. No tengo nada
contra las parejas liberales que se acuestan unos con otros, pero yo esa
relación no la tengo contigo Gricel. Y si realmente ha pasado esto… Vamos a dejarlo
como un desliz. Si realmente ha pasado… ya está.
— ¿Y si no ha pasado y te estás montando una película por nada?
El marido de Gricel perdió la paciencia y soltó un chillido cargado de
impotencia.
— Puede –empezó a decir Gricel con malicia. Al principio quería restar hierro a
la discusión, pero por alguna razón estaba echando leña al fuego en ese
momento-… que lo hiciésemos. Y si fuese así. ¿Qué pasaría si me he vuelto
adicta a la polla de estas dos? ¿Cómo no sabes que, si te quedas dormido, no me
iré a su cama? O al revés… Puede que no pasase nada, y te continuemos
fastidiando con eso.
— ¿Por qué? ¿Por qué tomarse tantas molestias?
— Porque me tienes aburrida –dijo directamente-. Te invité a jugar con
nosotros, y aunque fuiste comprensivo y no te enfadaste, no quisiste pasártelo
bien con tu mujer. A decir verdad, Álvaro… Si hubieses accedido quizás los que
habríamos acabado en la habitación de arriba habríamos sido tú y yo, y no
precisamente fingiendo que teníamos sexo.
— También yo te invité a participar y dijiste que no –le espetó Yohana a su
pareja, que parecía visiblemente contrariado-. Luego pasa el tiempo y no me
tocas ni con un palo. Pero la sola idea de que me lo pase bien con ellos dos ya
te repatea. ¿Qué más te da si nos usamos los cuatro para masturbarnos? Eso no
te afecta. Tendríais derecho a quejaros –añadió- si nos tuvieseis sexualmente
satisfechas. O si al menos lo intentaseis. Pero nos veis coquetear con estos
dos… Que por cierto, claro que nos estaba gustando, era la idea, y ya os ponéis
celosos.
— Hay que joderse… Como siempre ya le están manipulando lo que pasa a su
conveniencia.
— ¿Manipulando? –preguntó la regordita, inclinándose hacia su pareja-. Te estoy
explicando porque nos lo hemos pasado bien jodiéndoos. Tonto, que eres tonto.
— Ni se te ocurra –interrumpió Gricel al presentir que su marido iba a
meterse-. Hana tiene toda la razón. Íbamos a pasar el puente juntos, tú mismo
lo dijiste. Pero estamos a sábado por la noche y la mayor parte del tiempo os
la habéis pasado solos y en vuestro espacio. Los dos –sentenció al final.
— Mira… Paso de esto –dijo Ricardo, alzándose de la silla con el plato
de tortilla en la mano-. Haz lo que te de la gana, Yohana. Pero esta no es
manera de solucionar nuestros problemas de pareja.
— Yo también paso… -dijo Álvaro, levantándose también con la intención de
marcharse.
Los cuatro adúlteros permanecieron en la mesa, en silencio. Escucharon dos
pares de crujidos delatar cuatro zapatillas subir los escalones.
— Voy a hablar con Álvaro, en privado –anunció Gricel dejando media tortilla
sin acabar-. Ahora volveré.
— Haré lo mismo con Ricardo –la imitó Yohana, se dirigieron a las escaleras y
buscaron en los pisos superiores a sus respectivas parejas.
20. La conversación (Sábado 23.56h)
Los platos yacían acumulados en el interior del lavavajillas, empañados por el
vapor pero limpios, al fin y al cabo. Ambas mujeres habían logrado reducir la
tensión alcanzada durante la cena, hablando en privado con sus parejas y
haciendo ``las paces´´ si es que se
podía categorizar de ese modo. Siendo la conversación más absurda y ambigua que
sentían haber mantenido, tanto la una como la otra no terminaron de reconocer
haber mantenido sexo con Martín y con Sebastián. Al contrario, defendieron la
versión de que todo era una farsa. Ricardo y Álvaro parecieron aceptar que todo
había sido fingido, fuese por el motivo que fuese. El marido de Gricel, antes
de terminar esa conversación, le repitió lo que le había dicho la mesa. Si en
algún momento se enteraba que Martín y ella habían mantenido relaciones
sexuales a partir de ese momento, ellos acabarían muy mal. Algo parecido le
dijo Ricardo a su mujer.
