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viernes, 19 de febrero de 2021

[Tributo a Santiago] Juegos de chimenea (Incompleto - 23.069 palabras)

Continuación de las aventuras de Gricel en la casa de la montaña.

La historia parte donde acaba el primer relato, con ambos maridos ofuscados por la ''indiscutible'' infidelidad de sus mujeres. Tras unirse a los juegos eróticos aceptando todas las consecuencias que puedan suceder, se irá caldeando el ambiente poniéndose celosos unos a otros.

Lo que Gricel no espera es que será acechada de la manera más sucia posible, poniéndola en un compromiso. 




<< RESUMEN >>

La historia comenzó en una lujosa cabaña de tres pisos en una montaña nevada. Seis personas protagonizaron la historia: Álvaro y su mujer, Gricel; Yohana y su marido, Ricardo. Y la pareja gay, Martín y Sebastián. Los seis amigos pagaron una cuantiosa suma para pasar una velada romántica en aquel lugar, pero un tiempo gélido y huracanado los terminó confinando alterando inevitablemente sus planes.
   Los dos esposos de ambas mujeres, con pasividad y desinterés, evadieron su oportunidad de contentar a sus parejas, provocando que estas aceptasen una indecente propuesta de la pareja homosexual. Yohana, al contrario que Gricel, desconfiaba en todo momento de la orientación sexual de Martin y Sebastián, pero no hizo nada por intentar demostrar lo contrario más que seguirles el juego. Martín y Sebastián empezaron jugar con las mujeres de sus amigos, y estas, buscando poner celosos a Ricardo y Álvaro empezaron a disfrutar más y más, llegando a saborear ambas la infidelidad. Las primeras apuestas no sobrepasaron algunas retiradas de ropa, preguntas subidas de tono pero, a medida que el orgullo de los dos esposos continuaba sin ceder, ambas mujeres escalaron sus acciones hasta terminar en una alcoba a puerta cerrada manteniendo sexo con ambos gays.
   Tras una acalorada discusión, la pareja de hombres y las dos mujeres negaron haber mantenido sexo y aseguraron que todo había sido fingido.

A dos días de marcharse de la cabaña, Ricardo y Martín explotaron y dejaron claro que no pensaban consentir aquella situación. Ante la reticencia de ambas mujeres para dejar de jugar con unas apuestas que rayaban la infidelidad y, permaneciendo molestas por la desatención de sus hombres, Álvaro y Ricardo se unen a los juegos de los otros cuatro con la intención de corregir aquella inmoral situación, buscando inhibir a sus dos mujeres con su presencia.
   Sucede al contrario, Álvaro y Ricardo están a punto de descubrir que no se le puede poner puertas al campo. Las infidelidades y las traiciones no han hecho más que comenzar, incluso de maneras impredecibles.

El primer relato termina repitiendo una norma que marcará buena parte del segundo relato ‘’No nos podemos negar a nada…’’ ¿Mantendrán esa norma los seis participantes… pase lo que pase? ¿Conseguirán evitar que sus mujeres les sean infieles delante incluso de sus propias narices?

 

 

TERCERA PARTE: MASOQUISMO


1. Prólogo: Una tensa negociación (Domingo 00.20h)


El rellano de la planta baja de aquella casa permanecía a oscuras y en religioso silencio. Todo el gran salón se veía contrastado por el crepitar de la chimenea, que proporcionaba una cálida iluminación al espacio que había entre ella y los dos sofás ubicados a dos metros frente a ella, entre medio, una gran alfombra rectangular de color granate revestía el parquet. Seis siluetas rodearon los sofás y escogieron silenciosamente su asiento: Dos de los hombres escogieron el sofá de la izquierda y, en contra posición, los otros dos se sentaron en el de la derecha.
Las dos mujeres, un rellenita y otra delgada, se sentaron coordinadamente sobre la alfombra con la intención de enfrentarse a sus contrincantes, ambas tenían la certeza de que aquello iba a terminar mal. Si hubiesen podido elegir, o si la decisión fuese suya, seguramente se habrían negado a seguir con aquel juego… al menos con sus maridos.
— ¿Quién empieza? -preguntó Álvaro, sentado al lado de Ricardo en el sofá de la izquierda.
— ¿Qué tal si empiezas tú, Ál? -contestó calmadamente Martin.
— ¿Cómo lo hacemos? -quiso saber.


Cuando Álvaro hubo formulado la pregunta, se hizo el silencio. Las dos amigas intercambiaron con incomodidad una mirada que pasó desapercibida.
— ¿Cómo hacemos qué? -preguntó Martin, al cual la situación parecía resultarle rara en absoluto.  
— Empezasteis jugando al póker -rememoró Álvaro con frialdad-. Os apostasteis prendas de ropa, luego fuisteis subiendo el nivel hasta encerraros en un cuarto y…  ``fingir´´ que follabais -entrecomilló.
— ¿Seguro que quieres hacer esto, Ál?
— ¿No nos insististeis para que nos uniésemos desde el principio? Teníais muchas ganas -ironizó resentido-. ¿Qué ha cambiado? Yo también quiero pasármelo bien. ¿Qué dices tú? -le preguntó a su amigo, sentado a su lado.
— Sí, yo también – se limitó a decir Ricardo. Lanzó una mirada a su mujer, Yohana, y esta, siendo de carácter fuerte, no le desvió los ojos.
— Ál -empezó Martin riendo-. Quiero decir que lo más seguro es que acabéis enfadados y peleados.
— Eso no va a pasar, porque vamos a jugar los seis. Somos adultos -masculló con entonación teatral-, seguro que sabemos diferenciar lo que es un juego y lo que no.
— Por favor, no seas crio. Esta situación la provocasteis vosotros -intervino Gricel, asqueada.

Yohana alzó ambas cejas y emuló con sus labios la forma de la o, gesticulando en referencia a la tensión que se palpaba entre ambos. El informático fulminó con su mirada a la madre de su único hijo, y esta se limitó a reacomodarse sobre la alfombra cruzando los pies bajo sus manos, encarándose a su marido. Este, ante la contestación de Gricel, pestañeó varias veces y agravó su tono de voz al tiempo que se inclinaba hacia adelante sin llegar a levantarse del sofá.
— ¿Cómo? ¿Jugando al ordenador? ¿Por qué no me apetezca echar un polvo contigo?
— Es todo, Álvaro. Cada día me siento abandonada, y está bien que tengas tu espacio, pero me aburres. Por eso Hana y yo buscamos la diversión por nuestra cuenta.
— Cuando yo me quiero divertir por mi cuenta me hago una gayola, Gricel Lo que han hecho estos dos -gruñó sin dedicarles una sola mirada a la pareja homosexual- está feo. Muy feo, pero las que lo habéis consentido habéis sido vosotras. Y no me vale con que sean gays.
— Sí, es verdad, nos lo hemos montado con ellos -reconoció la más delgada de las dos mujeres. Gricel señaló a Yohana y a los dos hombres que permanecían callados en el sofá de la derecha-. Pero no te hagas tanto la víctima, ya os hemos repetido por activa y por pasiva que todo fue fingido.
— Seguro… -contestó Álvaro.
— ¿Y lo que vi en la cocina? -preguntó Ricardo, que por algún motivo estaba manteniendo un perfil bajo en aquella discusión. Gricel creía saber los porqués.
— Ya te dije que todo fue fingido, cariño -intervino Yohana, colocándose bien las gafas-. Sabíamos que estabas mirando, bueno… Tú o Álvaro, quien fuera.
— Lo dije -Avaló Martín.
— Después de todos estos años, como me entere que sois ‘’bis’’ acabaremos mal -atacó Álvaro con una fiereza helada, dedicando a su compañero de futbol una mirada amenazante.
— Te garantizo que no somos bis -respondió su amigo.
— Eso no me cuadra con muchas cosas que he visto. Pero vale, no voy a seguiros el juego. ¿Sois gays? Perfecto. Por eso vamos a jugar.
— Y volvemos al punto de partida: esto va a acabar mal -repitió Martín.
— No tiene porque -contestó-. Estoy enfadado. Lo estamos. Pero somos amigos. ¿No?
— 
Claro, eso no va a cambiar -contestó el novio de Sebastián.

— Entonces voy a olvidar lo que ha pasado hasta ahora y vamos a sacar partido a lo que queda de puente… Y esta vez será consentido, por nuestra parte -Álvaro pareció decir aquello con actitud cordial, pero ninguno de los otros cinco lo vio así.
— ¿Seguro que quieres jugar a esto? Una vez empiece no habrá vuelta atrás -preguntó Yohana, con una sonrisita atrevida. Miró a Álvaro, luego a Ricardo… antes de retornar su atención al informático.
— Lo tengo claro. Como ya he dicho, será consentido… Ya adelanto que no pienso hacer nada con Martín ni con Sebastián.
— Que aburrido -se burló Martín guiñando un ojo a ambas féminas.
— Pero no me negaré a nada que tenga que ver con Gricel.
— ¿Esas son tus condiciones? ¿Qué pasó con eso que dijiste hace un momento, lo de que solo había una regla? ¿Cuál era? -preguntó en tono de burla Yohana-. Ah, sí. No nos podemos negar a nada.
— No tengo ningún interés en probar nada nuevo, gracias -se limitó a contestar cortante, a pesar de eso, les dedicó una sonrisa fría e inflexible.
— Vamos a dejar las cosas claras para que no haya malos entendidos -recapituló Martin, con una sonrisa descarada ensanchada de oreja a oreja-. ¿Os comprometéis los dos a respetar todo lo que pase mientras juguemos? Un ejemplo, que será más gráfico… ¿Estás dispuesto a ver como tu novia me la chupa si se ve obligada a ello mientras jugamos?
— ¿Por qué no? -La mirada de Álvaro no se alteró, se mantuvo gélida como si no quisiese expresar sus verdaderas emociones. Entonces miró a su mujer de pelo castaño y ondulado-. Si es lo que quiere, no dejar de ser un juego. ¿Sois gays después de todo, no? En realidad espero que no seáis tan faltos de imaginación y propongáis cosas más divertidas.
— ¿No sería divertido jugar con tus celos, Ál? O con los de Ric…
— Tengo una condición más -añadió Álvaro ignorando la pregunta anterior-. No creáis que pienso tolerar ningún desliz fuera de este… juego.
— No te sigo, Ál.
— Que aunque esté accediendo a jugar a esto, si os pillo haciendo algo sospechoso en otro momento tendremos un problema… Y eso ya no se podrá arreglar con una disculpa. Al menos por mi parte.
— Me parece bien, Ál. La intención de jugar a esto solo es encender la llama de la pasión otra vez, desde el principio ellas querían que participaseis.
— Ya veo lo emocionadas que están…
— Eso es porque os lo habéis tomado negativamente, Álvaro -se excusó Gricel, ofendida-. Por mi si juegas mejor, más divertido.

Martín se levantó del sofá y produjo un sonido impactante al chocar las manos con ambas palmas, atrayendo la atención del resto.
— Antes de empezar, dos cosas. Para jugar a esto tiene que apetecernos, a los seis. ¿Alguno está incómodo con que juguemos todos? -Nadie reaccionó a su pregunta-. ¿Todos estáis conformes? -Tampoco asintieron a esa pregunta, pero se dio por contestada-. ¿Y cuáles son las reglas? ¿Traemos cartas?
— Nada de cartas, Martín. Me gustó más el juego de ayer por la noche -dijo la gordibuena refiriéndose a lo sucedido unas horas atrás, en aquel mismo rincón frente a la chimenea y con la ausencia de Ricardo y Álvaro.
— Podríamos usar una botella, la persona a la que apunte el extremo decide lo que se hace cada vez -propuso con voz inocente Sebastián, interviniendo por primera vez.
— No sé, no me convence… -se sinceró Yohana, recostándose hacia atrás. Su pelo negro se aproximó aún más al fuego que centelleaba entre el cemento de la chimenea.
— ¿Por qué no? -contestó Sebastián molesto porque se hubiese negativizado tan rápido su única propuesta.
— Si la botella gira, puede caer tres veces seguidas en la misma persona. Y si eso pasa se volverá repetitivo.
— ¿Te refieres… a qué? -preguntó Martín al que parecía haberle picado la curiosidad.
— Al ritmo del juego -señaló Yohana molesta, como si fuese evidente-. Un ejemplo -replicó al ver que no la estaban entendiendo-. Antes que nada. ¿Cómo lo hacemos? ¿Quién mueva la botella pregunta a quien sea elegido por esta?
— Sí. ¿No? -cuestionó Martín alzando una ceja.
— No tiene sentido -intervino Gricel-. La gracia estaría que quien sea elegido por la botella pueda elegir a quien dirige su turno.
— Vale -Yohana pareció complacida con la intervención de su amiga, por lo que continuó-. Entonces Álvaro gira la botella y sale el mismo, y elige a Gricel. ¿Qué pasaría entonces?
— Propone verdad o reto.
— ¿Y si siempre elige verdad? ¿Cómo desbloqueamos el juego? Porque se sobreentiende que la gracia está en los retos, no en la verdad.
— Se podrá elegir verdad siempre que no haya una segunda persona que desbloquee la situación -propuso Álvaro.
— ¿Qué quieres decir con eso?
— Sigo con el ejemplo de Yohana: Hago girar la botella y me toca a mí, por lo que elijo a Gricel, y ella dice que quiere exponerse a decir la verdad. Yo solo no puedo imponerle un reto, pero si uno de vosotros la boicotea, estará obligada a enfrentarse a un reto.
— Eso no me parece justo, es muy arbitrario -se alarmó Gricel-. Lo de las cartas me parecía mucho más justo. El que ganaba cada ronda decidía lo que hacen los demás.
— Pero eso tiene un problema, Gricel, y es que se acumulaban los retos -contestó Martín, al tiempo que sus dedos jugaban con su barba-.  Lo de la botella es mejor porque solo se podrá hacer uno al mismo tiempo.
— ¿Y el resto miráis? -preguntó incrédula.
— ¿Qué tal esto? Quien obligue a la otra persona a realizar el reto, tendrá participar en el reto.
— No, ni hablar -se negó Álvaro en rotundo-. Si la botella te elige, tú tendrás la libertad total de preguntar o proponer lo que sea. Mucho mejor: El que propone el reto puede incluir a los otros cinco. Y nadie se puede negar.
— Me parece bien. ¿Y si te dicen que me comas la polla?
— Dejé claro al principio que no pienso hacer nada con vosotros, esa es una línea roja que pongo.
— Es broma, Ál. No te sulfures -contestó Martín soltando una sonora carcajada.
— Pues que aburrido -bufó la mujer de Álvaro-. Por esa regla de tres antes de que empecemos a jugar me niego a cualquier cosa que te involucre, no te jode…
— Vale, entonces lo hemos dejado claro -Martín intentó apaciguar los ánimos de los dos-.  La persona solo podrá elegir verdad si ninguno de los otros interviene.
Con lo cabrones que sois, no pararemos con los retos.
— Estamos de acuerdo. ¿No? Vale todo. No nos podemos negar a nada -repitió Martín, todos asintieron-. No te picarás cuando se le proponga cosas indecentes a tu mujer. ¿No, Ál?
— Me aburre esta conversación. Ya he dicho que no.
— Entonces empezamos. ¿Quién trae una botella de la despensa? -La pregunta de Martín fue pronunciada con la alegría de un niño que se sale con la suya.

Álvaro y Ricardo se habían metido ellos solos en aquella situación, se habían comprometido a algo que no sabían si iban a poder soportar, creyendo que iban a tener el control de la situación. Pero… ¿Realmente iban a poder mantenerla bajo control?

 


2. Calentando motores (Domingo 00.50h)

La espalda de Sebastián, iluminada por la chimenea, se convirtió en una silueta negra hasta desaparecer en la oscuridad en su camino a la despensa, ubicado en el sótano. El crepitar del fuego fue el único sonido que rompía el silencio, hasta que Yohana, con cierto tono coqueta y mientras se recolocaba las gafas tras limpiarlas, preguntó:
— ¿Ya habéis pensado que nos vais a pedir cuando empiece el juego?
— Estás equivocada si crees que solo pensamos en retaros a vosotras a hacer cosas -contestó Álvaro, con un deje de malicia centelleando en su mirada.
— Oh. ¿Qué quieres decir con eso?
— Quiero decir que no soy tan egoísta como para centrar toda la diversión en mi mujer. Tengo pensado algunos retos picantes para estos dos -Martín no pareció afectado lo más mínimo, incluso si cada vez era menos evidente que todos los presentes dudaban de su homosexualidad.
— Será divertido. Lo que tengo preparado para ti también te gustará -aseguró riendo de oreja a oreja-. ¿Y tú, Hana? ¿A quién le tienes más ganas?
— No puedo decirlo porque la persona se pondrá en guardia. No olvido lo que sucedió en la cocina.
— Supera ya lo del plátano.
— He encontrado un botella vacía -anunció Sebastián atrayendo las cinco miradas que se agrupaban frente a la chimenea.
— La gracia estaba en que trajeses una nueva o empezada, para beber y animar el ambiente.
— Pobre Martín. ¿Necesitas alcohol para divertirte? -le provocó Álvaro, malicioso.
— No lo decía por mí precisamente -contestó el aludido, siguiéndole el juego.
— Bueno, vamos a dejarnos de tonterías. Lo suyo es que tenemos una botella para empezar a jugar -espetó Gricel, claramente incómoda. Se había levantado y alzó la mano para obtener la botella de vino de manos de Sebastián.

La chilena se arrodillo sobre la alfombra mientras se recogía su hermoso flequillo ondulado, habiendo ya colocado la botella de cristal en el centro, se dispuso a hacerla girar con la mano izquierda y, cuando empezó a dar vueltas, Yohana la detuvo con una mano.
— Quería añadir algo antes de empezar: No vayamos a lo bestia desde el principio.
— ¿Qué? -preguntó incrédulo Álvaro.
— Que sea lo que sea que estéis pensando, lo dejéis para el final. Empecemos suave y vayamos subiendo el nivel poco a poco.
— ¿Entonces dónde está la gracia? -cuestionó Martín con una sonrisa irónica.
— Sí… No os preocupéis por los enfados… Siempre podemos cambiar las parejas a la hora de dormir. Puedo dormir con Gricel, no sé si me sigues -El dardo había sido lanzado en esa ocasión para Ricardo, su marido.
— No sé qué intentas decir con eso, amor mío.
— Te ayudaré a que lo entiendas, amor mío. Has elegido jugar con fuego, y te quemarás. Si quieres jugar… Si queréis jugar con nosotras -se corrigió mientras se recolocaba las gafas que montaban su nariz-, acepta las posibles consecuencias.
— Te prometo que no me voy a quemar -aseguró su marido, y aunque no dijo nada más, se las apañó para que pareciese una amenaza.

Gricel volvió a percatarse de algo extraño: Bajo el cabello rubio hubo algo, su mirada, de forma disimulada y sutil, justo antes de pronunciar aquella respuesta tan inofensiva. Nadie más parecía haberle dado importancia, y aunque no supo que pensar al respecto, no le dio tiempo a pensar nada más porque Yohana sin previo aviso hizo rotar la botella entre sus piernas.    El cuello de cristal apuntó al sofá izquierdo, concretamente a Álvaro. El informático titubeó unos instantes, luego se encaró a su mujer y preguntó.
— Verdad o Reto.
— Verdad.
— ¿Alguna vez te has besado con Yohana?
— No -respondió de manera clara y concisa.
— Todavía -contestó Yohana por ella dándole un codazo, sonriente.

