Marcadores del blog

lunes, 14 de enero de 2019

[Okupas] Buena vecina para nuestros okupas (1/4)



Descripción: Pablo y su mujer tendrán que soportar en el piso vecino a tres ocupas conflictivos que no tienen problemas a la hora de ser violentos o guarros. Dado a las molestias que causan al edificio, Andrea, intenta llegar con ellos a un acuerdo a espaldas de su marido... Lo que la hará caer lentamente en un pozo sin fondo del que muy dificilmente va a poder salir.






Saga de los okupas, parte 1

Siendo una buena vecina para los okupas


Introducción

En Badalona, de la provincia de Barcelona en Cataluña, había un edificio cuya comunidad de vecinos que la residía carecía de conflictos. Una noche de verano se oyó un fuerte golpe en la escalera, siendo forzada la puerta del Cuarto B, el cual era un piso abandonado desde hacía meses.
   Inmediatamente el vecino del piso de al lado, Pablo del Cuarto A, llamó a la policía esperando que los expulsasen del piso y los detuviesen pero, cuando dos patrullas de la policía hicieron acto de presencia, nada parecía indicar que el piso hubiese sido invadido y nadie daba señas de vida en el interior, por lo que los agentes se esfumaron para decepción del denunciante.
— No deberías haber llamado a la policía –le reprochó de brazos cruzados su mujer, posicionada detrás suyo mientras este ojeaba la mirilla.
— No digas tonterías. No van a saber que hemos sido nosotros.

A los okupas no les iba a hacer falta saber quien llamó a la policía, simplemente no lo olvidarían. Iban a saber castigar bien a la comunidad por ese regalito de bienvenida que le habían dado.
   En especial, a Pablo y su esposa… Sus vecinos de rellano.





<< Capítulo 1: Regalo de bienvenida >>

Desde que el piso fue ocupado, en los siguientes días todos los vecinos presenciaban incrédulos como a diversas horas del día entraban y salían de ese piso contratistas de mudanza, entrando y sacando cajas y mobiliario.
   Nadie conocía a los okupas, y durante los primeros días ni siquiera un solo vecino logró cruzarse con ellos para vislumbrar la identidad. Una mañana, aprovechando que los transportistas estaban metiendo una lavadora en la casa, a Pablo se le metió en la cabeza la idea de llamar la policía.
— No llames otra vez. No vuelvas a llamar. No sabemos quién hay dentro… -le advertía Andrea cuando este agarraba su móvil-. Podría ser una familia con un bebe, o personas necesitadas…
— Si fuese ese el caso… Sí que han metido mierda en el piso. ¿No? Hasta una lavadora y una secadora nuevas…
— Si vuelves a llamar, puedes meternos en problemas. No sabemos cómo van a reaccionar.
— No sabrán que hemos sido nosotros, no seas tonta.

Poco después de llamar, apareció una unidad que aparcó en la acera de enfrente; la patrulla se dirigió al rellano del Cuarto y picaron a la puerta B, mientras Pablo, casi ilusionado como un niño en Navidad, espiaba todo lo que pasaba.
   El agente pilló a los transportistas saliendo del piso, ya con las manos vacías, y sin entrar al interior picó a la puerta hasta que salió un hombre de pelo canoso, grisáceo y negro, con gorra y una barba descuidada de dos o tres días.
   Ambos tuvieron una breve conversación, y el policía, sin tomarle los datos siquiera, se largó. Desde la mirilla, el denunciante no había podido estudiar con detalle al recién delatado okupa, el cual rondaría los cuarenta o cincuenta años; pero al salir al rellano, se dio cuenta que iba vestido con chándal y tenía una mirada fiera y desquiciada. Pablo lo vio coger aire como si fuese a soplar con todas sus fuerzas, aunque acabó gritando:
— ¡¡¡Me cago en vuestros muertos!!! ¡¡Hijos de la grandísima puta!! ¿Me oís? ¡¡En vuestros muertos!! ¡Como volváis a llamar a los maderos quemo el puto edificio entero! Qué se os meta en el puto tarro… -hizo una pausa, dando una violenta patada a la barandilla que la hizo resonar a lo largo de todos los pisos-. De aquí no nos echa ni dios –rugió escupiendo a los escalones, antes de volverse al interior de su piso y cerrar de un portazo.

Cuando Pablo salió del recibidor y entraba en el salón, se encontró a Andrea de pie. Con rostro serio y de brazos cruzados… Estando tan enfadada ni se notaba lo hermosa que era, con aquella cara extremadamente cuidada y pulida. No le hizo falta abrir la boca para hacer saber a su marido lo que pensaba: Sí pasaba algo, iba a ser culpa suya.



<< Capítulo 2: Dilema matrimonial >>

Habían pasado tres pacíficas noches desde la llegada de los okupas, pero fue en la cuarta noche cuando las paredes empezaron a vibrar a las doce de la madrugada. Andrea y su marido ya estaban en la cama intentando coger el sueño cuando empezaron a escuchar la música a un volumen que, pese a no ser el más alto, molestaba.
   Intentaron ignorar el ruido creyendo que en poco rato lo quitarían, pero no fue así, fueron pasando los cuartos de hora y continuaba oyéndose al otro lado de la pared. La mujer de largos melena dorada apartó de un mal gesto la sábana y se acercó a su armario para quitarse aquella blusa que hacía las veces de pijama.
— ¿No estarás pensando ir a decirles nada? –le espetó su marido, con el IPad entre las manos y las gafas de lectura todavía puestas. No hizo ni el amago de pretender levantarse.
— No podemos seguir así, Pablo. Tú trabajas mañana y yo no me quiero levantar tarde…
— Vaya tela… Ojala tuviese tres meses de vacaciones como tú –se lamentaba el marido haciendo a un lado sus gafas.
— Esto lo están haciendo para vengarse.
— Lo hacen porque son unos hijos de puta… Llevan una hora con la música puesta. Si para las dos no la han quitado, llamo a la policía.
— ¿Y por qué llamas ahora? Total. ¿Qué más da una vez más? –inquirió ella con cierta ironía, aún molesta porque su pareja no le hubiese hecho caso de buenas a primeras.
— Porque no estoy seguro de que la policía vaya a hacer nada… Y solo servirá para empeorar las cosas.
— Vamos a hablar con ellos…
— No, Andrea. No. No quiero tener nada que ver con ellos.

Con la violenta reacción de ese okupa, lo último que quería el padre de familia era picar a la puerta del vecino y que aquel bastardo se quedase con su cara. Apagó la lámpara de noche e hizo lo posible por intentar dormirse sin conseguirlo. Aún con la música retumbando, Andrea tuvo una mejor idea para sobrellevar la situación: Se estiró al lado de su marido y le plantó un beso en la boca.
— Tengo una idea mejor para hacer tiempo hasta que se duerman.
— ¿Cuál? –preguntó inocentemente, sin captar la erótica indirecta de su mujer.

Esta, con sus dos enormes pechos aplastados contra el costillar de él y casi saliéndose de la blusa, se volvió a inclinar para besarle. Eran un matrimonio sexualmente estancado que nunca habían logrado alzar el vuelo.
   Andrea llevaba casi cinco días sin ser tocada por su esposo debido al exagerado trabajo, aunque eso no servía como excusa, ya que el libido de su esposo nunca había sido explosivo. Una maestra de primaria casada con un ingeniero informático, cuyo romance había tenido lugar veinte años atrás en una discoteca de un barrio pijo. Desde entonces él logró conquistarla con amor y buena vida, logrando enamorarla. Sin embargo, hubo algo en lo que Pablo nunca pudo hacer feliz a su esposa…
   Los carnosos labios de la cuarentona se pegaron como ventosas al pezón de su marido, mientras su mano pequeña y suave serpenteó hasta el calzón de su compañero de cama. Tras atrapar el pequeño trozo de carne, empezó a manosearlo haciendo un repetitivo movimiento de muñeca. No tardó en tener al pene de su esposo, pequeño y delgado, listo para la guerra.
— Ya es hora de que quitemos las telarañas. ¿No crees? –la puya fue bien recibida por el padre de su hijo, que sonrió picarón.

No hubo preliminares ni juegos de ningún tipo. Andrea recibía proposiciones y muestras de interés de todo tipo: En la escuela, tanto por compañeros docentes como por los padres, en la calle, en el supermercado… Y aún así nunca pensó en ser infiel a Pablo pues, para ella, estaba reservada únicamente para él.
   La masturbación era su única vía de escape, y siempre había sido todo lo que necesitaba. Quizá no le importaba aquella situación porque en el fondo era un poco masoquista, y sentirse cachonda todo el tiempo la hacía disfrutar con más intensidad sus íntimos momentos como mujer para sí misma.

Su vagina ya estaba húmeda y lista, siempre preparada para su marido. Aquella blusa, con cierta opacidad en su transparencia, montó a su marido aplastando su frágil erección con su vagina mientras sacaba del interior del sobre el preservativo. Fue rápido colocárselo alrededor del glande y penetrarse ella sola, dejándose caer hasta clavárselo hasta el fondo y botar frenéticamente en un liviano encuentro sexual. No le dio tiempo ni a oler el orgasmo que, su marido, sin ser capaz de soportar la excitación de su mujer, explotó dentro de ella.

Pocas veces Pablo se sentía con el buen ánimo de rematar la faena con la lengua o con las manos. Se quitó el preservativo, dando un beso a su esposa y no tardó en agarrar el sueño, con ronquidos como primerísima evidencia. Andrea aún seguía mojada; mojada e insatisfecha explorándose ella misma con sus propios dedos en el silencio de la habitación mientras la pared seguía retumbando.



*** Día 5, mañana: Rumores de escalera***

Al salir al rellano a espolonear el felpudo de la entrada contra la barandilla para expulsar de ella todo el polvo, escuchó un chispeo femenino que la llamaba desde el piso de arriba: Su vecina Charo.
   Cuando subió a ver que quería, esta al invitó a su piso a hablarle sobre los okupas que se habían instalado en la casa de justo debajo suyo. Le explicó lo loca que se volvió horas atrás, de madrugada, con toda aquella música en el piso de abajo. Además, le aseguró que sentía un olor extremadamente fuerte a marihuana.
— Ay, Charo. Nuestra casa da pared con pared con la de ellos… Su cocina contra nuestra cocina, su baño contra nuestro baño, sus habitaciones contra las nuestras…
— Además del hombre que gritó la otra noche, he visto a dos jovencitos de la edad de tu hijo entrar en el portal. Bueno –rectificó pensándoselo dos veces-, quizá un poco más grandes que Manuel. Rondarán la veintena y me parecen unos camorristas.

Al ser viuda, vivía sola en un piso que había levantado junto a su marido sin que nadie más pudiese velar por ella. No se atrevía a llamar a la policía temerosa de que estos tomasen alguna represalia contra ella.
— Seguro que si hablamos con ellos se mostrarán comprensivos –argumentó Andrea, consolando a su apreciada compañera de escalera la cual temblaba presa del miedo-. Mi marido no quiere hablar con ellos pero, cuando le haga cambiar de opinión ya verás como llegamos a algún acuerdo.


*** Día 8: Mala fama ***

Las quejas vecinales se fueron expandiendo poco a poco por toda la escalera: Malos olores, dejando la bolsa de la basura en el rellano para no tenerla dentro del piso, la extraña presencia de gente con pinta de drogadictos acudiendo al piso…  Además, la condenada música y el olor a marihuana a la una de la noche terminó de crispar la paciencia de los vecinos haciendo que alguien llamase a la policía una noche después de una semana de convivencia.
   Una vez más, llegó la policía pero, cuando lo hizo, ningún tipo de luz o ruido alguno salía de la casa. Casi como si pareciese que hubiese sido una denuncia falsa.

Los rumores de que llamar a la policía no servía para nada empezaron a correr como la pólvora, así los vecinos empezaron a proponer la contrata de empresas especializadas en desahuciar a okupas, también otras soluciones más drásticas como encargarse ellos mismos.
   En la asamblea de vecinos, ninguno de los presentes propuso dialogar con los vecinos. Se percibía mucho miedo y odio, sobre todo entre los padres que no veían con buenos ojos todo aquello. ¿Por qué sus hijos debían entrar y salir por un portal por el que pasaban yonkis? Pablo estaba entre los que proponía medidas más agresivas y radicales, pues ya eran bastantes las noches que le había tocado dormir en el sofá para poder conciliar mínimamente el sueño.
   Varias veces había este discutido con la madre de su hijo mientras ella le suplicaba ir juntos a dialogar con los okupas; todas y cada una de esas veces le respondió que si se le ocurriría tratar con los vecinos ellos dos acabarían mal.

***Día 9: La madre que me follaría ***

A la salida del portal, a mano izquierda, había a poco más de veinte pasos un bar con una humilde terraza donde los borrachos y sin oficio de la zona se reunían a pasar las horas tomando tapas y bebiendo.
   Ese mediodía de martes el sol desde su zénit picaba fuerte sobre la terraza, todas las mesas estaban vacías menos una en la que se encontraban dos chicos morenos y de pelo oscuro, con gafas de sol y camisas blancas de tirantes mientras tomaban sus buenas cervezas frías estudiando fijamente quien entraba y salía del portal.
— ¿Qué coño le pasa a papa con estos maricones? Ni han tenido los santos cojones de picar a la puerta –se quejó el más bajito de los dos, que era casualmente el que no tenía barba.
— Tú deja al papa que haga lo que quiera.
— Tres putas veces han llamao a la poli…
— Ahora que se jodan –replicó el hermano mayor, llevándose a la boca el canto del vaso antes de pegar el gran sorbo-. Si seguro que todos son unos picha flojas.
— ¿Hacemos alguna visita a nuestras vecinas? ¿Eh? –Inquirió el bajito mientras se llevaba un par de calamares a la boca.
— ¿Alguna que valga la pena? –le cuestionó rascándose el mentón y girando la cabeza de un lado a otro, mirando a los extremos de la calle.
— He visto alguna chavala con buenas tetas, aunque era una cría. Irá al batxiller o por ahí.
— Mira, ya tenemos un coñito y una posible clienta –ambos se echaron a reír-. ¿Alguna más?
— Que va. Si salimos a cazar a alguna zorrita mejor, que tengo el nabo ya como un portaaviones.
— Pues hazte una paja.
— Que no me vale eso a mí, atontao. Necesito un buen coño donde descargar.
— Pues en esta escalera me da que lo vas a pasar mal –replicó con una sonrisa irónica el mayor.
— Mira que podríamos haber metido en cualquier otra madriguera y papa nos tuvo que traer a este sitio de mierd…
— Dani, cierra la puta boca y no me rayes. Que al menos no dormimos en la calle.

Justo en ese momento, cruzando la esquina, apareció una cuarentona con vestido de leopardo con una falda que volaba insinuantemente y unos enormes pechos brillantes por el sudor que retumbaban con un poderío femenino. Esta se metió de cabeza en el portal que ellos vigilaban, quedándose embobados con ella.
— ¿Esa es una de nuestras vecinas? –preguntó incrédulo Dani, el chiquitín. El mayor se había quedado callado y pensativo, jugueteando con su labio inferior y mordiéndoselo.
— Habrá que ir a pedirle sal –los dos consanguíneos brindaron.