Era la medianoche del domingo, el
clima fuera de la casa parecía haber aminorado su rugido. La paz parecía
haberse adueñado del salón, reinando sobre la presencia de los seis amigos.
Ambas mujeres notaron a sus parejas, que las acaparaban como si estuviesen
marcando su territorio, mucho más melosos y empalagosos. El minutero del reloj
avanzaba a un ritmo muy lento, y las dos amigas empezaban a sentirse un poco
agobiadas de sentirse tan cercadas por sus novios.
Se morían por decirles que tampoco era
necesario que las acorralasen de esa manera aunque lo cierto era, que en
realidad, deseaban ser acechadas por otros manos muy distintas.
— Voy al baño –avisó Gricel sin poder aguantar más, evadiendo el brazo de
Álvaro.
La falda de su vestido hondeó a su paso por el salón.
— Yo también –anunció Ricardo.
Ambos subieron los escalones haciendo crujirlos a su paso, Gricel se metió en
su propia habitación y luego fue hasta el baño particular que había en la
alcoba. Justo cuando se disponía a cerrar la puerta, el brazo de Ricardo se
interpuso impidiéndole cerrar.
— ¡Qué ha…! –empezó a chillar alarmada, silenciándose al ver que él se lo
solicitaba.
— No grites. Solo quiero hablar contigo.
— Hablar conmigo… ¿De qué?
— Mira… Todos hemos hablado con todos. Sé lo que le has contado a Álvaro
–explicó entrando dentro y encerrándose con ella-. Y él se lo cree.
— ¿Y? –le apuró sin saber a donde quería llegar.
— Sé que tuvisteis con ellos.
— Creía que el tema zanjado –recordó sin acritud.
— Lo que trato de decir… Yohana siempre ha sido una guarra, en el buen sentido,
quiero decir. Mucho apetito sexual, y yo… Como me cuesta decir esto, joder
–Estaba colorado-. Yo… Y… Yo siempre he sido el soso de la relación. No tengo
demasiadas ganas, y me cuesta reconocerlo.
Gricel dudaba sobre si aquello lo estaba diciendo para engañarla y arrancarle
una confesión o si en realidad se estaba sincerando. Prometiéndose a sí misma
no reconocer nada para no perjudicar a su amiga, se mantuvo a la defensiva
cruzada de brazos.
— No es lo que me ha ido contando Yohana. Siempre me dijo que cumplías. No es
que fueras demasiado lanzado, pero cumplías.
— Fue demasiado considerada, faltando a la verdad. En parte –suspiró, y cogió
aire. Como si estuviese haciendo acopio de fuerzas, y volvió a hablar-. Eso que
habéis tenido con Martín y Sebastián no lo he tenido nunca con Yohana. Dudo que
tú lo hayas tenido con Álvaro.
— ¿Y por qué te molesta? ¿Acaso Yohana no tiene derecho a pasárselo bien?
— La quiero para mí –matizó, evitando dar lugar a confusiones-. No quiero
compartirlo. No quiero una relación abierta con terceras personas… Pero sé que
ella desea esto. Cuando estábamos abajo estaba intentando entender que era lo
que pasaba… Es evidente, Yohana y tú queréis pegaros el lote con esos dos.
— Sigo sin entender a dónde quieres llegar.
— No les digas nada de esto, a ninguno –aclaró antes de ir al grano-. Joder,
que ridículo me siento. Fingiré… Fingiré que no pasa nada, tanto si te veo a ti
o a Yohana hacer algo con esos dos. No le diré nada a Álvaro.
Pese a haberse prometido no decir nada, Gricel no subo como responder a
aquello. ¿Había alguna posibilidad de que fuese fingido?
— Como te he dicho, solo estábamos…
— Gricel, por favor. Basta ya. Estoy harto de que me toméis por tonto. Te estoy
diciendo que lo sé.