Gricel estaba descolocada, pues se esperaba una pregunta mucho más violenta relacionada con lo que había pasado en las últimas horas con Martín y Sebastián. ``¿Acaso pretende que baje la guardia?´´ pensó su mujer.
   La botella empezó a girar sobre la alfombra, reflejando en el vidrio dos lenguas de fuego que se fueron apagando a medida que perdía inercia hasta desembocar hacia Sebastián.
— Álvaro. ¿Verdad o reto? -preguntó el más afeminado de los dos gays.
— Verdad.
— ¿Alguna vez has tenido miedo de que te tiremos la caña Martín o yo?
— … -No respondió enseguida-. Sí, alguna vez he pensado en que podíais estar interesados en mí y no saber como reaccionar.
— Gracias por la sinceridad -contestó Martín-. No cualquiera lo diría.
— La sinceridad en este juego es importante -se limitó a contestar-. Si no se dice la verdad no tiene gracia.
— ¿Estás insinuando algo, Álvaro? -preguntó Yohana, altiva.
— No os he acusado de nada, solo quiero decir que cualquiera puede mentir en este juego… Y que la gracia está en decir la verdad.
— ¿Pase lo que pase? -preguntó Yohana.
— Sí.
— Pues venga, valiente -dijo mientras hacía girar la botella por tercera vez-. ¿A quién le tocará esta vez? -Los giros de la botella se detuvieron ante Martín, que sonreía como un niño pequeño.

Gricel apreció como su amigo les guiñaba el ojo imperceptiblemente, tanto a ella como a su amiga.
— Álvaro. ¿Verdad o Reto?
— Verdad -contestó sin dudar.

Fue ajeno para este la significativa mirada entre Martín a Yohana, por lo que no se percató de la pequeña coalición que formaron en ese momento contra él.
— Vamos a ver que tal funciona esto del rebote -se jactó Yohana-. Quiero reto.

Álvaro la fulminó con la mirada, pero no se lo reprochó.
— Me va que ni pintado, porque yo también quiero imponerle un reto.
— Eso no es justo -se apresuró a mascullar Álvaro.
— No he incumplido ninguna normal, Álvaro. No seas crio. Si tienes algo que decir, espera a que te toque… Aunque recuerda que todos aquí nos podemos vengar -La sonrisa de Yohana se ensanchó.
— No estoy seguro de que vayas a reír mucho más, Yohana, porque es un reto que tiene que hacer contigo.
— ¿Qué? -preguntó Yohana al mismo tiempo que Gricel.
— ¿Qué?
— Martín, no te pases -Yohana había palidecido por completo. Ninguno de los otros participantes, ni siquiera Sebastián, se esperaban aquello; por otra parte, Ricardo permaneció impasible… O eso parecía-.
Yohana, ponte a cuatro patas. Sí, así… -La susodicha no tardó en obedecer, pese a su mala actitud-. Vale, ¿Tienes una tarjeta de crédito? -le preguntó a Álvaro.

Este, sorprendido y sin saber cómo tomarse aquello, negó con la cabeza.
— ¿Y esta billetera? ¿De quién es? -preguntó Martín levantándose y agarrando de una mesita un objeto de piel de cuero.
— Mia -contestó finalmente Ricardo.
— Te agarro esta tarjeta de crédito, es perfecto.
— ¿Para qué? -preguntó Álvaro.
— Agárrala. Venga Ál, agárrala sin miedo. Ahora bájale el pantalón del pijama. Tranquilos -rio al ver que todos se ofuscaban a su alrededor. Desde Gricel, claramente celosa hasta Ricardo.
— Dijimos que empezaríamos suave -replicó Yohana, manteniéndose a cuatro patas.
— Esto es empezar suave. Hazme caso, al ritmo que íbamos, nos íbamos a dormir del aburrimiento. Tranquila, no es nada sexual. Ahora, Ál, bájaselo.

Álvaro se arrodilló frente al trasero de la morena agazapada y se dispuso a bajarle el pantalón del pijama, dejando a la vista un tanga terriblemente atractivo que unía un hilo negro que desaparecía entre las colosales nalgas de Yohana. El marido de Gricel se quedó pensativo unos segundos, como si estuviese fantaseando con meter la cara entre ellos. Su relación siempre había sido complicada, siempre se habían provocado mutuamente, pero nunca sexualmente; en todo caso había sido como amigos que se burlan el uno del otro con cierta reciprocidad. No había sido una relación amistosa basada en la confidencia, sino en la diversión a costa del otro… Y aún así, nunca la había visto de esa manera. Lo primero que pensó, al ver ese hilo de tanga desaparecer entre las dos enormes nalgas de aquella mujer argentina, fue que desearía estar a solas con ellas en una habitación… Y que no hubiese consecuencias. Podría haber sido tan solo el morbo de verla por primera vez de aquella manera, estaba justificado que dejase a sus ojos relamerse con aquella figura…
— El reto es sencillo, y consiste en lo siguiente -Martín, sin dejar de sonreír, se arrodilló al lado de su compañero de futbol y le susurró al oído las instrucciones, antes de inclinarse sobre la oreja de Yohana postrada sobre sus cuatro patas y susurrarle a ella también su parte del juego; le dio unas palmaditas a ambos y se retiró de nuevo al sofá para disfrutar del espectáculo.

Álvaro, sin demorarse y sin sentir arrepentimiento alguno por lo que estaba a punto de hacer, se inclinó hacia el glorioso trasero con la tarjeta de crédito en la mano y, con su pulgar, presionó encima del ano de Yohana como si estuviese tocando el botón de una máquina expendedora.
— S… Son tres cincuenta -la voz de Yohana surgió de entre sus cabellos, cubriendo su nerviosismo y su rubor entre su pelo, que ocultaba intencionalmente su rostro. Álvaro enterró el filo de la tarjeta entre ambas nalgas y la hizo resbalar sobre la a través de ella, de arriba abajo, como si fuese un datáfono. Atravesó a una velocidad indecente el ano y la vagina, ignorando ambas-. Esta te juro que te la guardo. Te acabas de convertir en mi enemigo número uno en este juego.

Martín, con una sonrisa de oreja a oreja, le lanzó un beso, observándola completamente enrojecida subirse los pantalones del pijama.
— Suave. ¿Eh? -preguntó Ricardo.
— Eres libre de vengarte como te plazca -le invitó Martín, sentándose en el sofá.
— Ya verás, ya… -bufó Yohana, sentándose de nuevo al lado de Gricel. Esta última hizo girar la botella que dio al menos unas diez vueltas antes de pararse apuntando hacia Ricardo.
— ¿Verdad o Reto?
— Reto -su elección hizo aullar de sorpresa a Martín y Sebastián, que la felicitaron por su atrevimiento-. De Ricardo me fio, no es un pervertido como vosotros -mintió. Lo hacía por curiosidad y por intuición.

A decir verdad, estuvo pensando que no le sorprendería nada que le retase a irse los dos solos a alguna parte de la casa y obligarla a hacer algo… ``Tonterías… Estoy siendo injusta con Ricardo. De momento no ha hecho nada que me haga pensar eso. ¿Cuándo te ha mirado de esa forma?´´.
— Pues en eso estás equivocada -Contestó unos instantes después-. Quiero que te beses con lengua con Yohana.
— ¡Pero bueno! -exclamó su mujer, divertida.
— Esto no me lo puedes pedir así… -murmuró Gricel, contrariada.
— Puedes mentalizarte si quieres.
— ¿Necesitas mentalizarte para darme un beso? -preguntó Yohana con una pose y una actitud sugerente.

Ambas sentadas frente al fuego ante la atenta mirada de los cuatro hombres sentados en sus respectivos sofás, la mano de Yohana acarició la mejilla de Gricel y se besaron. Al principio fueron solo los labios para, más tarde, intuirse que la lengua de una perforaba los labios de la otra.
— Quiero ver el choque de lenguas -ordenó Ricardo, emocionado.



Gricel y Yohana, cada una por su parte, lanzaron una mirada inocua al esposo rubio como si quisiesen asegurarse de que seguía ahí y sin retrasarse más, ambos labios se separaron y visibilizándose el choque de ambas lenguas con una intensidad obscena y húmeda, como dos serpientes rosadas asfixiándose mutuamente. Al separarse, un hilo delgado que unía ambas lenguas se estiró hasta romperse, formando un arco.
— Este reto si me ha gustado -reconoció Martín, complacido.
— Pues no debería, porque no me ha gustado -aseguró Gricel antes de mirar a Yohana, estuvo indecisa. ¿Acaso a ella sí?-. Quiero decir que no ha estado mal, pero no es algo que me apasione.
— Vamos, que eres bollera también -Aplaudió Martín, y Sebastián se unió al júbilo.
— Eso no es…
— Querida, si el primer beso no te ha desagradado, es que puedes disfrutarlo, fin. ¿También disfrutaste los azotes de esta tarde? -preguntó Sebastián, antes de que la botella empezase a girar, viéndose obligado a callar y quedarse sin respuesta.
— Gricel, te ha tocado.

Efectivamente, la mujer de Álvaro fue la elegida por el cilindro de cristal. Se quedó en silencio unos instantes; esos momentos le sugirieron alargarse en exceso y creyó que iban a reprenderle por ello. Gricel estaba indecisa: Por una parte, quería tentar a la suerte y proponerle algo indecente a Martín, como que la llevase a una habitación los dos solos durante cinco minutos, o tal vez proponerle a Sebastián que le diese de comer plátano frente a todos. Estaba caliente y lo sucedido horas atrás en la habitación la había dejado con ganas de más.
   Por otra parte, sabía que no debía tentar a la suerte con su marido. Álvaro tenía la mosca de detrás de la oreja, y decir que consentiría y aceptaría cualquier cosa que pasase mientras jugasen le parecía una falsedad tan grande como una catedral. No obstante, se sentía dispuesta a poner a prueba los límites de la paciencia y los celos de su marido, pero planeó hacerlo de manera escalonada y progresiva… Lo que estaba claro es que no podía ser ella la que propusiese algo tan indecente como aquellas cosas, no sin un contexto al menos. Tenía que esperar a que su marido o Ricardo le diesen una excusa para ir con todo.
   Por último, y no menos importante, estaba Ricardo. Su instinto le decía que tenía unas intenciones ocultas. ¿Estaría en lo cierto y quería, de alguna manera, abusar de ella? ¿Podría haber una traición más grande para Álvaro que su propio mejor amigo intentase tal cosa? De alguna manera, a Gricel sus coqueteos con Martín y Sebastián le parecían un juego de niños al lado de lo que podría pasar con Ricardo. Esperaba equivocarse, y aunque se le pasaban un par de preguntas por la cabeza que le podría hacer a Ricardo, acabó eligiendo a su marido…
— Álvaro. Quiero retarte a algo. ¿Te atreves?
— No sé yo…
— No seas cobarde. Te va a gustar… -suavizó su voz lo máximo posible, claramente así iba a ser.
— Ya veo que elegir verdad brilla por su ausencia. ¿Os parece bien si prescindimos de ello? -propuso Martin-. Acabaremos antes y evitaremos ir con rodeos.
— Me parece bien.
— Y a mí.

Todos asintieron y acabaron aceptándolo, olvidando que era el turno de Álvaro de recibir el siguiente juego.
— ¿Qué tengo que hacer?
— Quedarte sentado en el sofá, con los pantalones bajados. Levántate primero -le pidió su esposa antes de bajarle los pantalones hasta los tobillos, luego se los sacó y los lanzó lejos, a la oscuridad.

Gricel se acercó a Yohana y le susurró su plan al oído. Sí, creía estar haciendo lo correcto. Su instinto le decía que con esta decisión, mataba varios pájaros de un tiro.
   Ambas amigas se empezaron a deshacer de las prendas del pijama hasta quedar en ropa interior.
— Como esto es un juego, y aquí todo vale… Le he propuesto a Yohana a jugar a un pequeño juego contigo. ¿Estás de acuerdo?
— Nunca he visto a Álvaro de esta manera, y la verdad, lo veo como si fuera mi propio hermano.
— ¿Qué tengo que hacer?
— ¿Tú? Nada. Martín, agárrale las manos por detrás -El aludido obedeció, rodeando el sofá en el que estaba sentando hasta situarse tras el respaldo en el que se apoyaba Álvaro. Sobrepasó el apoyo horizontal del otro sofá para cumplir su función aprisionando por las muñecas a Álvaro.
— ¿Estás conforme con esto? -Le preguntó Gricel al hombre de cabellos rubios. Por supuesto que lo iba a estar, ponía la mano en el fuego porque se la iba a comer con la vista.
— Ni siquiera sé que vais a hacer.
— Un baile erótico -contestó con naturalidad-. Aunque él no podrá tocar nada, bueno… Solo podrá tocarme a mí. ¿Estás preparada? 
— Sí… -contestó Yohana, no muy convencida de aquello.
— Mira el lado positivo… -Le susurró la chilena a su amiga-. Es un buen momento para exhibirnos. ¿Sabes a lo que me refiero? Y ya de paso pones celoso a tu hombre.

Tras deshacerse ambas minas de sus pijamas, una sonrisa de diabla se asomó entre los labios de Yohana, que con una manera de moverse totalmente distinta se inclinó hacia Álvaro y colocando una mano en el hombro de él, se inclinó hacia este mostrándole su gran escote a pocos centímetros de su cara.
   Gricel pensó que debía sentirse celosa como había sucedido hacía pocos minutos, pero no fue así. Si su marido la encendía, el desinterés que había ido mostrando en los últimos años por ella había ido dejando huella. No es que no amase a Álvaro, pero en ese momento estaba más interesada en una carne que había probado hacía poco y de la cual sabía que si volvía a repetir, se podría hacer adicta.




   Yohana se dejó llevar, miró a su marido mientras su culo tan bonito como grande se acurrucó sobre las piernas de Álvaro. Como diría un argentino, movió la ``panochita´´ sobre verga ajena. Se restregó contra ellas, con un calzoncillo y un tanga separando sus sexos. Tanto que hasta Gricel creyó que se estaba pasando. La agarró de la muñeca, como si su hubiese ofendido y jaló de ella. Al apartarla, se sentó enfrentada al pecho de su marido y aterrizó suavemente su entrepierna contra el bulto erecto de Álvaro.
— ¿Te ha gustado que moviese la colita? Esto merece un castigo… -musitó entre susurros Gricel, sin enfado alguno restregó ahora su concha sobre la pija de su marido, movía las caderas como si estuviese bailando una danza del vientre, ahí en público antes de regalarle un beso y apartarse.

No dedicó ni una sola mirada a los otros tres hombres, sino que se limitó a ponerse el pijama para cubrir su semidesnudez y se sentó frente a la botella, satisfecha. Yohana hizo todo lo contrario, sentándose directamente sin volver a cubrir sus dotes femeninas atrayendo varias miradas de los cuatro varones que ocupaban los dos sillones.
— Me encanta que os estéis animando tan rápido -les felicitó Martín, aplaudiendo enérgicamente.
— Tú calla, que en cuanto me toque lo primero que voy a hacer va a ser vengarme de ti.
— Buena suerte, guapa -Le guiñó el ojo, antes de bajarse del sofá, agacharse frente a la botella, haciéndola girar para expectación del resto.

Le dio tiempo a volver a su asiento de espaldas, cayendo sobre el asiento del sofá justo cuando la botella se detenía mirando hacia Ricardo.
— Vaya suerte que tiene -protestó su compañero de sofá.
— Es lo que tiene. Martín, fóllate a tu novio.
— ¿Qué? ¿Aquí? -preguntó claramente impactado.
— Si no quieres hacerlo aquí… Puede ser en vuestra habitación.
— No tengo problema en hacerlo, pero primero hay que calentar motores.
— ¿No los hemos calentado ya? -preguntó, curioso.
— No, esto no ha hecho nada más que empezar.
— Entonces… ¿Qué tal si le das un beso con lengua? Me estoy aficionando a esto de los besos gays, fíjate tú.
— Me parece un muy buen reto.

Nadie lo dijo en voz alta y, aún así, fue evidente. Ricardo desconfiaba de la homosexualidad de Martín y Sebastián, y no solo él sino también el resto. Gricel no sabía si eran gays o no, tal vez así fuese pero lo que estaba claro es que a los dos les gustaban mucho las mujeres. Cuando se quedasen a solas con ellos, tal vez le preguntaría cual era la verdad sobre aquello.
   Si la intención del marido de Yohana era intentar dejar en mal lugar a la pareja homosexual, o delatarlos del modo que fuese, no sucedió de esa manera: Martín besó con un piquito inocente a Sebastián. Y sin darles tiempo a continuar, Ricardo se dispuso a reprenderles con que aquello no era un beso, sin embargo se quedó con la boca abierta y el dedo índice levantado a modo de advertencia, anulada su interrupción, descubrió que aquel beso fugaz había sido una invitación a uno más húmedo e íntimo. Las lenguas de ambos se cruzaron con el siguiente beso, Sebastián se entregó al abrazo de su macho y este le manoseó descaradamente el culo. El beso, empalagoso y duradero, duró poco más de quince segundos hasta que finalmente se apartaron con una sonrisa en los labios.
— Esta si ha sido una buena manera de calentar motores -musitó Martín, contento. Ignoró la mano alzada de Ricardo y se limitó a ignorarlo, el cual tardó en reaccionar.



3. Juego sucio (Domingo 1.45h)


``Parece sorprendido´´ Concluyó Gricel, estudiando desde la alfombra las facciones del varón de cabellos rubios ``Pero esto solo confirma que se gustan mutuamente, está claro que nosotras seguimos siendo sus objetivos´´ sentenció para sus adentros.
   Yohana se dispuso a hacer girar la botella nuevamente atrayendo todas las miradas, pero Gricel se sobresaltó al descubrir que Martín y ella se miraban, y como si de un mensaje secreto se tratase, este le guiñó un ojo y sonrió pícaramente. ``¿Y si realmente no son gays y todo esto es fingido?´´ pensó para sus adentros. La mujer de Álvaro llegó a la conclusión, justo cuando la botella se detenía mirando hacia ella, que muy posiblemente Ricardo no volvería a dudar sobre la homosexualidad de ambos hombres, y ese pensamiento solo acrecentó más su curiosidad.
— Martín -eligió Gricel finalmente, dándose cuenta que se había quedado callada por demasiado tiempo-. Trae un plátano de la cocina.
— ¿Otra vez? -se lamentó teatralmente.
— Sí, venga. Tráelo.
— ¿Le vas a pedir que se lo chupe Sebastián? -le cuestionó su amiga al oído.
— Más o menos -Gricel sonrió a medida que la idea iba cogiendo forma en su cabeza.

Martín se había perdido en la oscuridad y había encendido la luz de la cocina, para unos instantes después apagarla y regresar frente a la chimenea con el plátano.
— Pélalo y ponlo a la altura de tu cintura. Yohana, vas a tener que chuparlo.
— ¿¡Quééé!? -replicó ofendida volteándose dramáticamente a mirarla-. Gricel, no jodas. Después de lo que me hizo hacer antes…
— No te puedes negar. ¿Te lo recuerdo, no? Chúpale el plátano.
— Esta te la guardo. Ya verás, ya -despotricó gateando intencionalmente hacia Martín, que permanecía de pie frente a la chimenea.

La piel de la fruta amarilla colgaba en tres rodajas que oscilaban al movimiento. No era realmente una banana como tal, sino un plátano macho de gran diámetro, cuyo parte blanda y comestible era más dura de lo normal.
— Cógela del pelo, con fuerza. Así… -Los ojos de la chilena centellearon maliciosamente, con una sonrisa de perversión decorando su rostro.