<< Capítulo 3: Conociendo a los nuevos vecinos >>

Aunque eran ya las doce de la noche, Andrea llevaba ya demasiadas horas de sueño pendientes. Su cuerpo y sus ojos le exigían un descanso, pero el azote sonoro de las paredes le impedían conciliar el sueño, pues la música no iba a parar de sonar en una o dos horas. Su marido leía tranquilamente un reportaje en su blanco IPad, sabiendo ambos que si el ruido no paraba en un rato sería el quien se fuese al sofá.
    Quizá fue el mero hecho de liberar la tensión o por mantenerse distraída, pero la mano cálida y pequeña de su esposa se deslizó bajo la sábana, empezando a masturbar el sexo de su amante. Pablo se dejó tocar, aunque ni se inmutó ni hizo a un lado la Tablet.
— Estos últimos días no he estado tomando la píldora –confesó. Él siquiera se volteó a mirarla.
— ¿Por qué? ¿Te ha sentado mal?
— No… La he dejado de tomar porque sí –esta vez sí que dejó el IPad sobre la mesita, estudiando a su mujer con la mirada.
— ¿Qué dices?
— Que… me gustaría quedar embarazada.
— Cielo, no puedes estar hablando en serio. Tenemos una edad…
— ¿Ya no podemos tener hijos?
— Aún nos quedan fuerzas. Pero… ¿Y cuando sea adolescente? Yo tendré…
— Pues yo quiero quedar embarazada –protestó con un hilo de voz, dándole la espalda a Pablo y poniéndose a cuatro patas con la vagina expuesta, dándole la opción de penetrarla.
— Andrea… -preguntó él mientras el erótico culo se meneaba de un lado a otro cual péndulo.
— ¿Sí?
— No podemos…
— Solo tienes que meterla y descargar dentro…

Andrea se reincorporó, intuyendo que a su acompañante le hacía falta un pequeño estímulo. Lo agarró de los hombros y empezó a besarlo, bajándole hasta las rodillas los calzoncillos, entonces volvió a ponerse a cuatro patas… Esta vez con su culo a pocos centímetros de su erección. Cayó como un tonto, sin ser capaz de razonar. La apuntó contra la hambrienta vagina y empezó a perforarla, con un pene tan pequeño que era como si no lo hiciese, casi como si le estuviese haciendo cosquillas con un pincel.
   Plas, plas, plas, plas…
— Mi vientre desea tu semilla, cariño… Lléname con tu semilla –gimió excitada por completo. El diminuto tamaño le importaba poco, su objetivo era hacer que explotase dentro.
— Andrea, por favor… Vamos a pensarlo fríamente…

La explosiva fémina llevó su mano izquierda a su seno y empezó a acariciarse el pezón, sacándolo fuera de la blusa y dejándolo colgado. Pero aquella mujer de casi cuarenta años no podía razonar, empezando a golpear los huevos de su marido con sus cachetes.
   Plas, plas, plas, plas…
— Ahh… Sí. Córrete y lléname… ¡Uff! Que cachonda me tienes, Pablo –musitaba ella con cierta malicia. Irónicamente, cuanto más deseaba que se corriese era cuanto más tardaba en hacerlo.
— Nunca te había visto tan cachonda…
— No sé lo que me pasa… Hmm. Que rico me lo haces. ¡No pares, amor!
— Acabo. ¡¡¡¡Acabooo!!!! –rugió el marido estallando dentro de ella, quedándose todo el semen en la parte más superficial del interior de aquella vagina.

La música aún tardaría un rato en parar, pero a Pablo una vez más le entró el sueño prematuramente mientras su mujer se auto complacía con el semen que salía de su vagina, sin levantarse para ir a orinar y asearse.
   Estuvo meditando, incluso cuando el ruido en el piso vecino se detuvo, porque le excitaba tanto la idea de quedar embarazada, y acabó llegando a la conclusión que se debía a lo muy insatisfecha que se sentía. Durante el resto del año se mantenía ocupada con la educación de sus clases, el cuidado de su casa, hacer la comida y la cena… Pero estando de vacaciones su vida se había vuelto extremadamente rutinaria, sintiéndose vieja e ignorada por su marido ya fuese por falta de interés o por el exceso de trabajo.  
   Quizá su deseo de quedar embarazada era para encontrar algo que lo uniese más a su marido, o quizá para volver a sentirse realizada como mujer… O, tal vez, era debido a que sabía que era algo prohibido y simplemente le excitaba la idea de sobrepasar la línea.

Su vagina seguía húmeda, y ella seguía despierta.

*** Día 10: Acto impulsivo***

Había sido una mañana muy productiva para Andrea: Había ido al mercado, había limpiado gran parte de la casa y hasta había tirado la basura tras haber hecho todo eso. Sin oficio y aburrida, sacando hasta el polvo de debajo de la televisión.
   Se dejó caer en el sofá, resignada a sufrir un día más de ``nada´´, encendió el televisor y sintonizó el canal cocina visualizando una receta que captó su atención al instante.
   Pum, pum, pum, pum… Su oído se centró de inmediato en la vibración provocada por la música del piso vecino. Su primera reacción fue tratar de ignorarlo y subir el volumen, pero poco después en pleno acto impulsivo apagó la televisión, agarró las llaves y salió de su casa con un portazo. Dos pasos dio en el rellano hasta situarse contra la puerta de enfrente, pegando dos largos timbrazos que hicieron detener la música.

Le abrió la puerta un joven que rondaría los veinticinco años como mucho. Un yogurín bastante guapo y de mirada peligrosa que hicieron pensar a Andrea que no era lo que se esperaba. El chico le sonreía.
— ¿Qué quieres?
— ¿Que qué quiero? ¿No te das cuenta del volumen que tienes?
— ¿Te molesta? Perdona… Como nadie me había dicho nada –aunque se estaba disculpando Andrea supo que le estaba tomando el pelo con cierto aire burlón.

Era un chico alto, de barba y con camisa de tirantes. Le sacaba por lo menos tres cabezas de altura, y era bastante más musculoso que su marido.
— Hay cosas que no hace falta decirlas. Esa música molesta y la ponéis hasta por las noches.
— Ya. ¿Quieres pasar? –propuso de repente, haciendo que la vecina titubease. Al ver que no entraba, él tendió su mano y se presentó-. Me llamo Sergio -``Tiene una mano enorme´´ no pudo evitar pensarlo Andrea mientras le daba el apretón de manos.
— Andrea –contestó-. Soy la propietaria del Cuarto A.

El chico no pudo evitar desviar la mirada fugazmente a la puerta que había tras Andrea, como si se oliese que alguien podía estar escuchando o mirando por la mirilla.
— Bueno. Ya que vamos a ser vecinos nos interesa llevarnos bien. ¿Quieres pasar y lo hablamos dentro?

Aunque se mostró nuevamente dubitativa, accedió al interior. Su marido le había prohibido comunicarse con ellos, pero estaba segura de que aquella situación podía solucionarse con un poco de asertividad y dialogo.
   Una vez entró en el recibidor, el joven ocupa cerró la puerta.


*** Día 10: En boca del lobo***

Ya en el recibidor, Andrea pensó en lo mal que estaba que a espaldas de su marido hubiese ido a tratar a los vecinos; aunque también pensó que este no le había dejado elección.
    Salió del recibidor encontrándose en un comedor que era el reflejo contrario al suyo: Oscuro, tétrico y con todo sucio y desordenado. Andrea olfateó, experimentando por primera vez todos los olores que había sentido desde fuera, pero potenciados.
   Esa casa era un completo caos, con plásticos y restos sobre las mesas y los armarios. Se notaba que ellos nunca limpiaban allí. Entonces vio por primera vez a un maduro cincuentón de pelo grisáceo y negro, en calzoncillos, con una cerveza en una mano y el mando en la otra. Estaba usando una camisa de tirantes y unas bermudas de cuadrados amarillos. Al verlo descalzo se percató de que el suelo parecía no haber sido barrido nunca.
— ¿Quieres algo? –preguntó el yogurín-. Ese es mi padre, Brandon –le presentó al ver que no dejaba de mirarlo.
— Vaya coñito fresco te has traído –comentó su progenitor denotando lo borracho que estaba y mirándola de arriba abajo-. A ver si la compartes.
— Es la vecina, papa –se limitó a contestar totalmente serio.
— No he venido a tomar nada –contestó la aludida totalmente fría-. He venido por el tema de la música.
— ¿Qué quieres que haga? Por la mañana a mí también me despiertan vuestros martillazos, y yo a esa hora quiero sobar.
— A la una de la madrugada la gente normal quiere dormir, y a las diez estar despiertos.
— Eso es lo que le digo yo –se lamentaba el padre del chaval intentando ponerse en pie, no lo consiguió-. Pero no me hacen caso.
— Si quieres que no pongamos música. Ya podrías pagarme de alguna manera.
— ¿Perdona? –le cuestionó escandalizada, llevándose la mano al pecho.
— Que podrías pagarme de alguna manera, porque aquí dentro de mi casa hago lo que me sale de los huevos.
— Entonces no te quejes si los demás vecinos no te dejamos dormir.
— ¿Me he quejado yo?
— Para empezar, habéis ocupado este piso.
— Demuéstralo.

La discusión no llegaba a ninguna parte, y sabía que era cierto que la policía no iba a poder hacer nada a menos que los descubriesen cometiendo alguna ilegalidad. La verdad es que Andrea estaba harta de ese continuo conflicto.
— ¿Cómo podría compensaros para que no me pongáis la música en las horas de descanso?
— ¿Una cita? –inquirió bravucón. Su mirada fiera la hizo ruborizarse un poco, aunque había algo en su tono de voz que indicaba que ni de lejos le interesaba aquella petición. ¿Estaba siendo irónico?
— Estoy felizmente casada, gracias.
— Si estuvieses felizmente casada mi hermano y yo te oiríamos gemir como una perra –hizo una pausa antes de sonreír maliciosamente y añadir-. Tu marido que se quede con el matrimonio, yo con pegar unos cuantos polvos…
— ¿Quién te dice que no…? –no llegó a terminar la frase, siendo interrumpida.
— Si eres nuestra vecina, la habitación más grande de tu casa será la que da a nuestra pared. Os oigo hablar, pero nunca os oigo follar.
— Con el volumen que ponéis, normal –susurró ella, roja como un tomate.
— Pues ya sabes con que puedes compensarme. Te vienes aquí, lo pasamos bien unas horas y podrás descansar todo lo bien que quieras por la noche.
— No voy a hacer nada con vosotros. Tendrás que pensar en otra cosa –contestó decidida, y la respuesta acudió a sus labios prácticamente sin pensar-. Os limpio la casa.
— Te imaginaba echando un polvo en esta casa, no quitándolo… -murmuró él rascándose a tres dedos el cuello. Se arrepintió al instante, pero el yogurín de su vecino pareció ver una buena propuesta en ese diamante en bruto-. Pero me gusta la idea. Quién sabe… Tal vez uno de estos días te confundas y acabes haciéndolo al revés.
— Más te gustaría –contestó ella tras tragar saliva. La forma en que él la había mirado la había puesto muy tonta.
— Mira. Me parece tan buena idea que aparte de no poner música por las noches te pagaré por venir a limpiar. ¿Tres euros la hora?

Quedó boquiabierta. ¿Iba a cobrar por limpiar la casa? Si conseguía regatear lo suficiente no le vendría nada mal esas entradas extras.
— ¿Estás tonto? Diez euros la hora –cuando vio que el chico iba a protestar ella alzó un dedo-. No voy a pasarme el día aquí. Vendré una o dos horas, es eso o nada.
— Ocho euros la hora. Ni pa ti ni pa mí.

Ambos se dieron la mano, cuando ella iba a soltarse él la apretó y la forzó a mirarlo a los ojos.
— Si te estoy pagando, eso me convierte en mi jefe. Vamos a necesitar un uniforme para ti… Ya sabes, para estar ``por casa´´.
— Lo elegiré yo, por el tema medidas y tal.
— Haz lo que quieras, pero como tu jefe quiero algo como esto –ordenó agarrando su Smartphone y haciendo una búsqueda. En un momento ya tenía una infinita lista de uniformes, prácticamente todos ellos escotados y con faldita-. Esto no es negociable. Ya que vienes a esta casa… Quiero alegrarme la vista mientras limpias.

La oferta de poder dormir por las noches y ocupar esas aburridas tardes para cobrar ocho euros la hora se le antojó muy deseable, hasta que el chico preguntó con zorrería:
— ¿A tu marido le parecerá bien que vengas a limpiarnos el zulo?
— Mi marido… -no dijo nada más.
— ¿Se lo vas a decir? No me gustaría encontrármelo por el portal y cagarla diciendo algo que no le has contado por ti misma.
— Es mejor que mi marido no lo sepa.
— De puta madre. No lo sabrá por mí.
— ¿Empiezas ahora?
— No, lo haré cuando tenga mi uniforme.

La vecina del Cuarto A se dirigió hacia la puerta, en silencio y algo coartada al saber que el padre del chico estaba escuchando todo lo que decían. Una vez en el diminuto pasillo del recibidor, le comentó al veinteañero.
— Mi marido no quería que viniese a hablar con vosotros.
— Si mi novia fuese una tía como tú, yo tampoco.
— Lo que quiero decir –alzó la voz mientras cerraba los ojos, concentrándose-. Es que mi marido no sabe que he venido a hablar esto…
— Él fue uno de los que llamó a la poli. ¿No?
— Eso no… -intentó negar al recordar el grito del viejo la noche que vino la policía.
— Yo habría hecho lo mismo. Además, no quiero llevarme contigo, que estás demasiado buena.
— Me voy –anunció la madurita al sentir que el yogurín se le echaba encima con la intención de besarla. Su corazón latía muy rápido y lo peor es que una parte de ella deseaba que lo hiciese.

Ya una vez en su casa se recostó en el sofá y se dio cuenta de cosas a las que no había dado importancia estando en la casa de los okupas: Brandon, el padre de Sergio, no había parado de mirarla de arriba abajo, sufriendo una erección. Para ella no resultaba morboso ni nada, aunque si le produjo cierto morbo la idea de que dos hombres la mirasen con esos ojos.
   La otra cosa era que había como un pequeño huerto de marihuana y otras cosas, por lo que era verdad que debían trapichear con drogas. Y además, ese niñato le había dicho que debería llevar uniforme… ¿Qué estaba haciendo? A espaldas de su marido… ¿Iba a limpiar la casa de esos okupas? La casa de unos hombres que la miraban de esa manera.
   Tenía algo claro, y es que para ir a limpiar a esa casa debía ir satisfecha desde casa.

<< Capítulo 4: Perra en celo >>


Cuando llegó la noche, a Andrea se le ocurrió la mejor idea para calentar a su marido. Era algo diferente y que nunca había hecho, algo que solucionaba el problema de la escasa duración de Pablo.
   Cuando él entró por la puerta, se encontró la cena puesta y lista. Llamó a Manuel a cenar y ambos cenaron hambrientos sin que ella sacase el tema. Pablo dijo que había estado hablando con un par de vecinos que se habían encontrado a uno de los okupas borracho en el portal y con cierta actitud violenta.
— No he visto a nadie que tenga pinta de drogadicto –meditó su esposa en voz alta cuando salió el tema de la venta de drogas.
— Seguramente porque vienen más de noche –razonó su esposo llevándose un trozo de lomo a la plancha a la boca.

El tiempo transcurrió insoportablemente lento para la mujer de Pablo, con una parte de su mente centrada en el primer cajón de su mesita de noche. ``Eso´´ era lo que iba a ponerse para seducir a su marido, y por desgracia aún quedaban al menos un par de horas hasta que el padre de su hijo se metiese rendido en la cama.
— ¿Quieres un poco de café? –inquirió con malicia, tanteando esa posibilidad para mantenerlo despierta.
— ¿Estás loca? ¿Cuándo he tomado café yo a esta hora?
— Vale, no he dicho nada. Voy a por un yogurt. ¿Quieres algo?
— Un plátano mismo.

Tras asearse, el sujeto se recostó un rato en el sofá y finalmente llegó a la cama. Por alguna razón, la entrepierna de Andrea estaba echa agua por la espera, sabiendo que cuanto más esperase más satisfactorio sería.
   Manuel se despidió de su madre y se fue a su habitación, por una vez, ella no le diría que se durmiera pronto pues era preferible que estuviera con los cascos y entretenido.
  Fue entonces cuando entró por fin en su propia habitación, lista para ponerse ``el pijama´´ de aquella noche. Se percató justo en ese momento de la cara de asco que ponía su marido.
— ¿Qué pasa?
— ¿Estás sorda o qué? –fue entonces cuando afinando el oído escuchó altos gemidos y vibraciones típicas del sexo al otro lado de la pared-. Se ve que se han puesto cachondos y han empezado a darse gusto.
— ¿Tú crees? –inquirió su mujer al no recordar que los vecinos hiciesen referencia a ninguna mujer. Por un momento pensó que habrían seducido a alguna vecina del edificio, tal como la había intentado seducir a ella Sergio. ¿Pero a quién? La mayor parte de las mujeres del edificio estaban con pareja o felizmente casadas.