— Y me estás pidiendo… ¿Qué?
— Solo quiero que lo sepas.
— ¿Te excita? –Le cuestionó, de repente. Fue una pregunta seria-. Tú quieres la
verdad. Sincérate conmigo entonces. ¿Te excita pensar que tu mujer está
disfrutando con otro hombre?
— Me da asco… O siempre pensé eso al menos –aclaró-. Hasta que la escuché en la
cocina ``jugar´´ con Martín. Y luego
os escuché en el cuarto… Y me gustó. Querría ser quien le arrancase esos
gemidos, pero no puedo ser yo.
— Entonces… ¿Qué? ¿Qué me estás pidiendo?
— No lo sé, de verdad. Estoy confuso. Ni sé lo que yo quiero. Solo… No se lo
digas a Yohana. Ni al resto –matizó.
— Lo que quieres es presenciar lo que pase –aventuró Gricel, estando segura de
que había dado en el clavo al ver como se avergonzaba ante sus ojos-. Da igual,
eso no va a pasar. Podríamos seguir jugando a que hacemos cosas… -dijo
asegurándose de no confirmar nada-… pero Álvaro no se va a separar de mí para
nada. Podría llevármelo… -sugirió.
— ¿Y dejar sola a Yohana con esos dos? –La sola idea pareció atragantársele.
— ¿O quizás estás más interesado en ver a cualquiera de ellos con Yohana y
conmigo? –Gricel se insultó a sí misma para sus adentros. ¿Qué acababa de
decir?
— Si te libro de Álvaro… ¿Podrás grabar lo que pase?
— Podría… Pero. ¿Qué me das a cambio? -``¿Por
qué estás actuando así?´´ Se preguntó a sí misma
— ¿Qué podría dar? –preguntó, claramente sorprendido. Sin duda trató de
discernir si estaba coqueteando con él.
— Convence a Álvaro de que todo fueron imaginaciones tuyas. Lo que viste… Dile
que lo estuviste pensando y que lo que pasó en la cocina ya no lo tienes tan
claro. Si haces eso, se relajará. Y si se relaja…
Por algún motivo, tuvo la necesidad de posar la palma de su mano en el pecho de
Ricardo. Y sintió como su corazón bombardeaba bajo su esternón, frenético.
— Tenemos un trato, entonces… Gricel.
— ¿Uhmm? –dijo distraída.
— Sigo estando en contra de esto.
Dicho esto, salió del baño, dejándola sola reflexionando sobre el abanico de
posibilidades que se acababa de abrir frente a ella. Por irónico que pudiese
parecer, pasó de empezar a hablar con Ricardo y mantenerse en guardia a confiar
en que todo lo que había dicho era la pura verdad.
21. De cuatro a seis (Domingo 00.30h)
Gricel se recreó en el baño, hizo sus necesidades y jaló varias veces de la
cadena. No sabía a qué estaba esperando realmente. Cuando se aburrió de estar
en el baño, salió a su habitación y allí marchó hacia el pasillo.
Inconscientemente se paró a escuchar si había alguien en ese piso, pero no fue
así. Bajó las escaleras con sus respectivos crujidos y tras avanzar por el
rellano descubrió a Sebastián, Martín y Yohana solos.
Volvió atrás un par de pasos para
asegurarse de que no estaban en la cocina.
— Han subido arriba –le explicó Yohana en voz baja-. Ricardo se lo llevó
arriba. ¿Qué estarán tramando?
— Nada bueno, no van a dejarnos solos –se lamentó Martín con una risita
resignada.
— ¿Solos para qué? –preguntó sentándose al lado de Martín. La mano de este
acarició su muslo por debajo de la falda, paseándose por su muslo hasta llegar
a su sexo, descubriendo así que no llevaba ropa interior.
— ¿Estás loco? Vamos a acabar mal como Álvaro sospeche.
— Ahora no está…
— No empieces lo que no puedas acabar, Martín –le reprendió, pero este, lejos
de querer rendirse, se inclinó hacia ella y le besó el cuello-. Martín…
-replicó siendo inútil. Pues ella también deseaba esto.