La mano de Martín se enrolló sobre el largo cabello oscuro de Yohana, y enredó su puño con tanta fuerza que se le marcaron las venas de su brazo haciéndolo ver aún más musculado. Era más atlético que ancho de brazos, pero aún así era sin duda el más musculosos de los cuatro hombres.
— Hana, abre la boca y saca la lengua, déjate llevar.

El extremo de la fruta blanca se dejó tocar por la lengua carnosa, a través de sus gafas empañadas Yohana lo miró, con tan solo el sujetador y el tanga impidiendo su completa desnudez, dejó el cuerpo inerte. Sus enormes pechos botaron entre sus abrazos, mientras su cabeza bailaba el son que marcaba Martín. Lo largo de aquel plátano macho resbaló sobre la lengua antes de introducirse brevemente entre los labios. Yohana besó el eje medio del plátano una vez, y otra, y otra hasta que Martín decidió divertirse empotrando la mayor parte de la fruta en el interior de su boca. Los ojos de la rellenita se tornaron obscenamente blancos, como si se estuviese ahogando, llegando a atragantarse, entonces Martín alejó de su cara la cadera y junto a ella la pieza de fruta, que liberó hilos de saliva de una boca extenuada por la breve mamada.
— Mmm… Te pasaste cof cof -tosió Yohana- Ya van dos. Ni olvido ni perdono, a ninguno.
— Yo solo obedecía órdenes de Gricel, las culpas a ella -se excusó Martín.
— Te has ensañado conmigo -Yohana no pareció estar de acuerdo.
— ¿Podemos continuar, por favor? -preguntó Ricardo impaciente; se le apreciaba visiblemente molesto.

Ricardo se bajó del sofá apresuradamente e hizo girar la botella de vino irritado. Con una injusticia evidente, fue él mismo el próximo beneficiado.
— ¿Y bien, Ric? -le provocó Martín-. ¿Qué nos vas a hacer?
— ¿A vosotros? Nada. Seguramente os estaría haciendo un favor, porque sois unos cerdos que disfrutáis esas cosas -Una sonrisa de oreja a oreja se ensanchó en el rostro del aludido-. No, prefiero castigar a mi mujer.
— ¿Yo? ¿Por qué? -preguntó, alarmada-. Si no te he hecho nada.
— ¿Te parece poco la mala idea que tuvisteis las dos con esos jueguecitos del poker? Me importa una mierda que estuvieseis fingiendo, tenéis que pagar por eso.
— ¿Y qué vas a forzarme a hacer? ¿Me vas a azotar?
— No, tengo una idea mucho mejor. Gricel y tú seréis castigadas por Álvaro y por mí.

La idea pareció agradar a su amigo, que sonrió y miró a su mujer con suficiencia al igual que Ricardo.
— Poneos a cuatro patas, las dos. Ah, y Gricel… Tú también desvístete.
— ¿Puedo quedarme con la ropa interior al menos?
— Claro, eso quería decir -contestó antes de inclinarse hacia Álvaro. Tapándose los labios con una mano, le susurró algo inaudible al oído.
— ¿Y por qué no al revés? -preguntó Álvaro. No parecía molesto, pero le causaba curiosidad por qué se había emparejado de esa manera.
— Porque… -empezó a decir, antes de bajar el tono de voz y responder a su pregunta entre susurros.
— Me parece la mejor idea que has tenido -contestó alegremente-. ¿Gricel? ¿No te quitas la ropa?

Con la mosca detrás de la oreja, Gricel obedeció sin tardar más tiempo. Su cuerpo delgado se colocó al lado de su amiga, con un cuerpo más rellenito y graso, pero atractivo por igual. Soltaron unos bufidos de sorpresa cuando ambos amigos se montaron sobre sus espaldas, como si ellas fuesen yeguas y ellos jinetes. Lo que más las sorprendió fue que en lugar de montarse sus maridos sobre sus respectivas esposas, lo hicieron al revés, como si estuviesen compartiéndose.
— ¿Este es el reto? -preguntó Yohana incrédula, con Álvaro encima de ella-. ¿Montarnos?
— No. El reto es una carrera, a ver cuál de las dos fieras es la más rápida.
— Tienes que estarme jodiendo… Esto es humillante, Ricardo. Te estás pasando.
— Las reglas son que vale todo y no nos podemos negar a nada -contestó Ricardo sentado desde encima de su amiga-. Si tienes alguna queja… véngate luego -Aquella frase se estaba volviendo demasiado recurrente.
— Se me están acumulando las venganzas y al final se me va a olvidar.

Ambos hombres controlaban su peso lo suficiente para descargar la carga justa sobre las espaldas de las mujeres.
— ¿Puedo azotar a Yohana? -preguntó Álvaro-. Para que vaya más rápido.
— Solo si puedo hacer lo mismo con tu mujer.
— Claro, dale duro -contestó de manera sugerente Álvaro…
— Vosotros dos comprobaréis quien gana. ¿Lo hacemos a las dos vueltas alrededor de los sofás? -preguntó Ricardo-. Venga, vamos allá. Cuando Martín de el pistoletazo de salida.
— Ya -se limitó a decir Martín.

Las dos culonas arrancaron a avanzar tan rápido como los brazos y las piernas les dieron de sí. Con mucha guasa y sin empatizar con ellas, Martín y Sebastián las animaban, claramente disfrutando las vistas de sus pechos colgando y saliéndose de sus sujetadores, o de sus bonitos glúteos estrangulando las tiras de su ropa interior.
   Yohana giró la primera a la izquierda, por el sofá derecho mientras que Gricel se atrasó al tener que dar una vuelta ligeramente más grande. La mujer del informático vio a su propio marido azotar, ocasionalmente, el trasero de Yohana. Dentro de lo que cabía, lo hizo de manera considerada y respetuosa. En cambio, Ricardo, aprovechando que ni Martin ni Sebastián podían verlos a través del sofá, y ocultos en una oscuridad debido a que tras esos muebles se proyectaba una larga sombra que dificultaba la visión, aprovechó para estampar tres sonoros azotes sobre su nalga derecha, muy cerca de su conchita


La agarró del pelo y amasó su zarpa en su nalga, ensañándose con ella. Martín y Sebastián solo alcanzaron a ver un calmado Ricardo montar dignamente sobre Gricel, y la animaron a ir más rápido pese a que cada vez se retrasaba más. Por supuesto debieron notar que le estaba haciendo algo, pero no dijeron nada.
— Ahhhh…. Hmmm…. -se sorprendió Gricel gimiendo cuando los dedos de Ricardo acariciaron sus labios carnales por encima de sus bragas.
— Vamos. ¿A qué esperas? Me vas a hacer perder la carrera… -dijo Ricardo con indiferencia, como si su mano no estuviese…

Dos dedos ignoraron la tira de sus bragas que custodiaban su sexo y se introdujeron en el orificio carnoso.
— Qué… ¿Qué haces? -preguntó Gricel quedándose paralizada. Lo dijo tan bajo que nadie la escucho.

Ricardo se inclinó hacia delante sin soltarla del pelo y le susurró al oído.
— Yo también quiero ver esta parte de ti -le dijo, al tiempo que ‘’picaba espuelas’’ y la animaba a proseguir. Avanzó un paso, dos, tres…-. Quiero disfrutar lo mismo que disfrutaron ese par de maricones.

Gricel, aún con los dedos de Ricardo incrustados dentro de ella, pensó en gritar y alertar a su marido que algo no iba bien. Justo en ese momento, debía estar frente a la chimenea, a punto de empezar la segunda vuelta. No estaba asustada, sino más bien impactada. Yohana siempre había dicho que Ricardo era muy soso sexualmente hablando, pero esa morbosa crueldad…
— Que sepas que este solo es el primer reto. ¿Quieres engañar a Álvaro con Martín y Sebastián? Pues yo también me voy a beneficiar de lo perra que eres.
— ¿Quémmm…? -volvió a gemir antes de que los dedos desapareciesen de su interior y otros azotes, enérgicos y despiadados, azotasen su nalga derecha.
— ¡Venga, cariño! -escuchó decir tras de sí a Álvaro, que se aproximó sobre Yohana por su derecha y la adelantó-. Ni siquiera has dado la vuelta…
— No… No puedo más -contestó sintiéndose extrañamente encendida. Sus muslos tremolaban.

La mano de Ricardo volvió a amasar su vagina, esta vez sin invadirla. Con los cuatro dedos que formaba la palma de su mano acarició su sexo, dándole unos suaves azotes en aquella zona tan sensible, antes de abusar de ella de una manera nueva. Soltó su pelo y con la misma mano izquierda le acarició el seno izquierdo, para luego hacerlo rebosar fuera del sujetador y pellizcar obscenamente su pezón.
— Al final va a resultar que si eres una perra infiel. ¿Esto es lo que te pone? ¿Hacer esto a espaldas de tu marido? -le preguntó con un hilo de voz que solo ella escuchó, levantándose de su espalda y bordeando el sofá por su propio pie.

Gricel se sentía con la cara ardiendo, debía ser obvio que estaba ruborizada. Se intentó poner en pie, pero las piernas le fallaban. Sentía un cosquilleo en su bajo vientre y entre sus muslos. Dio varios traspiés, a punto de tropezarse, esquivando el borde del sofá izquierdo y sentándose con inestabilidad en la alfombra.
   Ambas mujeres respiraban con dificultad, por lo que se confundió el cansancio y la adrenalina por ejercicio de la mujer de Ricardo con la impactada excitación de Gricel. Las dos estaban ruborizadas, mas por motivos diferentes.
— ¿Ni una vuelta? ¿De verdad? -preguntó Martín, negando despectivamente con la cabeza-. Menos mal que no he apostado por ti.
— Pensaba que ganarías -Avaló a su pareja Sebastián.
— Me vi superada -dijo tímidamente, sin entender porque no agarraba a su marido y hablaba con él sobre lo que acababa de pasar.

En realidad, sí que se sentía asustada, pero más bien porque le había afectado positivamente el atrevimiento y el abuso de Ricardo. ¿Cómo podía haberle excitado aquel maltrato? Posiblemente por esto se vio influenciada a callarse, y eso terminó haciendo.
   El marido de Yohana la estudio con mirada inquisitiva, dedicándole una sonrisa sugerente que pasó desapercibida. Era irónico, porque el instinto de Gricel le había trabajado suficiente como para prevenir que iba a intentar algo, aunque ni se había llegado a imaginar que lo habría hecho con esa chulería y de una forma tan descarada. 
— Me ha gustado este reto -confesó Martin-. Luego repetimos.
— No, por ahí si que no paso -chilló Yohana-. Esto está vetado. Aún tengo que vengarme por lo del plátano y la tarjeta de crédito.
— No puedes negarte, solo reza porque los siguientes no seamos Sebas o yo.

Yohana se puso en posición para hacer girar la botella, pero su compañera se le adelantó con la excusa de que no lo estaba haciendo bien.
— Sí, mejor hazlo tú porque os está tocando a todos menos a mí.

La botella empezó a resbalar en círculos, alargando el tiempo de giro hasta que finalmente se detuvo entre Martín y Sebastián.
— Anda ya… -se lamentó Yohana.
— ¡Bien! -aulló Martín con energía, se levantó del sofá con mucha alegría y señaló al sofá de la izquierda, donde permanecían sentados Ricardo y Álvaro-. Vamos a calentar el ambiente. Ál, siéntate en nuestro sofá -Lo hizo a regañadientes, pero obedeció sin abrir tan siquiera abrir la boca-. El reto consiste en lo siguiente: No os podéis girar.
— Estos retos son muy raros. ¿No te parece? -comenzó a quejarse Ricardo.
— ¿Raros?
— Sí. Se supone que tienes que retar a una persona y como mucho pedir que otras colaboren, pero tú nos estás diciendo que no podemos darnos la vuelta… y me imagino que vosotros cuatro haréis algo.
— Muy agudo, Ric. Sí, eso es precisamente lo que pretendo hacer. Y no olvides que hace un momento retaste a Gricel y a Yohana a serviros como monturas mientras a nosotros nos impusisteis valer de árbitros. No seas hipócrita. ¿Sabes qué? Este juego se ha ido devaluando. Vamos a dejarnos de tontería y llamarlo por lo que es: Quien salga elegido por la botella puede dirigir al resto para hacer algo en grupo, y el resto tiene que obedecer. No me digas que no, Ric, porque fue lo que hiciste…
— No iba a negarme. Me parece bien.
— ¿Estáis de acuerdo? -Optó por preguntar al resto.
— Me parece perfecto, porque cuando me toque -dijo Yohana-, me las vais a pagar, todos.
— Sigue soñando, encanto. Al ritmo que vamos cuando te toque ya te habrás olvidado. Bueno, no perdamos más el tiempo: Yohana, Gricel venid detrás de los sofás. Ál, Ric… Recordad que, pase lo que pase, no podéis giraros.
— ¿Y si me puede la curiosidad y me giro? -preguntó Álvaro, con actitud rebelde solo en palabra, porque permaneció obediente sin dejar de mirar la chimenea.
— Nos darás al resto la excusa para negarnos y desobedecer luego. No olvidéis que la gracia de este juego es que todos hagamos caso. Si no te gusta lo que escuchas, véngate luego.
— No me queda otrag -terminó diciendo Álvaro.
— ¿Y nosotras que hacemos? -preguntó Yohana reuniéndose detrás de los sofás, envueltos mayormente en las sombras que proyectaban los dos muebles frente a ellos.


4. Sin mirar atrás (Domingo 2.25h)

La chimenea había ido perdiendo intensidad con el paso de las horas, por lo que no tardaría en necesitarse rellenarla de combustible. El alcance de las mermadas llamas era cada vez menor, y el salón estaba cada vez menos iluminado. Los cuerpos de los seis integrantes de aquel salón, que se habían apreciado perfectamente durante toda la velada, eran en ese momento poco más que siluetas de color claro. Los dos varones que se veían forzados a permanecer en ambos sofás sin poder girarse, no dejaban de mirar el debilitado fuego excepto para mirarse mutuamente, en silencio. Estaban incómodos, porque si jugar a aquello era divertido, les había tocado el papel de víctimas.
   Martín les dio a entender que hiciesen un círculo tanto a Sebastián como a las dos mujeres y les explicó de qué trataría el juego en aquella ocasión, cuando terminó de ponerles al tanto, Yohana se rebotó. Los cuatro estaban lo suficientemente lejos como para que no se les escuchase debatir.
— No pienso hacerlo.
— ¿Te da miedo que Ricardo se pueda girar?
— Sí, entre otras cosas.
— No seas gallina, Hana. Esto subirá el nivel de juego.
— Creo que no te has dado cuenta pero estamos en la cuerda floja, Martín. Tú no serás la que tenga que reconciliarse con tu marido y seguir durmiendo con él.
— Pero ¿Qué importa, Hana? Siempre has dicho que te has sentido muy abandonada el rubiales... ¿Vas a perder la oportunidad de disfrutar?
— ¿Quieres hacerme disfrutar? Espera a que se duerman y fóllame a escondidas, no esto.
— No dijiste lo mismo hace unas horas cuando nos dejasteis hacerlo escandalosamente en el cuarto.
— ¡Estábamos enfadadas con ellos, pelotudo! ¡Y encendidas! Es evidente que no pensamos en las consecuencias que por cierto, estamos pagando ahora.
— ¿Y no lo estas ahora?
— ¡No! Ahora estoy enfadada contigo.
— Eso no te lo crees ni tu.

Desde el sofá, Ricardo se impacientó y preguntó en voz alta.
¿Vais a tardar mucho?
— No, ya va -contestó Martin, luego bajó el tono de voz, y añadió:-. Si no quieres hacerlo, entonces agáchate y finge que lo haces. Si se giran verán que solo es un juego. No voy a obligarte a que hagas nada que no quieras.
— Ya, claro…

Martín la agarró del codo y la jaloneó hasta la parte trasera del sofá. La chilena y Sebastián hicieron lo mismo, ubicándose en el otro lado.
— Perdona, Ricardo. Odio haberte hecho esperar -se burló Martin con sarcasmo-. Solo queda una cosa… Gricel, te dejo elegir. ¿A quién prefieres de pareja?
— Esta vez quiero probar con Sebastián -respondió con timidez.
— Así que a mí me tocará esta descarada -concluyó Martín, acariciando los labios de Yohana, la cual permaneció arrodillada frente a él.

Sus ojos, tras unas gafas sucias y empañadas, lo miraban con desprecio. Solo era una actitud de fachada, o más bien fingía ser más orgullosa de lo que en realidad era. Aún así, permaneció acuclillada frente a él, dejándose acariciar los labios a la espera de que empezase a jugar con ella. Por otro lado, Gricel, con Ricardo a sus espaldas, estaba igualmente arrodillada frente a Sebastián. Este se bajó el pantalón y empezó a masturbarse frente a su cara.
— Os recuerdo que no os podéis girar, ni mirar de reojo, nada. Solo podéis mirar hacia el frente. Oigáis lo que oigáis… -les advirtió Martín antes de bajar la mirada y cruzarla con la de Yohana.
— Será mejor que les tapemos los ojos -propuso Sebastián, y tardando en contestar como si lo estuviese sopesando, Martín se giró comprobando que tanto Ricardo como Álvaro no debían girarse demasiado para ver a la pareja en cruz. Era tremendamente fácil que de reojo viesen demasiado, incluso si lo evitaban… Y eso no les interesaba para nada.


Martín rodeó el sofá por la izquierda y recogió los pijamas de ambas mujeres, concretamente los pantalones y, siendo fulminado por la mirada tanto por Ricardo como por Álvaro, les tapó la cabeza con un pantalón a cada uno, de esa manera, ni siquiera podían ver lo que tenían en frente, mucho menos lo que iba a suceder tras ello.
   Tanto Gricel como Yohana coincidieron en saber una cosa, y es que, con lo bien que se llevaban Martín y Álvaro fuera de aquella casa, iban a tener mucho que hablar cuando acabase aquel fin de semana…
Martín regresó a su posición inicial frente a la argentina, el varón abrió los labios y sacó la lengua que desbordó su barba, como si se estuviese burlando de ella, la mina de cabello largo oscuro lo entendió y lo imitó. Sus labios carnosos y rellenitos, aplastados bajo el dedo pulgar de Martín, se abrieron paso para dejar salir su lengua húmeda y pringosa. El dedo masculino patinó sobre ella, y cuanto más la acariciaba, más lengua sacaba. Sin hacerla esperar más, con la mano contraria se bajó la parte delantera del pantalón y el calzoncillo e hizo aterrizar su enorme verga morcillona sobre su rostro.
   Empezó a masturbarse él mismo, mientras su enorme y relajada bolsa testicular abasteció la boca de Yohana. Se pajeó mientras esta le chupaba las pelotas, sin preocuparse de disimular el sonido que haciendo sonidos de aspiración gemía y suspiraba antes de verse tentada a masturbarlo ella misma. La mano de Yohana sustituyó la de Martin, como si no estuviese pajeándose bien y, el cilindro de carne, empezó a ganar volumen hasta estar completamente dura.


— Seguramente pensaréis -dijo Martín dirigiéndose a los dos desocupados que había frente a él- que soy lo peor por teneros ahí, aburridos, sin hacer nada. Pero estoy seguro de que ahí sentados, si escucháis, no os vais a poder aburrir ni aunque queráis -sentenció con malicia.