``Ohh, me corro. Me corro en tu cara´´ dictaba una voz de hombre al otro lado de la pared. Ciertamente parecía la de Sergio. ``Échamelo en lo boquita, en mi boquita cerda´´
  
Andrea se tapó la boca al reír, pues no era tan mal ambiente para llevar su plan a cabo. Se desnudó de arriba abajo mientras Pablo le preguntaba el motivo de su risa, quedándose confuso cuando la vio ponerse aquella blusa transparente que dejaba a la vista sus pezones y su vello púbico.
— Pues… Que me ha puesto cachonda oír eso.
— ¿Has bebido? –preguntaba su compañero de cama incrédulo.
— Quizá… -ronroneó traviesa mientras agarraba su almohada y la ponía a los pies del lugar donde ella dormía, justo en el lado opuesto de donde su marido estaba estirado.
— ¿Qué haces…? –preguntó sin entender.

``Mira que eres corto´´ se dijo desesperada con las piernas temblorosas. Estaba más excitada por su propio plan que por el deseo hacia su marido. Se estiró abierta de piernas, se llevó los dos dedos más largos de su mano a la boca, humedeciéndolos… Y entonces, con una lentitud plenamente sensual, fue acercándolos hacia su entrepierna hasta alcanzar su clítoris.
   Ignoró a su marido, él le dijo cosas que ella se forzaría en olvidarlas. Su mano buena agarró su propio seno, el pezón estaba durísimo a la vez que sensible. Ya no sabía si sudaba del calor o de la excitación.
   Su mente quiso ‘’tocarse’’ pensando en su vecino, en el hijo de Brandon. Las posibilidades que ofrecía entrar en esa casa y dejarse llevar… Pero no lo hizo. Eso era traicionar a su marido, aunque fuese en su imaginación. Se limitó entonces a acariciarse, a buscar sus propios masajes favoritos, a perderse en las buenas sensaciones. Estaba bastante lubricada para ser solo masturbación, y entonces se empezó a concentrar en el deseo de su marido hacia ella. Vio como dejaba a un lado su dichosa Tablet, esa que los separaba cada noche, como gateó hacia ella y bajaba su pijama con la polla tiesa y lista para entrar.
— No –musitó ella impidiendo que se acercase más plantando su pie en el pecho de su marido-.  Siempre me dejas con ganas de más.
— Esta vez haré que te corras –prometió él desesperado, pues nunca la veía así de cachonda y desinhibida.
— Te corres muy rápido siempre…
— Me excitas demasiado… -se excusó él pajeando su diminuta polla.
— O más bien eres un egoísta que no se controla lo más mínimo. Me estoy metiendo los dedos para venirme, Pablo. No para provocarte.
— ¿Estás segura…? Creo que lo has hecho para ponerme así de duro, y lo estás consiguiendo.
— Cuando me venga haz lo quieras –gimió ella cerrando los ojos y sonriendo con malicia. Seguía escuchando los gemidos femeninos en la otra habitación. Unos gemidos que parecían falsos y fingidos… ``Es porno´´ se dijo para sus adentros. No era una duda, estaba segura. Había puesto porno a todo volumen.
— ¿Y si no quiero?
— Me vas a violar, Pablo.
— No te puedo violar si te estás muriendo porque te folle.
— Eso es verdad… ¡Ahhh…! –gimió riendo y haciendo a un lado su pierna, abriéndose aún más para él. Este la agarró del cuello y se lo aplastó, haciéndola sentir como le faltaba el aire y eso la volvió loca.
— Me da que lo prefieres sin condón –dijo él seriamente, y Andrea le sonrió. Agarrando el pene a su marido y apuntándolo desnudo contra su vagina.
— Sigo queriendo que me embaraces…

``El macho´´ la metió hasta lo más hondo que pudo, justo antes de empezar un movimiento de repetición de echarse atrás cinco centímetros justo antes de volver a clavarla.
— ¡Ahhh! –gimió ella sinceramente. Quizá fuese un gemido exagerado, pero un gemido al fin y al cabo.
— ¡Cállate! –dijo él tapándole la boca al tiempo que la estrangulaba. ¡Se iba a volver loca!-. Nos va a oír el niño.

``Y los vecinos también´´ se estremeció para sus adentros, su lengua presa de la mano de su marido jugueteó con la palma de Pablo, lamiéndole los dedos.
— ¿Qué te pasa?
— Fóllame. ¡Más duro! ¡Me voy a correr! –suplicaba desesperada, abriéndose aún más de piernas. Ya no escuchaba ruido alguno provenir de la habitación vecina, y se sobreexcitaba al pensar que Sergio estaba escuchando, con la oreja en la pared. También al pensar que su marido se lo estaba haciendo sin condón, terminó de ‘’irse’’ cuando su marido también perdió el control.
— ¡Andrea, no sé qué te pasa pero me encanta! –rugió él agarrándola del cuello y disparando como una metralleta a su coño con su diminuta polla. El tamaño en ese momento no importaba, estaba tan excitada que era todo lo demás lo que la estimulaba.
— Dame un bebe más, Pablo.
— ¡Oh! ¡Oh! –gimió él delatando su clímax al temblarle los muslos y producir espasmos aleatorios por su cintura-. Estás loca…
— Planta tu semilla… ¡Mmmm! –musitaba Andrea mientras notaba cierta explosión controlada de calor en su vientre.
— ¿Te has corrido?
— Sí –mintió ella para no herir el orgullo de su esposo. Sabía que podría decirle la verdad, pero eso no cambiaría nada. No podía físicamente satisfacerla.

Sí, consiguió correrse pasada la media hora al imaginarse esa misma follada de su marido con una polla más grande y bastante más duración. Explotó… mordiendo lo más sigilosamente la almohada al lado de los ronquidos de su marido. Seguía sin estar satisfecha, siguió necesitando algo más…

<< Capítulo 5: Buscando el uniforme >>
Durante la madrugada, antes de conciliar el sueño, tuvo tiempo para pensar y plantear que hacer con lo de la propuesta de Sergio. ¿Se negaba? ¿Aceptaba hacerlo sin comprar el uniforme?...
   Se quedó dormida con una conclusión ya en mente, por lo que al amanecer sola en su habitación y en la casa, hizo la cama y se hizo a la calle con la intención de ir a cierta tienda de uniformes en el centro de la ciudad vecina. Agarró el autobús y en menos de media hora ya estaba frente al comercio preparada para entrar. No había ni un alma en la tienda ese día, y nada más entrar vio un gran conglomeración de vestidos para diferentes oficios: Desde blancos y relucientes ropajes de chef hasta azules conjuntos de enfermera.
   Podría haber elegido un vestido negro y disimulado, pero no fue así. Nada de lo que veía le terminaba de convencer, ya fuese por el color, por la estética del conjunto o porque directamente no tenía nada que ver para lo que iba a hacer en esa casa. Entonces vio una pequeña sección de camisas formales blancas y de otros colores, de una tela mucho más ligera que todas las demás, de color blanco y abotonada. Se dijo a sí misma que siempre le habían gustado aquellas camisas y que por una o por otra razón nunca eran motivo de su elección. Por eso agarró una de su talla y buscó con la mirada a alguien que la pudiese ayudar.
— Perdone –avisó en voz alta al dependiente tras su mostrador antes de formular la pregunta-. ¿Esta camisa… de que oficio es?
— Es para secretarias o para limpiar casas. Si quiere probársela –inquirió servicial el chico que rondaría la veintena con una sonrisa de oreja a oreja, rodeó la mesa frente a él y la guio hasta los probadores.
— No sé… ¿Cuánto cuesta? –inquirió la clienta titubeante sin acceder al hueco con cortina.
— Esta cuesta… veinte euros.
— Un poco cara para una camisa de este tipo. ¿No cree?
— Bueno, yo no pongo los precios. ¿Quiere probársela?
— No, porque si me gusta…
— Razón de más para hacerlo –comentó frotándose las manos el joven con zorrería. La miraba de arriba abajo con cierto disimulo, como si estuviese más interesado en verla con la prenda que en vendérsela-. Si le gusta, bien pagado va a estar ese dinero. ¿No cree?
— Bueno, eso es verdad… Y tampoco es un precio tan disparatado.
— Avíseme cuando termine –concluyó el dependiente invitándola a acceder al probador.

Tras cerrar la cortina, se miró por un momento en el espejo y entendió porque la miraba tanto. Un poderoso busto era tapado por aquel jersey, aunque no disimulado. Se dio cuenta que aquellas cosas que antes le parecían lejanas y sin importancia ahora le llamaban mucho más la atención, como por ejemplo el deseo que provocaba en algunos hombres. No era algo reciente, llevaba ya unos años pasándole y es que si antes Manuel al ser más pequeño y dependiente le absorbía toda la atención y su tiempo, en esa etapa de su vida se sentía más aburrida y desocupada.
   Eso en cierta manera la forzaba a darle muchas vueltas a lo poco que su marido le hacía caso, a como estaba desperdiciando su madurez sexual a hacerlo una o dos veces por semana con su pareja.
   Y entonces su vecino, un yogurín guapo y atractivo, mostraba un interés tan directo y sincero, aunque solo la viese como una vagina con la que tener sexo; o como cuando un joven dependiente en una tienda mostraba ese interés y ya no se sentía desaprovechada y vieja… Por eso se disfrutó a sí misma al quitarse el jersey y quedarse con aquel sujetador. Pese a que la edad y el sedentarismo le había hecho ganar unos quilitos en cintura y vientre, conservaba aquella poderosa delantera que se vio destacada cuando se encasquetó la camisa blanca, ordenando los botones de abajo hasta arriba, deteniéndose justo en la base del escote. La parte de la camisa aún sin abotonar formaba una alargada ‘’v’’ y era ahí cuando se veía de verdad lo grandes y bonitas que tenía las tetas.
   Andrea se ató solo dos botones más justo antes de apartar, con cierta malicia, la cortina.
— Perdona. Ya… Ya estoy –dijo con timidez, decidida a buscar alguna rebaja aprovechando la presunta inexperiencia del joven.

El chico acudió como una bala, intentando mirarla a los ojos y haciendo un esfuerzo por no bajar la mirada. Le hizo el favor de mirar hacia su derecha, sabiendo que el chico iba a aprovechar ese descuido para fotografiar con sus ojos aquellos dos grandes senos.
— Me ha encantado la camisa. Pero… Me sigue pareciendo muy cara. ¿No podrías hacerme una rebajita? –preguntó endulzando su tono de voz y formando una ‘’c’’ casi cerrada con sus dedos.
— Bueno… No sé. No puedo hacer esas cosas…
— Venga, va… Una rebajita chiquitita. Me la llevo por quince euros. Nadie se va a enterar.
— Me juego una bronca de mi jefe… Como se entere…
— Sé que puedes cambiar los precios. ¿Podrías hacerme ese favor? Pareces un chico muy guapo y espabilado. Haz eso y ganarás una clienta en esta tienda.
— Bueno… Seguro que puedo hacer algo.
— Te lo agradecería mucho… y te deberé una –le prometió al sonrojado joven, aún sin creerse estar diciendo todo aquello.

***

Salió de la tienda con la camisa que quería y un descuento de cinco euros, sin poder evitar sentir su autoestima bien arriba. Mientras volvía en el tren pensaba, entre otras cosas, que ese uniforme podía combinarlo con unos pantalones tejanos. Eso fue lo primero que hizo cuando llegó a su casa, quedando enamorada de cómo le combinaba una cosa con la otra.

Ya estaba lista para empezar a trabajar, aunque antes debía acordar unas cosas con Sergio y su padre.


<< Capítulo 6: Estrenando el uniforme >>

— Con un uniforme no me refería a eso –comentó Sergio rascándose el mentón.
— Pero es el que usaré si quieres que trabaje aquí. Además, si quieres que vuelva deberás pagarme al día –eso hizo reír al joven okupa, sentado en la mesa de aquel desordenado comedor.
— ¿Te he entendido bien?
— Sí un día no puedes, me lo dices y no vengo –susurró ella en voz muy bajita, mirándole directamente a los ojos.
— No, tranquila. Si algo nos sobra es pasta. ¿Comienzas hoy? –Sergio acababa de sacar su cartera y de él sacó un billete de veinte-. ¿Cuánto vas a venir? ¿Una hora? ¿Dos?
— Tres horas… -contestó de repente al ver el dinero. De buenas a primeras ya iba a recuperar lo que le costó la camisa, y algo más.
— ¿Empiezas ahora?
— No, empezaré esta tarde mejor.
— Como quieras. Si quieres venir por la noche…
— A esa hora está mi marido. No, gracias.
— Como algún día se entere de que vienes a quitar polvo…
— Si se entera no estaré haciendo nada malo, pero prefiero evitarlo –le respondió, dejando entrever que no admitiría ningún tipo de chantaje al respecto. El okupa pareció entenderlo al instante, aunque optó por callarse.
— ¿Entonces cuando vendrás?
— Por la tarde. Y te recuerdo que aunque me estés pagando por esto el acuerdo es que no hagáis ruido por la noche. Eso incluye poner porno a todo volumen.

El hijo mayor de Brandon se cruzó de brazos y sonrió, columpiando su silla sobre las dos patas traseras.
— ¿Te molesta? A mí tampoco es que me guste oírte follar y quedarme a dos velas.
— Pues búscate una novia, guapo. Yo estoy casada.
— Si no estuvieses casada… ¿Habría alguna posibilidad?
— No voy a responder a eso –Andrea se echó a reír, un tanto acalorada. ``Sí, sin duda tendrías muchas posibilidades´´ se dijo para sus adentros.
— ¿Por qué no? Solo es una pregunta. No es que vayas a engañar a tu marido por contestarme.
— No es que me vaya a divorciar mañana, así que da igual.
— Dímelo. Quiero saber si tendría posibilidades con una madurita tan sexy como tú.
— Hmmm… Quizá –se limitó a responder, girando sobre sí misma y dirigiéndose a su casa. No vio sonreír de manera pícara a Sergio, que se quedó sentado en la silla.
— Te espero sobre las cuatro, pica cuando ya estés vestida y lista para el polvo –No obtuvo respuesta, y al instante se cerró la puerta de la calle con un pequeño portazo.

*** Día 13: Rollito de primavera***

Tras comer con su hijo, este se encerró en la habitación y prácticamente no volvió a salir. Cuando fueron las cuatro de la tarde y tras echarse un rato para tomar la siesta, suspiró hondo y se puso los pantalones tejanos con aquella camisa blanca abotonada. No quiso pensar nada al dejarse los tres botones de arriba sin unir, permitiendo a cualquiera frente a ella verle el escote.
   No se despidió de su hijo, simplemente agarró las llaves de su casa y el móvil antes de salir al rellano y picar a la puerta vecina con los nudillos.
— Uff… Me empieza a gustar ese uniforme –La vista de Sergio estaba clavada en el pecho de Andrea, y sin dar ninguna explicación llevó su mano hasta los senos de la recién llegada para colocarle entre las tetas dos billetes: Uno de veinte y otro de cinco enrollados sobre sí mismos.
— ¿No podías dármelo en la mano?


— Con ese escotazo no. Quédate el cambio –replicó riendo-. Pasa. Tú misma: La casa es al revés que la vuestra, así que ya sabrás donde está la galería. Allí tienes la escoba, el recogedor, la aspiradora y bolsas de basura. Los trapos y todo eso que usáis las chachas está ahí también.
— ¿Las chachas? –inquirió ella llevándose el dinero al bolsillo trasero. Se tuvo que morder la lengua para no darse media vuelta y largarse.
— Lo he dicho con cariño, mujer –se disculpó con simpatía-. Cualquier cosa me avisas, que estaré en mi habitación con mi hermano. Empiezas a las cuatro… -ojeó la hora en su móvil-, pues te tienes que ir a las siete.
— A esa hora suele llegar mi marido…
— Pues que no te pille. ¿Has traído ropa para cambiarte? –Andrea se quedó alarmada ``Vaya fallo más tonto´´ se dijo-. Bueno, pues nada. Tú sabrás. Pero te he pagado por tres horas, así que a limpiar.