— ¿Qué te ha dicho Ricardo? –Le preguntó al oído.
— ¿Qué?
— Venga… Es evidente que quería hablar algo contigo. ¿Qué fue?
Conociendo a Martín como lo conocía, Gricel decidió para sus adentros que lo
mejor sería dar una respuesta creíble para que se quedase tranquilo.
— Me preguntó que con quien me había acostado arriba…
— Míralo, que morboso.
— Sobre lo de acostarnos… -musitó Yohana desde el otro sofá, se dirigió hacia
su amiga-. ¿Cómo harás con eso de que este tonto te acabase dentro?
— Cállate… No me lo recuerdes –se auto compadeció Gricel tapándose la cara con
las manos.
— Podrías dejar que Álvaro te acabe dentro –propuso Martín, aportando la
solución más fácil.
— Ese no es el problema. No solucionará el hecho de que tú ya te has corrido
dentro.
— Y más que quiero correrme… -dijo, lanzándose y plantándole un beso en la
boca.
Inicialmente se trató de tirar hacia atrás para apartarse, pero acabó abierta
de piernas y con él entre ellas. Unos dedos salidos de la nada entraron en su
vagina mientras susurraba las palabras:
— Quiero volver a follarte. Me has gustado mucho –Martín le agarró la mano y
tiró de ella hasta colocarla justo debajo de un tremendo bulto bajo el
pantalón, duro y prometedor.
— De aquí sales con un bebe… -se burló Yohana, sin esperarse que Martín se
diese la vuelta y le plantase un beso en la boca que acabó perdurando con un
intercambio de lenguas.
El pompis de Yohana fue abordado por la mano de Martín, y Sebastián,
cambiándose de sofá, empezó a comerle el cuello. Un botón desabrochado y una
cremallera bajada dio lugar a que la mujer de sensuales curvas empezase a
pajear a Sebastián.
— ¿No decíais que queríais ser mamis las dos? –preguntó Martín bajándose él
también la cremallera.
Completamente enfocados en Yohana, con esta pajeando ambas pollas, deseó estar
con esos dos en la intimidad de una habitación.
— ¿Qué haces, Gricel? –le espetó ella cortándose al ver que había agarrado su
móvil y parecía estar grabando.
— Justo lo que parece.
— ¿Estás loca? ¡Para…! –pese al tono de su voz, no chilló.
— Venga… No lo van a ver ellos… Solo para nosotras.
Cuando parecía que se había resignado y entregado a las caricias, se escucharon
unos crujidos y los pasos precedieron a la entrada en escena de ambos hombres.
Ricardo y Álvaro emitían un aura que al principio pasó desapercibido, pero no
tardó en denotar que había algo diferente desde que se habían marchado.
— Hemos estado hablando –empezó a decir Ricardo, como si fuese el portavoz-. Y
hemos llegado a la conclusión que el tiempo que queda en la casa queremos
aprovecharlo bien. Los seis somos mayorcitos para andarnos con juegos para
niños… Así que os queremos proponer jugar a eso que estabais jugando… Los seis.
— ¿Qué?
— ¿Qué? –preguntaron al unísono las dos mujeres, incrédulas.
— Vamos a jugar los seis… Y creo recordar que escuché que solo había una norma.
Y era… ``No nos podemos negar a nada´´
Ricardo sonrió, con cierto aire macarra en alumbrando tristemente su rostro.
— ¿No queríais jugar? –Álvaro dio dos pasos hacia delante, alcanzando a
Ricardo-. Pues vamos a jugar… Y pase lo que pase… No nos podemos negar a nada
–sentenció con una sonrisa.
El desenlace de esta historia se
ofrecerá en el siguiente y último relato
Respondiendo a MR.X: Me disculpo por la tardanza. No estaba en mi casa y calculaba que para las doce de la noche ya habría llegado, pero se me ha hecho tarde.