A su derecha, se escuchaban las embestidas de Sebastián follándose la boca de Gricel. Esta con actitud sumisa recibía todos los pollazos que Sebastián lanzaba contra su boca. En varias ocasiones tuvo que cerrar los ojos de lo impactada que quedaba al sentir su garganta obstruida por el salchichón de Sebastián. Este aferraba su cabeza y se la follaba con un apetito bastante inesperado para ella. Había comenzado rápido y sin florituras, pero a un ritmo lento. Sin embargo, fue subiendo la velocidad de sus acometidas de cadera que le lanzaba, sin poder evitar chasquear y emitir sonidos húmedos de una manera inconfundiblemente sucia. Aquel ruido que salía de su boca, aquel txapa, txapa, txapa, txapa… mezclado con sus atragantados glug, mmm, gall gal gal glag… se repitió hasta al menos treinta veces más.



   Gricel miró hacia arriba, buscando los ojos de Sebastián y se encontró una mirada suplicante; le vio abrir la boca, excitado, iba a correrse, a desahogarse en su boca; casi podía imaginar la excitación que él sentía. Quería tener esa polla dentro de ella. Quería sentir como Sebastián se estremecía en su interior.
   Entonces no pudo más y Sebastián le taponó la nariz haciéndola emular un sonido de sorpresa y ahogo, intentó retroceder pero no pudo, porque el sofá hacía tope contra su nuca y se encontró bloqueada: Sebastián tuvo la decencia de retroceder lo suficiente como para que su glande se recostase sobre su lengua antes de explotar, pero no duró demasiado. Tapándole la nariz con ambos dedos, los labios de la fémina trataron de separarse sin mucho éxito, buscando el aire a bocanadas con sonoros, eufóricos y femeninos … Ahhh… Ah…. Ahhhh….. justo antes de que, dejándose llevar por la excitación, Sebastián malmetiese su cadera e incrustase aún más una chorreante manguera de carne, que obstruyó los labios impidiéndole respirar y, en los siguientes segundos, notó los espasmos de Sebastián dispararse contra su paladar. 


Todo había pasado muy rápido pese a que la falta de aire, sumada a la sensación de su boca impregnada de la lechita caliente, sintiese aquella sensación tan extraña alrededor de sus pezones y su panochita. Quiso mirarlo, pero sus párpados no querían abrirse por mucho esfuerzo que le pusiese. Finalmente logró abrirlos y vio a Sebastián, aún taponándole la nariz, con los ojos cerrados y sumido en su orgasmo, como si se hubiese olvidado de ella. Al mirar a su izquierda

, vio a Martín follándose las tetas Yohana y esta chupando el glande que sobresalía entre ellas, violentamente. Era impactante el ruido que estaban haciendo los cuatro.
Sin poder aguantar más, giró la cabeza liberándose del agarre y respirando ansiosamente, Gricel soltó varias bocanadas de aire que debieron resonar por todo el rellano. Sin haberle dado tiempo a tragarlo, y aún mareada por la falta de aire, se apoyó sobre el parquet mientras notaba el esperma desbordar entre sus labios y cayendo al piso y sobre su pecho, el cual subía y bajaba, tembloroso. Sebastián se disculpó en silencio, mordiendo con el colmillo derecho su labio inferior.
   Gricel sintió su sexo a punto de explotar, con calambres invisibles demandando ser penetrada. Intentó ponerse de pie, tambaleante y darle la espalda a Sebastián, apoyando ambas manos sobre el borde del respaldo del sofá y exponer su trasero a quien tenía detrás de ella.
   Ricardo debió oírlo todo y notarlo, pero no se giró. Tampoco lo hizo cuando Sebastián apartó la ropa interior dándola de sí y le separó ambas nalgas. Ella rezó porque la metiese, dándole igual hacerlo sin condón y con una polla impregnada en su propia leche… Y eso hizo.
   Gricel preparó la colita y la concha, poniéndolo en pompa. Y como si su amante le leyese la mente incrustó un miembro morcillón y de dureza frágil en su necesitado sexo. Fue una sensación rara para la mujer de Álvaro porque, tras unas rápidas metidas, aquel miembro viril sin una dureza consistente volvió a estar dura como una piedra.



   Fue jaloneada del pelo y empezó a cogérsela. Estaba lo suficientemente excitada como para que le diese igual gemir en voz alta, acompañando dichos suspiros con el inconfundible sonido de sus nalgas chocando con las carnes de Sebastián:
   Chop, chop, chop, chop, chop, chop, chop, chop…
— Hmm… Ahhh. ¡Hmm…!! Hmm… ¡Ahhh…! -sus gemidos eran demasiado femeninos y evidentes, de hembra excitada catando verga de varón. Pero, sin dudar a dudas, lo que más la encendió fue soltar esos gemidos tan cerca del oído de Ricardo.

Notó una segunda parálisis de Sebastián y una sensación de calor líquido rellenándola por dentro. El sexo quedó paralizado, dándole tiempo a apreciar sus senos fuera del sujetador. Si Ricardo decidía en ese momento dar de sí su nuca y mirar hacia arriba -y si no hubiese tenido los ojos tapados por un pantalón de pijama-, la descubriría desnuda y ruborizada.





   Desvió la mirada hacia la izquierda y pese a la escasa iluminación vio la silueta de su amiga entregando su colita a Martín, a cuatro patas tras el sofá. Sus dos manos separaban ambas nalgas y había dejado atrás su orgullo para dejarse tirar.
   En aquel momento, a Gricel se le antojó la poronga de su amante. Sebastián follaba bien, incluso si pudiese correrse rápido y repetir un número ilimitado de veces se sentía agradable y era excitante, ella tan solo quería constancia. Además, Martín era también mayor ahí abajo.
   Martín se masturbó arrodillado frente a la vagina de Yohana, justo cuando Sebastián reanudaba las embestidas dentro de ella duro como una piedra. Gricel se desconcentró y volvió a sumirse en el placer de una polla penetrándola, lo suficientemente gorda como para darle placer a pesar del ese semen aliviando la fricción y restándole sensibilidad.
— Cabrón… -escuchó decir a la argentina y, cuando volteó a su izquierda de nuevo, Martín había desaparecido para apartar a Sebastián y colocarse el mismo entre sus piernas.

El miembro de Martín, indiscutiblemente más ancho y largo, se clavó hasta empalarla justo al tiempo que su mano tapaba su boca y silenciaba parcialmente un alarido de placer. Las embestidas, al contrario que las de Sebastián, fueron lentas y pausadas, como si necesitasen una carga antes de clavarla hasta el fondo.


   En el gran salón, resonó el siguiente ruido: Chop………….. ¡Chop!............ ¡CHOP!
   Cada vez un poco más fuerte y un poco más duro, pero a la misma velocidad. Gricel, desesperada, quiso pedirle que le diese más rápido, pero Martín se mantuvo maliciosamente a esa velocidad. La abrazó por detrás y la cogió del cuello, asfixiándola eróticamente, mientras retrocedía, aguardaba y volvía a clavarla hasta el fondo. Los ojos de la chilena se encontraron con los de Yohana, claramente celosa y enfadada. Las embestidas se mantuvieron a esa desesperante velocidad, tan lentas como potentes, y para correrse iba a necesitar que fuese mucho más rápido.
   Sentía la mano apretar su cuello, y la otra palma de la mano se aseguraba de no dejarla proferir sonidos y delatarlos. Su propia lengua lamio la salada palma, completamente ida. Sin previo aviso Martín empezó a subir la velocidad, del Chop……. Chop…… Chop……. Pasó al Plas, plas, plas, plas… Y ganó tanta velocidad que el chapoteo se distorsionó, resonando con un CHAPCHAPCHAPCHAPCHAPCHAPCHAP.



   Gricel quiso pedirle que ni se le ocurriese parar, que ni se le ocurriese correrse y, cuando quiso darse cuenta, se acercó su orgasmo inevitable y se vino patas abajo. Las piernas le fallaron, todo su cuerpo se estremeció y sus piernas y su vagina se acalambraron. Sintió como su cerebro se fundía al mismo tiempo que quedaba paralizada con aquel glande, duro e inflado clavado contra su cervix.
— Eres un cabrón, Martin -se lamentó de nuevo Yohana a la izquierda de los tres, completamente sola.

El aludido se limitó a sonreír, sin dejar de acariciarse el miembro erecto, cargado y listo para la descarga. Gricel se sentó tras el sofá, ahí donde no llegaba la luz. Sus muslos le fallaban y necesitó un momento para poder levantarse. Se colocó bien la ropa interior y se incorporó, pasando de la parte trasera del sofá de la derecha al de la izquierda, dando ligeros traspiés con las piernas adormecidas y temblorosas hasta acechar a su marido por detrás. Sobrepasando el respaldo con medio cuerpo, apoyó el vientre contra la parte más alta del sofá al tiempo que abrazaba a Álvaro por detrás.
— ¿Qué es esto? -Le susurró al oído con voz melosa y sensual-. ¿Te has puesto duro? -sus dedos acariciaron un bulto en su entrepierna que habría pasado desapercibido si no hubiese sido porque Gricel ya sabía que estaba ahí.
— ¿Ya puedo darme la vuelta? -preguntó en tono glacial.
— No, todavía no -La voz de Gricel sonaba cansada y suave, haciendo lo posible por no evidenciar su dificultad para respirar. Aún notaba el corazón aporreando su pecho-. ¿Te ha gustado lo que has oído?

Los troncones de madera en la chimenea estaban casi consumidos, siendo sustituidos por unas tristes ascuas grises y anaranjadas. En los últimos minutos aún había llamas iluminando la estancia, pero en ese momento incluso a centímetros de las cenizas reinaban las sombras, Martín dio por su parte con el interruptor de una lámpara de mesita, acompañando al sofá de la derecha. El fulgor de aquella bombilla era débil, y aunque ganaría iluminación, bastó para delatar a los seis. Yohana había imitado a su amiga y cruzó al otro sofá para hablar con Ricardo tan bajo que apenas se les escuchaba. Las conversaciones de ambas parejas permanecían en la clandestinidad, mientras Martín y su pareja se mantenían distantes en la oscuridad, cediéndoles un poco de intimidad.
— Puede que haya tenido una erección, Gricel, pero esto no me gusta nada.
— ¿El qué no te gusta? -quiso saber en tono inocente.
— No quiero compartirte con nadie.
— No quieres compartirme pero luego no quieres tocarme ni con un palo, y cuando lo haces… es muy triste, Álvaro -se sinceró con crudeza, creyendo que era realmente necesario.
— Ya lo sé -contestó con hartazgo, como si fuese una verdad inamovible-. Quiero cambiar eso, de verdad. Entre nosotros… ¿Has tenido sexo con ellos?
— ¿Tú que crees?
— Creo que sí, pero quiero pensar que no.
— ¿Si te digo que sí, Álvaro…? ¿Qué pasaría? ¿Cambiaría algo?
— Creía que podría soportarlo -se sinceró- pero no puedo. Te imagino haciéndolo con Martín o con Sebastián y me pongo de mala…
— ¿Y si te dijese que nos lo estamos pasando bien sin penetración, algo así como una masturbación conjunta?
— Seguiría sin gustarme. No quiero compartirte con ellos.
— Pues a mí me excita que creas eso -confesó Gricel, sin dejar de abrazarlo.
— Si cruzas esa línea… ¿Qué me garantiza luego que no volverías a hacerlo?

Gricel se quedó pensativa, se dispuso a contestar pero acabó arrepintiéndose en el último momento.
— Nada… Tal vez. ¿Realmente no te excita pensar que tus dos amigos me la meten sin contemplaciones?
— ¿Quieres que me excite? -preguntó extrañado, antes de contestar:-. No, no me excita.
— ¿Pero?
— No hay ningún pero. Salvo a lo evidente: Me excita oírte gemir, o oírte excitada.
—Entonces todos salimos ganando. ¿No crees? Álvaro, me lo estoy pasando muy bien y no voy a parar ahora.
— ¿Vas a dejarte coger por ellos? Que sepas que no podría volver a mirar a Martin a la cara.
— ¿Por qué? ¿Por qué lo hagan conmigo?
— Porque me habrían engañado todo este tiempo, Gricel.
— Y si te digo que oigas lo que oigas y veas lo que veas no lo haré con ellos.
— ¿Cómo voy a poder creerte? No, quiero decir… Puede que quiera creerte, pero…
— Vas a tener que confiar en mí. Prométeme que oigas lo que oigas, creerás que no te traicionaría nunca de esa manera.
— Prometo que lo intentaré.
— Nos lo estamos pasando bien, Álvaro… Puede que sea de una manera diferente a la que no estamos acostumbrados, pero hacía mucho que no me divertía tanto.
— Si me entero que tenéis sexo, delante de mí o a escondidas… Acabaremos muy mal, Gricel. Quiero creerte, es una situación muy rara pero realmente quiero creerte.

Gricel lo creyó, sabía que su marido, a su manera, se estaba esforzando por consentirla. No estaba segura si se estaba haciendo el tonto y perfectamente sabía lo que habían estado haciendo, o su creencia de que Martín y Sebastián eran gays era tan fuerte que en realidad no creía posible que tuviese sexo real con ellos. La mujer de cabello marrón ondulado se mordió el labio y metió disimuladamente la mano bajo el pantalón de su marido. El calor de su piel, la innegable dureza de su miembro y el morbo de hacerlo sin estar solos, incluso si nadie los miraba.
— Pase lo que pase y oigas lo que oigas, por la noche quiero esto dentro de mí -le susurró al oído antes de apartarse.
— Voy al baño -anunció de repente Álvaro, como si llevase tiempo planteándoselo, pero no se hubiese decidido hasta ese momento.
— Aprovecharé para añadir leña a la chimenea -dijo Sebastián, encendiendo las luces y dirigiéndose al sótano, cuya puerta se enfrentaba a la de la cocina.



5. Declaración de intenciones (Domingo 2.53h)

 

Con una luz menos cálida y más artificial alumbrando el salón, el grupo se dispersó: Martín se separó del resto en solitario y se metió en la cocina, acechado por Ricardo. Cuando Gricel quiso darse cuenta, se quedó a solas en el salón con Yohana.
— ¿Crees que se va a alargar mucho? -preguntó la argentina aún en ropa interior. La temperatura de la casa les permitía disfrutar de la ausencia de ropa.
— ¿Por qué? ¿Tienes sueño?
— No, tengo ganas de otras cosas.

A ninguna de las dos no dejó de resultarles extraño reconocer aquel deseo en voz alta, debía ser la primera vez en todo el fin de semana que admitían su intención de tener sexo con alguien ajeno a sus parejas.
— Está difícil… No creo que Ricardo o Álvaro se vayan a separar de nosotras.
— Cuando se duerman -Dejó que su idea sobrepasase sus labios y se quedasen flotando en el aire-. Voy al baño.
— Sí, yo también. ¿Vamos juntas?
— No nos queda otra -contestó ella dando a entender que el suyo estaba ocupado por Álvaro-. ¿Qué es eso blanco que se te escurre entre las piernas? -preguntó en tono sugerente señalando hacia ellas.

Gricel alzó la vista, impactada.
— ¿Lo habrá visto Álvaro?
— No creo, bebita. Vamos al baño.

Ambas se alejaron de los sofás y las chimeneas, subiendo el par de escalones que unían los dos desniveles del salón y se dirigieron hacia las escaleras, pasando entre la puerta que conducía al sótano, a la izquierda, y junto a la puerta de la cocina, a la derecha. Yohana ya había a sumar escalones cuando Gricel se quedó rezagada al oír hablar a Ricardo y a Martín, llevaba un par de metros escuchándolos, pero hasta ese momento no había sido capaz de entender lo que decían… Ambos parecían abstraídos, como si no hubiese nadie más en la casa que les pudiese escuchar.
— … podréis acabar muy mal como se entere -amenazó Ricardo.
— ¿Y contigo no vamos a acabar mal? -preguntó Martin cruzado de brazos, a su lado sobre la encimera había una lata de cerveza ya abierta.


Gricel escuchó a Yohana hacer sonar los peldaños de las escaleras que crujían, denotando no haberse percatado de su ausencia.
— Podemos llegar a un acuerdo.
— Tú dirás -contestó con frialdad.
— Yo os sigo el juego y…
— ¿Seguirnos el juego con qué, Ric?
— Con los juegos como el de antes… Era evidente que estabais follando detrás de nosotros.
— No dices nada que Álvaro no pueda pensar por sí mismo -le atajó con desdén.
— Pero yo me llevo bien con él, vosotros… Ahora mismo estáis algo crispados. ¿No crees?
— ¿A dónde pretendes llegar? ¿Nos regalas a Yohana lo que queda de fin de semana? -propuso.
— Si hacéis algo con Yohana no quiero enterarme. ¿Me estás entendiendo? -Ricardo sonó por primera vez agresivo-. Me pone enfermo toda esta mierda.
— ¿Pero?
— Si vosotros os beneficiáis con ellas, yo también quiero sacar provecho.
— Con Gricel.
— ¿Por qué no?
— ¿No te llevas tan bien con Álvaro? ¿Por qué quieres robarle a su mujer?
— Tengo mis razones… Pero si tengo que darte un motivo, solo no quiero irme de esta casa arrepintiéndome por no haberlo intentado.
— Eso podría costarte el matrimonio con Yohana como se entere. ¿Lo sabes, no?
— No pasará si no se entera. Y si lo hace más le vale callarse. ¿O no hago yo lo mismo con vosotros?
— ¿Y qué te hace pensar que no se enterará? ¿Y si Gricel se lo cuenta?
— Ella es la primera interesada en no contarle nada…
— Hay una diferencia, Ric. Todo lo que ha hecho Gricel con nosotros ha sido porque ha querido. Yo no veo que contigo tenga ningunas ganas de hacer nada. ¿Quieres forzarla o algo así?
— Ves lo que te interesa, Martín. ¿Sabes lo que creo? Que a Gricel le está gustando esto de jugar a escondidas de Álvaro, igual que a mi mujer. ¿Y si ella me engaña con vosotros, porque no iba a hacerlo yo con Gricel? Todo lo que te pido es colaboración, y a cambio os ayudaré. Si es necesario me haré el tonto con Yohana, pero no quiero ver ni enterarme de nada.
— ¿Por qué no te aclaras, Ric? ¿Te molesta o te da igual que tu mujer te engañe?
— Me enoja; no sabes cuanto. No se te olvide que todo esto lo empezasteis vosotros. Vosotros y ellas, Martín. Yo solo os estoy siguiendo el juego.
— Me mola. ¿Tenemos un trato, entonces? -Martín le tendió la mano, pero Ricardo no se la aceptó.
— Sí, tenemos un trato. Ayúdame a quedarme a solas con Gricel y que Álvaro no nos moleste.

De repente, Gricel alcanzó a escuchar una serie de pasos provenientes de las escaleras que descendían al sótano. Sopesó seguir escuchando la conversación, después de todo tan solo era Sebastián, pero ya que habían parecido terminar de hablar prefirió no arriesgarse a ser atrapada espiándoles, por lo que se apartó veloz de la puerta de la cocina y regresó hacia el sofá, como si no se hubiese movido de ahí.
— ¿Qué haces ahí tan sola? -preguntó Sebastián a sus espaldas.

Gricel volteó a mirar hacia atrás, descubriendo que nadie bajaba las escaleras ni los dos hombres salían de la cocina.
— Sebas -comenzó a decir, observándole arrodillarse frente a la chimenea cargado de gruesos troncos. También bajó una bolsa que parecía contener carbón, apartó el plástico a un rincón fuera de la chimenea.
— Aja… -le dio el pie a continuar.
— ¿Sois gays realmente? -preguntó Gricel.
— No, realmente no -susurró con naturalidad, sin vergüenza por haberle mentido todo aquel tiempo.