Con esa frialdad la dejó en el comedor, con Brandon sentado en el sofá y mirándola, en calzoncillos anchos y con todo aquel asqueroso pelo blanquecino esparcido por su pecho, estando bastante delgado. La observaba pero no decía nada, y no pasaron ni tres segundos hasta que Andrea le desvió la mirada y se dirigió a la galería para ver de qué cosas podía disponer.
   Faltaban bolsas de basura, había ropa amontonada al lado de la lavadora, el recogedor estaba roto aunque todavía lo podía usar. La cocina estaba llena de platos sucios, vasos y demás, los cuales parecían limpiar al momento de comer algo.
   ``¿Cómo sobrevivirán en esta casa de esta manera?´´ se preguntó justo antes de ponerse manos a la obra. Fue a su propia casa a por unas cosas básicas, al entender que si quería empezar a vaciar la casa de porquería, primero tenía que librarse de las latas y plásticos vacíos que había por todas partes.  Realmente la estaban dejando a su bola y no la vigilaban, a excepción del viejo que siempre que podía se la pasaba mirándole el culo y las tetas.
   Había cogido de su casa una gran bolsa negra que fue metiendo toda la basura en el interior. Tras una hora recogiendo todo lo desechable, ya había llenado más de media bolsa.
— Oye –preguntó con su característica voz ronca el cincuentón desganado.
— ¿Qué? –inquirió ella sin molestarse en responderle bien. No le gustaba aquel hombre: Era descuidado, maleducado y posiblemente el culpable de que sus hijos fuesen así. Por Sergio sentía cierta simpatía, pero por él no.
— Si te pagase… ¿Me comerías la polla?

Andrea se quedó boquiabierta, incrédula, mirando desde la otra punta al hombre que acababa de decir eso.
— No. ¿Pero qué te has pensado que soy?
— Si estás limpiando por dinero, podrías hacer eso por un poco más.
— No estoy tan necesitada, gracias –le dio la espalda mordiéndose la lengua, recordándose que estaba allí para que no los molestasen por la noche. El dinero era un bien secundario, pero que no hiciesen ruido era algo que necesitaban tanto su marido como ella para poder descansar… Y por eso no podía acabar mal. Sin embargo, no pudo resistirse y le contestó-. De todas maneras esto no lo hago por el dinero, sino para que tus hijos no pongan música por la noche.
— Entonces cómeme la polla o pondré yo música por la noche.
— Eres un cerdo.
— Voy de frente –gruñó echando un trago a su lata de cerveza-. Seguro que eres una perra en la cama y tu marido ni lo sabe –Andrea no pudo evitar fijarse en el bulto que empezaba a crecer bajo aquella ropa interior.
— Si tengo que ser una perra, lo soy con mi marido. ¿No puede vestirse?
— ¿Por qué? Estoy en mi casa. Limítate a limpiar. Pero si quieres sacar brillo a mi cipote… jajajaja. ¡Encantado! –brindó antes de volver a beber. La limpiadora optó por ignorar al viejo okupa y se centró en la limpieza.

Pasó otro rato, estaba barriendo y cuando pasó por delante de Brandon este le propinó un azote en su culo.
— ¿¡Pero qué hace!? –chilló escandalizada, plantándole cara-. ¡No vuelva a tocarme!
— Anda,  guarrilla. Si se nota que te ha gustado –aseguró riendo con descaro provocando que ella se fuese a la habitación de Sergio para comentarle lo sucedido. Picó tres veces a la puerta antes de entrar.
— ¿Qué pasa? –preguntó el mayor de los dos al verla alterada.
— Como tu padre vuelva a tocarme, dejo esto.
— Venga va… ¿Qué te ha hecho ya ese viejo verde? –replicó riendo, mientras el menor de los dos hermanos se giraba para mirarle.
— Me ha tocado el culo…
— Es que con ese culo cualquiera…
— Estoy aquí para limpiar, para nada más. Si no podéis respetar eso, me voy.
— Que no… -su voz dirigiéndose a ella fue suave, pero de repente pegó un chillido-. ¡Papa!
— ¿Qué?
— No vuelvas a tocar a la chacha. ¿No ves que das asco, asqueroso? ¿Cómo va a gustarle que la toques?
— ¡A mí no me hables así, hijo de puta! –gritó el borracho desde el comedor.
— Cállate ya. ¿Ves? Solucionado. No te volverá a tocar –Andrea se dio media vuelta para volver a lo suyo, siendo agarrada por la muñeca-. Oye. ¿Y si la próxima vez te pones unos leggins?
— No voy a ponerme eso.
— Venga… Somos adultos. ¿No? Mientras limpias a mí me gusta tener buenas vistas. Te juro que no te haremos nada.
— Si tu padre ya se pone así viéndome con tejanos, ni me imagino lo que me hará con leggins.
— Ya… No lo culpo. También tengo ganas de manosearte...
— Me lo pensaré… Pero si alguno de los tres me toca una sola vez más, me voy y no vuelvo.
— Vale. Pues mañana te traerás leggins… Te sigue quedando una hora y media –le recordó tras consultar el reloj de su Smartphone.

El tiempo que restaba lo dividió entre la cocina y el comedor, haciendo un cambio impresionante en la casa en tan solo tres horas. Hizo un nudo a la basura y la dejó al lado de la puerta, yendo a la habitación de Sergio y Dani antes de irse para avisar de que había terminado.
—Os he dejado la bolsa frente a la puerta, tiradla cuando bajéis –les ordenó con cierto tono maternal.
— ¿Y por qué no la tiras tú? –preguntó Sergio con cierta ironía.
— Porque yo ya he hecho mis tres horas. Hasta mañana.

***

Llegó al menos tres cuartos de hora antes que su marido, por lo que no hubo ningún problema. Ni su marido ni su hijo sospecharon lo más mínimo de que había estado en casa de los vecinos. Cenaron y, al acostarse, disfrutaron una noche más del maravilloso silencio que Andrea disfrutó mucho más que su marido ya que, este, era fruto de su trabajo.
   Se felicitó a sí misma para sus adentros, ya que hablando y llegando a un acuerdo había solucionado aquella insoportable situación… Y encima se sacaba un dinero extra.

Entonces pensó en el dinero, y pensó en ese viejo de cincuenta años intentando seducirla. Fue asqueroso, repulsivo… Aún tenía grabada en su retina la erección de ese malnacido, aunque en cierta manera, sin gustarle, le causó cierto rubor. Le resultaba morbosa la idea, aunque no se atrevía en reconocerlo, que ese viejo abusase de ella y gozase haciéndolo.
   Andrea recordó por un momento como el viejo Brandon en calzoncillos sufrió una erección que parecía por lo menos dos o tres veces el tamaño de su esposo… ``¿Cómo reaccionaría si me viese llevar esas medias deportivas?´´ pensando con cierto morbo que la fiera se descontrolaría. Que el delincuente del piso de al lado la empotraría contra el suelo y le bajaría los leggins para violarla a placer.
   Se sorprendió al encontrarse húmeda, muy húmeda. ¿Cómo podía mojarse con semejante decrépito? Ese asqueroso borracho y padre irresponsable.

Creyó estar perdiendo la cabeza, así que se volvió hacia su marido y lo besó. Lo hizo tiernamente, comiéndole la boca hasta que acabaron retozando en aquella cama.
— Quiero que me rompas, Pablo –le pidió mordiéndose el labio, abierta de piernas para él-. Fóllame como si no hubiese un mañana.
— Últimamente estás muy rara, Andrea –replicó su pareja a pesar de que llevó su polla a la vagina de su mujer y la insertó, sin dificultad y sin resistencia. Prácticamente no pudo ni notarla dentro de ella, incluso cuando empezó a gritarle que la follase más fuerte y él comenzó a embestirla hasta el punto de hacer chocar las placas metálicas de la cama contra la pared.

``Brooom, brooom, brooom, brooom´´ el ruido era exageradamente alto para lo poco que sentía. Intentó poner de su parte: gemir y contonearse para su marido, agarró la nalga de este y le instó a hacerlo más fuerte todavía. 
— ¡Más! ¡Más! ¡No pares! –suplicó angustiada porque no sentía prácticamente nada. El placer que otros días su marido le transmitía aquella noche no parecía existir. ``Quiero correrme. ¡Quiero disfrutar!´´ se martirizó para sus adentros, sintiendo los espasmos púbicos de Pablo corriéndose sobre su ombligo. Justo después, su polla ya estaba morcillona e incapacitada para seguir.

Entonces se preguntó, tumbada boca arriba y abierta de piernas... ¿Qué haría con ella Brandon si tuviese la oportunidad de hacerle lo que quisiese? ¿Qué harían los dos hijos de este si ella les concediese cualquier deseo? Se imaginó, por un momento… ¿Cómo sería ser follada por un macho de verdad?
 
Pasó una media hora en la que Pablo ya roncaba a su lado, pero ella no. Andrea seguía despierta y hambrienta; hambrienta y pensando que quizá no había sentido nada porque su marido lo había hecho para satisfacerla. Él no tenía ganas y eso era lo que le había transmitido… Nada.


<< Capítulo 6: Comenzando a seguirles el juego >>

Por la mañana; tras hacer su cama, asearse y desayunar, estuvo leyendo unos pdfs de unos seminarios para la docencia. Ya le habían enviado desde la dirección del centro ciertos correos y así poder irse preparando para el nuevo curso.
   Hizo la comida y espero a que su hijo llegase, pero cuando acabó este se encerró en su habitación como si estar fuera de ella fuese corrosivo para él. Suspiró, dándose cuenta que día a día su rutina se repetía hasta en la maternidad. Aunque en su momento lo aborreció, comenzaba a echar de menos tener un pequeño ser dependiente de ella. Aunque la quitase de dormir, de hacer todo aquello que le gustase…

Agarró una pequeña mochila y metió dentro un pantalón tejano y una camisa larga. Entonces se puso, sintiendo cierto hormigueo en su tripa, unos leggins negros y la camisa formal de trabajo. Le tomó unos minutos frente al espejo dudar sobre si se ponía finalmente los tejanos o iba a ir con los con aquella prenda que parecía marcársele todo.

Ojeándose en el espejo se dio la vuelta, tenía demasiado culo y esa tela le lamía a la perfección cada nalga, sumado al escote que se le formaba si se desunía los tres botones de arriba y dejaba a la vista una perfecta línea vertical de aquellas dos grandes y ponderadas ubres mamarias.
   ``Creo que los voy a volver locos´´ se divirtió para sus adentros, mordiéndose el labio y haciendo posturitas para estudiar su reflejo ``Solo tengo que ir con cuidado para que no se me vaya de las manos. Es un juego, nada más´´ se prometía imaginándose las reacciones de tanto el padre como el hijo, porque para eso era: Ver sus reacciones, percibir su deseo lo que necesitaba. Eso no podía ser infiel, y bastante desinterés había recibido estos últimos años por parte de su marido. Se sentía aburrida; aburrida y sin oficio.

Por eso eligió aquel conjunto para ir a limpiar esa tarde, sin creer que fuese malo divertirse un poco.

*** Día 14: Calientapollas ***

Trajo de su casa dos bolsas de basura gigantes –las cuales costaban apenas un euro en el supermercado el pack de diez-, su mochila y sus llaves. Brandon estaba esta vez vestido, estirada en el mismo sitio del sofá del día anterior y concentrado totalmente en el porro que estaba liando. Llevaba puesta una gorra y su barba estaba igual de larga que ayer, seguía pareciendo un vagabundo y aunque para la mayoría podía resultar asqueroso y repulsivo, había algo en esa actitud o en esa apariencia que le causaba morbo a Andrea. Quizá fuera esa actitud agresiva o esa pinta salvaje que tenía; o tal vez fuese su sinceridad el día anterior y el interés que mostró por ella, lo que tenía claro es que le daba tanto asco como interés. 

   Andrea se extasió por unos segundos al empezar quitando el polvo con el culo en pompa hacia el sofá, de manera disimulada, eso sí; y al voltear su mirada hacia atrás, y observar de reojo al más mayor de los tres ocupas, vio con satisfacción como este se olvidaba de continuar con el porro a medio liar para centrarse embobado con el culo de esta. Notó la mirada del zángano del vecino clavada en su coño y su ano, aunque no pudiese verlos.

   Una vez hubo atraído su atención, ya pudo empezar a centrarse en su ``trabajo´´ sin problemas. Eso sí, Brandon no le quitó los ojos de encima en las tres horas que restaron: >>
   << La casa estaba ligeramente más sucia de como la dejó ayer, pero en poco más de quince minutos ya había recogido todas las latas, los platos y demás, que había sobre las mesas y los estantes. Una vez hubo terminado de tirar todo lo desechable, se centró en barrer y pasar el aspirador –el cual era una porquería- dejando tanto la cocina como el salón mucho más limpio. Después se puso a fregar los platos, vasos y otros utensilios de cocina –algo que de por sí le tomó demasiado tiempo- y a ordenar más profundamente la cocina.
— Hay que reconocer que limpias de puta madre –dijo un chico bajito detrás suyo, recién entrado en la cocina-. Todo esto estaba hecho una mierda –el que sería el más pequeño de los dos hermanos, agarró un vaso llenándolo de cerveza y le pegó un sorbo. Le hablaba como si la conociese de toda la vida.
— Bueno, no harían falta estas palizas de limpiar si la fueseis recogiendo lo que ensuciáis. Y aún no la he limpiado a fondo.
— No se nos da limpiar –contestó encogiéndose de hombros-. Eso es pá mujeres.

La esposa de Pablo, dándose la vuelta, estudió con la mirada al chico antes de responderle. Era una lástima, era casi tan guapo como su hermano. No tenía barba, solo un pequeño oasis de vello bajo la boca. Aún así, su mirada era como la del hermano y la de Brandon, la de un zorro astuto: ``¿Cómo puede dos chicos tan guapos ser hijos de ese adefesio?´´ se preguntó con cierta tristeza, parándose a pensar lo malcriados que estaban.
— Para las chachas. ¿No? –preguntó asintiendo con seriedad-. ¿No sería mejor que os limpiaseis vosotros mismos y no depender de nadie?
— ¿Y perderme las buenas vistas? No –Andrea puso los ojos en blanco, justo el comentario que solía hacer el hermano mayor de este.
— Veo que lo de ser unos cochinos viene de familia. ¿Cómo te llamas?
— Dani.
— ¿Cuántos años tienes?
— Dieciocho.
— Que jovencito. Uno menos que mi hijo.
— Soy todo un hombre –aseguró prepotente con una sonrisa burlona de oreja a oreja-. ¿Quieres que te lo demuestre?
— Clavado a tu hermano y tu padre, por lo que veo.
— ¿No te gustaría que te hiciese sentir mujer? Tu marido no parece estar demasiado interesado en ti.
— Si tuviese que dejarme hacer un trabajito, sería con un hombre de verdad.
— ¿Y no lo soy?
— No -``Un hombre de verdad no deja todo el trabajo de casa a la mujer, ni se dedica solo a beber y a decir guarradas´´ se dijo así misma.
— ¿No? Soy lo bastante mayor como para pegarte la follada de tu vida –Andrea pegó un bufido, aburrida.
— ¿Crees que todo gira en torno al sexo?
— Para una malfollada, sí.
— Por muy bien que hagas sentir a una mujer, si luego no sabes comportarte… nadie querrá convivir contigo.
— ¿Y para qué quiero convivir con una tía? Las tías solo servís para criar a los canijos, follar y limpiar.
— ¿Eso te lo ha enseñado tu padre? –inquirió la mujer andando hacia la puerta, el joven se encogió nuevamente de hombros— Las mujeres nos fijamos en mucho más que en el tamaño o en el buen sexo, recuérdalo.
— No es lo que me han demostrado.

Andrea se detuvo bajo el marco de la puerta, a punto de ir al baño. Titubeó sobre si contestarle o no, pero lo acabó haciendo.
— Seguro que es porque te has relacionado solo con chiquillas. A esa edad es normal, solo pensáis con lo de abajo. Pero las mujeres maduras que sabemos lo que queremos.
— Eso es para el marido. Pero el amante hace falta que folle bien.
— No todas necesitamos un amante.
— ¿No? Por eso nunca te oímos gemir –de repente la cara le cambió. Comenzó a sonreír con gesto malicioso y le reprendió-. Ah, espera. Si te oímos mi hermano y yo… Ayer y antes de ayer. ¿Cuánto durasteis follando? ¿Dos minutos? –se rio para dentro, entre dientes.
— No me gusta hacer ruido cuando lo hago –mintió sin poder evitar rechinar los dientes y alzar una ceja.
— Eso es porque el calzonazos de tu marido no sabe follar bien. Si lo hiciese bien te haría rugir como una perra.
— Que fácil es hablar… -le chinchó ella, traviesa.
— Si quieres te lo demuestro.
— ¿Demostrarme el qué?
— Que no podrás evitar gemir como una perra cuando te folle. Así sabrás la diferencia entre que te follen mal o te follen bien.