ResponderEliminarUn amigo escritor (Machi) me ha comentado que este relato es bastante largo y debería estar dividido en dos partes (Sin tener en cuenta la tercera parte que escribiré en un futuro cercano, por no decir a lo largo de esta semana y la siguiente jaja)
Ya me comentaréis si os ha gustado. Recuerdo que el relato con imágenes lo pondré dentro de una semana o así, igualmente es un relato dificil de ilustrar con imagenes y gifs, es ideal para los fans de la imaginación.
¡Que lo disfruteis!
CUANDO EMPECE A LEERLO FUI CON MIEDO POR CREER QUE HABRIA SEXO HOMOSEXUAL POR SUERTE NO LLEGASTE A PONERLO. ME HA GUSTADO MUCHO
ResponderEliminarEste comentario representa el temor por parte de los lectores que esperaba, algo tipo: Cuando leí que Sebastián besó a Martín dejó de gustarme el relato o no quise seguir leyendo JAJAJAJAJ
EliminarMe ha gustado mucho, mas todavia que esos donde haces tremendas historias guarras xd ti
ResponderEliminarSe me a echo algo pesado, no porque no me halla gustado sino mas bien porque es mucho texto, habria estado mejor si hubieses hecho 3 partes y no solo 2
ResponderEliminarZorrete. ¿Por donde empiezo? Me ha excitado mucho, tanto en lo referente a los diálogos (que son muy creibles) como en los preliminares y el propio sexo. Normalmente me excitan tus relatos por las cosas que imaginas tanto en el sexo como fuera de él, pero en este relato han sido los propios personajes los que me han conquistado, consiguiendo que me sumerja en la historia. Se nota que le has metido mimo, gracias.
ResponderEliminarGracias a vosotros/as por daros el trabajazo de leer mis relatos y opinar sobre ello. Espero que el final de esta historia te guste tanto como espero le guste a Santiago, un abrazo.
EliminarZorro....con nada se conforman 🙄
ResponderEliminarNo es nada que no me haya pillado por sorpresa.
EliminarVoy a esperar a la segunda parte para decir algo! A.
ResponderEliminarTardará un poco. Iba a escribirla justo después de publicar esto, pero empiezo a trabajar este lunes y no pensaba dedicar esos dias a ''trabajar''. Igualmente, a lo largo de la semana que viene y la siguiente, me gustaría tenerlo escrito y publicado.
EliminarLo leemos el fin de semana y comentamos
ResponderEliminarFederico de México.
Estaré esperando.
EliminarEn cuanto esté repleto de gifs e imágenes quedará increíble, como siempre vamos.
ResponderEliminarMe llevará un tiempo, pero lo haré.
EliminarNo suelo comentar pro este relato vale la pena. Me ha gustado mucho como has trabajado con los personaje y hacia donde se dirige la historia. La personaje que mas me gusta es Hana sin dudarlo un segundo. Ojala me leas: Podrias hacer que lleven la infidelidad al limite y empiecen a seducirse entre ellos, pro como son unas putas solo provocan para calentar a alvaro y Ricardo. No lo dejes a medias, lo estas haciendo muy bien un beso
ResponderEliminar¿Quien eres? :/
EliminarComo siempre muy bueno,espero ansioso la continuación.
ResponderEliminarYo también espero el final y él ya sabe mi opinión de esta primera parte 😉.
ResponderEliminarAsí que....a esperar
Soy consciente de que esto no va aquí y por ello me disculpo por adelantado. Zorro, una de mis sagas favoritas es Dos Hombres en Villamacho y hace poco me di cuenta de que falta parte del relato, exactamente la parte del encuentro de Olivia con los dos hermanos (IV y V). Diría que la primera vez que lo leí esa parte si que estaba. Te escribía esto para ver si hay manera de recuperar esa parte del relato perdida. Gracias por adelantado y enhorabuena por tus relatos.
ResponderEliminarAmigo, te has lucido. Es el tipo de relato que mejor se te da, morbo, seduccion, los imbeciles viendo pero no sabiendo
ResponderEliminarRealmente Genial. Y sobre todo sexo normal y fogoso como en los mejores momentos de DHEVM
No entendi lo de que el proximo es el ultimo relato
Tremendo relato, amigo
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