La mujer quedó boquiabierta, más por su manera de contestarle que por haber sido engañada todo aquel tiempo. Aún así, le parecía sorprendente que no se gustasen mutuamente, incluso si podían gustarles también las mujeres.
— P…Pero os… os he visto varias veces…
— Lo hemos fingido, todo -contestó con naturalidad, sin sonreír.
— ¿Y los besos? ¿Y esa manera de tocaros?
— Es… -se sonrojó-… se podría decir que es una manera que tenemos de ligar y no tener sospechas a nuestro alrededor. Ni te imaginas la cantidad de mujeres que nos hemos tirado gracias a esto… Y a algunas las conoces -De inmediato, Gricel pensó en las esposas que acompañaban felizmente a sus maridos a los partidos de futbol los domingos. Eso explicaba ciertas miraditas y sonrisitas por parte de ellas, pese a que nunca lo hubiese pensado.
— ¿Cómo? Si siendo gays…
— A muchas mujeres parece que les da morbo probar con nosotros. Eso o saben que no lo somos y es la excusa perfecta si nos pillan. ¿Quién iba a desconfiar de dos gays declarados?
— ¿Y…? ¿No os da asco…?
— Siempre nos ha dado igual -aseguró colocando tres troncos de gran grosor sobre las ascuas, luego colocó varios trozos de carbón sobre ellos. Fuera de la chimenea dejó suficientes troncos y combustible para no tener que volver a bajar al sótano por más hasta el día siguiente.

Álvaro comenzó a bajar uno a uno los escalones que gruñían a cada paso que daba, aún demasiado lejos para escuchar lo que hablaban.
— Entiendo lo que quieres decir, nunca me había planteado besar a una mujer y aún así cuando besé a Hana me gustó, pero..
— Gricel, no le digas nada a Álvaro, por favor -dijo llevándose el dedo índice a los labios antes de volverse y actuar con naturalidad.
— Claro, no lo haré -contestó finalmente justo cuando Álvaro bajó los peldaños que superaban el desnivel y se sentó al lado de Gricel.
— ¿Crees que falta mucho? Quiero irme a la cama.
— ¿A la cama? No tienes pinta de tener sueño.
— Por esto… -dijo clavando sus dedos sobre sus bragas, haciéndole experimentar un calambre de placer.
— Pues ve mentalizándote de que debes durar, sino me enfadaré y mucho.
— Duraré cariño, duraré.

Parecía darle igual que Sebastián estuviese recolocando bien la madera, dándonos la espalda. Sebastián alzó la ceja y puso cara de que le parecía ridículo lo que estaba escuchando. Era penoso que su marido estuviese cometiendo los mismos errores y estuviese siendo tan estúpido pero, por supuesto, procuró que no se le notase.
   Los escalones de madera de la escalera principal resonaron ante el descenso de la argentina. La luz de la cocina se paró y de su interior salieron Martín y Ricardo, tan separados como si no hubiesen cruzado una sola palabra en todo aquel lapso de tiempo. Gricel se quiso tirar de los pelos, arrepentida, por no haber buscado la manera de escuchar la conversación completa. Se moriría de la curiosidad por saber que habían hablado después de que se fuera.
— Bueno… -Yohana atrajo la atención del grupo-. Vamos a seguir…
— Me gustaría que este fuese el último juego, al menos para mí -confesó Álvaro en voz alta-. Son casi las cuatro de la mañana y tampoco quiero pasarme todo el día útil de mañana durmiendo.
— También es verdad -corroboró Martín-. Pues que sea la última, así puedes irte con tu mujer y echar un buen polvo -se burló, antes de aclarar-. Lo digo en serio, Ál. Después de tanto erotismo es normal que quieras desfogarte un poco -mentó en tono sarcástico.
— Entonces cuanto más lo alarguemos mejor -puntualizó Gricel, con malicia.
— Salga lo que salga y le toque a quien le toque -Martín alzó ambas manos de forma apaciguadora- sin malas vibras. Mañana continuamos.

Eso había dicho, pero tanto Gricel y Yohana, como Martín y Sebastián pensaron, cada uno a su manera, que no pensaban irse a la cama en cuanto se acabase el siguiente juego… Y si se veían obligados a ir, estaban lo suficientemente inquietos y excitados como para no permanecer mucho tiempo en ella.
— Al paso que vamos nos pasaremos más tiempo recuperando el sueño perdido que disfrutando del domingo -gruñó Álvaro.
— Si tanto sueño tienes, cariño, puedes irte ya a dormir. ¿Alguien más quiere acostarse pronto? -inquirió su mujer altiva.
— Gracias por la invitación, pero voy a quedarme y probar suerte.
— ¿Suerte para qué? -preguntó alzando una ceja.
— Si me toca a mí vas a enterarte de lo que es bueno.
— Cuidado, Álvaro -le avisó Gricel-. No enseñes tus cartas o podrías acabar perdiendo tu.
— Haya paz -se entrometió Martín-. Solo es un juego más. Cada uno a su sitio. ¿Quién hace girar la botella?
— Ya lo hago yo -se impuso Gricel, sentándose frente a los dos sofás y junto a su amiga, colocó la mano sobre la botella, lista para hacerla dar vueltas una última vez.

Para bien o para mal, quería ser ella quien decidiese el resultado. Eran muchas los resultados disponibles: ¿Qué castigo le tendría preparado Álvaro? ¿Qué habían pensado Martín y Ricardo si les tocaba? Curiosamente, lo que pudiesen pedir Yohana y Sebastián le daba bastante igual, y solo rezó porque no le tocase a ninguno de los dos.
   El cristal cilíndrico dio al menos siete vueltas antes de pararse frente a Martín.
— Vaya suerte tenéis, macho -bufó decepcionado Álvaro.
— Y que lo digas -refunfuñó Ricardo, pese a que su queja parecía fingida.
— Mañana tendremos que buscar una manera más equitativa de repartir esto -sopesó Yohana en voz alta.

El novio de Sebastián se frotaba las manos, ladino. A Gricel se le pasó por la cabeza que de algún modo había trucado la botella, o se las había ingeniado para que aquel fuese el resultado final, pero acabó decantándose porque aquella idea era tan absurda como improbable.
— Quiero que juguemos todos al escondite, pero será un esc…
— ¡Macho, no me jodas! Algo que se pueda terminar rápido.
— ¿Tan rápido como tú en la cama? -se burló Yohana de Álvaro, quitándole las palabras de la boca a su amiga. Gricel se cruzó de brazos y sonrió.
— Puedo durar mucho si quiero -contestó con el dedo alzado.
— Eso es verdad, si quieres -contestó Gricel, cediéndole ese punto para no terminar de hundirle la autoestima. Una de cal y otra de arena.
— Lo que quiero decir… Mirad la hora, son casi las cuatro de la madrugada. Para cuando terminemos de jugar serán las cinco.
— O hasta las seis -le corrigió su mujer-. Álvaro, por una hora más tarde que nos vayamos a dormir no habrá demasiada diferencia, y cuanto más tarde nos vayamos más cansados llegaremos a la cama y antes nos dormiremos.
— No veo fallas a su lógica -contestó Sebastián.
— Está decidido -sentenció Martín-, aunque no te obligo a jugar. Puedes irte a la cama si quieres.
— No voy a ser menos, jugaré -Álvaro parecía hacer rechinar sus dientes.
— Estas son las reglas: Vale esconderse por toda la casa, y Álvaro es el que la para.

El informático, que si ya de por sí tenía pocas ganas de jugar, menos de ‘’buscar’’, hizo un dramático puchero sin llegar a verbalizar su disconformidad.
— ¿No quieres terminar pronto? Dependerá de ti. Vale, hay una serie de condiciones que lo harán interesante: Una vez escondidos, no nos podremos mover de donde estemos. Y el que busca, Álvaro -puntualizó, como si fuese necesario- lo hará sin poder ver.
— ¿Me estás diciendo que tengo que buscaros por toda la casa con los ojos cerrados? Estás de broma. ¿No? -preguntó totalmente serio.
— Sí, y para que no te tropieces, te caigas ni pases de largo, te acompañaremos Sebastián o yo, el que más rabia te dé. Nosotros si podremos ver, bueno… El que te acompañe.
— Y supongo que no podréis decirme donde están.
— Para hacerlo más interesante -Martín ignoró el comentario de su compañero de futbol-, nos dividiremos en parejas. Ricardo irá con Gricel, y yo, o Sebastián, con Yohana.
— ¿Podréis decirme cosas o no?
— Solo podremos darte pistas como: Podrían estar por esta zona, creo que están en el piso de arriba pero nunca cosas del estilo: Están en frente de ti o a tu derecha.
— Lo que quiere decir que si me queréis engañar, podéis.
— Exactamente.
— Para eso prefiero ir solo.
— No, que podrías hacer trampas y ver, eso o romperte la cabeza.
— Iré gateando, prefiero ir solo.
— Como sea, uno de los dos te acompañará. ¿A quién prefieres?
— A Sebastián -gruñó entre dientes.
— Para que sea justo, qué tal si ponemos media hora desde que empieces a buscar. Podríamos poner algún premio si encuentra a uno o a dos. ¿No creeis?
— ¿Qué tipo de premio? -contestó Álvaro receloso.
— De eso me encargo yo -se ofreció acercándose a su marido y susurrándole al oído que, si la encontraba a ella, el día siguiente le obedecería en todo lo que pidiese, incluso a la hora de elegir los juegos.
— ¿De verdad? -preguntó desconfiado.
— Pero si tienes media hora para encontrarnos, lo justo será que Sebastián no pueda decirte nada. No podrá abrir la boca para nada relacionado con el juego. ¿Entendido?
— Yo quiero esconderme también -contestó Sebastián.
— Se siente, te ha elegido el mismo.
— ¿No me engañas, Gricel? Si te encuentro a ti harás eso.
— ¿Qué te has apostado? -preguntó la rellenita con gafas.
— Si me encuentra mañana, desde que me levante, haré todo lo que me pida y le apoyaré en todos los juegos que proponga, la medianoche del lunes.
— Que apuesta más fuerte… Ahora no sé quién quiero que gane.
— Basta de cháchara, vamos a empezar. ¿Estáis preparados? ¿Alguien tiene que mear? ¿No? Entonces vamos a taparle los ojos y nos escondemos. Recordad que una vez encontréis sitio, no os podréis mover.

Una sonrisa apareció en los ojos de Martín… Aquel juego del escondite iba a ser de todo, menos falto de movimiento.


6. El armario (Domingo 3,50h)

La gran casa de madera se mantenía erguida en la cumbre de aquella montaña. El viento había amplificado su fuerza y aunque buena parte del edificio se encontraba bien aislado, seguía colándose algo de frio junto a las violentas ráfagas de viento que asolaban la montaña.   Las cuatro ``presas´´ escaparon apresuradamente del lugar que rodeaba la chimenea de la planta baja, frente a la cual contaba Álvaro hasta cincuenta, sentado en un sofá y sin poder ver.
   Una banda de color negro cubría sus ojos, contando en voz alta tal como le había pedido Sebastián. Este aguardó tras los sofás, enfurruñado por no poder divertirse con Yohana ni con Gricel, obligado a hacer de niñeta mientras Martín se divertía a su costa. Volteando la vista atrás alcanzó a ver a Ricardo encabezaba la huida hacia la planta superior, guiando a Gricel enérgicamente hasta algún rincón. Yohana y Martín se escabulleron al sótano, haciendo sospechar a Sebastián que ellos serían rápidamente atrapados por Álvaro cuando terminase de contar hasta cincuenta. Cuando alcanzó el final de la cuenta, se levantó e inició la búsqueda, tropezó varias veces con obstáculos que cuando podía ver no les dedicó ni la más leve mirada, por eso el rastreo hacia los huidos se le hizo más lento y tedioso de lo que inicialmente había esperado.
— Me imagino que no tendré a nadie cerca. ¿No?
— No puedo responder a eso -se limitó a contestar de mala gana.
— Sebas, no jodas… No me hagas buscar literalmente por toda la casa. Cuando me acerque a ellos, dame una pista o avísame de alguna manera, sino no acabaremos.
— Solo es media hora… Si no los encuentras igual acabará.
— No quiero estarme media hora y tampoco creo que te haga mucha gracia verme hacer nada. Avísame cuando me acerque y mañana no lo olvidaré.
— Vale, te ayudaré -musitó Sebastián, viéndole tantear cada objeto que se topaba en su camino-. Esta no ha sido la mejor idea de Martín. Se acercan escaleras.
— No, la verdad es que no -contestó, sopesando los escaños de madera que superaban el desnivel en mitad del salón.

Se lanzó directo hacia la cocina, priorizando estudiar su interior antes de lanzarse a la planta superior. Pensaba descartar el sótano, pues en su fuero interno no creyó posible que ninguno de los otros cuatro se hubiesen expuesto al frio descenso pudiendo disfrutar escondidos en las cálidas habitaciones de la segunda planta.

***

Gricel esperaba ser arrastrada a cualquier otro lugar de la casa, por lo que la pilló por sorpresa que Ricardo abriese la puerta de su propia habitación e ignorando la cama que compartía con Álvaro, se detuvo ante el enorme armario de roble que, pese a su tamaño, no lograba destacar entre los otros muebles del salón. Abrió la puerta de la derecha, descubriendo que era imposible esconderse tras ella debido a la naturaleza de su interior: Estantes y cajones.
   Ricardo chisteó antes de abrir la puerta de la izquierda, aquella vez si sonrió y la empujó dentro. Al contrario que el lado derecho del armario, el interior izquierdo estaba prácticamente vacio. Con la ausencia de prendas de ropa y de sábanas, una barra horizontal se fusionaba con las paredes internas del armario, de la cual colgaban multitud de perchas que rozaron sus cabezas al quedar encerrados dentro, a oscuras.
— Que violencia -le reprendió entre risas, Gricel. Se sentía nerviosa, con un cosquilleo extraño inundando su pecho y su vientre.
— No puedo decir que lo sienta -contestó con tono impertinente, pero no resultó agresivo, al menos no verbalmente.  



Sus cabezas tuvieron que mantenerse bajas para no producir ruido al chocar con ellas. Ricardo las apartó con hastío haciendo resbalar sus ganchos sobre la barra metálica, relegándolas a una esquina superior del armario donde no deberían volver a molestar.
   Gricel fue empotrada seguidamente contra la pared interior del armario, la cual separaba el lado izquierdo del derecho. Notó como Ricardo no hizo ningún esfuerzo por mantenerse separado de ella, sino todo lo contrario: parecía estar restregándose, como si fuese inevitable no abrazarla y como si fuese inconcebible que su entrepierna estuviese separada de su trasero. Mientras él estaba vestido de pies a cabeza, Gricel únicamente evitaba la desnudez completa por su ropa interior.

— ¿Esto es lo que querías, Ricardo? ¿Acabar dentro de un armario conmigo? -preguntó Gricel
— No solo quiero acabar dentro del armario -se atrevió a decir, sin andarse por las ramas.

Gricel pudo notar como la blanda entrepierna de Ricardo se endurecía más y más a cada segundo que pasaba, convirtiéndose en un tieso y vertical bulto, que se quedó atorado entre sus nalgas.
— Nunca habría esperado esto de ti. Como Álvaro se entere…
— Pues mejor si no nos descubre. ¿No crees? Tampoco es que parezcas muy motivada a impedir esto.
— ¿Serviría de algo?
— Sé que lo deseas… -sus manos se atrevieron a invadirla. Sus manos no buscaron sus principales erógenas, sino que comenzaron acariciando sus muslos, su vientre y sus costillas. Basta con decir que a Gricel se le puso la piel de gallina.

 No tardó en acercarse peligrosamente a sus senos y panocha, pero no llegó a tocarlas.
— No te deseo y no me atraes, Ricardo -contestó con sinceridad. Por supuesto evitó decir nada sobre lo que le excitaba que la tratase de esa manera.
— ¿Y por qué estás tan húmeda? -preguntó justo cuando sus dedos acariciaban gentilmente su vagina. Gricel se estremeció al dejarse abusar de aquella manera, en el fondo si quería pero nunca lo reconocería. Al contrario que con Martín, cuyos juegos se le antojaban como unas simples travesuras entre amigos, con Ricardo le parecía una traición en toda regla, algo sucio y mezquino.
— No es por ti, no puedo verte de esa manera Ricardo. Eres como… como mi hermano.
— Hasta este fin de semana nunca te había visto así… -coincidió-. Entonces te vi provocándonos en aquellos juegos…
— No te estaba provocando a ti -negó, incrédula.
— Y cuando chillaste en el cuarto, tirando con esos dos maricas… ¡Ui, mamita! Actuaste como una verdadera putita.

Gricel sintió como la verga que se restregaba contra su culo ralentizó su roce, la voz de Ricardo se volvió suave e íntima. Como si estuviese tratando de convencerla.
— No cogímos …
— Lo hiciste, no tengo pruebas pero tampoco tengo dudas. No me tomes por pendejo. Puede que Álvaro esté ciego-dos de sus dedos atravesaron sus bragas y se internaron en su sexo, haciendo que Gricel maldijese su facilidad para lubricar-, pero es lo que hay.
— Entonces… ¿Sabes que Yohana está siendo cogida por Martín? Ahorita… mismo.
— Sí, lo sé.
— ¿Y te da igual?
— Claro que me enfada, yo la quiero. Pero el matrimonio se vuelve aburrido. Ay. ¿Qué te voy a contar? ¿Acaso tú no quieres un buen potro que te agarre, eh? -dijo antes de morderle el cuello, transmitiéndole todo su enfado y su frustración. Gricel tuvo que contenerse para no chillar y gemir. Sí, le enfadaba pensar que Yohana le era infiel, y lo estaba pagando con ella-. Pero está bien… Ella por su lado y yo por el mio. Voy a darte lo que quieres, una buena culiada de pijazos… Y si no quieres que nos delate a los dos, me harás caso. ¿Entendiste o no entendiste?

Unos crujidos provenientes de fuera de la habitación alcanzaron los oídos de ambos, justo en ese momento y sabiendo que Álvaro debía estar alcanzando el rellano del segundo piso tras superar todos esos ruidosos escalones, Ricardo aprovechó para bajarse el pantalón hasta los tobillos.
— Si haces esto no habrá vuelta atrás -le espetó Gricel, sintiendo esa dureza colarse entre sus piernas y frotarla a través de ellos.
— La única manera de que no hagamos nada es que tú no quieras. ¿Y sabes qué? Eres una perra, una trola, mamita. Te mueres porque te la clave, aunque no lo reconozcas. Así que solo quiero que hagas una cosa, y es que te dejes coger. Y que gimas como la perra en celo que eres.
— No voy a hacerlo. No me arrancarás ni un solo suspiro.
— Eso -Ricardo se echó a reír, en ese momento no fue más que una risita por lo bajo imposible de escuchar fuera del armario
— Esto deberías hacerlo con Yohana, no conmigo.
— Nunca me ha encendido tanto como lo estás haciendo tú… -le suspiró al oído antes de morderle el cuello. Gricel silenció su propio sollozo mientras apoyaba ambas manos contra la pared travesera del armario-. Debe ser la idea de robarte… y que tú también lo desees.
— Yo no quiero esto -repitió, pero no dijo más nada.