No quería que la conversación terminase; le parecía divertido que otro yogurín le buscase las cosquillas con ese tema. Incluso se le antojó picarlo un poco para ver hasta donde podía llegar.
— ¿Y tú sabes follar bien? ¿Con dieciocho años?
— Follo de puta madre. ¿Quieres que te lo demuestre?
— Te creo… Te creo. Por eso tienes una legión de chicas esperando en tu puerta, ¿No? –Dani la observó con desdén, hasta cierto punto fulminándola con la mirada-. Adiós, Dani. Encantada de conocerte –murmuró entre risitas antes de irse al baño.

***

El cuarto de baño era una porquería, salpicaduras de meado en la tapa del váter, pelo púbico, las superficies de la porcelana habían perdido su brillo por la falta de limpieza. En poco menos de media hora Andrea ya lo tenía limpio como una patena. Justo iba a salir cuando Sergio entró en el cuarto de baño y cerró la puerta tras él, quedando los dos dentro.
— Has hecho muy buen trabajo hoy –la felicitó.
— Gracias… Aunque preferiría que respetéis de ahora en adelante mi trabajo y no ensuciéis tanto.
— Algo podremos hacer… Aunque me gusta ver moviendo ese culito mientras limpias –se miraban fijamente a los ojos. Sacó un rollito de veinte euros que muy posiblemente tendría doblado otro más pequeño dentro-. ¿Puedo? Son veinticinco –Andrea asintió con el corazón acelerado, consintiendo que colocase con cuidado ese dobladillo de billetes entre sus tetas.


— Aunque preferiría que me lo dieses en la mano.
— Entre esas tetazas que tienes mejor… Y te has traído los leggins. Muy bien…
— Voy a tener que cobrarte un extra por estos cambios de uniforme.
— Si vienes en ropa interior, te pago el extra –ambos se rieron juntos, hasta el punto de sentirse tonta.
— Fuera de bromas. Creo que ya he hecho suficiente por hoy… ¿Te importa si me voy?
— Te estás yendo una hora antes. Me la deberías. ¿No crees?
— Te debería una hora, sí.
— Una cosa que siempre te he querido preguntar.
— Dime.
— ¿Cuánto le mide a tu marido? Más o menos.

``No puedo decirle que le mide poco´´ se dijo a pesar de que algo en su interior le incitaba a responder la verdad.
— Unos quince centímetros –mintió.
— Que poquito.
— ¿Poco? –contestó extrañada, considerando esa una buena cifra según había leído-. ¿Cuánto te mide a ti?
— Si quieres te la enseño.
— No, gracias. Me voy ya.
— Oye –la detuvo tocándole el hombro, ella se dio la vuelta ruborizada-. Que solo te la voy a enseñar.
— No hace falta, Sergio. Basta con que me digas cuanto te mide.
— ¿Qué diferencia hay? Me tengo que bajar los pantalones igual para mear.

Lentamente se desató el botón del pantalón y se bajó la cremallera, metiendo la mano en su ropa interior y dejando caer un cipote marrón oscuro que en reposo sería dos o tres veces más grande que el de su marido erecto. Si la primera vez lo miró disimuladamente y en silencio, tuvo que mirarlo otra vez para creerse lo que estaba viendo.
   Se dio la vuelta y empezó a orinar sin levantar la tapa, pero a ella le dio igual. No podía quitarse de la cabeza ya ese pollón gigante que acababa de ver. Tanto el padre como el hijo lo tenían igual de grande, aunque el del progenitor no lo había visto directamente.
— Hasta mañana –balbuceó ella cortada.
— Oye –volvió a llamarla él antes de que saliese del baño. Se sacudió la entrepierna y se la volvió a meter dentro-. Devuélveme el favor.
— ¿Qué? –le cuestionó ella sin entender-. No voy a enseñarte mi vagina.
— No hace falta. Ponte en pompa. Para ver cómo te quedan los leggins.
— No voy a…
— Solo quiero dar el visto bueno a tu uniforme. No te lo voy a tocar ni nada. Venga…
— No voy a enseñarte nada… -contestó deseando hacerlo. Si era parte del juego no podía haber nada malo en ello, aún así, en cierta manera lo consideraba traición hacia su marido-. Voy a por mis cosas.
— Venga, va. Enséñame como te quedan esos leggins.

Andrea salió del baño con la cabeza bien alta, con el rollito de billetes entre las tetas y yendo hacia el lado de la tele, frente al sofá, donde había dejado su mochila. Como salía tan pronto, no le hacía falta ponérselo.


   Había dejado esa mochila en el suelo, inclinándose a coger sus cosas dejando las piernas rectas formando una v. Sergio, que la había seguido, vio al igual que su padre como la empleada recogía sus cosas poniendo el culo en pompa justo antes de irse sin decir adiós.


<< Capítulo 7: El calzonazos de mi marido >>

Sin darse cuenta, en los siguientes días pensaba más y más en los vecinos ocupas. Cuando se encontraba a alguno de ellos en la escalera, cuando iba a limpiar y veía como no le quitaban el ojo de encima o encontraban cualquier excusa para coquetearle. Alguna vez hasta le siguió el juego al mayor de los dos hermanos como en la escena del baño, pero eso era porque tan solo era un pequeño e inofensivo juego.
   Pablo últimamente se quejaba más de la costumbre por las noches sobre los vecinos, durante la cena hablaba sobre los trapicheos y sobre como olía a marihuana por las mañanas. Se quejaba sobre la inacción de la policía y la justicia en general, mientras que su mujer se ponía de por medio con un argumento que él no podía rebatir.
— Lo que no puedes negar es que las últimas noches no están haciendo ruido.
— ¡Es que es lo mínimo que podían hacer! ¡No molestar! No te jode…
— Si lo hubieses hablado con ellos posiblemente no habrían estado tanto tiempo haciendo ruido.
— ¡Que yo no tengo nada que hablar con estos okupas sin vergüenzas, coño! ¿Sabes que si un día les da por dejar abierto el gas podrían jodernos la vida?
— No digas tonterías, Pablo. Por favor.

Así eran todas las discusiones para la pareja, hasta que la siguiente noche del sábado volvían los dos de casa de unos amigos por la desierta calle tras aparcar. Ella vestía un vistoso vestidito de una sola pieza, una escasa minifalda y un escotazo que había llevado para ser la envidia de la reunión. Sus tacones resonaban por la calle, mientras avanza cogida del brazo de su marido hacia el portal de su edificio.
   Tras abrir Pablo la puerta, dejó pasar a su mujer la cual le agradeció con una modesta sonrisa, además de esperar a su marido dentro a que cerrase la puerta y abriese la luz del interior. Ninguno de los dos reparó en el bulto que había en un rincón poco visible del portal, bajo los buzones comunitarios; por lo que se dirigieron hacia las escaleras totalmente ajenos al grito que provino detrás de ellos.
— ¡Vaya culo que tienes rubia! –gruñó una voz tosca y lenta, propia de un borracho. Andrea la reconoció al instante, comenzándole a latir violentamente. ¿Y si Brandon se iba de la lengua? Estaba ebrio, y era impredecible lo que podía escapársele.
— Puto borracho de mierda –bufó Pablo, violento, mirándolo con odio.
— ¿¡Qué has dicho!? –rugió el okupa de la casa vecina, intentando ponerse en pie. No lo consiguió-. A ver si aprendes a follarte a tu mujer, que la tienes en celo. Si no te la follas, lo haré yo por ti. Y la haré rugir de placer –nadie dijo nada. Andrea aferró fuertemente a su marido que únicamente temblaba de la rabia.
— ¿Me lo vas a decir tú? ¿Qué vives solo? No te quieren ni para estar casadas contigo.

Eso hizo reír al borracho, llevándose la botella transparente a la boca y bebiendo un largo sorbo.
— Las mujeres insatisfechas casadas con hombres como tú, vienen a machos como yo. Si algún día oyes gemidos al otro lado de la pared, seré yo follándome a tu mujer. ¡Imbécil!
— Vamos cariño, no sabe lo que dice –musitó Pablo tirando de ella.
— ¡Me voy a follar a tu mujer! –rugió Brandon cuando estos empezaron a subir las escaleras-. La pondré a cuatro y le enseñaré como folla un hombre de verdad… ¿Verdad que sí, cielo? Tú también lo deseas. ¡Sé que lo deseas!

Entraron en su casa aún escuchando los desvaríos del borracho, aunque Andrea se sintió decepcionada de que su marido no hubiese mostrado siquiera la intención de luchar. ¿Tan poco orgullo tenía?
   Al mismo tiempo, no podía quitarse de la cabeza lo que había dicho el borracho del vecino. Esas promesas de follársela y hacerla gemir de placer, se volvía loca al dejar ir su imaginación. No solo habían retumbado en los pasillos del edificio, sino que seguía haciéndolo dentro de su cabeza.
   Estaban ya en la cama tras haberse quitado la ropa, listos para la cama. Al otro lado de la pared se empezaron a escuchar gemidos posiblemente originados por un video porno.
— Andrea… ¿Qué hombre más ridículo, no?
— Sí, desde luego –contestó ella de manera automática.
— Aunque si que es cierto que apenas gimes en voz alta.
— Eso es porque soy muy sigilosa, cariño. No me gusta hacer ruido de esa manera. Piensa que nuestro hijo está al lado…
— Sí algún día te cruzas con ese hombre… O con los hijos y te dicen algo. ¿Me lo dirás, no?
— Claro… ¿Por qué lo dices?
— He visto cómo te miran, quizá algún día se aprovechen de que no estoy para…
— ¿Para qué, Pablo?
— Para insinuarse, ya sabes.
— No, no sé –dijo volviéndose hacia él-. ¿Acaso crees que no sé decir que no?
— No quise decir eso.
— ¿Y les dirás algo si me proponen follar con ellos? A ese viejo no le has dicho nada.
— Estaba borracho.
— Estaba borracho y quería follarse a tu mujer. ¿Tan poco me quieres? O es que no te importaría…
— No digas tonterías, Andrea. Por favor.
— Solo estoy bromeando. Voy a dormir ya, que tengo sueño –comentó finalizando la discusión, Pablo entendió que su mujer no quería hablar más del tema.
— Hasta mañana –dijo él dándole un besito en los labios.

Al principio no podía conciliar el sueño. Sus dedos serpentearon hacia su humedecida entrepierna mientras volvían a resonar en su cabeza las promesas de Brandon, haciendo que en si mismo se calentase porque ese viejo asqueroso intentase abusar de ella. ¿Cómo podía fantasear con algo que daba tanto asco? Se empezó a dar cuenta que encontraba morbo en esas cosas tan sucias, humillantes y rudas.
   Su matrimonio con Pablo había sido aburrido, rutinario y suave. Quizá eso que le ofrecían los vecinos era exactamente lo mismo de lo que carecía su marido, y era eso lo que más la excitaba: Lo cerca que estaban sus vecinos, lo prohibido de la situación, en que ya de por sí estaba traicionando a su marido solo por ir a limpiarles la casa. En que ese mismo hombre borracho que la había piropeado frente a su marido podía verla cada día limpiando su casa… Al igual que sus dos hijos.

<< Capítulo 8: Coqueteo de doble filo >>

Aquella noche durmió fatal, desvelándose a cada poco rato. Su cuerpo ardía y se estremecía por dentro, frotando sus muslos húmedos y buscando aliviarlos con unas yemas de los dedos que estaban más que arrugadas. Se sentía cachonda y desesperada, sin ser capaz de pensar en otra cosa que no fuese irse a la casa de los vecinos y dejarse follar.
— Hmm… -gimió mordiendo la almohada cuando sus dedos entraron sin dificultad dentro de su vagina echa agua. Apretó los parpados en torno a sus ojos y buscó ese punto de placer que su marido nunca le había sabido dar. Sentía estar haciendo mucho ruido, pero no le importaba.

Era urgente su necesidad de aliviarse, tenía la sensación de querer explotar en cualquier momento, mientras que sus pezones, totalmente tiesos, estaban tan sensibles como para saborear hasta el más mínimo roce de la sábana.

***

Llegada la tarde, agarró su mochila con la ropa de recambio y se fue poco antes de las cuatro al piso de los vecinos. Se había puesto para aquella ocasión unos leggins beis y sin ropa interior, sintiéndose demasiado rara al no llevar nada debajo.
   Picó tres veces a la puerta, abriéndole el mismo hombre que de madrugada estaba borracho en el portal.
— Pasa –ordenó, como si no hubiese pasado nada. Andrea accedió cabizbaja al piso, dejando las cosas a la derecha del televisor.

Al parecer, solo estaban ellos dos pues tanto Sergio como Dani habían salido. Fueron unas tres horas tranquilas en las que se pasó limpiando la casa sin matarse mucho, ya que el cincuentón con gorra solo se limitó a verla ir y venir, viendo como esta ponía el culo en pompa para limpiar la televisión con cierto manchurrón de humedad en el trozo de leggin que había entre sus muslos.


Cuando quedaba media hora, se metió en el cuarto de los dos hijos de Brandon para ordenárselo un poco.
   Estaba a oscuras, habían papelinas para liar la hierba tirados por el suelo, además de una basura llena de bolas de papel que parecían oler a semen. Andrea no pudo evitar acercar la nariz a ella para asegurarse de si era lo que pensaba, y al hacerlo, notó un cosquilleo tanto en la vagina como en la nariz.
   Espoloneó las sabanas justo antes de hacer la cama, barrió y fregó, dejando la puerta abierta. Estaba a punto de irse cuando Sergio llegó dando un portazo.
— Hola papa. Hola Andrea. ¿Has limpiado mucho, hoy? Me gustan esos pantalones.
— Ya he terminado por hoy, os he hecho la habitación.
— ¿Sí? ¿Qué tal si vienes un momento?
— Claro…

Siguió al chico tan alto hasta su cuarto y este se encerró con ella en aquella habitación que delimitaba con la pared que separaba la propia caso de su marido y ella misma.
— Tengo que pagarte lo de hoy, pero te voy a dejar decidir dónde quieres que te lo ponga –inquirió juguetón, con el rollo entre los dedos.
— Dámelo en la mano. Mira tú que rápido.
— Voy a hacerlo más interesante. ¿Quieres veinticinco euros? Entre tus tetas. ¿Quieres treinta? Súbete a mi cama y ponte a cuatro.
— No voy a hacer eso.
— No te voy a obligar. Pero quiero verte a cuatro patas en mi cama mirando hacia la ventana.
— ¿Por qué? No voy a dejar que me hagas nada.
— Eso no te lo crees ni tú. Mi padre me contó lo que pasó ayer en el portal, y que el cobarde de tu marido ni se atrevió a plantarle cara.

No contestó a eso, se limitó a mirarle callada.
— ¿Quieres veinticinco o quieres treinta?
— Veinticinco –dijo ella mordiéndose la lengua.
— Pues ya sabes lo que tienes que hacer… -susurró él, miro hacia los botones que tenía en la parte de arriba de la camisa. Ella misma se los desabrochó uno a uno dejando parte del sujetador a la vista. Sergio enrolló aún más los veinticinco euros y los colocó entre los dos senos, permitiendo el lujo de rozarlo con cierta saña-. Te quería proponer una cosa… ¿Haces algo esta noche?
— No.
— Si quieres hacer horas extra… Podrías venir por la noche o de madrugada.
— ¿Estás loco? Está mi marido.
— Dile que te vas con alguna amiga a tomar algo y vente. Me debes una hora…
— No voy a correr el riesgo de que mi marido se despierte y no me vea en la cama.
— Dile que te vas a tomar algo con una amiga, así no te echará en falta.
— ¿Por qué de madrugada?
— Pues porque estoy cachondísimo y quiero follarte esta noche. Ahora no creo que te dejes, pero esta noche…
— Ya te lo dije –replicó ella tragando saliva-. Hazte una paja o búscate una chica para desfogarte, conmigo no va a ser.
— Mira… Sé que te mueres por una buena polla. Y en esta casa hay tres. Mi padre se muere por follarte, yo también y mi hermano el canijo. Nos traes locos con ese cuerpazo que traes. Así que si cambias de opinión, aquí tienes mi numero de whatsapp. Me abres y me dices que quieres venirte.
— No voy a hacerlo.

Sergio agarró una papelina de fumar y apuntó su número de teléfono en ella, metiéndolo también entre sus tetas.
— Eso o me haces una paja ahora mismo. Así no me tendrás loco…
— ¿Qué dices?
— Venga… Hazme una paja. Si no usas la boca y el coño no es infidelidad, solo me estaré aprovechando yo.

``En eso tiene razón. No es infidelidad si yo no me beneficio…´´ pensó mientras siguió con la mirada el rumbo de Sergio hasta su cama, que se quitó la parte de arriba y se desabrochó el pantalón, dejando esa enorme polla al aire tambaleándose frente a su ombligo.
— Si te masturbo… ¿Te quedarás tranquilo? –No obtuvo respuesta, se limitó a mirarla.

Se arrodilló frente a él, agarrándola con dos manos esa enorme polla preguntándose hasta donde podría llegar dentro de ella.
— Lubrícala un poco.
— ¿Cómo?
— Escupe encima o chúpala. Como quieras –hizo una pausa, al ver lo titubeante que estaba, quiso darle un empujoncito-. O si quieres usar el coño y meterla dentro no me voy a quejar.
— No, esto lo hago para que te quedes tranquilo. Eres capaz de venir a picar a casa.
— Soy capaz. ¿Qué diría tu marido? Seguro que se callaría el muy maricón. Mira que no defenderte delante de mi padre…
— Solo quiso evitar problemas…
— Ese tio no te valora. Cualquier otro te habla así delante de mí siendo mi mujer y le rompo la cabeza.

Empezó a masturbarlo tras escupir –con cierto cuidado- encima del glande, lo miró a los ojos y se quedó extasiada pensando que quería esa polla dentro. En cierta manera amaba lo directo y desvergonzado que era ese chico con ella. Tenía la sensación de que su coño estaba chorreando bajo el leggin.
— Tienes buena mano, aunque me gustaría sentir tu lengua.
— No voy a chupártela ni voy a tener sexo contigo, esto es solo para que no me des la lata.
— ¿Qué va a pasar si me la chupas? –preguntó el echando ambas manos hacia el colchón y apoyándose sobre ellas-. No va a pasar nada.
— No voy a ser infiel a mi marido.
— Me estás haciendo una paja…
— ¿Quieres que pare? Te lo estoy haciendo porque yo no saco nada de esto.

Súbitamente el chico se levantó y la empujó hacia la cama mientras ella chillaba en consecuencia. Quedó expuesto su culo y su coño, empapando con un manchurrón gris oscuro todo el leggins y marcándose su vagina a través de ella.
— Estás empapada. Venga… Quítate el pantalón y vamos a divertirnos.
— ¡No! Me voy –respondió ruborizada a pesar de que quería quedarse.
— ¿Sabes qué? Quédate mi llave –dijo él impulsivamente, agarrando su llavero y sacando la llave de la puerta de la casa-. Si se te antoja venir y acabar esto… Estaré encantado. Esta noche mi hermano duerme en casa de un colega y mi padre estará sobando en su habitación. Así que ya sabes…
— No voy a venir.
— Te estaré esperando. Intentaré no hacerte gemir demasiado para que no se entere tu marido.

Salió del cuarto a toda prisa, agarrando su mochila y yendo al cuarto de baño a cambiarse. Eran las siete y Pablo ya debía haber llegado a casa, por lo que se puso los tejanos y la camisa nueva antes de salir del piso de los okupas y entrar en el suyo propio. En el bolsillo pequeño de la mochila colocó la llave del piso de Sergio, su número de móvil y el dinero.
   Entró alterada y roja, mientras su marido estaba en su sala de trabajo hablando con alguien por teléfono. Fue directa a la ducha, donde borró toda evidencia de lo excitada que había llegado a estar mientras la ropa se lavaba.







<< Capítulo 9: Tomando algo con una amiga >>

Eran las once de la noche cuando Andrea se estiró en la cama con el pijama puesto. Se había dado una buena ducha de agua fría que no le había solucionado nada. Quería ir a la casa de Sergio y dejar hacerse lo que a este se le antojase. Su propuesta era demasiado suculenta, y la culpa era toda suya por haber dejado que el juego llegase tan lejos. Su vagina parecía estar en un estado constante de excitación, mientras meditaba sin parar en que si cedía a Sergio y hacía lo que decía, podía arruinar de por vida su matrimonio.
   Pablo entró sobre las once y cuarto a su habitación, con la Tablet bajo el brazo, metiéndose en la cama justo después de darle un beso de saludo a su mujer.
— Creo que la cena no me ha sentado bien, estoy un poco ardido.
— Pues eso… -comenzó a decir su mujer justo antes de que sonase el móvil sobre la mesita de noche. Lo agarró disimuladamente, procurando que su marido no viese la pantalla y vio como ``Charo peluquería´´ le preguntaba dónde estaba.


<< Conversación de Whatsapp >>

Charo: ¿Dnd stas?, te toy sperando
Andrea: Estoy en la cama, a punto de dormir.
Charo: ¿T importa si kedamos? Kero verte
Andrea: Ya quedaremos otro día.
Charo: Vnga… Vente –le pasa una imagen de una gran polla que parece a punto de explotar-. Dile a tu mrido k vienes a berme (iconos de besos y corazones).
Andrea: No me hagas esto –borra la foto del teléfono-.
Charo: Solo x sta vez… Tngo los huevos cargados de lexe x tu culpa. Llebas toda la semana calentándome… Vnga…
Andrea: Encima… -``Si eres tú el que no ha dejado de ponerme cachonda toda la semana. Estúpido niñato´´ pensó mordiéndose el labio, notando su coño chorreante.
Charo: No seas mala i ben, nos lo bamos a pasar mui vien los dos solos. Tu mario ni se va a empanar. Vnga, tispero en mi cama.
Andrea: Espera.
Charo: K?Andrea: Toma -Se hace una foto con la misma blusa que lleva y acentuando un poco el escote y procurando que no salga pablo

Charo: No tardes **Iconos vergonzosos**

Última conexión de Charo, hace menos de un minuto…

***


— Pablo, voy a salir –comentó de repente, sacando a su marido de su ensimismamiento.
— ¿Qué? ¿A esta hora?
— Sí… Una compañera docente del trabajo, se ve que lo está pasando mal y necesita salir a tomar algo.
— ¿Quieres que te acompañe?
— No, no hace falta. Es una salida de… de chicas –dijo saliendo de la cama procurando que él no percibiese nada raro. Le preocupaba que la viese mojada o con los pezones tiesos, aunque Pablo realmente no se dio cuenta de nada.


``Tengo que terminar con esto… Le haré una paja y se quedará tranquilo, aunque…´´ se dijo así misma antes de agarrar disimuladamente el paquete de condones de su mesita de noche y lo metió directamente sobre su pequeño bolso. Inconscientemente esperaba que se la follase muchas veces, tal como algunas de sus amigas le habían contado que podían hacer algunos hombres. Aprovechando que su marido estaba tan ciegamente mirando la Tablet, agarró los leggins y una blusa y se las puso sin colocarse directamente ningún tipo de ropa interior, estaba totalmente desatada.
— Me voy, adiós cielo –se despidió Andrea dándole un beso en la frente. Su marido siquiera le dedicó una mirada pues, si lo hubiese hecho, habría visto que su mujer no llevaba sujetador y sus duros pezones se transparentaban a través de la blanca blusa.
— Que te vaya bien. Cualquier cosa me llamas –eso fue lo que le sentó peor. Esa indiferencia.

Tras agarrar las llaves, los condones y el móvil. Salió al rellano, justo antes de sostener entre los dedos la llave del piso vecino y entrar. Brandon estaba en el sofá, en calzoncillos, con una cerveza en la mano y completamente dormido.
    Picó tres veces a la puerta de Sergio, pero no obtuvo respuesta.
— Te dije que ibas a venir… -dijo totalmente desnudo y recostado en su cama, la polla estaba morcillona, pero empezó a crecer nada más verla llegar.
— Estoy loca por hacer esto… Solo te haré haré descargar, y me voy.
— Cómeme la polla y calla. Vamos a pasarlo muy bien esta noche.

Andrea accedió dentro y cerró la puerta, entrando en aquel cuarto a pocos metros de su marido el cual leía en su Tablet sin tener la más mínima idea de lo que pasaba.





<< Capítulo 10: Follada hasta la locura… en silencio >>

Andrea no podía quitarse de la cabeza que a uno o dos metros estaba su marido estirado en la cama. Mientras, ella estaba comiéndole la polla a uno de los okupas que tanto odiaba. Su cabeza subía y bajaba al tiempo que trataba de separar lo máximo posible sus labios para que entrase esa gran polla. Estaba a cuatro patas frente al yogurin del vecino, solos en esa habitación mientras el viejo Brandon roncaba en el sofá.
   Eso era importante, porque la infiel no podía sacarse de la cabeza que si por un casual él despertaba era capaz de bajarle de sopetón los leggins negros y clavársela hasta el fondo. Pero si eso no pasaba, quien iba a clavarla hasta lo más profundo era el hijo de este, al cual miraba mientras le comía la polla. Mientras lamía el glande y manoseaba esos inflados y enormes testículos, le sacaba la lengua como si de una perra en celo se tratase, no se reconocía a sí misma y nunca había sido así con nadie.
— Saca la lengua más –la aludida obedeció-. Cómeme los cojones ahora, no dejes de pajearme… Así –ronroneaba él cerrando los ojos y dejando caer su nuca hacia atrás mientras guiaba la cabeza de la madurita hasta enterrar la boca y la nariz de esta contra sus huevos sudados.

Andrea intentó hacer lo posible para masturbar con sus pequeñas manos aquel enorme falo, aunque no podía.
— ¿No me vas a dejar con el calentón, no? Sabes que te voy a follar.
— Vas a tener que conformarte con mi boca y con mis manos…
— ¿Por qué no tu coño?
— No lo sé, estoy demasiado caliente como para razonar . Confórmate con mi boca y punto –confesó con voz aguda.
— Voy a acabar follándote, y lo sabes.
— No voy a dejar que eso pase… -comentó con un hilo de voz.

Satisfecho con su respuesta, el okupa se puso en pie sobre la cama con ella arrodillada a sus pies. Volvió a pedirle que le enseñase la lengua, y ella lo hizo. Le pidió que la sacase aún más, y ella obedeció.
— Quédate así –hizo un breve inciso-. No sé si te va a gustar como follo… Pero a mí me gusta lo sucio y lo guarro. Estarás acostumbrada a que tu marido te folle suave y una sola vez… Pero yo voy a follarte hasta que no me quede leche en los cojones. ¿Entiendes? –Andrea asintió, sorprendiéndose cuando Sergio se agachó y la besó metiéndole la lengua casi hasta la garganta, saboreando cada recoveco de su lengua. Pablo nunca la había besado así. Entonces continuó hablando-. Así que para hacerte mi perra, primero tengo que marcarte. Igual que los perros se mean en las farolas…

``¿Me está comparando con una farola?´´ pensó tan excitada que no se planteó contradecirle. Además, ese rollo de macho dominante la traía loquita. Aún con la lengua fuera y mirándolo a los ojos, con esa polla botando de un lado a otro, Sergio acumuló saliva y desde una considerable altura le acertó en la mejilla.
— Mierda, fallé… Intentaba acercarte en esa lengua tan sucia que tienes. ¿Te importa si repito? Si te da asco mete la lengua… -la lengua de Andrea tembló, aunque no llegó a meterla porque en el fondo quería que él la dominase. Esta vez si acertó de pleno entre sus labios, y eso la hizo sentirse rara.

El chico la empujó, cayendo de espaldas contra el colchón y siendo abierta de piernas por el ese semental, con la polla tiesa entre ambos muslos.
— Espera… -se escuchó decir, reaccionando al ver que Sergio le tocaba por encima de los leggins la vagina-. Ponte… Ponte un condón.
— Venga va… Los condones son una mierda. Tómate la píldora y ya está.
— La tomaba, pero ya no la estoy tomando… Así que si quieres meterla ponte el condón.
— ¿Y si te digo que solo lo haré sin condón?
— Me iré de aquí… -se sentía aturdida, como si estuviese mintiendo y no creyese que se fuese a acabar ahí.
— ¿Cuántos condones traes? ¿Y si no son de mi tamaño qué?
— No lo voy a hacer sin condón… No quiero quedar embarazada -``De ti no´´ pensó. No iba a cometer ese tipo de traición, con Pablo no.
— ¿Dónde están? Espero que traigas más de dos porque no me voy a conformar con correrme solo un par de veces…
— En el bolso… -le indicó, observando sin cerrarse de piernas como el chico hurgaba dentro y sacaba la caja. ¿Acababa de insinuar que se la iba a follar más de dos veces o se lo pareció?

Con la caja de condones en mano, sacó uno de ellos y el resto los dejó en el escritorio. Se escupió sobre la mano y se llevó esa lubricación a la polla, justo antes de sacar el globito del envoltorio y extenderlo. Le quedaba apretadísimo y parecía estrangularlo.
— Vaya condón más enano… Si se rompe no es culpa mía –le espetaba mientras se ponía entre sus piernas y le quitaba los pantaloncitos recogiéndoselos hasta los tobillos, los cuales quedaron esposados con la prenda.

Al ser tan grande, no le costó agarrarla de las rodillas y levantar su cintura, notando los pelos de su barba pinchándole suavemente los muslos y una lengua desinhibida lamerle la parte más externa de la vagina. Inconscientemente se abrió de piernas, y él metió hasta la nariz moviendo la lengua de arriba abajo y hacia los lados, justo antes de meter la lengua dentro del hueco y saborear sus jugos. Hasta la lengua de ese yogurin parecía ser más larga que la de su marido.
   Andrea se quitó como pudo los leggins de los tobillos hasta que se abrió de piernas, e inconscientemente agarró al muchacho por los pelos y lo presionó contra su coño.
— Vaya boca… -se le escapó, tapándosela con una mano al entender lo impulsiva que había sido. Esa comida de coño no duró demasiado más, pero lo que duró fue una delicia para la infiel.

Sergio pareció cansarse y se arrimó con la polla en mano al coño de su vecina, presionando su glande con gorrito con el lubricado y extendido orificio vaginal.
— Voy a metértela.
— Aja… Hmm… -gimió ella sin poder parar de moverse. Las tiemblas le temblaban.
— Solo te quiero recordar que en la habitación de al lado está tu marido, así que contrólate. Aunque… Voy a hacer que gimas como una puta loca –hizo una pausa, azotando juguetonamente con su polla el encharcado coño-. Hace nada decías que solo ibas a usar la boca… Bueno, ya lo ves.


La idea de que su marido la oyese gemir le gustó tanto como lo que la asustó. Así que agarró la almohada y la mordió. Justo en ese momento, Sergio echó todo su peso contra su sexo y le entró a presión todo ese enorme cipote que parecía estar desgarrándoselo.
   La rubia, silenciada por la almohada, pegó un chillido y puso los ojos en blanco en un intento de cerrarlos y mantenerlos abiertos.
— Ahhh, vaya coño más apretado –bufó demasiado alto mientras metía centímetro a centímetro su polla, algo que escuchó el marido de Andrea. Lo que no escuchó fue el grito de su mujer, el berrido de placer y dolor cuando el glande del vecino chocó contra su cuello uterino.
— ¡HMMM! –Andrea sentía estar a punto de desmayarse, y aunque ya sentía esa polla en los intestinos, la sentía entrar aún más y más hondo.
— Esto sobra –dijo él quitándole la almohada de las manos-. Quiero que el mierda de tu marido te escuche, dijo sacándolo casi por completo y clavándola de nuevo hasta el fondo.


— ¡Hmm! –la recién empalada apretó los dientes y los labios con voluntad, mirándolo suplicante. Pero cruel como él solo repitió la metida y sacada de polla clavándosela casi toda.
— ¡Mas alto, perra! Quiero oírte –escuchó Pablo desde el otro lado de la pared-. Gime como la perra que eres-. Amasó los dos enormes pechos bajo la blusa mientras le clavaba el glande en lo más profundo de su vagina.
— ¡Hmm! ¡Hmm! ¡¡¡Hmmm!! –Había comenzado muy lento, pero cada vez era más rápido como si fuese a hacer fuego con su vagina. Sintió unas ganas muy fuertes de orinar y se tuvo que contener-. Mierda, estás demasiado apretada.