Gricel sintió como la agarraba del pelo y la hacía empotrar su cara contra la pared. Justo en ese momento se abrió la puerta de la habitación, sonando sus bisagras al abrirse de par en par como no lo había hecho cuando entraron ellos unos minutos atrás.
— ¿Están aquí? -preguntó Álvaro en voz alta, sin obtener respuesta. Al ir a cuatro patas, sus manos y sus rodillas hacían ruido al gatear, y ese sonido delató su entrada en la habitación.
— Estoy demasiado caliente -Ricardo bailó con sus caderas, metiendo y sacando su verga de entre los humedecidos muslos de Gricel, cada vez más mojados-… así me pones.
— No me hagas esto, delante de Álvaro no -suplicó Gricel en voz baja.
— ¿El qué? ¿Esto? -Ricardo se hizo a un lado y retiró de mala manera su ropa interior, haciendo que esta cayese entre sus muslos y, por inercia, hasta sus tobillos. Tres dedos fueron suficientes para saturar e invadir la panochita de Gricel haciendo que se le escapase un gemido que logró silenciar por poco. Pero sonido húmedo de los dedos removiéndose escandalosamente en su vagina, eso sí debía escucharse fuera del armario… O eso pensaban ambos.
— ¡Hmm….! ¡Para! ¡Nos van a oír! -suplicó con un hilo de voz Gricel, tapándose la boca totalmente colorada. Sentía que le faltaba el aire y las piernas le fallaban: Empezaba a querer agarrada por aquel infeliz.
— Entonces agáchate y chúpamela.
— ¿Qué?
— Venga, hazlo o lo haré más fuerte.
— Vale… Lo haré… No hagas más ruido -aceptó desesperada apartándole la mano, volteándose en el limitado espacio sin poder evitar frotarse estrechamente con el cuerpo de Ricardo en su descenso hasta quedarse colocada de cuclillas frente a una verga que no podía ver, pero sí podía sentir porque la tenía pegada a la cara.
— ¿A qué esperas? -preguntó Ricardo lo suficientemente bajo para que Álvaro no escuchase desde fuera del armario, apoyando ambas manos contra la pared del armario y separando más sus piernas-. Chúpamela apasionadamente o empezaré a hacer mucho ruido.
— No te atreverás.
— ¿Qué no? No me tientes, Gricel… No me tientes.
— No tienes por qué tratarme así.
— Eso es lo que os gusta a Yohana y a ti. ¿No?  Duro… Ahora chupa… duro… ¡Eh! Sin manos…

Las frágiles dedos de hembra agazapada se enroscaron alrededor de la ropa que se acumulaba en torno a las rodillas de Ricardo. Se tomó un momento en olfatear aquella erección desconocida, incluso cuando él la azuzaba a comenzar. No concebía una acción tan sucia como acceder a aquel chantaje y practicar sexo oral a ese indeseable. Además, aquel miembro olía a sudor y a algo más que no era capaz de reconocer. Eran olores orgánicos, nada artificial. Tampoco parecía desaseada pero tenía un aquella fragancia que le entraba por la nariz y le impregnaba el cerebro, sin dejarle pensar con claridad. Gricel tenía la sensación de estar salivando, se le antojaba como imposible cerrar la boca. Lo olisqueó repetidamente antes de que la impaciencia de aquel hombre acabase por clavársela entre sus labios. Su boca, por autoreflejo, se moldeó alrededor del pedazo de carne; su sabor era fuerte, salado y ligeramente empalagoso, aunque no fuese insoportable. Al igual que el olor, despertaba algo en ella. No era nada nuevo, pero si era extraño que aquella sensación se la provocase él.
—Esa boquita de perra… -gruñó Ricardo impactantemente alto, como si quisiese que fuera del armario los escuchasen.




Ante la imposibilidad de quejarse y sin dejar de chupar, gesticuló con incredulidad mientras Ricardo se follaba su boca. Gricel se esforzaba por mantener aquel metesaca lo más silencioso posible, pero cada vez era más evidente que se estaba esforzando porque lo pillasen.
— ¿Oyes eso? -preguntó Álvaro.
— Sí -contestó seco Sebastián-, parece que proviene de otro cuarto. Deben estarte provocando para que los encuentres.
— Desgraciados… ¿Cuánto tiempo han pasado?
— Solo 5 minutos, te faltan 25.
— ¿Hay alguien aquí, a simple vista?
— No.
— Pero escucho algo, cerca…

Gricel apartó la cara con la intención de detener aquello, pero Ricardo continuó follándose su cara con frenesí restregándosela antes de obligarla a levantarse. Pudo sentir los dientes clavarse en su cuello tan rápido como se había terminado de incorporar. Sus dedos se clavaron en su vagina desprotegida y ella no pudo hacer nada más que tapar su propia boca para reprimir los gemidos.
— Date la vuelta -le susurró al oído- y deja que te la clave.
— La reconcha de… No… No seas pelotudo, Ricardo… Hnfmmm…
— Date la vuelta ya
— Haceme el favor… Nos van a escuchar…
— Es la idea… Sé que en el fondo quieres.


Ricardo no esperó a que ella cambiase de opinión o cediese, sino que la hizo voltearse y la empotró contra la pared interna del armario, sin ser descubiertos de milagro. Perdieron tanto el control que sus cabezas hicieron resonar varias perchas dentro del armario, Gricel se obnubilo levantando el culo de manera inconsciente, tal vez porque sabía que si no habían escuchado aquello, no escucharían nada. Estaba tan mojada que fue empalada sin más preámbulos.
— Sucia perra
— Uff… Mmmm… -Gricel recibió gustosa las primeras embestidas, enfurruñando el rostro mientras para sus adentros se reprochaba el no oponer resistencia.



La verga de Ricardo no es que fuese especialmente larga, pero parecía más ancha que la de su propio marido y sumado a las ansias y el sentimiento que le ponía, se sentía a punto de explotar. Le resultaba difícil creer que el mismo hombre inapetente que mantenía insatisfecha y abandonada a su amiga fuese capaz de agarrarla de ese modo.
— Asquerosas infieles, todo es un no quiero y yo nunca lo haría hasta que os clavan la polla dentro. Te morías por esto. ¿A qué sí?
— Me estás violando -contestó ella, entre molesta y cómplice.
— ¿Sí? -preguntó él, parando de repente. Se quedaron quietos, dentro del armario-. Entonces apártame boluda. Venga… ¿A qué esperas? Si no quieres échame a un lado. ¿No? Solo sabes hablar.

Gricel quiso hacerlo, pero por otro lado no quería que aquello parase.
— Ya hemos empezado… Y lo hemos hecho. No sirve de nada que paremos ahora -Ella misma empezó a mover el culo, reanudando unilateralmente el movimiento.
— Sucia puta… Eso solo demuestra que lo estás disfrutando -contestó con desprecio, jalándola del pelo-. Hipócrita -Nuevamente parecía estar desahogando toda la frustración y el enfado que le guardaba a Yohana con ella-. Voy a correrme lo más rápido posible para que no puedas venirte.
— No… -gimió la mujer.

Pero… ¿No qué? ¿No pares? ¿No te acabes dentro? ¿No hagas… Qué?
— ¡Hmmm….! ¡Umm..! ¡UMMM..! ¡¡UMMMM…!
Mientras Gricel se mordía el labio para acallar los ruidos guturales que se le escapaban de sus pulmones. Ricardo aumentó desesperadamente la velocidad de sus acometidas haciéndola sentir apunto de acabar, hasta que finalmente se escurrió hacia afuera y notó una reguera de líquido caliente goteando entre sus nalgas. 


Por primera vez fue realmente consciente de lo obscena que era aquella situación, y debido a eso maldijo en voz alta. Ambos respirando el mismo aire, cómplices a oscuras de una traición clandestina. Ambos respiraban con dificultad, quedando sus bocas muy cerca la una de la otra incluso si ella le daba la espalda.
   Fuera del armario no se escuchaba nada, debían haber tenido suerte y Álvaro debía haber salido seguido por Sebastián.
   Lo que peor la hacía sentir es que quería más, quería ser penetrada de nuevo y ser follada en aquel mismo lugar, quizás por eso mantuvo el culo en alto mientras él la volvía a agarrar del pelo y le susurraba al oído:
— ¿No decías que no querías? ¿Te he dejado con las ganas?
— No esperaba mucho de ti -se limitó a decir, provocándole con una sonrisita oculta por la oscuridad. El ataque verbal le granjeó otro jalón de pelo que la hizo lamentarse-. ¡Ayyy…!
— Esto no ha acabado. Volveré a por más… Y ahora sé que no te negarás.
— Realmente eres pendejo. ¿Sí? No voy a darte otra oportunidad.
— ¿No?

La hizo girar y empezó a besarla. Gricel por supuesto se dejó, sintiéndose todavía vulnerable y necesitada de ese magreo corporal. Las manos de Ricardo invadieron su coño húmedo así como también sus pezones. La lengua exploró toda su boca y se peleó con la suya propia.
— ¿Dónde coño estarán? -Se le escucho decir a Álvaro fuera, en el pasillo.
— En el sótano no miramos, en el ático…
— Miramos… que cachondo -apuntilló Álvaro.

La intensidad con la que los labios de Ricardo la besuqueaban con fiereza aumentó, mientras en su entrepierna una erección incompleta se alzaba de nuevo. La boca del mejor amigo de su esposo rasgó su cuello a mordiscos que le provocaban escalofríos, así como su hombro desprotegido y sensible.
   Dos dedos de Ricardo acabaron dentro de ella nuevamente, como si pretendiese burlarse dejándola insatisfecha tras darle nuevamente esperanzas, aún así sus besos y sus mordiscos la mantenían caliente. Se sentía a su merced.
— Si quieres que acabe lo que he empezado, búscame esta noche.
— Tu sueñas… -contestó Gricel.
— En el fondo sé que quieres…
— Tengo una idea mejor. ¿Y si se lo digo a Yohana y hacemos un trio? -Por supuesto, Gricel no lo dijo en serio. No había manera de que eso sucediese, al menos, no fuera del juego.
— Puede que lo proponga mañana.
— ¿Sin que Álvaro se entere? Me da a mí que no.
— Esta noche voy a cogerte mientras todos duerme, y mañana obligaré a mirar como tiramos los dos -contestó con enfado, como si no soportase que ella lo rechazase.
— Antes me pasaría la noche haciéndolo con Álvaro. Me da asco hacerlo haber hecho esto contigo.
— Tus gemidos demuestran lo contrario.
— Soy una perra, sí. Pero no tu perra, Ricardo.

Abrió con una mano la puerta de armario y con varios traspiés, a punto de caerse sobre la moqueta, escapó de las tentadoras garras de Ricardo. Ya fuera del armario se percató de la condición en la que se encontraba su ropa interior, ya fuesen sus bragas alrededor de los tobillos o sus senos rebosando ambas copas del sujetador. Ricardo salió del armario con paso decidido, terminando de colocarse bien el pantalón alrededor de su cintura.
— Esta noche te buscaré y lo haré -prometió en voz baja.
— ¿Incluso si no salgo de mi habitación? Cuidado, Ricardo. Podrías acabar muy mal con él como se entere.

Al no tener nada más que decirse, ambos permanecieron callados el tiempo suficiente para escuchar el crujir de la manera. Gricel pudo imaginarse a sus otros dos amigos, el grandote hombretón con barba varonil y Yohana, disfrutar del buen sexo de manera desinhibida en algún rincón de la casa
— Seguramente Martín sigue cogiéndose a su mujer. Y alguna vez dijiste que ellos dos eran los menos hombres de los cuatro -se burló con ironia.
— Cállate -se limitó a contestar con fastidio.
— Lo que ha pasado en el armario… Sí, gemí, pero solo porque la situación me parecía morbosa.
— Pues yo creo que no lo he hecho tan mal. Lo único que tu orgullo no te permite reconocerlo.
— Puede ser… Pero eso no evita que hayas acabado rápido… Nos llamas perras, pero durando tan poco normal que busquemos a otros.

Ambos permanecían de pie en aquella alcoba, sin moverse como si estuviese esperando a ser atrapados. Aún debían quedar unos veinte minutos y a Gricel no había nada más que le aborreciese en aquel momento que la idea de esconderse de nuevo con Ricardo, incluso si eso significaba no hacer nada durante veinte minutos. Tal vez sentía aquello porque había quedado decepcionada con su poca capacidad para satisfacerla. Por una parte, la había calentado, y mucho. Era algo que nunca reconocería. Por otro lado, la había dejado cachonda perdida y había tenido la malicia de acabar rápido solo para dejarla a medias. Que injusto que le parecía aquello
— Si nos encuentra… -había empezado a decir Ricardo-. Mañana tendrás que apoyar y obedecer en todo lo que te diga Álvaro.
— No hay nada en este momento que me apetezca menos…
— Entonces volvamos al armario y…
— Retiro lo dicho -mintió-. Volver a ese armario contigo…

El ruido en el pasillo, acompañado de unas voces, evidenciaba el riesgo inminente de ser atrapados en ese cuarto si se quedaban en aquel lugar de pie. Cuando Álvaro entró a ciegas escoltado por Ricardo, no le pareció que nada hubiese cambiado en aquella estancia. Balanceó sus manos en el aire a una velocidad impaciente y enérgica, como si pudiese ver a través de ellos.
— Ya te he dicho que no hay nadie aquí.
— No me fio de ti -bufó con impertinencia, antes de detenerse junto a la cama, levantar la colcha y palpar el suelo bajo el somier sin sentir nada más que el polvo-. Encima he buscado en las habitaciones como si no hubiesen podido esconderse en cualquier rincón. Que pérdida de tiempo.

En el interior del armario, tras la puerta izquierda, Ricardo se había sentado en el suelo del mismo con Gricel sentada entre sus piernas. Una pija completamente erecta ocultaba desinhibida la unión de ambos muslos de la mujer. Su boca, tapada por la mano de Ricardo, y la única mano que tenía libre, alternándose entre su pecho y su vagina.
— No…. -gemía Gricel con los ojos en blanco. Le había puesto terriblemente cachonda que la sobase de esa manera, tan invasiva y descarada mientras escuchaba como su marido pensaba rebuscar bien en toda la habitación.
— Va a abrir el armario, y nos va a ver así… -dijo Ricardo, el cual parecía dispuesto a ser atrapado.
— No… -volvía a repetir cerrando los ojos con dificultad mientras todo su cuerpo se erizaba al sentir como esos dedos ásperos se clavaban dentro de ella.
— Ya te he dicho que no hay nadie aquí -repitió Sebastián, con una entonación aborrecida.
— Cállate. Eso lo decidiré yo.

La lengua de Ricardo rebuscó en su oído, y sus dientes volvieron a clavarse en su hombro, por encima de la clavícula. Luego, la forzó a girar el cuello y aquella boca violó sus labios y todo lo que había dentro. A pesar del abuso, ella lo disfrutaba, deseando ser penetrada y follada en aquella misma posición. Sus manos, que se habían mantenido desocupadas, empezaron a manosear el miembro que había frente a su conchita, únicamente separadas por su ropa interior.
— ¿La quieres dentro?
— Sí… -reconoció.
— Solo tienes que levantar el orto y dejarte penetrar.
— No me hagas esto. No podemos…
— Claro que podemos. Es parte del juego…
— No voy a hacerlo.
— Ya me he corrido, no lo necesito. Me conformo con disfrutar el resto de tu cuerpo. ¿Aguantarás así todo el tiempo que queda…?

La puerta del armario se abrió de par en par, y Sebastián se sorprendió al ver a Gricel pajear aquella polla y ser besuqueada obscenamente por Ricardo. Gricel le pidió ayuda, abriendo mucho los ojos. Álvaro se dispuso a palpar ambos interiores del mueble, tanto del derecho como en el izquierdo, donde se encontraban la pareja de infieles magreándose.
— ¿V…Ves? Te lo dije -dijo finalmente Sebastián, con los dedos del informático a escasos centímetros de su mujer-. No hay nadie. Se habrán escondido en el sótano.
— Joder… -gruñó Álvaro, engañado por el oportuno embuste de su acompañante.

Dejó la puerta abierta y procedió a retirarse, mientras Ricardo con malicia aprovechaba y apartó la mano que tapaba la boca a la ruborizada mujer para introducir varios dedos en su boca. Ella los chupó, como si fuese un verga, al tiempo que Ricardo con los dedos de la otra mano se incrustaba aún más cruelmente en su vagina, extasiándola de placer.
   Sebastián observó un segundo a Gricel y sonrió, antes de seguir a Álvaro al exterior. Quedó abierta tanto la puerta de la habitación como la del mismo armario y Ricardo, como si no hubiese riesgo de ser descubiertos y no hubiese prisa alguna, continuó repitiendo aquel masaje preliminar antes de aburrirse, ponerla a cuatro patas (con los dos brazos fuera de la delimitación del armario) y empezó clavándole dos dedos antes de verse tentado a comerle la cuca.
— Clávamela… -suplicó Gricel sin recordar lo que era la dignidad.
— No, no voy a hacerlo. Voy a correrme en ti… Pero no te voy a dar el gusto -replicó con crueldad y una sonrisa pícara que acompañaba la paja que se hizo aceleradamente. Iba a correrse sobre sus labios vaginales, tal vez dentro, pero esa decisión era suya y solo suya. Gricel se mantuvo sumisa, con el culo en alto y rezando porque se la acabase metiendo.


Ricardo le arañó la espalda y la agarró del pelo, montándola con su miembro enterrado entre ambas nalgas. Literalmente se folló su culo mientras suspiraba y gemía en la oreja de ella. Ricardo emitía ruidos de excitación por primera vez y Gricel no pudo evitar fruncir el ceño, celosa, queriendo disfrutar tanto como él.
— Métemela… Haré lo que quieras.
— ¿Seguro? -preguntó claramente complacido de esa entrega tan descarada-. Dime que te mueres porque te la meta. Quiero que te humilles… Que te tragues tus propias palabras.
— No… No sé qué decir.
— Di que quieres que te ponga dentro… Reconoce que eres una sucia trola que se muere por engañar a su marido conmigo.
— Ay… Papi. No aguanto más… Soy una sucia perra infiel… Llena mi conejito con tu sabrosa verga. Mi conejito infiel quiere tu zanahoria…
— Así quería verte, puerca… -se alegró acariciando la espalda de ella antes de amasar la enorme nalga en su mano. Sus labios vaginales juntaban hilos transparentes, producto de la lubricación. Estaba demasiado mojada, postrada con la cara y los pechos aplastados contra el piso, sin poder estar más expuesta.
— Sí… Si me follas te… No sé. Mañana haré lo que quieras.
— ¿Seguro? ¿Y si te pido que me la chupes durante el desayuno?
— Lo haré… Solo ponla dentro.

La mano del hombre se aferró a su propio miembro viril, y el glande inflado quedó enterrado por una sucesión de frenética paja contra sus labios vaginales. Se iba a correr fuera, sin penetrarla. Él lo sabía y ella también pero, por algún motivo, Gricel se mantuvo expectante.
— Pero si te la meto ahora… Te estaré recompensando por ser una infiel. ¿Debería clavártela o castigarte por sucia y perra?
— Castígame por sucia y perra con tu verga.
— ¿Seguro?
— Sí… Dame lo que me merezco.
— Aquí lo tienes -contestó satisfecho tras machacar su dureza, aplastó su entrepierna contra el trasero de Gricel, enterrándole el bulto de una sola embestida.