Plas, plas, plas, plas… Los muelles de la cama empezaron a oírse, mientras el colchón y el somier chocaban contra la habitación de ella, en la que estaba Pablo. Este se quitó los auriculares, levantándose de la cama y poniendo la oreja contra la pared.
— ¡Ahhhh! –chilló ella finalmente, sin poder evitarlo. Demasiado rico como para callarse. Plas, plas, plas, plas… Sintió llegar para ella un enorme orgasmo, uno que llevaba mucho tiempo esperando-. ¡¡Dios!! ¡¡Me voy a orinar!!
— Así me gusta, que te oiga tu marido –dijo en voz baja, pareciendo saber que podía gritar y que no.
— ¡Me vengo! ¡Me vengo! –gritó ella sin poder controlarse, sintiendo como él aceleraba para darle el gustazo. La aporreó contra el colchón con una inusitada violencia, escuchándose el ruido del chapoteo en la otra habitación: Chop, chop, chop, chop… PLAS, PLAS, PLAS, PLAS.

Y se corrió viva, meándose. Un chorro de líquido transparente voló por todas partes de manera descontrolada, mientras Andrea temblaba en espasmos casi desmayada. Sus ojos blancos y su lengua al borde de la caída libre, mientras el muy cabrón del yogurín mecía en su interior aquel cipote regalándole un breve descanso.
— Sabes que ahora voy yo. ¿No?

La agarró de las muñecas, formando con ellas dos jarras sujetas por el alrededor de las orejas de Andrea, mientras los codos de él estaban apoyados contra el colchón. Empezó de nuevo a follársela, reanudando el choque del somier contra la pared y pues la máxima velocidad únicamente para correrse.
— Ahh… -se le escapó a Andrea, aún sensible-. Ahhh… -gimió temblándole la voz. Volvía a sentir ese hormigueo en su clítoris, estando a punto de correrse sin haberse recuperado aún del orgasmo anterior.
— Grrr… -rugió esa bestia de veintitrés años con la cara enterrada entre sus tetas. A pesar de la velocidad la polla entraba y salía casi por completo, haciendo que volasen gotas de sudor, secreciones vaginales y squirt por todas partes.
— ¡Ahhhh…! ¡Ahhhh! ¡AH-AH…AH.AH! –gimió ella entrecortadamente mientras sentía ser partida por la mitad hasta que una embestida seca y una sensación de un globo que se llenaba en el interior de su ombligo le hizo saber que él había acabado. Notaba los espasmos aún dentro de ella.

El muy desgraciado, agarró la base del condón y sacó su pene, haciéndole un nudo al preservativo sin sacarlo de su vagina. Andrea pudo ver ese enorme churro totalmente brillante y en un tamaño que consideraba perfecto.
— No te pienses que he terminado contigo, eh. Me fumo un porrito y vamos a por el segundo –dijo él justo antes de que el móvil de la invitada sonase: Era Pablo.
— Cógeselo, y pon el manos libres.
— No voy a cogérselo.
— ¿Quieres que sospeche? –le cuestionaba mientras agarraba un porro a medio acabar y lo reencendía-. Cógeselo.
— Pues no voy a poner las manos libres.
— Tú misma… Si quieres que te oiga sin aliento.

Después de varios timbres, parecía como si Pablo fuese a colgar la llamada en cualquier momento. Pero de repente, su esposa se lo cogió.
— Hola, cielo. Dime.
— Hola. ¿Qué tal estáis?
— Bien… Estoy aquí en el local. Mi amiga ha ido un momento al baño.
— ¿Estás muy lejos de casa?
— No, estoy en la ciudad de al lado, cielo. ¿Qué pasa? –inquirió mientras veía como Sergio se empezaba a masturbar sentado en el escritorio, aún con el porro entre sus dos dedos.
— ¿Sabes que los okupas de al lado están follando con alguien? Hay que tener estómago para follarse a esos mierda.


— ¿Tú crees? –inquirió con el corazón a mil, al tiempo que su vecino apagaba el porro tras haberle metido ya tres o cuatro caladas. Agarró un condón y se puso a cuatro patas con ella aún abierta de piernas y el preservativo usado dentro de su vagina-. S… Sera... Será porno, amor.
— No, estaban teniendo sexo. Han parado. Hay que joderse… Antes ponían música y ahora follan como cerdos.

Sergio se agarró su polla morcillona y la restregó contra su coño, justo antes de agarrar ambos pechos y sacar los pezones fuera de la blusa. Chupándolos mientras le miraba a los ojos.
— ¿Andrea?
— Dime… -contestó al rato, demasiado concentrada en sentir esa boca juguetona y la polla cada vez más dura contra su coño.
— ¿Qué estás haciendo?
— Dile que te vas a comer una buena morcilla –le susurró al oído Sergio-. Díselo –le ordenó.
— El camarero, que me acaba de traer una tapita de morcilla.
— Ponme el condón.
— ¿Morcilla? ¿A esta hora? –preguntó el marido.
— Sí… Morcilla. Me voy a quedar bien llena, pero merecerá la pena porque está muy rica –no se podía creer estar diciendo aquello. Pero le salía natural, ni le tembló la voz… Le encantó hablar con su marido mientras el yogurín estaba sobre ella.
— ¿Ya la has probado?
— Sí… Esta es la segunda tapa. Estoy comiendo como una cerda –solo con decir eso, la polla del niñato se puso dura como una piedra.

La boca de Sergio se intercambiaba entre sus pezones y los labios de Andrea, pasando por el cuello de la infiel mientras el marido no escuchaba ninguno de esos roces menores.
— Cuidado, cariño. No te vaya a sentar mal. ¿Y qué quería tu amiga?
— Ponme el condón –ordenó Sergio en voz baja, dándole el sobre con el preservativo-. Sino te la voy a meter a pelo.
— Ella quería que nos viéramos, tenia mucho acumulado… Y quería desfogarse un poco conmigo.
— ¿Y quién es?
— No la conoces… es nueva.
— ¿Cómo es?
— Es gordita… y negra –contestó con voz aguda, prácticamente sin enterarse de lo que estaba diciendo. Dejó esa enorme polla engomada, lista para una segunda vez.
— Sí… Parece que le caigo muy bien y solo quiere estar conmigo.

Su coño estaba algo seco por la falta de acción, pero Sergio guio sus labios hasta su clítoris y le pegó varios escupitajos justo antes de sacar el preservativo usado y meterla la polla entera.


— ¡Hmmm! –ronroneó Andrea sin acordarse del móvil.
— Qué ha pasado. ¿Andrea?
— La morcilla… -PLAAS-… Está… -PLAS Sergio se la clavó hasta el fondo, y la sacó prácticamente por completo, justo antes de volver a hacer una sonora embestida PLAS…-…

Andrea se olvidó de lo que estaba diciendo, su mente quedó en blanco. Lo único que consiguió evitar fue gemir.
— ¿Andrea? ¿¡Andrea!?
— Dime, amor –respondió rápido con voz excitada-. ¡Hmm! ¡Hmm! –Plas, plas, plas…
— ¿Qué es ese ruido?
— El camarero, que está recogiendo las... las sillas de la terraza… -PLAAAASSSS.
— ¿Qué decías de la morcilla?
— Está demasiado buena. Creo… -dijo completamente ida-. Creo que volveré a este local. Me vuelve loca esta…


Las siguientes embestidas fueron más silenciosas, entrando y saliendo de una vagina que ya se había amoldado al tamaño de esa verga. Sergio la besó, como si no soportase oírla hablar con otro, sus lenguas se enrollaron intercambiando saliva.
 ¿No tarda mucho tu amiga? –preguntó extrañado, al no oír nada. Solo el sonido que el interpretaba que era el viento cuando en realidad era el roce de las sabanas.
— Mi amiga… está… dentro. Ahora se va a venir.


— ¿Qué?
— Ahora viene… -Sergio pulsó el botón de silenciar llamada, agarrándola del pelo y taladrando su coño en chapoteos inaudibles para Pablo.

Chop, chop, chop, chop… Su coño estaba encharcado y mojándose cada vez más y más; el sonido era húmedo y el tiempo parecía no pasar. En ese momento, que yo no tenía que preocuparse por ser escuchado, Sergio empezó a aporrear ese coño y hacer chocar de nuevo el somier contra la pared a la que miraba Pablo.
— ¡Los oigo! ¡Están teniendo sexo otra vez! ¡Andrea! ¿¡Andrea!?
— ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! Uff… -gemía ella mientras él semental de veintitrés años botaba sobre ella, agarrándola por los tobillos y  abriéndola lo máximo posible de piernas.
— Me voy a correr otra vez… ¡Zorra! Como disfrutas de que te escuche tu marido.
— Has silenciado el móvil.
— Pero te oye desde el otro lado de la pared. Vamos a hacer que te oiga de verdad.



La abrazó por la cintura y la elevó en el aire sin sacarla, quedando abrazados mientras ella enrollaba sus piernas entorno a la cintura de él.
— Esta posición… me vuelve loca –reconoció la infiel justo antes de besar a Sergio. Pero cuando lo hizo, él la agarró del pelo y la hizo gemir de dolor, tirando la nuca hacia atrás mientras que con un brazo la mecía con facilidad metiéndola y sacándola de esa madurita. Luego, la abrazó con ambos brazos y la empezó a follar en el aire, poniéndose de pie sobre la cama y estampándola de espaldas contra la pared.
— ¡AH,ah,AH,ah,AH,ah…! –gemía Andrea temblándole la voz, mientras se notaba correr en las alturas una segunda o tercera vez. Él no se corrió, y por eso la tumbó boca arriba y volvió a follarla de nuevo.
— No más… Estoy agotada.
— Ya te dije que no iba a parar hasta vaciar mis cojones en ti, perra.

Aplastó sus rodillas contra sus hombros mientras iniciaba un mete y saca brutal.
— ¿Andrea? ¿¡Andrea!? Inquirió a gritos Pablo, que por un momento se había olvidado de la llamada con su mujer-. ¿Estás ahí? –preguntó mientras Sergio suspiraba al oído de Andrea, con todo el peso echado sobre ella y temblando de placer, corriéndose por segunda vez dentro de su vagina infiel.

La aludida agarró el teléfono móvil y le habilitó el sonido, aún con Sergio corriéndose entre sus piernas.
— ¡Perdona, Pablo! Al parecer lo silencié por accidente con la oreja. Dime…
— Nada, que seguían teniendo sexo.
— Muy bien, Pablo. Te dejo, que mi amiga ya está aquí. Luego nos vemos. ¡No me esperes despierta! –dijo justo antes de colgar y apagar el móvil, dejándolo caer sobre el colchón.
— Vaya marido más imbécil te has ido a buscar… -Andrea no contestó… No podía. Estaba agotada. ¿Cómo iba a volver a casa en ese estado?

Sergio extrajo de nuevo su pistolón y dejó el condón dentro de ella, hasta parecerle un fetiche. Esta vez no le hizo ningún nudo, por lo que quedó rebosante sobre el colchón.
— ¿Vamos a por la tercera?
— ¿Se te va a levantar otra vez?
— Claro, solo necesito que me la chupes un poco.
— No sé si quiero una tercera… Me has dejado agotada. Y tu padre está cerca.
— ¿Y qué?
— No quiero hacerlo con él.
— Mi padre no va a entrar aquí –dijo tumbándose boca arriba con la polla manchada de semen-. Ven y cómemela.
— Una vez más… y se acabó.
— Vale. Pues empieza.

Andrea agarró el desmayado pene de su vecino y empezó a mamarlo. Parecía estar muerto, y tenía sabor a látex. Estuvo un rato alternándose entre el glande, bajándole el prepucio y lamiéndole la corona; y bajando a los testículos donde enterraba la nariz y la boca. Parecían mucho más chupados y absorbidos que al empezar, sorprendentemente era normal con todo lo que se debía haber corrido.
   La polla se fue poniendo poco a poco más tiesa entre sus manos al comerle los testículos, parecía que ese era el secreto. Fue reviviendo poco a poco a estar convenientemente dura y lista para perforarla.
— Ponte el condón y sírvete tú misma.
— Sabes que esto solo va a pasar hoy. No se va a repetir. ¿Verdad?
— ¿Seguro que no vas a querer repetir? Tampoco ibas a venir esta noche.
— Yo… He cometido un error –reconoció mientras sacaba el látex del envoltorio y lo estiraba a lo largo del pene. Se puso en cuclillas sobre ella lista para perforarse, olvidando que aún tenía el preservativo usado dentro. Sergio, con solo un giro de muñeca, se lo sacó.
— Este error podrás cometerlo todas las veces que quieras. Me pone mucho robarle la mujer al vecino, sobretodo a uno tan subnormal como este
— Pues pajéate pensando en eso porque no va a pasar. Y más vale que no me intentes chantajear porque no pienso ceder… -dijo justo antes de aplastar el glande con su vagina. Le sorprendió poder seguir lubricando después de esas dos veces.
— No voy a chantajearte. No hace falta… Tú vendrás y te dejarás hacer –le informó mientras ella misma se dejaba caer hasta el peludo pubis del chico- porque eres una malfollada.
— ¡Hmm…! –gimió cerrando los ojos, empezando a cabalgarlo a un ritmo muy lento y suave.
— Y tu marido nunca te va a follar como lo hago yo. Así que puedes ser la mujer de ese imbécil, y la madre de tu hijo. Pero en esta habitación serás mi puta. Ahora mueve ese culito –dijo azotándoselo.

En mitad de la follada, la abrió de piernas y la lubricó con vaselina, justo antes de clavársela hasta el fondo mordisqueándole los pezones con la polla metida hasta el fondo. La rubia aún no se acostumbraba a que llegase tan profundo, y le preguntó, totalmente exhausta mientras Sergio se la metía lentamente para recuperar el aliento.
— ¿Vas a poder correrte una vez más?
— Voy a hacer más que eso…
— ¿Qué?
— Voy a romper el condón con la fricción y voy a estallar dentro…
— Eso no puedes…

Plas, Plas, Plas, Plas… Le amasó las mejillas con ambas manos y la empezó a besuquear intensamente mientras empalaba su coño como si de una metralleta se pasase.
— Te lo voy a romper –rugió decidido Sergio-. Y te haré mía.
— ¡No…! –negó Andrea, abriéndose aún más de piernas y tratando de empujarlo lejos. Sergio, en un arrebato, empezó a masturbar el clítoris de esa madurita, complaciéndole tanto por dentro como por fuera.
— Lo voy a romper…


— ¡Noo! Ahhhh… ¡Noo! ¡Hmmm! –Plas Plas Plas Plas oía Pablo, poniendo su oído contra el muro y escuchando tanto los gemidos de la mujer como lo que decía Sergio.
— Se ha roto, perra.
— ¡No! ¡No te vayas a correr! ¡Por favor! –suplicó ella mirándolo a los ojos, pero cuando él sintió el punto eufórico en su glande, ya no se detuvo. PLAS… PLAS………..¡PLAS!
La vagina de Andrea se contrajo al sentir llegar el orgasmo de Sergio, exprimiendo esa polla dentro de ella. Sergio quedó paralizado por un momento, agarrando por la base el condón y saliendo fuera dejando el condón chorreante dentro de su vagina y manchando toda la cama. Con la mujer exhausta, tapándose la cara con el brazo y totalmente sudada.

Solo había jugado con ella, no estaba dañado en absoluto.


***

Tres veces se había corrido, las tres dentro de un condón. Ella se había corrido cuatro veces, las últimas dos montadas sobre ese potro que había tenido la osadía de vaciar sus pelotas dentro de ella.
   Agarró papel de un rollo que había sobre el escritorio y se aseó con él, justo antes de ponerse los pantaloncitos y la blusa, los cuales sentía hediondos de sudor y otras cosas. Se fue al baño a lavarse un poco, pues estaba totalmente despeinada, sudada y desquiciada. Entonces volvió a su casa, por fin, yéndose directamente a la ducha y haciendo una bola para tirarla a la lavadora nada más salir del baño.

Se tomó su rato en la ducha, por primera vez. Le escocía la vagina al orinar, pero tenía una sensación de plenitud y descanso que hacía mucho tiempo que no experimentaba… ¿Cuánto tiempo se había sentido hambrienta sin poder saciar ese sentimiento?