La mujer quedó con los ojos en blanco, saboreando lo que su boca de abajo engulló de golpe. Se sentía… Bien. Estaba apenada por haber dicho todo lo que había dicho y entregarse de ese modo, pero antes de que tuviese tiempo de pensar en nada más…
   CHOP… CHOP… CHOP… CHOP… Ricardo no debería aguantar mucho sin acabar, no tenía la duración ni la resistencia de Martín, pero Gricel se vio sorprendida al ver que duraba, y duraba, y duraba… Pareció esforzarse por durar lo máximo posible, haciendo cada vez más aguardable poder eyacular. Gricel gimió coordinadamente con cada clavada, una a una, esperando que fuese la última.
— ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! -suspiraba con sonidos cortos y expectantes que escapaban directamente de su garganta.


Estaba a punto de venirse, casi pudiendo contar las embestidas que necesitaba: 6, 5, 4… 3 embestidas más, se iba a venir con dos más… Y Ricardo la sacó y apretando su verga erecta y húmeda entre sus dedos, escurrió su lechita contra la boquita abierta de esa fémina. La había abierto no como diana para su eyaculación, sino como protesta por haber parado…
   Pudo sentir el alivio y la excitación de Ricardo con cada chorro desahogándose sobre su lengua.

Intercambiaron una mirada, y aún extenuada y molesta por haberse quedado insatisfecha, podía reconocer que aquellos había sido una de las tiradas más excitantes que había tenido. Ricardo no se podía comparar a Sebastián, y mucho menos a Martin, ni en tamaño, ni en duración, ni en intensidad… Pero tal vez por eso, y por lo sucia que se sentía, era por lo que aquel último sexo se había sentido tan bien para ella.
   Gricel se dispuso a levantarse a escapar de ahí, pero la agarró del pelo y la jaló para dentro. Acabó sentada de nuevo sobre él, pero esta vez enfrentados pecho a pecho y él besuqueándola. Su miembro viril no se volvería levantar, pero no iba a dejarla escapar tan fácilmente. Durante al menos quince minutos más, quedaron encerrados en el armario… Su boca, impregnada de semen, fue evitada, pero el resto del cuerpo no dejó de ser manoseado, como si mantuviese su excitación a fuego lento.

 

7. Gemidos delatores (Domingo 6,13h)

 

La oscuridad inundaba todo el interior de la casa de madera, aquella noche la luna no podía brindar iluminación debido al encapotado manto de nubes que ocultaba el firmamento nocturno. En el silencio relativo de la casa, únicamente alterado por el gruñir de la madera y el sonido del viento en diversas partes de la casa, Ricardo recuperó la conciencia desde su sueño. Tenía ganas de orinar, pero no las suficientes para levantarse. Tenía muchas agujetas, y se sentía muy cansado. Sus ojos se resistían a querer abrirse, y únicamente sentía a su lado la presencia inquieta de su mujer. Volvió a sumirse en el sueño y, cuando volvió a recuperar la consciencia una vez más, notó como esta se levantaba y marchaba de la cama, sin preguntarse el motivo ni reaccionar de modo alguno, volvió a desconectar para quedarse dormido.
   Fue la vejiga llena, a punto de explotar, lo que lo forzó a removerse incómodamente en su perpetua posición para dormir. Pese al frio, se sentía pegajoso y ligeramente sudado. Palpó el hueco que había a su izquierda, en el lado opuesto del colchón, y descubrió que hubiese pasado el tiempo que fuese, su mujer todavía no había vuelto, por lo que no llevaría demasiado tiempo dormido. De hecho, su sueño se le había antojado superficial y liviano. Sopesó la posibilidad de quedarse dormido otra vez, aún si eso significaba mearse en la cama. La sola idea de tener que levantarse y salir de su cuarto para entrar en el baño, cuya puerta estaba enfrentada a la de su alcoba, se le antojaba inconcebible. Solo quería dormir y no volver a despertar hasta haber dormido mínimo diez horas más.
— Hmmm… -Escuchó un gemido femenino, tan bajo e inaudible que llegó a desconfiar de su propio oído. Lo habría hecho si, poco después, no se hubiese repetido con una entonación diferente-. Ahhh…

No supo reconocer de quien era, y lo puso de muy mal humor pensar que podía ser de su propia mujer. El enfado promovido por ese pensamiento lo incitó a levantarse, aún somnoliento, y cruzar con paso incierto el oscuro cuarto, tanteando con las manos los posibles obstáculos procurando evitar tropezarse con ninguna puerta o pared. Tras abrir la puerta se quedó impactado al ver que de la puerta de enfrente, donde estaba ubicado el baño a poco menos de dos metros, salía humo. Se dispuso a correr hacia él, dándose cuenta antes de hacerlo de que ni olía a quemado ni tenía aquel misterioso humo tenía la densidad que podía provocar un incendio: Aquello era vapor.

Avanzó un par de pasos dudosos hasta poder tocar la puerta del baño y escuchó un sonido armonioso e inesperado que no supo reconocer, un ruido sutil de naturaleza húmeda. Entró al baño, lo más sigilosamente posible, para descubrir que no parecía haber nadie en el interior. Tuvo que ojear varias veces la estancia para confirmar la ausencia de personas, y fue difícil porque la iluminación era prácticamente inexistente, a pesar del vapor que salía de alguna parte del baño y se acumulaba en el aire. Lo primero que pensó es que alguien se había dado una ducha hacía poco, prácticamente hacía nada, y ese explicaba el vapor.
   Entonces, las ganas de orinar que siempre habían estado ahí se acenturaron y se abalanzó contra el retrete, donde se sentó y dejó que el contenido de su vejiga desbordase.
— Nos van a escuchar… -escuchó decir a una vez femenina que no supo identificar, debido a lo bajo que había hablado. Ricardo se sobresaltó, pues provenía del mismo baño.
— Eso lo hace más interesante -dijo otra voz, esta vez masculina.
— Vas a acabar con mi matrimonio… -musitó la mujer, su voz era aguda y expectante.
— Eres tú la que ha aceptado venir aquí.

Ambas voces, si es que solo había dos personas, salían de una estructura cuadrada de madera ubicado a la izquierda del cuarto de baño. Cuando él y su mujer habían llegado a la casa, habían bromeado con el parecido de aquella estructura con una sauna pero, tras ignorarla todo el fin de semana y ahora que Ricardo se encontraba a oscuras observándola, aceptó su error -y el de todos-, comprendiendo que realmente era una sauna de tamaño modesto.
   Fuese quien fuese que estuviese dentro, no había reparado en su presencia, por lo que se levantó del retrete y, subiéndose los pantalones, se acuclilló a un lado de la puerta de madera, la cual estaba entornada. Que estuviese abierta daba igual, ya que la oscuridad del interior de la sala era extrapolable a la del resto del baño y, cuando Ricardo asomó la cara a su interior aprovechando la oscuridad que lo mantenía oculto, se quemó -en vano- la cara al sentir el cambio de temperatura tan repentino que existía entre el interior y el exterior de la sauna.
   A Ricardo le pareció extraño que lo dicho por el hombre, el cual sospechaba que podía ser Martín por el tono de voz, no hubiese producido ninguna respuesta. Entonces comprendió gracias a varios ruidos que hicieron evidente que se estaban besuqueando. El solo pensamiento de que su mujer lo engañaba con esos dos lo hizo enfurecerse con una sensación efervescente, sabiendo muy bien que eso lo convertía en un hipócrita y un cínico, pero tampoco tenía porque gustarle.
— Besas muy bien -dijo otra voz femenina. Ricardo, pese a no poder diferenciarlas, entendió que ambas mujeres estaban ahí.
— Me encanta disfrutar de las dos bocas al mismo tiempo… -reconoció Martin con tono extasiado-. Joder, Yohana… Que ansiosa… -Se escuchó un ruido de succión, como si una de las dos mujeres estuviese engullendo su poronga.
— Sos un pendejo, pelotudo -Ricardo reconoció la voz de su mujer, claramente excitada.
— Y gracias a eso ahora estás tan cachonda que no vas a poder resistirte a nada.
— Recuerda que yo también estoy aquí… -protestaba Gricel.

Ricardo asomó su ojo al interior por la fina ranura que formaba la puerta entreabierta de la sauna, pero no logró distinguir nada. La oscuridad era opacaba y prometía mantener en secreto cualquier cosa que pasase en el interior, por lo que al hombre no le quedó otra que depender única y exclusivamente de su oído. La curiosidad del pobre hombre le hizo imaginarse lo que sucedía en el interior: Escuchaba un aleteo, como si una de las dos lo estuviese masturbando. Escuchaba besos, como si Gricel le estuviese besando y, de fondo, el regular e interminable ruido de acompañamiento de una boca viciosa, chupando con ansia el glande que debía ansiar tener dentro.



— ¿Qué pasó mientras jugábamos al escondite? ¿Dónde os escondisteis? -preguntó Gricel con evidente curiosidad, dejando claro que no les había dado tiempo a hablar demasiado-. ¿Qué hicisteis?
— En el sótano -contestó Martin.
— Pero si subisteis con nosotros.
— Ricardo y tú fuisteis tan lanzados a donde quiera que fueseis que ni os enterasteis que nos desviamos. Intentamos hacer el mínimo ruido posible en las escaleras y… funcionó.
— ¿Y qué hicisteis? -insistió Gricel.
— Le comí ahí abajo un buen rato.
— Y se aseguró de que no me corriese -se lamentó Yohana, interrumpiendo su silencio.
— Ricardo también me dejó a medias… Y eso que él se corrió dos veces -El tono de Gricel parecía delatar cierto sentimiento de añoranza.
— ¿Dos veces? -intervino Yohana incrédula-. Que raro.
— También me sorprendió -cotilleó Gricel, divertida-. No solo me pilló de sorpresa sino que también logro encenderme… Y mucho.
— Habrá sido por el morbo de la situación, porque sino no me lo explico.
— Me prometió que me iba a dejar con las ganas para darme duro por la noche.

Yohana se echó a reír, y lo hizo con ganas. No fue una risa aislada, sino que alargó su alegría hasta que finalmente justificó su reacción.
— Que gracioso… El pobre no se ha levantado de la cama… Y mira que lo provoqué antes de dormir.
— ¿Lo hiciste? -quiso saber Martín.
— ¿El qué? ¿Buscarlo? Sí… Estaba desesperada, pero supongo que se estaba reservando para darte duro esta noche -apuntilló con ironía.
— ¿No estás celosa? -Cuando lo hizo, Gricel preguntó con cautela.
— Un poco, parece que no pero lo quiero. Y no me hace sentir bien que mientras a mí me ignora a ti te haga cosas escondidos en cualquier rincón pero seamos honestas, nosotras también estamos jugando a esto. Por eso no me siento culpable de lo que voy a hacer.
— Me pregunto que haría Ricardo si nos viese ahora a los tres…
— Callarse, eso es lo que hará -aseguró con enfado.
— Entonces… -empezó a decir Martín-. Si en lo que queda de fin de semana Gricel se lo monta a escondidas con Ricardo…
— Me tendré que morder la lengua.
— No, gracias… No quiero que eso pase -adelantó Gricel-. Reconozco que me atrapó por la intensidad, y por sus maneras… Pero luego me decepcionó, y mucho. Excepto al final -se corrigió, pensativa-. No sé, no lo entiendo ni yo. Pasaron muchas cosas… Casi logró que me viniese.
— Te entiendo, créeme -se solidarizó Yohana-. ¡Oye…!
— Estás hablando demasiado… Así… No dejes de chupar.
— Yo también quiero -dijo Gricel, uniéndose.
— Quiero que me la llenéis de vuestras babas… Así. Juntad vuestras bocas.
— Pobre Sebastián… teniendo que esperar -dijo Gricel, coqueta-. ¿Por qué no lo invitamos a unirse?
— Mejor así. Siempre hemos querido hacer un trio con vosotras.
— Sería más divertido si lo hacemos los cuatro…
— Puedo con vosotras dos de sobra.
— Parece que no, pero estoy cansada -se sinceró Gricel-. No te voy a aguantar ni un asalto.
— Si luego no podéis, mañana le tocará a él. Ya se nos ocurrirá algo para librarnos de los otros dos.

Se produjeron varias risas cómplices, riéndose los unos a los otros la gracias. Se hizo el silencio, volvió a escucharse dos pares de bocas chupando lo que debía ser una vergota repleta de saliva, besuqueada y lamida hasta las pelotas. Tan lubricada que entraría con fluidez en cualquiera de sus dos vaginas.
— ¿Cuándo empezasteis con esto? ¿A ser una pareja gay?
— Os lo digo si os ponéis a cuatro patas las dos… Sí, aquí. No es que haya mucho espacio, esta sauna es muy pequeña. Ofrecedme vuestros panochitas. Os voy a reventar a las dos…
— Oye… -se escandalizó Yohana. Ricardo pudo imaginársela poniendo los ojos en blanco, pero no supo debió ser.
— Me encanta que os hayáis depilado las dos… Sabe mucho mejor.
— El culo no… -musitó Gricel con voz angelical, al mismo tiempo que gemía.
— ¿Queréis saber por qué fingimos ser gays? -preguntó, parecía estar de alguna manera arrodillado frente los traseros de ambas mujeres. Ricardo escuchó como si estuviese degustando ambos labios vaginales mientras hablaba-. Sabéis que Sebas y yo fuimos juntos al instituto, y había una compañera de clase que creía que éramos gays. Nunca nos creyó por mucho que insistimos en negárselo.
— ¡Ahhh…! -gimió Gricel, como si dos dedos hubiesen acabado entre sus labios vaginales.
— ¡Hmfmmm! -se lamentó placenteramente Yohana.
— ¡Ayy…! -musitó excitada Gricel.

Se escuchó el inconfundible ruido de cuatro pares de dedos entrando en dos vaginas, produciendo dos sonidos paralelos, húmedos y reiterados, como si ambos sexos fuesen apuñalados por las estacas de carne de Martin. Era como si las estuviese poniendo a punto antes de cogérselas.
— Y gracias a que creía que no nos interesaba, empezó a quedar con nosotros… Creo que le daba morbo vernos hacer cosas entre nosotros. Ahí experimentamos y entendimos que no nos excitaba hacer nada entre nosotros, pero tampoco nos molestaba. Y entre beso y beso, acabábamos besándola a ella. Irónicamente -dijo- no volvimos a hacer nada entre nosotros, mientras cogíamos con ella, claro.
— ¡Ahh…!
— ¡Hmm…! La quiero dentro -suplicó Yohana.
— Eso mismo dijo ella. Ese mismo día perdimos la virginidad los dos… y ni habíamos tenido que esforzarnos. Y se fue repitiendo. No en el instituto, sino en la universidad, y con las mujeres de nuestros compañeros de trabajo… O las mujeres de los compañeros de futbol.
— Sabía que algo no me cuadraba -musitó Yohana-. Siempre desconfié de vosotros.
— Al contrario que Gricel… Pero nunca hemos tenido oportunidades reales para hacer nada con vosotras. Ric y Ál siempre revoloteaban a nuestro alrededor… Hasta ahora. ¿Os arrepentís? ¿Os sentís engañadas?
— No… -suplicó Gricel.
— ¿A quién le has tenido siempre más ganas de las dos? -preguntó Yohana.
— A Gricel -respondió con sinceridad-. Pero no porque tú estés culiable, sino porque eres demasiado guarra y descarada. Gricel siempre ha sido un reto.
— Me estás llamando fácil… ¡Hmmmm…! -gimió Yohana.
— ¿Y no lo eres?
— Sí…
— ¿Qué eres?
— Una chica fácil.
— Siempre te he puesto cachonda.
— Sí…
— Por eso se la voy a clavar a Gricel y no a ti. Porque me encanta que me desees.
— ¡Ohh… Hmmmm! -Gricel suspiró inicialmente con sorpresa al ser penetrada lentamente, hasta que con un sonoro espasmo gimió al sentirla clavada muy profundo dentro de ella. TapTapTapTapTapTap…
— Eres un…
— Luego lo vas a disfrutar, Hana. Prometo que voy a vaciar todas mis bolas ganas dentro de ti. Ven, cómeme la boquita.



Ricardo si imaginó a Grice a cuatro patas, penetrada por Martín mientras Yohana se incorporaba para abrazar y besar al musculoso y atlético hombre.
— ¿La quieres dentro?
— Sí… Quiero que me cojas hasta que las piernas no me aguanten.
— Lo haré… ¿Estás celosa de Gricel? -La aludida se mantuvo recibiendo los pollazos de Martín con sonoros ChapChapChapChap… Únicamente rompiendo su silencio para gemir.
— Sí… Mucho -dijo entre beso y beso. Parecía como si estuviesen juntando sus lenguas.
— Pídeme que no me venga dentro de ella.
— No acabes dentro de ella.
— Quien lo diría, Hana. ¿Quieres que te haga un hijo?
— Sinceramente no… Pero permitiré que me llenes todita, papi…
— ¿No quieres un hijo?
— No…
— ¿Entonces qué hacemos?
— Córrete fuera.
— Pero no te enfadarás si acabo dentro.
— No…
— Martín -se le escuchó decir a la chilena-. Me estás follando a mí, estate por mí.
— Hana -se limitó a añadir Martín-. Móntate encima de Gricel, como si fuese un caballo. Así…
— ¿Qué haces? -protestó Gricel…
— ¡Aummmmmm! -gimió Yohana seguidamente, delatando que ahora la penetrada era ella.
— Yohana, pesas mucho -se quejó Gricel-. No puedo con los dos.
— Aguanta… -le ordenó Martín.


CHOP, CHOP, CHOP, CHOP, CHOP… Ricardo se imaginó, que si su mujer estaba montada sobre Gricel, su vagina penetrada por el miembro de Martín debía estar apoyada sobre el culo de Gricel y esta, en un sobre esfuerzo, mantenía el culo de alto. Esto era delatado porque también gemía, sollozando por el sobre esfuerzo.
   ¡PLAS!
— ¡Ayyy! -protestó Yohana ante el azote de Martín, antes de que la reprendiese con dos azotes consecutivos: PLAS. ¡ZAS!
— No lo aguanto más… -aulló Gricel-. La quiero dentro.
— ¿La saco y se la pongo a Gricel?
— ¡No! -chilló Yohana, silenciando su grito por la gruesa Sauna-. No me muerdas… Me voy a orinar del gusto.
— Ni se te ocurra que yo estoy debajo.
— Hmmm… El oído no, es mi debilidad. Y el cuello.. ¡Ahhh! ¡AHHHHH! ¡Tan duro no…! ¡Dios… Mi… O…! ¡HMMMMM! ¡Dios bendito! Vaya pija…

La acústica ambiental era tan obscena como los mismos sonidos que retumbaban en sus paredes de madera. Era sorprendente que Álvaro no s hubiese despertado por el ruido. Se imaginó, por el ruido, el jaloneó de pelo de Yohana. Ricardo no podía imaginar en que posición debían estar, lo único que sabía es que Yohana estaba sobre Gricel y Martín se la follaba, pero por lo que escuchaba, debía estar besando a una de las dos. Estaba muy caliente y excitado, y se habría masturbado, pero no le gustaba la idea de hacerlo escuchando aquello. Lo que él quería era coger, como Martín. Quería cogérselas a las dos.
— ¡No! -repitió Yohana. Gricel gimió escandalosamente al ser penetrada y empezó a mover compulsivamente, incitándolo a embestirla mucho de manera mucho más agresiva.
— ¡Ohhhh  sí! ¡Duro! ¡Más duro Martín! ¡Dame la lechita para que me pueda dormir!
— ¿Dónde pongo la lechita?
— Pónmela dentro mi amor. ¡Me vuelves loca! ¡Voy a explotar!
— ¡Cuidado! ¡Me caigo! -se alarmó Yohana antes de preguntar-. ¿Qué haces? Hmm… -gimió-. ¿Cómo puedes…? Peso mucho. Que gusto… Cómo me comes.