   Se enrolló una toalla alrededor del pecho y otra alrededor del pelo; entrando a su habitación el pijama.
— ¿Te has duchado?
— Estaba sudada, cielo.
— Te noto rara. ¿Estás bien?
— Sí… Me pongo el pijama y vengo…

Se despidió dándole un húmedo beso en la frente, poniéndose crema y el pijama antes de meterse en la cama. Irónicamente, esa fue la noche en la que mejor durmió después de mucho tiempo.



Continuará en la parte 2 (Intentando volver a ser una buena esposa)

Si te ha gustado (o no) no olvides dejar tu comentario, tu crítica y tu opinión. Gracias

32 comentarios:

  1. Bueno, como prometí he pegado un superspring para poder tenerlo para hoy. Espero que entendáis que esto no puedo hacerlo todos los días y ahora estoy haciéndolo porque tengo un poco más de tiempo.

    Lo único que os pido, tanto a los anónimos como a los lectores habituales, es que me dejéis buenas críticas sobre lo que os ha gustado y lo que no. Comentad si os apetece escenas favoritas o cosas que sobraban.

    Cuanto más movimiento veo, indirectamente más me animo a dedicar más tiempo al blog y por ende a los relato que publico.

    Vuestro ''pago'' no es otra cosa que vuestros comentarios. ¡Un abrazo y gracias por leerme, a disfrutar!

    ResponderEliminar
  2. Me encantó... No pare de masturbarme durante todo el relato

    ResponderEliminar
  3. Me encantó... Me masturbe mucho y durante todo el relato... Me exitó mucho la escena de la escupida en la boca

    ResponderEliminar
  4. En cuanto tenga un buen rato lo leeré y comentaré. Ten en cuenta que esto hay que consumirlo en condiciones :). Buenas imágenes.

    ResponderEliminar
  5. Simplemente espectacular uno de tus mejores relatos, es normal que estés un tiempo para publicarlo tiene de todo una gran introducción y desarrollo de la historia, y sinceramente te lo digo yo por lo menos te leo no por el morbo de leer literatura erotica si no por el placer de leer una gran historia que no tienen nada que envidiar a muchos relatos de escritores "reconocidos" y con todo esto dicho mi más sincera enhorabuena por este gran relato y un placer leerte

    ResponderEliminar
  6. Buenos dias zorro. Uno se suele "" poner nervioso"por la tardanza pero en cuanto leemos tus relatos sr nos olvida. Enhorabuena muy bueno

    ResponderEliminar
  7. Me ha gustado, espero que en el proximo esa cachonda disfrute de 3 pollas

    ResponderEliminar
  8. Muy buen relato súper morboso, he de confesar que no me lo esperaba así. Me imagine algo muy sórdido y sin sentido por el titulo. Pero creo que has dado en el clavo con lo que queríamos tus lectores. Espero la continuación pronto. Un saludo.

    ResponderEliminar
  9. Hola, muy bueno el relato, felicitaciones....
    Saludos...

    ResponderEliminar
  10. Sensacional... Basta una sola vez que el cornudo la vuelva a dejar con ganas y que ella tome venganza dejándole escuchar como la atienden de bien en la casa de enfrente. El muchachito debía comenzar forzándola y que al sentir la potencia de ese nuevo macho se deje hacer. Por último el viejo debiera ser quien le rompa el culo.

    ResponderEliminar
  11. Hola, acá escribiendo para felicitarte, buenísimo, lo lei ayer apenas lo publicaste, sin los gifs y me encanto; lo volveré a leer detenidamente con los gifs, después vuelvo a comentar..
    Saludos...

    ResponderEliminar
  12. Zorro te has superado a ti mismo, que morbazo y que creible el relato
    Valio la pena la espera
    Hiciste bien en centrarlo en ella, y en lo putona reprimida que era
    Lo del marido escuchando tras la pared, insuperable

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por eso, el borrador y el primer relato que hice sobre esto se centraban más en el marido y el hijo. Hice bien en corregirlo y empezarlo de nuevo (A veces, ese es el instinto de escritor. Abandonar una historia que tienes ya echa para conseguir otra mejor).

      Tardé más y empezaba a ciegas, pero me gusta el resultado.

      Eliminar
  13. Gracias a todos por vuestras opiniones, significan mucho para mí. No esperaba hacer un relato que gustase tanto, la verdad..

    La segunda parte quiero y por eso no quiero precipitarme. Ya lo tengo empezado y muy avanzando... No dudo, es una muy buena continuación y final.

    Sigo esperando algunas críticas de de algunos lectores habituales. Gracias a todos/as!!!!!!!!!!!!!! Os quiero.

    ResponderEliminar
  14. Es que es muy verosimil la forma en que se va calentando con el vecino, me hace acordar al primer relato de las de Villamacho. Mucho mas creible que la de la familia de rusos por poner un wjemplo. Lograste plasmar una situacion que bien puede ser de la vida real

    ResponderEliminar
  15. Me exitó mucho el detalle de los preservativos llenos de leche y guardados dentro de la concha uno tras otro

    ResponderEliminar
  16. Me ha ecantado. No esperaba menos de ti.

    Me gusta como te has tomado el tiempo en describir los pensamientos y sensaciones de Andrea para darle credibilidad a sus acciones con los vecinos.
    Las escenas de sexo estan muy bien detalladas y me han encantado los detalles como la escupida en la boca o cuando mete su nariz en sus huevos.

    Solo tengo una sugerencia.

    En la parte cuando Andrea va a hacerle la primera paja a Sergio me hubiese gustado mas detalle.
    Me parece que es un momento super inportante en la historia porque ella va a traspasar un limite. Una cosa es tontear, seducir y jugar con los ocupas y otra es ya decidir abrir esa puerta, tocale la polla para pajearlo y darle placer.De ese punto en adelante ya todo cambia.

    Describir su primera impresion con una polla de verdad comparada con la de su marido, que la oliera, que sintiera su peso, que pasara sus dedos por las venas, las miradas de la polla a los ojos de el, saborear la gotita de liquidillo presemianl brotando del orificio tomandola con su dedo y llevandolo a la nariz para olerlo y luego chuparlo o recojer la gotita con la punta de la lengua etc.

    Me quedo con ganas de la segunda parte para ver como la follan el jovensito y el viejo guarro.

    Un abrazo

    MegaMan

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es cierto, me he dejado esos detalles. Lo tendré en cuenta para la segunda parte, o quizá lo añadiré cuando corrija este de nuevo (una vez ya terminada esta saga).

      Muchisimas gracias por el consejo! Un abrazo, megaman. Estoy seguro de que el siguiente te sorprenderá ^^

      Eliminar
  17. Hola zorro!!! Por fin me terminé de leer esta primera parte y te digo q hay varios errores de ortografía o gramática,por ejemplo hay palabras en género femeninos que están en masculino. Otro error sería: se toma un bus para llegar rápido al local de ropa y tarda media hora pero cuando regresa a casa de toma un tren tmb en media hs??.
    Hay algunos gifs que hubieran encajado perfectamente en algunos párrafos,por ejemplo cuando Andrea busca su bolso tirado en el suelo y pone sus piernas en V y su culo bien parado pero en el gifs sale una mujer moviendo su trasero ... Encajaria mejor si en la oración fuera de esta forma:"Sergio y su padre ven como menea esas nalgas bien duras con el sonido de la música de fondo,se agacha más y recoje el bolso,dándose la vuelta les regala una sonrisa pícara y camina hasta la puerta".
    Él otro gifs es la mujer colorada que bambolea las tetas en ropa interior... Hay podría haber una escena que Sergio entra al baño y la ve a Andrea por cambiarse y él le pide que mueva los pecho mientras le pone los billetes.
    Aparte de eso... El relato me gustó y me excito bastante jejeje pero yo pensé que andrea se isiera rogar más antes de cojer(follar)con Sergio y que Pablo no fuera tan boludo que no se diera cuenta ....o sea.... No sabe distinguir los gemidos de su mujer?? Eso creo que no fue tan real para mi... La escena de la llamada fue un buen morbo pero Pablo queda como muy boludo que no distingue los quejidos de Andrea con otra mujer.
    Ahora habrá que esperar la segunda parte y de seguro tendrá muchas escenas de sexo no? Desde ya zorro este relato está en mi lista de favoritos pero la que sigue en el puesto número 1 es 2 hembras en villamacho jejeje

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Excelente crítica. Sí es cierto que en algunas partes no habrá faltas y en otras sí porque hice algunos cambios de última hora, además de que iba con prisas debido a que dije que estaría para la una y lo publique a las... ¿Cuatro o cinco de la mañana?

      Lo de la escena del baño, que Sergio entra, no lo veo de otra manera. Tenía que ser esa situación ya que hay cierto morbo de que ella está vestida y tiene la elección de elegir si se va del baño, pero elige quedarse, dejar que le ponga el dinero entre las tetas y mirarle la polla. Puse ese gif porque me encantó, aunque no tuviese casi nada que ver. Simplemente me encantó :')

      Lo del marido tiene su explicación y le estuve dando varias vueltas: Pablo no reconoce a su mujer porque nunca la ha oido gemir como una loca y, además, no le presta atención. Evidentemente se quieren, pero sexualmente es un matrimonio estancado ¿Eso lo digo en la primera parte o es en la segunda? Ya me pierdo.
      Entonces, el marido da tan por hecho que su mujer está con una amiga, que se autoconvence de que esos gemidos son de una mujer desconocida. Cuando está hablando con ella, igual... Da tan por hecho que oye lo que pasa al otro lado del telefono que cuando Sergio lo silencia, se autoconvence de que si esos gemidos fuesen de su mujer deberían oirse a traves del movil.

      No es un relato perfecto, y me alegro que me hayas señalado estos puntos. Lo del tren y el bus seguramente lo expliqué mal. Piensa que hay que esperar el bus y el tren, lo que tarden en llegar, lo que tarden en ir, lo lejos que estén de su casa...

      Muchisimas gracias por comentar, un abrazo enorme.

      Eliminar
    2. Excelente vos x esplicarme con tu comentario y tenes razón sobre los gemidos.
      A mi me encanta leer una lectura que tenga sentido y un buen argumento,ya sea de cualquier tipo de lectura,es por eso que te menciono sobre la ortografía

      Eliminar
  18. No estoy de acuerdo con el amigo Antonio. Si bien es cierto que hay algunos errores de redaccion fruto del apuro con el que terminaste el relato, el desrrollo es impecable, no es seducida, ya que es ella la que lleva todo adelante fruto de su calentura
    El marido no la reconoce porque nunca le presta atencion y porque con el no es asi

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Exacto! Ese era el punto que quería transmitir. Él es un amargado del trabajo, alguien que no sirve para satisfacer a su mujer... Por lo tanto, cuando ella gime y grita, es fingido. En cambio, cuando la oye al otro lado de la pared ella no está fingiendo nada, se está dejando llevar aún sabiendo que puede ser descubierta por su marido.

      La psicología y el funcionamiento de la mente es algo muy complejo. Se puede estar seguro de que se ve algo, incluso viéndolo de reojo. Pero cuando te tomas tu tiempo para estudiar atentamente algo te das cuenta que ni de lejos es lo que te imaginabas. Pero la mente humana, al faltarle ''información'' rellena los datos con lo que cree posible. Eso significa que si él marido escucha gemir a una mujer y cree que es imposible que sea su mujer, su mente hará lo posible por asegurar que esa mujer es desconocida.
      Inconscientemente, si el creyese que su mujer es infiel, podría pasar al reves: Escucha a una mujer desconocida gritar y se cree que es su esposa. ¿Curioso, verdad?

      Por eso me encanta tanto hacer este tipo de relatos. ¡Gracias, Musa!

      Eliminar
  19. No solo es asi, ademas ella goza mas del morbo precisamente porque su marido la esta escuchando
    Esta forma de tratarlo donde la mujer es la que toma la decision porque se calienta y esta cansada de su aburrida vida fue un acierto me encanta mucho mas que la de la ingenua que se deja seducir
    Al final quizas hasta domine a los macarras ja ja

    ResponderEliminar
  20. Muy bueno, esperando la continuación.
    Saludos

    ResponderEliminar
  21. Buenas Zorrete el relato no me defraudo, muy bueno, relatazo.

    Pero personalmente, igual me hubiera resultado más plausible, que el primero en follarse a la megatetona(tal vez es por las ganas de ver como evoluciona la historia) hubiera sido el Patriarca... siendo el macho alfa de la manada y abriendo camino en lo que se le avecina a la milf, yo que se, que ella lo hubiera pillado en la ducha... o el a ella meando... o simplemente el la empiece a probarla y con su rudeza hubiera sabido someter a su presa.

    Por poner otra pega, no me ha resultado muy creible, que ella se fuera a su casa y luego regresara a que se la folle el chaval(en mi opinión, si se va a su casa, es menos probable que vuelva a meterse en la voca del lovo, considero que resulta más natural, que la pechugona sucumba, con el joven delante, con algún "juego", roce vacile entre ambos, ya que ella sabe que el la desea y ellos parece que tienen quimica)

    Algun Gif mas no estaria de más.

    Es solo mi opinión y quiero recalcarte que sí me excito el relato(prueba de ello, no me lo pude leer, del tiron, sin reprimirme, me tube que parar para aplaca la excitación.)

    Bueno, felicidades por el relato, de verdad, y como siempre gracias, un saludo.

    fdo. ermendasxxx79

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No, ermendas, por ahí no paso:

      Al patriarca déjalo tranquilo, que mejor le vendrá la espera jejeje

      Pensé en repetidas ocasiones meter mas sexo en el primero relato, pero tal como yo lo veo. A Andrea, el viejo Brandon le da asco. Aunque es cierto de que el perfil de ella es de una masoquista reprimida que le pondría muy a tono que alguien como Brandon abuse de ella, no era el caso. No encajaba y tuve que dejarlo para la segunda parte, la cual me cuadra mucho más tal como lo tengo escrito hasta el momento.

      ----

      Lo de que Andrea se fuese a su casa tiene su sentido si lo miras desde el punto de vista de que ella no tiene como consolarse en su casa. Ella no quiere tocarse, ella quiere una buena polla. Su marido? No la iba a satisfacer. Así que Sergio en lugar de insistir con más juegos, la dejó volver a su casa sabiendo que volvería más cachonda aún.

      Muchisimas gracias por tu critica y tu opinión. Viendo la ganas que le tienes al patriarca, te alegrará saber que tomará mucho más protagonismo en la segunda, aunque evidentemente, ni se va a descuidar a Dani, a Sergio... ni al padre y al hijo. Si este relato os ha parecido ''duro'', vais a disfrutar el siguiente jejeje

      Por cierto: en los siguientes dias tengo 3 examenes, por lo tanto estos dias no podré escribir tanto como me gustaría, aunque lo haré. La segunda y ultima parte, que ya está bastante avanzada, la acabaré pronto. Si me es posible, a lo largo de la semana que viene lo tendréis. Antes imposible, por desgracia... Putos examenes T_T

      Un abrazo.

      Eliminar
  22. Uhhh gracias por avisar zorro así que recién voy a entrar al blog la semana que viene entre el miércoles y jueves que calculo podria estar el final de este relato? Suerteee en esos exámenes y buen finde semana!!!

    ResponderEliminar
  23. Como no aplaudirte que rico de verdad volver al saber de ti de tu ingenio me encanto me humedecí dios mio tus relatos son lo mas se que soy reiterativa pero es que tu lo transportas al lector eso me gusta mucho me imagino haciendo lo mismo que fuerte que te cojan asi y a pesar que no crean hay hombres o mejor dicho maridos asi pendejos y mucha mal cogida me gusto el juego previo pero el que ella no temiera también seguro tu mi zorrito lindo en el segundo capitulo la haces insaciable adicta a ellos que rico me saboreo esperando como me gustan tus relatos

    ResponderEliminar
  24. Resien me conecto pero este relato promete
    Uffg
    Gracias

    ResponderEliminar
  25. E terminado de leerte, tengo que admitir que me tomo unas 2 horas leerlo, me e corrido unas 4 veces, estoy echa un río y tan caliente que podría dejar que me coga el primer ocupas que me encuentre...
    Seguiré con la segunda parte...

    ResponderEliminar