Ricardo creyó entender lo que pasaba. Gricel movía sus caderas, aplastando su trasero con la pubis de Martín mientras este, paralizado, había abrazado ambos muslos de Yohana y la mantenía tendida en el aire, abierta de piernas y siendo comida. Comiéndole la entrepierna a Yohana gracias a su fuerza física, permitió que esta vez fuese Gricel la que, habiéndose liberad del peso de Yohana, realizase ruidosos aventones, buscando exprimirlo.
— Tu fruto parece estar a punto… -auguró Martín.
— Estoy muy cerca… -avisó Yohana, completamente ida-. No pares… Me vengo papito…
— Yo también… Gricel…
— Acaba dentro de mí. Lléname. ¡Lléname todita!



— Quiero acabar dentro… de Yohana -dijo antes de incrustar su boca nuevamente entre los labios vaginales de la rellenita. El ruido fue evidente, provocando chasquidos con su lengua en la humedad de la argentina.
— Más rápido mi amor, más rápido…
— Voy a correrme dentro de ti -decidió eufórico.

No hubo protesta ni súplica para que no sucediese. Pareció como si Martín se despojase de la mujer sobre Gricel, la sacase tan cerca del climax que podría haberse corrido en aquel mismo momento, y se la clavó a una temblorosa Yohana, arremetiendo dentro de ella de manera compulsiva y agarrándola del pelo.
— Maldita sea, Martín… Me has dejado a medias… -dijo Gricel.
— Ahora te remato -prometió, como si no hubiese tiempo y tuviese que acabar lo más rápido posible-. Antes voy a hacer que Hana se corra…
— No pares -suplicó la aludida entre gemidos-. ¡Ahhhh! ¡Ay, Ay, Ay, Ay…! ¡No pares! ¡Haz que me vengo, macho! ¡Me vas a volver loca…! ¡Vaya semental! ¡Me… estoy… viniendo! ¡Martín, me…! -gimió finalmente con un hilo de voz antes de sollozar con voz aguda mientras el hombre que se la reventaba a vergazos gruñía y quedaba paralizado dentro de la mujer de Ricardo.
— Está… caliente… -desvarió Yohana sobre Gricel.



— Ummm… -Martín suspiraba con dificultad, vaciando las pelotas dentro de Yohana antes de que esta se derrumbase dentro de la sauna. Debió quedar tendida en el suelo de la misma.
— Te toca a ti… -le informó Martín a Gricel.
— ¿Vas a poder aguantar de verdad…? -No parecía creérselo.
— Me estuve reservando para esto… Tardaré un poco, así que prepárate…
— No… -fue lo único que se le escuchó decir a Gricel-. ¿Qué haces?
— Vas a montarme tú…
— No me quedan fuerzas… Estoy muy cansada.

Tras su negativa, no tardó en escucharse un aplauso constante y repetitivo que delataba una Gricel entusiasmada buscando su propio orgasmo a su propio ritmo. Ricardo creyó que Martín se había debido sentar en un banquillo dentro de la sauna con ella encima, como una jinete.
— Restriégate, no solo botes. Así… Quiero restregarlo bien hondo. Dale Gricel…

Ricardo escuchó un sutil roce de piel, como ambos sexos se frotaban el uno contra el otro. Escuchó los gemidos de Gricel ante los besos y los mordiscos de Martín.
— Me cuesta respirar -musitó Yohana sofocada desde el suelo. Al mismo tiempo, fue ignorada por la pareja.
— ¿Estás preparada para Sebastián? Está deseando vaciar sus bolas en ti.
— Que remedio… Aunque no creo que aguante mucho más.
— Eso llevas diciendo desde hace rato y mira.
— No, no metas el dedo por ahí. Martín, por el culo no… ¡Oye…! ¡¡!!
— Dices que no, pero tu coño me aprieta y me estrangula.
— Se siente raro…
— Quiero darle a tu culo también.
— La siento tan profunda… -gimió Gricel, volviendo a botar de manera reiterada por ese miembro que la empalaba.


Martín, que parecía estar desbordante de energía, se aburrió de permanecer sentado y levantándose sin esfuerzo empezó a follársela en el aire.
— ¿Qué ha…? -Chop, chop, chop- ¡Hmm…! -Plas…- ¡Ay! ¡Ahhh! -PLAS, PLAS, PLAS, PLAS-. ¡Ay, Ay, Ay, Ay!  CLAPCLAPCLAPLAPLAPLAPLAAAAAP…. El aplauso se detuvo súbitamente concluyendo en un gran gemido de Gricel-. ¡Ahhhh! ¡Joder! ¡Hmmmmmmmmm…..! ¿Qué harás si quedo embarazada?
— Seré el padre y Álvaro lo cuidará.
— Muy gracioso…

Se empezaron a besar de nuevo antes de parar.
— Voy a llamar a Sebastián, debe estar mordiéndose las uñas de la impaciencia.

A Ricardo apenas le dio tiempo de apartarse de la puerta y quedarse arrinconado en una esquina del baño. No estaba asustado, ni mucho menos, sino impactado. Martín salió completamente desnudo abriendo la puerta de gruesa madera y atravesó la oscuridad del baño antes de salir al pasillo. Ricardo, afinando el oído inconscientemente, escuchó a Yohana decir:
— Podría volverme adicta a esto.
— Creo que si hubiésemos podido con él, habría aguantado una tercera ronda -se atrevió a conjurar Gricel.
— Hablando de tercera ronda… ¿Qué tal con Ricardo? ¿Fue bien? -parecía que no hubieron hablado hasta el momento. A lo lejos se escuchó el crujido de la madera delatar unos pasos, en el pasillo.
— Fue muy irrespetuoso y descarado… Me trató como si fuese una puta. Me gustó -se sinceró, sorprendida consigo misma.-. Lástima que no acabase lo que empezó… Me faltó muy poco. ¿Te molesta?
— Me… excita imaginármelo -susurró extrañada-. A él, tratándote de esa manera. Mañana puede que podamos encontrar el modo de…

Sebastián entró solo en el baño, cerrando la puerta tras él y, sin detectar la presencia de Ricardo, se lo imaginó entrando en la sauna con una sonrisa de oreja a oreja.
— No cierres… Voy a asfixiarme.
— Sebastián, no creo que aguante más… ¡Sebastián! ¡Oye…! ¡Ahhh…! No seas tan bruto. Hazlo con gentileza. ¡Sebasti…!


CHOP… CHOP… CHOP…  CHOP…
— Sebastián… -gimió Gricel-. ¡Oh, Sebastián! No vayas tan rápido… Estoy sensible.
CHOP, CHOP, CHOP, CHOP, CHOP
  Hmmm… Hmm Hm… ¿Cómo puedes tener tanta energía…? Me vas a matar ¡Ahh…!
 CHOP CHOP CHOP CHOP CHOP CHOP
— Me estás destrozando… Tan rápido. ¿Cómo puede ser? Voy a acabar otra vez…
CHOPCHOPCHOPCHOPCHOPCHOPHOPHOPHOPHOP

Lo último que se escuchó fue el aullido de Gricel suplicando que dentro no, a pesar de que no hubo represalias verbales ni físicas. Una súplica vacía carente de significado, dando a entender que ambos podían hacer con ellas lo que quisiesen, sin consecuencias.
— ¿¡ No puede ser!? ¿Sigues duro? ¿Quieres más? Sebastián… No puedo… Respirar -debía estarla besando al tiempo que aporreaba, en ese momento de manera silenciosa, sus caderas dentro de ella hasta que se corrió por segunda vez, en menos de veinte segundos.
— ¿Me toca a mí? -preguntó Yohana, con un tono de voz que, además del cansancio, delataba diversión.


Como si Sebastián estuviese marcando su territorio, cual animal orinando encima de una superficie, pareció eyacular también dentro de Yohana, aquella vez en menos de un minuto.
   La puerta de la sauna se abrió y de ella surgió Sebastián, sudado y sonriente que, completamente desnudo, se marchó a su habitación desapareciendo por la puerta que conducía al pasillo. Entonces, se hizo el silencio.
— No puedo moverme… Me quedaré aquí… Un rato -dijo la argentina-. Para el vapor...
— Yo me lavo… y voy a mi habitación. No quiero que Álvaro se entere.
— Un poco tarde para eso…
— Me tiemblan las piernas… Estoy muerta -dijo saliendo por la puerta de la sauna. Presionó el botón, a oscuras, para detener el funcionamiento de la sauna y se acercó al bidet para asearse-. Se han corrido mucho… Estoy impregnada -se lamentó.

Ricardo se incorporó con el pulso a mil por hora. La agarró de la muñeca y logró silenciar el grito tapándole la boca, tirando de ella por hasta el interior de su cuarto. No se molestó en cerrar la puerta y, seguidamente, la lanzó contra la cama.
— Estoy muerta… -repitió con la entrepierna mojada por la mezcla de agua y semen.

El hombre, acechándola, se bajó los pantalones para descubrir la más ostentosa erección en los últimos años. La cruel idea de abusar de aquella mujer, no sin prometerse que en el fondo seguía deseosa de más, infló las venas de su miembro viril hasta un nivel anormal para él. Abalanzándose lentamente sobre ella, la jaló del pelo y la hizo poner el culo en pompa, antes de preparar la penetración sin que fuese necesario, volvía a estar humedecida por una secreción vaginal pringosa y abundante, parecía no ser el único al que le inflamaba aquella situación.
— Te dije que te iba a coger por la noche.
— No… -suplicó ella antes de verse penetrada y embestida de manera compulsiva.

Con los movimientos de un mono, la agarró de ambas nalgas y arremetió contra ellas sonoramente, importándole poco o nada que los escuchasen.
— No hagas tanto ruido… ¡Ricardo! ¡Ahhh!
—Vamos a despertar a tu marido. Que nos pille aquí follando como conejos -le azotó el culo, una y otra vez, sin dejar de meterla y sacarla.



Gricel desistió al instante de insistir en aquello, por lo que se limitó a morder las sábanas mientras mantenía el culo en alto, rezando porque acabase rápido. Privó a las paredes de aquella habitación de sus gemidos, pero no de la percusión sexual que producían sus carnes al chocar. Los ojos de Gricel se pusieron en blanco al sentir los descarados testículos de Ricardo aporrear su clítoris, eran grandes y pesados, pero lo que más loca la volvía era aquella actitud. Ricardo la estaba robando, dándole igual si les pillaban su mujer o su marido.
   CHAP, CHAP, CHAP, CHAP, CHAP, CHAP, CHAP… Ricardo prácticamente no notó cuando se corrió dentro de ella. Fue inesperado e instantáneo, pues buscaba durar lo máximo posible, escapándose así de su control aquel disparo de su semilla contra el cuello uterino de Gricel; a pesar de haber sido un fallo por su parte no aguantar más, continuó en los siguientes segundos embistiéndola. Gricel, enloquecida, alzó más el culo, apretó los muslos y… se corrió.


Con ella hipersensible y él aún duro, para su propia sorpresa y sin haberla sacado, reanudó la cogida. Lo que lo mantuvo erecto podría haber sido el morbo, las ganas, la motivación… Pero lo que más le excitaba era que, incluso cuando si ella parecía estar inconsciente, mantuvo el culo en pompa para que él pudiese seguir disfrutando de su conchita. Incluso agotada, sin poder más, le consintió aquello. Ricardo permaneció azotando y reventando su trasero antes de eyacular una segunda vez y escurrirse de su interior. Ambos se derrumbaron, ella boca abajo y él de lado, sobre el colchón. Ricardo no creyó poder quedarse dormido en aquella situación, se limitó a respirar con dificultad pensando en todo, pensando en nada… Disfrutando de ese cosquilleo en las pelotas hasta que, sin querer ni pretenderlo, se quedó dormido.


CUARTA Y ÚLTIMA PARTE: TRANSPARENCIA


24 comentarios:

  1. Importante mencionar esto: Al ser un relato dedicado, he utilizado un vocabulario orientado a expresiones latinoamericanas como pueden ser: pija, verga, trola, concha, panochita... etc

    Aunque la audiencia en el blog ya es inexistente, lo aviso igual para que sepáis que es totalmente intencional.

    Ignoro cuando podré continuar el relato y acabarlo, pero no quedarán más de 10.000 palabras como mucho, por lo tanto, antes de mediados de marzo ya debería estar acabado. Gracias a Santiago pro su especial paciencia.

    Ahora: Mis 100.000$€

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    1. Ya leí hasta la mitad...👍 Cuando termine te digo mi opinión.pero desde ya...tenes varios errores en la escritura

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    2. Ahhh era verdad esa pasta???? 🤣🤣🤣🤣🤣...cuando valla a España te pago

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    3. Querido Santiago: Ayer lo termine y corregí a contrareloj. Más que corregir, revisé que todo fuese coherente, entendible y añadí algo del vocabulario latinoamericano, por lo que no me sorprende que me haya dejado algunos errores y faltas.

      Por supuesto, me encantará que me señales donde me he equivocado y que fallos he cometido. ¡Pero prioriza! ¿Te está gustando o no, pelotudo? Eso es lo que quiero saber jaja

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    4. Que me está gustando coño!!! 🤣.
      Pero en la escena de que Álvaro a ciegas tiene que buscar a las 2 parejas escondidas,con ayuda de Sebas!!! Porque en un momento pusiste en ves de Sebas...Ricardo. Y me pongo a pensar.....si Ricardo está escondido con gricel en el armario ; cómo hace para estar en 2 lugares a la ves?? 🤔🤣 En eso te equivocaste inútil jajjaja. Pero lo estoy leyendo tranquilo así saboreo cada escena jejeje

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  2. No creo que la audiencia del blog sea ninguna, algunos seguimos entrando. Y me ha gustado cómo has llevado esta parte, creo que tiene bastante sentido y responde a los interrogantes que quedaban de la primera. Ahora, a ver cómo cierras con esa cuarta parte.

    Requiem

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    1. Ya lo veo ya, ni de lejos me esperaba que comentase tanta gente.

      Gracias por seguir ahí.

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  3. Me ha pillado por sorpresa ya que habías dicho que no subirías más relatos al blog, por eso me alegra ver que mantienes tu estilo. Para lo extenso que es no se me ha hecho largo, le has dado variedad al juego de la botella (me parece que lo has explicado muy bien) y lo más importante respecto a eso es como has sabido darle unas conversaciones naturales entre los personajes en algunas partes, en otras, como en el armario y en la sauna, me han parecido mucho más forzadas. También me han faltado imágenes más adecuadas en algunas partes, pero eso es secundario.

    Me alegro de tu vuelta.

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    1. Claro, cuando empiece con Sex note (publicando), ya será en otro blog. Pero el relato de Santiago pertenece a este blog.

      Gracias!

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  4. Lo empece y pense: mucho texto! Luego se fue poniendo bien caliente la vaina. Te superaste prro, ya quiero ver como termina.

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  5. Muy buen relato aún sigo entrando al blog y siempre con la esperanza de que haya un relato nuevo felicidades

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  6. Tus relatos son de lo mejor que hay en Internet,me alegra que hayas publicado nuevamente uno.

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  7. Me ha gustado todo menos la pinche escena del sexo bajo el sofa.

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  8. 3 cosas:
    1) Me parece bien que uses palabras como panocha, etc para hacerselo a Santi mas exclusivo, pero varias veces te has dejado la palabra polla o vagina. Entiendo que lo corregiste rapido, pero si puedes cuando publiques el relato final usa el buscador de word o drive para eliminar todas esas palabras.
    2) En la escena de la sauna, cuando Martin levanta a Yohana hay un error. No es tecnico ni ortografico, es algo logico. No me cuadra Gricel le de asentones con el culo, como tu escribiste mientras el levanta a la otra.
    3) Hay imagenes buenisimas acompañando el relato y aunque se que no es culpa tuya, estaria bien que aportases mas variedad aunque entiendo que esto es dificil.

    Me ha gustado mucho el relato y eso que no me gustan los personajes ni la situación pero al ser tu relato le di una oportunidad. Estoy deseando leer tu Sex Note. ¿Podrias revisar tu correo y darme una oportunidad para dejarme leer algun borrador? Me vale con que sea una parte.

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    1. No tengo mucho que decir a esto excepto por lo de la pregunta del final.
      1) Te respondes tú mismo, posiblemente haga eso ¡Gracias!
      2) A mí no me parece inverosimil para nada.
      3) Al hacerlo ''contrareloj'' (debía publicarlo antes del viernes por la mañana) por lo que no busqué imágenes por internet. He tirado de la biblioteca que ya tengo, pero incluso si hubiese buscado nuevas, la mayor parte de las veces escribo escenas dificiles de representar en imagen.

      Sobre lo de Sex Note: Como ya dije, el primer borrador no me estaba gustando el personaje, por lo que aunque respetaré la historia ya escrita, muy posiblemente lo descartaré. Es decir: Cuando termine lo de Santiago, abriré un word nuevo y lo titularé: La historia de Samara. Empezando todo desde cero.

      Y como hasta ahora, el numero de personas en el que confiaré esos borradores será muy limitado. No te ofendas, pero no te conozco. Aún as, sí, leeré tus correos y trataré de mantener la mente abierta.

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  9. Me fascina la facilidad que tienes para escribir algunas escenas. Te falta pulir cosillas como la descripción y los adjetivos entre otras cosas, pero la imaginación te trabaja muy bien. ¿Tomas algún referente para escribir estos relatos?

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    1. Ya sea de manera intencional o no, todos los artistas ''bebemos'' de otros trabajos. Hay relatos que he escrito que estaban directamente sacados de algún manga hentai, unicamente innovando en los personajes, la localización y los sucesos. Otros, donde directamente he agarrado el nombre o una idea base y es original en un 98%, como será el caso de sex note.

      Otras veces simplemente se me han ocurrido buenas situaciones y he sentido las ganas de empezar una historia. Pero no dejo de ser un novato que tiene mucho que aprender. Gracias por tus palabras!

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    2. Quizás me he ido por las ramas y he olvidado contestar a lo de la facilidad: Como he dicho muchas veces, las historias suelen escribirse solas. Y eso es un problema, porque la historia final suele distar mucho de la idea original.

      Por eso mejor no alargarse jaja

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  10. Ya termineeee de saborear mi relato!!!
    Y ya te mande un correo sobre el mismo 🙂. Con respecto a la escena del sofá ( cosa que me olvidé de mencionar en el correo) antes de jugar con la botella ; Martín ya dijo que no había vuelta atrás y nada de reproches o arrepentimientos. Que había que cumplir los retos y las parejas de las 2 mujeres estuvieron de acuerdo.
    Así que no parece descabellado o irreal lo que sucedió en ese momento cuando los 4 (los maricones y las mujeres) tuvieran sexo. Y cómo no podían darse vuelta sus maridos y que encima les taparon la cabeza....tranquilamente podían fingir o no teniendo relaciones

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  11. Entre en el blog para leer uno de tus relatos antiguos y me encuentro con que hay uno nuevo =)

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  12. Muy bueno el relato, gracias...
    Ojalá algún día nos sorprendas con la continuación de Bienvenido a la familia...

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  13. Acá se sigue entrando para mirar con esperanza, deseando que no te hayas ido para siempre.
    El relato es morboso, coherente y se nota la naturalidad en el texto.
    Aunque valga poco, tiene usted mis dieces, señor zorro

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  14. Ufff qué bueno te está quedando... dime que habrá continuación??

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